Diario de lector: “La gente común”
Por Gabriela Urrutibehety
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El lector que escribe un diario lee “Leche merengada”, de Paula Tomassoni, una novela construida en torno a un universo mínimo: los días cercanos a la Navidad de una mujer común. Categoría ambigua, si las hay, esta de la “gente común”, piensa el lector mientras observa cómo ese pequeño universo temporal se expande hacia atrás, a la infancia, y hacia los costados, hasta abarcar toda la familia que se reunirá –y los que no estarán- en la mesa de la noche del 24. Un universo de primos, tíos, abuelos en distintas épocas, en distintos episodios, generalmente vinculados al calor del verano.
A la familia de Marina, la protagonista, no le ha pasado ni más ni menos que lo que les pasa a todas las familias que –felices o no, pese a la fórmula tolstiana- se parecen. Preguntado que fuera cualquiera diría que en las “familias comunes” y a las “personas comunes” no les pasa nada, pero la novela de Tomassoni prueba todo lo contrario: el fértil terreno narrativo que hay en las “vidas comunes”.
¿Qué recursos pone en juego la novela para lograr esto? El lector que escribe un diario piensa básicamente en dos. En principio, la minuciosidad que no agota, sino reivindica el poder de la sugerencia. Todas las familias tienen secretos, eso ya se sabe, secretos con los que siguen adelante, como pueden. Secretos que vienen de lejos, murmurados entre dientes, y nadie termina por saber cómo es que alguno de los miembros –siempre pasa- no está enterado o está enterado a medias. Tomassoni toma esta estrategia de la supervivencia familiar y la convierte en eje de la construcción narrativa de “Leche merengada”.
El otro es el sentido del humor que se despliega en escenas memorables como la del descongelamiento de un cordero atrapado entre un corte de luz y un embotellamiento de tránsito. Marina debe transportar el cordero navideño desde un sector de la ciudad que ha quedado sin energía a una heladera salvadora en la otra punta: un corte de tránsito y una delirante incursión a la comisaría completan el escenario.
El clima de sofocamiento, de estar perdida en un atolladero del que es difícil salir y de tener que explicar por sospechoso lo que es obvio y evidente, más allá de lo delirante de la situación, tira las líneas centrales de un relato que luego se sosiega pero no decae. De la misma manera actúa la escena de la muerte de sus dos tíos Enriques: poner en antecedentes a los lectores para que vaya sabiendo cómo se corta el bacalao en esta familia.
Qué le sucede a Marina, una mujer recientemente separada, con dos hijas pequeñas, en esos días ubicados en torno a la Navidad, qué piensa, qué recuerda, qué desea, son las preguntas que guían el relato hacia territorios conocidos, frecuentados por cualquiera, pero que a la luz del calor de ese diciembre sudamericano aparecen bajo otra perspectiva: la de saber que todo eso vale la pena ser contado.
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