Con tener talento no te alcanza: La lección del maestro Castillo
En el capítulo 35 de la columna de Di Marco, el Tío Marce ayuda a Pukkas a avanzar con su texto y, para ello, recupera una valiosa reflexión de Abelardo Castillo.
Abelardo Castillo. Ilustración de Jorge Estefanía.
Capítulo 35
—La pregunta es excelente, Pukkas —dijo Tío Marce, vuelto a la realidad que tenía frente a sí: un autor en formación con muchas ganas de aprender—. Tarde o temprano, los escritores primerizos (y no tanto) necesitan reflexionar sobre esa cuestión crucial que acabás de traerme. Me parece estar escuchándolos ahora, porque yo mismo me lo planteaba más de una vez: ¿no convendrá primero hacer una lista de los hechos de la historia, anotarlos por orden de aparición hasta el desenlace?
—Justamente me pasó la otra semana, cuando estaba en casa escribiendo el comienzo del cuento, esos dos primeros párrafos que leímos. Honestamente, lo empecé sin tener ni idea de qué iba a pasar. Y me tranquiliza que usted diga que pinta bien, pero la verdad es que no sé para dónde van a disparar las cosas.
—Si hacés memoria, Pukkitas, verás que lo que acabás de decirme no es del todo verdad.
—¿Por qué lo dice, máster? ¿De qué tengo que acordarme?
—De nuestro primer encuentro. ¿Te acordás de lo bajoneado que estabas?
—Cierto: dudaba de mi propia imaginación.
—Exacto. Y dijiste que un día cualquiera te ibas a mandar a la escollera para lanzar tu compu al agua.
—Ah, eso. Lo de usarla de frisbi.
—Y ahí yo te tiré un centro con lo primero que se me ocurrió, ¿te acordás? ¿Qué pasa si tu notebook le pega en la cabeza a Neptuno? Y enseguida saliste con lo de los tritones que vienen a vengarse de tu imprudencia. Seguro que tu nuevo cuento va por ahí. Los tritones vienen a descuartizarte.
—Estoy de acuerdo con que esos dos primeros párrafos se originaron por el chiste suyo. De ahí, el ambiente nocturno y marítimo. Lo que realmente no sé es si me interesa mucho plantear una historia de monstruos. Por un lado, del género de terror me encanta todo lo que tiene que ver con criaturas horribles y fantasmas y psicópatas que acechan. Por el otro lado, tengo miedo de que mi cuento se convierta en una historia de esas que Stephen King llama las historias del garfio.
—¿Cómo es eso, Pukkas? Las historias del garfio.
—Sí, máster. Stephen King lo dice en su librazo “Danza macabra”: los autores que recién empiezan escriben cuentos con un argumento parecido a esto: viene un tipo con un garfio y mata a la chica, o a los chicos, y así termina la historia.
—Es demasiado básico.
—Claro, una pavada. Y el otro día me descubrí pensando que, si reemplazo al tipo del garfio por “la legión de tritones”, como la llama usted, obtengo el mismo miserable resultado.
—Hay una diferencia, Pukkitas. En tu esbozo de cuento participa un motor importante: el deseo de venganza de Neptuno. El dios te manda a sus sicarios porque vos cometiste la imprudencia de pegarle en la nuca cuando lanzaste al agua tu notebook. De ahí puede salir mucha tela, en comparación con aquello tan ramplón de las historias del garfio.
—De todos modos, no me convence. ¿Una nueva historia de venganza? Es más: en estos días, la imagen de una pileta se me está imponiendo. Todavía no la escribí, porque no estoy muy seguro.
—Una pileta. ¿Una pileta de natación?
—Sí, algo parecido. No sé si es una pileta o un tanque australiano o un charco profundo.
—O un pantano.
—Vaya a saber. Pero tiene agua, eso sí. Y la visualizo a esa pile, o lo que fuese, abajo de la cabaña.
—Qué cabaña.
—La del principio del cuento que leímos recién, Tío Marce. La cabaña con el deck.
—Interesante. Yo pienso más en una pileta: hay complejos de cabañas con piletas de natación.
—Es cierto, es más natural.
—Ojo, Pukkitas: a veces lo “más natural” no es lo más efectivo.
—¿Por qué, máster?
—Porque puede hacerte deslizar hacia la rutina. Pensá que el arte fantástico y movimientos como el surrealismo o el expresionismo, por poner tres casos, no tienen mucho que ver con lo natural. Y con tu cabaña pasa algo así. Bastante antinatural la pintaste.
—¿En qué sentido, máster?
—No me decías recién que la pileta está abajo de la cabaña? Qué cimientos tan pobres… ¿No habrás querido decir que la pile está al pie de la cabaña?
—Es que todavía no lo sé, Tío. No lo tengo claro. Pero, pensándolo mejor, podría ir precisando un poco la situación escenográfica del cuento. Vayamos de vuelta a esos dos párrafos, si me permite.
—Adelante, Pukkas.
Ni idea tenía de la hora cuando salí del dormitorio a la penumbra del living de la cabaña, de cara al mar. Más allá del deck y de las dunas, la lejana claridad de la espuma de las olas se distinguía mejor que anoche.
—Le voy a dar un toque apenas, porque sé que eso me va a ir ayudando a entender mi propia historia:
Ni idea tenía de la hora cuando salí del dormitorio a la penumbra del living de la cabaña, de cara al mar. Más allá del deck y de la pileta enclavada entre las dunas, la lejana claridad de la espuma de las olas se distinguía mejor que anoche.
—¡Bien ahí!
—Gracias, máster. Y también podría agregar la luz de la luna brillando en la superficie de la pile.
—Querrás decir la luz del amanecer.
—Cierto que estaba por amanecer, no me acordaba. Aparte, es increíble cómo uno va sumando en la cabeza del lector motivos que arman la escena. Y eso, a medida que los vamos inventando.
—Totalmente de acuerdo, Pukkitas. Y fijate que vos mismo respondiste a tu pregunta, al plantear estas dudas e ir resolviéndolas. Vos no sabés muy bien para dónde dispara tu historia. Pero, al agregarle elementos escenográficos, una idea argumental puede despuntar. ¿Qué contendrá esa pileta, además de agua?
—Qué sé yo. A lo mejor algo peligroso.
—¿Ves? El propio hecho de escribir te ayuda a inventar.
—¿Entonces, máster, lo mejor es ir inventando sobre la marcha?
—Depende. Si debo responder desde mi experiencia, te cuento que yo me lanzo a escribir mis historias sin tener mucha idea de a dónde iré. Me encanta trabajar así, porque, llevado por el maravilloso placer de la escritura, sé que tarde o temprano algo aparecerá.
—¿Quiere decirme que no es aconsejable tener todo previsto en una lista de hechos? Una especie de escaleta de cine.
—Te comento, Pukkas, que jamás en mis talleres preconizo ninguna de las dos técnicas, porque es posible que lo que me sirve a mí pueda no servirle a todo el mundo. Considero que es muy injusto Stephen King cuando en su ensayo “Mientras escribo” afirma que el esquema preparatorio “es el último recurso del escritor, y la opción preferente del bobo. La historia que nazca tiene muchas posibilidades de quedar artificial y forzada”. Daniel De Leo, un excelente autor que formé en el TCyC hace ya más de veinte años, y que en 2023 ganó el Primer Premio en Cuento del Fondo Nacional de las Artes, no es precisamente ningún “bobo”. Pues bien, al menos en la época en que trabajábamos juntos, Daniel preparaba el esquema argumental de sus brillantes relatos, que jamás me resultaron ni “artificiales” ni “forzados”.
—En resumen, Tío, ahora entiendo por qué se impone en este caso la palabra “depende”.
—Tal cual, querido Pukkas. Y, consolidando esta enseñanza, permitime que te cuente una reflexión que recogí de Abelardo Castillo, el día en que me concedió la entrevista para mi libro “Taller de Corte y Corrección”.
—Soy todo oídos, máster.
—Gran paradoja: en mis clases, esa reflexión es lo que más cito de aquel encuentro, pero no aparece en el libro. Fuera de micrófono, me surgió una inquietud, y permitime que reproduzca el diálogo en estilo directo:
»—Yo te sigo en todas —le dije a Abelardo—. Aunque hay algo en lo que dudo.
»—Adelante.
»—Vos en alguna parte escribiste que “Si empieza a escribir sin saber adónde va, tal vez tenga suerte y consiga vender eso como literatura de vanguardia”. Una ironía, por supuesto. Sin embargo, hay autores de mis talleres que empiezan a escribir un cuento sin saber a dónde van, y les funciona.
»—En eso conviene hacer una distinción, Marcelo. Uno puede empezar a escribir una historia sin saber qué sucederá y cómo terminará. Y en el proceso de la escritura posiblemente descubra la ventana que lo llevará al final del relato. Se tira por esa ventana, y llega al desenlace. Pero el trabajo no termina ahí. Es necesario volver a los primeros párrafos para agregar algunos indicios que le sirvan de cimientos al final avizorado. Gracias a ese trabajo, ahora el final resultará coherente con todo lo anterior. Si el autor deja las cosas como le salieron, parecerá que no sabía a dónde ir.
—Un ejemplo, máster, para entenderlo mejor.
—Supongamos que el final descubierto tiene que ver con la sordera del protagonista. Si en el principio del relato ese personaje oye perfectamente, será necesario reacomodar aquel comienzo para volverlo sordo.
—Qué aclaración pertinente la de Castillo, máster.
—Totalmente. Y la moraleja vendría a ser esta, Puk…
—… sí, ya sé: “Con tener talento no te alcanza”.
—Muy gracioso. La moraleja en que estaba pensando es “Si te sirve trabajar con la escaleta, adelante; si te sirve escribir sin saber cómo terminará tu historia, adelante”.
—Concuerdo. Mientras la carne te salga sabrosa, da lo mismo que te divierta más asar con carbón o con leña.
—Buena comparación, Pukkas. Y puede que haya asadores a quienes les guste obtener las brasas tanto del carbón como de la leña.
—¡¿Cómo?!
—Te lo explico la próxima, ¿estamos?
Los capítulos anteriores de “Con tener talento no te alcanza” pueden leerse haciendo clic acá.
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