Tenemos que hablar de Roa Bastos: “Yo, el supremo” cumple 50 años
Este año se cumplen 50 años de la publicación de la novela del escritor paraguayo, una ficción que se construye en torno a una voz inspirada en el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840).
Augusto Roa Bastos.
Por Ivo Marinich
Hablemos, por favor, de Augusto Roa Bastos. Hablemos hasta que el apellido nos resulte insoportable; que quede amarrado en algún rincón visible de la memoria.
Roa Bastos. Roa Bastos. Augusto Roa Bastos. Tenemos que hablar de Roa Bastos. Pero evitemos bagatelas como la fecha de nacimiento o ese 26 abril que nos dejó para siempre. Hablemos sin detenernos en su persona. Porque Roa Bastos, en realidad, nos interesa, como decía él, en tanto mediador: lo que verdaderamente importa son sus libros. Hablar de Roa Bastos es, entonces, reivindicar su obra.
¿Es suficiente publicar un libro para evitar el olvido? No, y ahí radica el problema. ¿Y si ese libro fuera extraordinario, excepcional, “supremo”? Tampoco, lamentablemente. Salvo los lectores asiduos -aunque no ofrecen garantías-, salvo los coterráneos que lo erigen en adulación y reconocimiento, cuando uno menciona el apellido del escritor paraguayo -¡Roa Bastos, Roa Bastos!-, no resuena lo mismo que al decir Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Onetti o García Márquez. De modo que obras excepcionales como “Yo el supremo” o “Hijo de hombre”, igual que especies en peligro de extinción, corren el riesgo de caer al fondo de los estantes de bibliotecas y librerías, es decir, a las fauces del olvido polvoriento.
Hablemos, por favor, de Roa Bastos. Comentemos el bisturí de su prosa musical y la capacidad indómita de develar las anfractuosidades del poder; aprendamos guaraní a través de sus libros; adentrémonos en las vísceras de la Guerra del Chaco y descifremos la calidez humana de una cultura que se resiste a ceder su identidad frente a la acometida de los dispositivos modernos.
Hay voces literarias que habilitan nuevos sentidos y extienden las fronteras del mundo. Roa Bastos. Roa Bastos. Hay textos que se mofan de los estereotipos y pujan contra el sentido común. Hay obras que se alzan como baluartes frente a la máquina uniforme y plastificada de la industria cultural. Augusto Roa Bastos.
Hablemos de grandes autores para fomentar grandes lecturas. Roa Bastos. Que los apellidos sean invitaciones para embutir la (limitada) realidad sensorial con estímulos literarios. Roa Bastos. Que al terminar una lectura seamos personas diferentes.
Hablemos de la figura totalitaria en la obra maestra “Yo el supremo”; veamos descarrillar el tren, una y otra vez, en “Hijo de hombre”; apreciemos la sutileza y profundidad de los cuentos que componen “El trueno entre las hojas”; conozcámos la sombra de Cristóbal Colón en “Vigilia del Almirante”; sigamos el derrotero adrenalínico del narrador prófugo en “Contravida”, pero sobre todo hablemos, por favor hablemos de Roa Bastos.
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