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Opinión 13 de octubre de 2024

A un año de la primera vuelta: poder y no poder

 

Por Jorge Raventos

Hace casi exactamente un año, el 22 de octubre de 2023, Javier Milei obtenía el 29,9 por ciento de los votos en la primera vuelta de las elecciones

presidenciales y con ese caudal se hacía de un boleto para participar en el balotaje de noviembre, que lo convertiría en Presidente de la Argentina, primer capítulo de la reconfiguración del sistema político que está en marcha.

En estos días, cuando la mayoría de los estudios de opinión pública destacan una caída de popularidad de Milei y de su gobierno conviene recordar cuál es el capital con el que empezó. Hoy ningún estudio le adjudica menos de 40 por ciento de respaldo (en general, oscilan entre ese mínimo y 46 por ciento), lo que parece evidenciar que el Presidente no ha perdido apoyo de su electorado propio y retiene parte del que se le agregó en la segúnda vuelta.

En los diez meses que lleva gobernando, Milei ha conseguido bajar la inflación, achicar la brecha cambiaria y reducir la tasa de riesgo país. Sobre todo ha convertido el equilibrio fiscal (“déficit cero”) en un logro sostenido y lo ha promovido a la condición de vértice de convergencia social, una base común desde la cual construir. Ese objetivo parece a esta altura compartido por buena parte de las fuerzas políticas y de los gobernadores. Hoy sólo algunos discuten el carácter fundante del equilibrio fiscal. Lo que no equivale, por cierto, a decir que impera la unanimidad, ya que a partir de ese punto de coincidencia lo que se pone en discusión son los procedimientos y la distribución de los esfuerzos. El Presidente se empeña en la aplicación rígida de dogmas anarcocapitalistas y concibe el equilibrio sobre la base de reducir las funciones del estado exclusivamente –como lo formuló al presentar el proyecto de Ley de Presupuesto- a “asegurar la estabilidad macroeconómica y el imperio de la ley. Cualquier otra cuestión puede resolverse a través del mercado o es competencia de los gobiernos subnacionales”. Milei no se propone corregir el modelo anterior, sino cortarle el oxígeno, dejarlo librado a su suerte o acelerar su descomposición. En este punto no encuentra suficientes socios.

Los gobernadores que se han mostrado dispuestos a colaborar con el gobierno central (algunos reincidieron esta semana cuando se discutió el veto presidencial al financiamiento universitario se han rebelado frente a las cifras de ajuste que el Presidente les reclama y defienden funciones del Estado de las que el gobierno quiere abstenerse: obras públicas, mantenimiento y construcción de rutas nacionales, tareas para las que el gobierno nacional tiene asignados fondos específicos.

La educación, la salud y el sistema jubilatorio claman –a través de los amplísimos sectores sociales involucrados en ellos- para que el esfuerzo pase primero por otros actores y otros rubros.

El poder del que puede

Con bloques legislativos pequeños y sin anclas territoriales propias, al gobierno le cuesta conseguir aliados para imponer su agenda más exigente al tiempo que su principal base de apoyo –la opinión pública- muestra algunos signos de desaliento.

A pesar de esas restricciones, el gobierno logró el miércoles sortear nuevamente el riesgo de que un veto presidencial fuera rechazado por el Congreso. El oficialismo lo consiguió colgándose del travesaño: en principio tuvo que evidenciar su dependencia de la ayuda legislativa del macrismo (Mauricio Macri esperó a último momento antes de disciplinar a su bloque en favor del veto para levantar el precio de una colaboración que, de todos modos, ratificó que el Pro no está en condiciones de encarar una estrategia autónoma, apenas puede mejorar su cotización como rueda de auxilio) y a eso necesitó agregar lo que algunos voceros libertarios definen como “trabajo artesanal”: pactar con algunos gobernadores y reclutar “héroes” (o, si se quiere, “soldados de fortuna”) dispuestos a emprender alguna aventura personal.

““El gobierno aprovechó las necesidades provinciales y profundizó las fisuras en casi todos los bloques opositores”, se quejó Cristina Kirchner. El Presidente probó que puede hacerlo: tiene ese poder.

“Creen que ganan, pero en realidad pierden, inevitablemente pierden- –reflexionó Miguel Pichetto, que se pronunció contra el veto-.”A nueve meses de gestión, deberían haber consolidado una mayoría parlamentaria institucional y acaban de consolidar el partido del bloqueo y la minoría. Ese no es el escenario que pueda llegar a interesar a los inversores y a mirar a largo plazo con cierto interés”.

Colgarse del travesaño

Si bien se mira, el costoso éxito del oficialismo residió en derrotar a casi dos tercios de la Cámara con un poquito más de un tercio de los votos de la Cámara, número suficiente para evitar la insistencia del Congreso contra el veto, pero a todas luces insuficiente para objetivos mayores. En lo inmediato la Cámara debe tratar la Ley de Presupuesto y la reforma de la ley 26.122, sancionada en 2006, presidencia de Néstor Kirchner, que regula el trámite y los alcances de la intervención del Congreso respecto de los decretos de necesidad y urgencia. Esa ley concede de hecho a los DNU una jerarquía mayor que a las leyes, pues les concede vigencia con la aprobación de una sola de las cámaras o con el mero no pronunciamiento de una de las cámaras, concediendo así al Poder Ejecutivo una facultad legislativa más extensa que al Congreso. La intención reformista tiende a quitar esa facultad extraordinaria al Poder Ejecutivo.

Para el tratamiento de estas dos leyes no se requiere aprobación de dos tercios, razón por la cual la minoría que alcanzó para avalar el voto presidencial no será suficiente para defender los porotos del oficialismo. El gobierno tendrá que empeñarse más y conseguir nuevos socios.

Ese es el sino del oficialismo al menos mientras no consiga estructurar y disciplinar una fuerza política propia de mayor magnitud que la que cosechó en la primera vuelta de octubre pasado.

El Presidente y sus equipos han demostrado, enfrentados a riesgos mayores, que no tienen prejuicios para emplear el instrumental típico de la política. Empujado por las circunstancias ha conseguido componer una apoyatura suficiente para defenderse. Pero sin fuerza propia ni una coalición consolidada detras de un programa se ve obligado a negociar asunto por asunto y respaldo por respaldo. Se ve sometido a lo que Karina Milei llamó “extorsiones”.

Desde una oposición firme pero comprensiva, Miguel Pichetto reclamó: “Expliquen el plan económico, adónde nos llevan, dígannos adónde van, porque ahora tenemos que abordar el debate del Presupuesto. ¿Qué es lo que expresan con este plan económico, que no sabemos cuál es? ¿Cuál es el ajuste al estilo de Martínez de Hoz?”.

Por ahora el programa es monotemático: equilibrio fiscal. Si en general se muestra remiso a la negociación, en ese punto es donde extrema la riigidez. Milei parece convencido de que la inflexibilidad lo favorece políticamente y apuesta a que la intransigencia en su programa de ajuste lo convierte en un eje de reagrupamiento frente a un paisaje político de dispersión en el que él se encarga de pintar como amenaza al kirchnerismo. Por eso fogonea una polarización y toma al kirchnerismo como oposición emblemática. Esa agresividad busca además crear un cordón sanitario que limite las chances de que el resto de la oposición se asocie con los bloques numerosos de Unión por la Patria. Ese cordón ya empezó a romperse.

El clamor de Cristina

Cristina Kirchner, por su parte, acepta satisfecha el papel que Milei se muestra dispuesto a otorgarle, pues quiere monopolizar el rol de principal figura opositora. Asume entonces el papel de sparring, que apalanca su protagonismo: polarizar también es buen negocio para ella.

La expresidente, parece dispuesta a postularse a la presidencia del pejotismo. “Hoy, más que nunca, estamos obligados a enderezar lo que se torció y ordenar lo que se desordenó para construir el mejor peronismo”, acaba de declarar después de que algunos de sus seguidores lanzaron un operativo clamor para promoverla como jefe del PJ. Se trató de un clamor con poca resonancia. Un justicialismo conducido por ella dejaría afuera a una anchísima franja del público y los cuadros peronistas.

Aunque ella trata de introducir matices reformistas en su discurso tradicional, incorporando materias que parecían serle ajenas (el equilibrio fiscal, la reforma de las leyes laborales) con ella no se trata de discursos: ella misma es el mensaje. Aunque quisiera trascender el rígido corset kirchnerista para romper el aislamiento en el que su fuerza luce enclaustrada, la física de la política la empuja a retornar a su rol: puede silbar una melodía que suene bien a públicos ajenos pero está atada a las expectativas de su propio sector. Su trayectoria es más elocuente que sus palabras y determina lo que ella representa.

Ella observa que los mismos estudios de opinión pública que destacan la existencia de un público fiel que no baja del 25 por ciento con mayor peso en el conurbano, registran la prevalencia de las menciones negativas sobre ella y se inquieta ante el crecimiento de una opción, que se encuadra bajo el rubro “peronismo no kirchnerista”, que ha trepado a una tercera colocación en la opinión pública (después de “libertarios” y “kirchneristas”), con mediciones de dos cifras que representan más de la mitad del caudal atribuido al “kirchnerismo”. Allí parece prefigurarse una base para intentos de renovación peronista alejados del kirchnerismo, abiertos a un programa actualizado, a nuevas alianzas y una definición federal.

Con la polarización con Milei que el kirchnerismo busca y encuentra, la señora intenta bloquear esa posible alternativa independiente y absorber a ese sector de la opinión pública de simpatías peronistas, del mismo modo que el Presidente pretende, con análogo recurso, quedarse con el grueso del público antikirchnerista que todavía sigue al macrismo o a la UCR.

Los tironeos en el Congreso son un aperitivo de los reordenamientos que conducen a la elección de medio término, de aquí a un año.

Se mide la gestión de Milei, sus relaciones con el Congreso, con la Justicia, con las leyes y con los medios (y, obvio, con la sociedad, con la calle). Se mide lo que vendrá después de Milei.P+& de la primera