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Cultura 22 de enero de 2025

Itinerarios de lectura: el futuro en llamas

Una invitación a releer "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury, una novela que anticipa muchos de los males que aquejan hoy a la humanidad.

Ray Bradbury.

Por Nomi Pendzik (*)

Le debemos al gran Ray Bradbury la difusión popular de la ciencia ficción, al haberla liberado de su nicho. Los muy conocidos relatos de “Crónicas marcianas” o “El hombre ilustrado” fueron adaptados a la televisión y al cine, y lo mismo sucedió con la novela “Fahrenheit 451“. Este canto de amor a la libertad de expresión, que lo llevó a la fama mundial, se recreó en dos versiones cinematográficas (François Truffaut, 1966, y Ramin Bahrani, 2018), se convirtió en una novela gráfica (Tim Hamilton, 2009) y gozó y padeció numerosas versiones teatrales y audiovisuales –y también numerosas censuras–.

Con un estilo por momentos lírico, centrado en la interioridad de su protagonista, el bombero incendiario Guy Montag, “Fahrenheit 451” (1953) anticipa muchos de los males que aquejan hoy a la humanidad. Bradbury profetiza los auriculares que aíslan a sus usuarios y los televisores que ocupan el lugar de las ventanas o de la familia, y la pobreza de pensamiento, la censura y la cancelación de quienes se oponen al sistema vigente. Su ficción distópica no se ocupa tanto de las máquinas, sino de los efectos de su uso, y en especial de las consecuencias filosóficas, sociales y existenciales del manejo indiscriminado y acrítico de la tecnología. En esta novela, los libros están prohibidos. Las élites gobernantes subyugan a la población mediante entretenimientos banales, a través de todos los medios masivos de comunicación disponibles. Y los máximos representantes de esa tiranía son los bomberos, cuya tarea específica es quemar los libros que encuentren y detener a sus poseedores, o hacerlos desaparecer, instancia suprema de cancelación.

Al comienzo, el bombero Montag vive “feliz”, pero cuando conoce a su vecina, la adolescente Clarisse McClellan, la fresca naturalidad de la chica y otro suceso infortunado –que no pienso revelar acá– provocan en él una auténtica conversión. Montag comprende el papel medular que juegan los libros en la vida humana, y descubre cómo se ha formateado la conciencia de la gente para adormecerla, para alejarla de la contemplación y de la trascendencia –pura coincidencia con los oscuros objetivos de la agenda que hoy nos están preparando, ¿verdad?–.

Oponiéndose a Clarisse, que actúa como un “despertador” de la conciencia de Montag, aparece un personaje que cumple la función de vocero del sistema: el capitán de los bomberos, Beatty. Él sí ha leído libros, y conoce la verdad de ciertos hechos que se le ocultan a la masa, pero justifica el engaño y la ignorancia en que la mantienen sumida. En un discurso que suena peligrosamente actual, Beatty le da a Montag las razones de la censura, pero él ya no acepta tales falacias: ¿quién podrá dominarnos una vez que hemos despertado, aun cuando nos cerquen las llamas hambrientas de cultura y sentido?

***

“Fahrenheit 451” de Ray Bradbury
(Traducción de Alfredo Crespo)

En aquel momento, Clarisse McClellan dijo:
—(…) ¿Lee alguna vez alguno de los libros que quema?
Él se echó a reír.
––¡Está prohibido por la ley!
—¡Oh! Claro…
––Es un buen trabajo. El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, conviértelos en ceniza y, luego, quema las cenizas. Este es nuestro lema oficial.
Siguieron caminando y la muchacha preguntó:
––¿Es verdad que, hace mucho tiempo, los bomberos apagaban incendios, en vez de provocarlos?
––No. Las casas han sido siempre a prueba de incendios. (…) ¿Por qué no estás en la escuela? Cada día te encuentro vagabundeando por ahí.
––¡Oh, no me echan en falta! ––contestó ella––. Creen que soy insociable. No me adapto. Es muy extraño. En el fondo, soy muy sociable. Todo depende de lo se entienda por ser sociable, ¿no? Para mí, representa hablar de cosas como éstas. ––Hizo sonar unas nueces que habían caído del árbol del patio––. O comentar lo extraño que es el mundo. Estar con la gente es agradable. Pero no considero que sea sociable reunir a un grupo de gente y, después, no dejar que hable. Una hora de clase tv, una hora de baloncesto, de pelota base o de carreras, otra hora de transcripción o de reproducción de imágenes, y más deportes. Pero ha de saber que nunca hacemos preguntas, o por lo menos, la mayoría no las hace. (…) A veces, me paso el día entero en el «Metro», y los contemplo y los escucho. Sólo deseo saber qué son, qué desean y adónde van. A veces, incluso voy a los parques de atracciones y monto en los coches cohetes cuando recorren los arrabales de la ciudad a medianoche y la Policía no se mete con ellos con tal de que estén asegurados. Con tal de que todos tengan un seguro de diez mil, todos contentos. A veces, me deslizo a hurtadillas y escucho en el «Metro». O en las cafeterías. Y, ¿sabe qué?
—¿Qué?
––La gente no habla de nada.
Beatty contempló la bocanada de humo que acababa de lanzar.
––Imagínalo. El hombre del siglo XIX con sus caballos, sus perros, sus coches, sus lentos desplazamientos Luego, en el siglo XX, acelera la cámara. (…) Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario. (…) ¿Te das cuenta? Salir de la guardería infantil para ir a la Universidad y regresar a la guardería. Ésta ha sido la formación intelectual durante los últimos cinco siglos o más.
Mildred se levantó y empezó a andar por la habitación (…). Beatty la ignoró y siguió hablando.
––Acelera la proyección, Montag, (…) Selecciones de selecciones. ¿Política? ¡Una columna, dos frases, un titular! Luego, (…), todo desaparece. La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de tiempo. (…)
––Los años de Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. (…) La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas? (…) La vida se convierte en una gran carrera, Montag. Todo se hace aprisa, de cualquier modo. (…)
La mano de Mildred se había inmovilizado detrás de la almohada. Sus dedos seguían la silueta del libro y a medida que la forma le iba siendo familiar, su rostro apareció sorprendido. (…)
––Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. (…) Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño que los libros dejaran de venderse (…). No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.
––Sí, pero, ¿qué me dice de los bomberos?
––Ah. ––Beatty se inclinó hacia delante entre la débil neblina producida por su pipa––. (…) Como las universidades producían más corredores, saltadores, boxeadores, aviadores y nadadores, en vez de profesores, críticos, sabios, y creadores, la palabra «intelectual», claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser. Siempre se teme lo desconocido. Sin duda, te acordarás del muchacho de tu clase que era excepcionalmente «inteligente», que recitaba la mayoría de las lecciones y daba las respuestas, en tanto que los demás permanecían como muñecos de barro, y le detestaban. ¿Y no era ese muchacho inteligente al que escogían para pegar y atormentar después de las horas de clase? Desde luego que sí. Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. (…) A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. A quemarlo. Escribe un libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón ¿Los fabricantes de cigarrillos se lamentan? A quemar el libro. (…) Diez minutos después de la muerte, un hombre es una nube de polvo negro. No sutilicemos con recuerdos acerca de los individuos. Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio.


(*) Para leer las anteriores notas de la columna “Itinerarios de lectura” de Nomi Pendzik, hacer clic acá.