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Opinión 7 de julio de 2024

Sturzenegger, Caputo, Francos: tejer y destejer

Panorama político nacional de los últimos siete días.

Por Jorge Raventos

Esta semana el gobierno incorporó un nuevo ministro. Federico Sturzenegger no reemplaza a nadie: Javier Milei creó para él un nuevo ministerio: el de Desregulación y Transformación del Estado. Hasta el momento, Sturzenegger cumplía funciones como asesor del Presidente, al que había ofrecido tanto el proyecto que se transformó en decreto de necesidad y urgencia número 70/23 como el que se convirtió por algunas semanas en un intento de “ley ómnibus” (y terminó, con 500 artículos menos, transformado en la Ley Bases que la Casa de Gobierno reclamaba).

El arribo de Sturzenegger tendrá seguramente consecuencias en la marcha del gobierno. Nadie ignora su influencia sobre el Presidente, que ve en él un artesano de la desarticulación del Estado que teoriza y practica con quien comparte construcciones teóricas. Tampoco desconoce la mayoría de los funcionarios que la presencia del nuevo ministro inquieta a Luis Caputo, economista como él, no sólo porque lo percibe como un competidor potencial por la cartera que él ocupa, sino porque varias de las funciones asignadas al flamante ministerio se solapan con las incumbencias de Economía. Si a estas circunstancias se agrega que la relación entre ambos arrastra cargas muy pesadas de la época en que los dos servían al gobierno de Mauricio Macri, no deja de ser plausible el pronóstico de tormenta que muchos rumorean.

También es posible que en la Jefatura de Gabinete contemplen con cautela la llegada de Sturzenegger. El nuevo ministro suele pronunciarse filosamente sobre sindicalistas y políticos con los que Guillermo Francos interactúa para cumplir su función de ampliar la sustentabilidad del gobierno y permitir que el Congreso le apruebe sus leyes. Francos trabaja sobre el costado pragmático de Milei, mientras Sturzenegger consolida su borde abstracto o profético. Puede ocurrir que uno termine desenhebrando lo que el otro teja. Pero estas por el momento son conjeturas.

Luis Caputo.

Luis Caputo.

Entre Perón y los cambios tecnológicos

El último lunes se cumplieron 50 años de la muerte de Juan Domingo Perón: primero de julio de 1974. A medio siglo de su partida y a poco menos de uno de su irrupción en la historia política del país, la figura y las ideas de quien fue tres veces presidente siguen ejerciendo un poderoso influjo y no dejan de alimentar tanto amores como aborrecimientos.

Desde que él falleció la Argentina y el mundo han experimentado cambios colosales. La bipolaridad de la guerra fría concluyó con la victoria del capitalismo, la disolución de la Unión Soviética, la unificación alemana y la emergencia de China como segunda potencia mundial a partir de las reformas de mercado impulsadas por su Partido Comunista y el establecimiento de una nueva estructura de poder internacional determinada por la competencia y la cooperación de sus dos grandes protagonistas, Estados Unidos y la República Popular presidida por Xi Jinping.

Pero donde más extensa e intensamente se han manifestado los cambios es en el terreno de la tecnología. En los años del breve último gobierno de Perón no había teléfonos celulares y sólo en la siguiente década irrumpirían las computadoras personales. Para que empezara a desplegarse Internet habría que esperar a los años 90.

Perón había podido acceder a un aparato de fax en su casa de Madrid apenas unas semanas antes de regresar a la Argentina. Hoy ya es casi antiguo comunicarse por correo electrónico: ahora preferimos el whatsapp o el zoom; hay robots, nanotecnología, vehículos autónomos y estamos ingresando en la era de la Inteligencia Artificial.

Tomando en cuenta la actualidad e importancia de ese punto así como el interés demostrado por el presidente Milei en conectar a la Argentina con esos desarrollos, evidenciado por sus contactos cercanos con figuras de enorme influencia en el sector, como Elon Musk, resulta tentador conectar een este momento el tema Perón con la cuestión tecnológica.

“Lo único permanente es la evolución”, había dicho Perón. Y si su pensamiento mantiene vigencia es precisamente porque advirtió la necesidad de adaptarse a los cambios que propone la historia y esforzarse en preverlos atendiendo a la realidad por encima de teorías o doctrinas, para “fabricar una montura propia” que permita cabalgar la evolución defendiendo y promoviendo en ese recorrido el interés nacional.

Para Perón la realidad está sometida a un fuerte determinismo tecnológico, él explicaba que “la evolución histórica marcha con la velocidad de los medios que la impulsan” y que había que adaptarse a esa realidad.

Hay momentos en que la evolución anda a tranco lento y otros en los que adquiere velocidad de vértigo. La era agrícola, que transformó a nómades cazadores y pescadores en agricultores y ganaderos duró unos 9.000 años. La era industrial se inició en Europa tres siglos atrás. Alvin y Heidi Toffler vaticinaron en los años 80 que el mundo estaba ingresando en una tercera etapa. en la que lo característico sería la tecnología más que la industria, el trabajo intelectual antes que el físico. Probablemente ni ellos mismos supusieron que esa tercera ola avanzaría sobre el planeta con tanta velocidad. Hoy estamos navegando la Cuarta Revolución Industrial, marcada por avances tecnológicos emergentes en una serie de campos que incluyen robótica, cadena de bloques, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D, vehículos autónomos y, en rol protagónico, la Inteligencia Artificial – capas superpuestas de software que trabajan inspiradas en el funcionamiento de las reacciones de las neuronas cerebrales- , que es el portal para cambios aún más revolucionarios: se trata de sistemas capaces de aprender, se trata de la producción de productos por medio de productos capaces de aprender y, potencialmente, de darse órdenes a sí mismos.

El gran intelectual israelí Yuval Noah Harari se pregunta: “¿Qué pasaría una vez que una inteligencia no humana sea mejor que la del ser humano promedio a la hora de contar historias, componer melodías, dibujar imágenes y escribir leyes y escrituras?”.

Tecnología, progreso, desempleo

Pero no hay chance de frenar la película. El desarrollo tecnológico es irreversible y sus avances han sido habitualmente acompañados por cambios en la naturaleza del trabajo y han destruido algunos tipos de trabajo. En 1900 el 41 por ciento de los estadounidenses trabajaba en el sector agrícola. Para el año 2000 la cifra era de solo el 2 por ciento y hoy apenas supera el 1 por ciento.

El crecimiento industrial clásico ha estado en general ligado a la creación de empleo, ha proporcionado oportunidades laborales para personas con habilidades básicas, aunque no especializadas (como operarios de fábrica, trabajadores de montaje, conductores) y también para muchas con formación más sofisticada.

Cuando la presión de las organizaciones obreras imponía altos costos salariales las empresas tendían a reemplazar trabajo humano con inversión en máquinas y tecnologías. Cada ola de ascenso tecnológico mejoraba la productividad y deprimía los salarios por un período, lo que derivaba en la. conveniencia ,nuevamente, de ocupar mano de obra, habitualmente con mayor exigencia de calificación. Empleo, productividad y rentabilidad empresaria no se presentaban como elementos radicalmente disociados en el capitalismo industrial clásico.

Pero hace casi un siglo, John Maynard Keynes entrevió problemas más complicados: “El desempleo tecnológico –escribió en 1930- podría ser ocasionado por nuestra capacidad de economizar trabajo humano a un ritmo que supere nuestra capacidad de encontrar nuevos usos de ese trabajo humano”.

Más allá de oscuros pronósticos que presagian un gobierno de las máquinas, indudablemente la Inteligencia Artificial produce consecuencias en el mundo del trabajo.

La Cuarta ola ya puede reemplazar tareas rutinarias y repetitivas en un amplio espectro de industrias. A través de herramientas de Inteligencia Artificial puede reemplazar también otros trabajos, no rutinarios (el caso de los vehículos sin conductor humano es un ejemplo notorio). En su búsqueda de eficiencia las empresas procuran alcanzar las tareas más sofisticadas, buscan seleccionar los procedimientos más eficaces en el desarrollo de esas tareas, normativizarlos y generalizarlos; así, con procedimientos muy avanzados para procesar información, pueden dividirse las tareas más complicadas en pequeños pasos simples y programables, en una suerte de taylorismo tecnológico que reproduce la cinta de montaje de la primera industrialización.

Como apunta el argentino Eduardo Levi Yeyatti: “aquellos que piensan que se van a crear tantos trabajos como los que se van a destruir están mirando por el espejo retrovisor. La historia ha ido desplazando al hombre en las tareas musculares, luego en las tareas cerebrales rutinarias y ahora está sustituyéndolo en tareas más sofisticadas y calificadas. La Inteligencia Artificial finalmente reemplaza a la inteligencia. Entonces no es que van a aparecer otros tipos de capacidades que nosotros no sabíamos que teníamos, pero que vamos a usar para los nuevos trabajos. No. La IA, a nivel técnico, va a poder reemplazar la inmensa mayoría de las tareas que nosotros desarrollamos en lo que hoy consideramos trabajo”

Hay que leer ese diagnóstico en el contexto de una Argentina que tiene la mitad de su población debajo de la línea de pobreza, casi 8 por ciento de desempleo abierto y altísimas tasas de empleo precario y no registrado, cifras que no son precisamente el resultado de un desplazamiento por obra de la incorporación tecnológica, sino de la ineficiencia de un sistema que, pese a algunos esfuerzos, se mantuvo amarrado al pasado y fue incapaz de seguir el ritmo de la evolución.

Para Perón la tecnología era un determinante central, pero reconocer ese determinismo no implicaba someterse dócilmente a él. La política debía “crear la propia montura” para transitar la evolución preservando y desarrollando en ella el interés y la impronta de la nación. En ese sentido, ese pensamiento reclama armonizarse con otros; el trabajo, en primer lugar (“Para el peronismo existe una sola clase de hombres, los que trabajan”, escribió Perón en las 20 verdades de su movimiento).

Cambio tecnológico y anquilosamiento político

Los cambios inducidos por la vertiginosa irrupción de las nuevas tecnologías no generan armonías espontáneas. Es preciso inducirlas a través de la acción política.

Las actuales han producido aquí y en el mundo efectos sobre todas las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales preexistentes, han dado origen a vastas oleadas de protesta política así como a cambios diametrales en los elencos de gobierno y en los parlamentos. Las recientes elecciones en Francia, los cambios que se evidencian en los comicios para el parlamento europeo y la crisis de autoridad que padece Estados Unidos en vísperas de la crucial elección presidencial de noviembre muestran que estamos ante un fenómeno global.

En la Argentina se han combinado algunas consecuencias de ese cambio planetario con el anquilosamiento de los tejidos propios, lo que también desarticuló el sistema político preexistente y allanó el camino para el ascenso de un “outsider”, como el actual Presidente. La crisis ha corroído partidos e instituciones: el oficialismo sufre tironeos y cariocinesis; su principal aliado, el Pro, está atacado por una notoria división destinada a influir sobre el gobierno; la Justicia está cuestionada, las policías sospechadas, la educación desfinanciada.

El país tiene ante sí un desafío múltiple: necesita incorporar las inversiones y la tecnología que lo reinserten activamente en las redes productivas, comerciales y culturales avanzadas; tiene que limpiar los establos de Augias de sus instituciones y, simultáneamente, tiene que rescatar a millones de compatriotas, principalmente jóvenes, desplazados, precarizados y muy pobremente formados para integrarse al mundo del trabajo, inclusive desde las tareas más simples. El desafío reside en abrazar, asimilar, aplicar y contribuir a la producción de las nuevas tecnologías con la mirada puesta en la incorporación de trabajo argentino.

En el horizonte que proponen la impetuosa revolución tecnológica y la sociedad del conocimiento, es preciso resignificar el papel de la educación, que es en estos tiempos, como señalara Juan Pablo II, el nuevo nombre de la justicia social. Hoy es central recuperar a millones que sufren un destino de descarte, (para usar el término que emplea el Papa Francisco), y capacitarlos para que puedan desarrollarse en el mundo del trabajo y el estudio. Es una misión que compromete al Estado central, a provincias y municipios y también a sindicatos, empresas y organizaciones de la sociedad civil. El país debe recuperar el crecimiento y sus ciudadanos deben estar en condiciones de realizarse en él. Aún reconociendo la tensión que puede existir entre las nuevas tecnologías y el trabajo humano, la solución no puede estar en cancelar uno de esos dos términos, sea demonizando la tecnología y magnificando sus peligros conjeturales, sea desentendiéndose de la suerte de los desempleados reales o potenciales, encomendándolos a su exclusiva responsabilidad o fortuna.

El acuerdo y después

En un muy saludable reingreso de la tradición federal, hacia la medianoche del lunes 8 el Presidente y la mayoría de los gobernadores suscribirán en Tucumán los llamados Pactos de Mayo, que están reescribiéndose a partir del texto propuesto por Milei el primero de marzo ante el Congreso modificado con las objeciones y sugerencias de los gobernadores.

Se sabe ya que habrá en ese decálogo un punto que en marzo Milei no había incluido: la defensa de la educación pública. Será un buen ingreso para encarar, a partir de acuerdos básicos, la ciclópea tarea de formación para el cambio que la Argentina requiere.

Lo más importante de los pactos que se firmarán el 8 de este mes es lo que venga después.