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Cultura 23 de septiembre de 2024

Con tener talento no te alcanza: La revelación de Tío Perverso

En medio de una extraña desesperación, Pukkas empieza a conocer la naturaleza de su origen, guiado por las suspicaz información que le brinda Tío Marce.

Sin dejar de mirar con desesperación a Tío Marce, quien detrás de los aromáticos efluvios de su pipa y superpuesto al paisaje costero lo espiaba con unos ojos entre indulgentes y entristecidos, Francisco Javier Pukkas intentaba balbucear el nombre de su novia. ¿Pero qué sonidos podrían salirle de los labios, si efectivamente le era imposible recordar tal nombre? ¿Cómo pronunciar lo impronunciable, por olvidado?
O por ignorado, pensó, con un espasmo de horror.

Pero no, aquello no era posible: ¿cómo podía ignorar el nombre de su novia, de esa chica con quien tan bien se sentía y que lo hacía tan feliz a todas horas? ¿Estaría adolesciendo de un infarto cerebral? Se preguntó si a la edad suya, tan lejana de la ancianidad, también podía sufrirse esa terrible enfermedad que es el Alzheimer, o al menos podía padecerse un especie de anticipo de la demencia senil.

-No me acuerdo -dijo, con la lengua seca-. No puedo acordarme. Y no entiendo por qué.

-¿De qué cosa no podés acordarte, Pukkas? ¿Del nombre de tu novia, o de la edad tuya, “tan lejana de la ancianidad”?

A Pukkas lo cruzó un escalofrío, sintió que se ponía pálido: ¡tampoco podía recordar su edad, su propia edad, y para colmo el máster acababa de leerle el pensamiento!

-¡¿Qué me está pasando, Tío Marce?!

Ante esa exclamación que ponía los pelos de punta, una nena que caminaba con la madre por la arena seca rumbo a la salida de la playa se dio vuelta para mirarlo, asustada en su curiosidad. El máster esperó a que las dos se alejaran, y dijo, con la voz más serena que pudo:

-Hay una explicación muy sencilla, Pukkitas. Y quiero que mantengas la calma cuando te la revele. ¿Me lo prometés?

-¡No le aseguro nada, Tío Farsante! Desde hace varios encuentros que usted se está mostrando muy misterioso conmigo. ¡¿Qué es lo que realmente está sucediendo, quiere decirme?!

Y entonces, cuando Pukkas oyó de labios de su personal trainer literario lo que realmente estaba sucediendo, todo se le oscureció alrededor, y ya no pudo distinguir ninguno de aquellos elementos que hasta ese instante habían configurado el paisaje del balneario: desaparecieron las chicas, la orilla, los surfistas y las olas y el chillido o el graznido o como demonios se lo llamara a eso que hacían las malditas gaviotas. La mismísima Mar del Plata desapareció.

Ahora él se encuentra delante de aquella biblioteca inconmensurable, y bajo la vigilancia de la sombra que lo acecha siempre en el horrible escenario de su pesadilla. Y lo más tremendo es que no sueña. Para nada sueña, porque sus sentidos están siendo bombardeados por la misma técnica estilística que han venido estudiando con el máster en las más recientes columnas de Con tener talento no te alcanza: Pukkas puede oler el olor a humedad de los libros que revientan las estanterías de madera musgosa; puede oír los rumores indistintos de la sombra, que sisea como un reptil, desaprobándolo; puede palpar el polvo de aquellos volúmenes cubiertos de telarañas y carcomidos por los ácaros y demás bichos.

Sabiendo con lo que va a encontrarse, se acerca a un anaquel cualquiera y retira un libro-espejo cualquiera y lo abre en una página cualquiera. Según sucede siempre que Pukkas abre un espejo-libro en la pesadilla tan tenaz que le viene desangrando el alma, él espera no ver su reflejo sino el vacío. Pero, esta vez, el espejo que es ese libro que no es un libro sino un espejo no está vacío de ninguna imagen. Hay una imagen, sí. Aunque no es la imagen de la cara de Francisco Javier Pukkas, sino la de la cara de Marcelo di Marco, con pipa y todo.

Entonces, se dice Pukkas en un pantallazo de idea, Tío Marce no es la sombra. Tío Marce está acá, frente a mí y dentro del espejo, y la sombra a mí me acecha desde algún rincón oscuro de este mausoleo de libros.

Pero no tuvo ni un segundo para analizarlo, porque la boca del máster se abrió para lanzarle desde el espejo estas palabras, que sonaban onduladas como el fluir de un líquido:

-Es así como lo acabás de escuchar recién en la playa, Pukkitas, y perdoname que ya no pueda ocultártelo más, pero no me quedaba otra. Ustedes dos son puros inventos míos, como estaba tratando de explicarte antes de que te desmayaras. Sabelo de una buena vez: tu novia no existe, así como vos tampoco existís.

-¡No joda, Tío Marce, por Dios!

-No jodo, Pukkas, es la verdad. Si querés, te seguiré dando elementos para que lo compruebes.

-A-adelante -dijo Pukkas como mejor le salió, con un terror indefinible que trataba de mantener a raya como mejor podía.

-Hace poco le mandé a Alejandro Baravalle el Word de todo este material que vengo escribiendo.

-Qué material.

-¡Este, monicaco tricogramátido, estas columnas devenidas capítulos! Quería comprobar, con la lectura objetiva de Alejandro, si funcionaba o no la idea de que Con tener talento no te alcanza pueda ir convirtiéndose en una novela por entregas, sin dejar de ser un nuevo ensayo mío sobre escritura y creación literaria. Una metanovela, digamos. La opinión de Alejandro fue muy atendible: me dijo que el libro, en lo que llevaba leído, funcionaba como novela, pero que debía considerar modificar o reubicar el capítulo 2, porque vendría a interrumpir el fluir narrativo que suscitó el capítulo 1.

-La columna de las etimologías truchas. ¿Ese es el 2?

-Exacto. Por eso, para intentar dejar ese capítulo como está y donde está, se me ocurrió escribir en éste aquello de “¿Estaría adolesciendo de un infarto cerebral?”. ¿No ves? Escribí “adolesciendo” en lugar de “adoleciendo”, a propósito. Como para recordarle al lector esa barbaridad tan difundida por quienes aseguran que el adolescente adolece en vez de crecer. Ayer precisamente se me ocurrió escribir algo parecido, cosa que estoy haciendo hoy, para establecer un vaso comunicante entre un capítulo y otro. Y les conté esa intención a los invitados que vinieron a La Anita a festejar conmigo el primer año que llevo de columnista en LA CAPITAL. Entre otros, además del gran poeta Rafael Felipe Oteriño, se contaban en primera fila Dante Galdona y Rocío Ibarlucía, mis dos editores de la sección Cultura. Ellos también creyeron que la aparición de un juego semejante podría equilibrar desde el presente capítulo la deficiencia que justamente apuntó Baravalle en el comienzo de esta novela.

¡Cuanta crueldad toda junta! A cada palabra de Tío Marce, Pukkas se iba convenciendo -se iba terminando de convencer, mejor dicho- de que aquello era verdad, por más demencial y horroroso que sonara. Se negaba a reconocerlo, pero se iba sintiendo como aquel Buzz Lightyear de la peli Toy Story cuando se entera de que es un juguete y no un soldado del espacio, y así le sobreviene una depresión invencible. Y entonces fue que a Francisco Javier Pukkas se le ocurrió este pensamiento salvador: ¿Cómo es posible que yo, si en realidad no existo, pueda recordar perfectamente a aquel personaje de una película que, por no existir, no pude haber visto nunca jamás?
-Porque soy yo, querido Pukkas, quien te está haciendo recordar a Buzz -se apresuró a decir desde el espejo la cara del máster-. ¿No te das cuenta de que te estoy respondiendo a un pensamiento sin tener necesidad de que lo hayas verbalizado? ¿Qué soy? ¿Un adivino que te lee la mente, como “pensaste” reci…?

-¡Arrrggghhh! -Pukkas alzó por encima de su cabeza el libro-espejo y enseguida lo estrelló contra el piso, a lo cual huyeron perdiéndose entre las tinieblas un par de ratas que estaban olisquéandole los pies. Los añicos brillaban apenas entre las sombras en extrañas esquirlas hechas de una mezcla indivisible de vidrio y de papel apergaminado.

Entonces Pukkas sacó del anaquel un nuevo libro, y lo abrió. Y sucedió lo que suponía: la imagen y la voz de Di Marco no se hicieron esperar.

-Todo estaba pactado, Pukkitas, todo.

-De qué pacto habla, Tío Perverso. -Apenas le salió a aquella entelequia una vocecita desamparada: nada le importaba demasiado ahora, pero se dijo que era mejor saber cuanto antes toda la verdad acerca de su identidad (o de la ausencia de ella, mejor dicho).

-Hablo del pacto que fundamentó tu creación, ni más ni menos.

-Mi creación… -repitió Pukkas, aunque como desahuciado.

-A punto de radicarnos con Nomi en Mar del Plata, se me ocurrió acercarme al diario para dejar en la Redacción del suplemento cultural un ejemplar de la nueva edición de Taller de Corte y Corrección. Lo acompañé con una esquela en la que les avisaba a los responsables que estaba viniéndome a vivir acá, por si querían mantener correspondencia.

-Y qué pasó.

-La respuesta que Dante me envió por WhatsApp fue contundente. Pero mejor te la cuento en el próximo capítulo. Mientras lo pienso, voy a pedirle a Jorge Estefanía que prepare una buena imagen para ilustrar este, así profundizamos en la idea de la metaficción y de la puesta en abismo.

-¿Lo qué…?

-Yo me entiendo, Pukkas, yo me entiendo.

Nota de la Redacción: los capítulos anteriores pueden leerse en La columna de Marcelo Di Marco



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