La historia de Francisco Comesaña: a los 8 años eligió dejar el fútbol y estudiar inglés porque quería ser tenista profesional
El marplatense que cautivó en su debut en el césped de Wimbledon atraviesa el mejor momento de una carrera que tiene una conmovedora historia detrás.
Francisco Comesaña se lució en su primer "grande" en Wimbledon.
Es marplatense, juega al tenis y causó sensación en Londres, con su impactante triunfo ante el ruso Andrey Rublev y el posterior en cinco sets sobre Adam Walton.
Y sí, Francisco Comesaña vive una realidad que se parece mucho a un sueño del que no quiere despertarse. Claro que detrás de este presente exitoso hay toda una historia que merece ser contada.
“Es todo muy lindo lo que pasó. Hemos disfrutado y también llorado mucho. Es algo muy fuerte. Increíble. No veo los partidos porque me pongo muy nerviosa. Pero esta vez era especial, así que tomé coraje y me senté frente al televisor. Pero cuando lo vi entrar a la cancha en Wimbledon, me quebré”, cuenta entre orgullosa y emocionada su mamá, Adela, uno de los pilares fundamentales.
Porque allí es donde empezó -y continúa todo-. En el apoyo incondicional del núcleo familiar, que también componen su papá, Agustín, y su hermano, Valentín, desde aquellos comienzos que, a esta altura, parecen lejanos y, al mismo tiempo, cercanos.
Su amigo del alma, Fran Aran, compañero desde Salita de 2 en Jardín de Gutenberg, lo invitó un domingo al Edison Lawn Tenis. Y “Come” -o el “Chino”- fue. Tenía 6 o 7 años y nunca más largó la raqueta.
Con su amigo Fran Aran. Se conocen desde que tenían dos años.
El director del club, Horacio Zeballos (padre) preguntó dónde estaba jugando, porque enseguida hacía los ejercicios sin dificultad. No podía creer que nunca había tenido contacto previo con el tenis.
El sacrificio y la dedicación siempre rinden sus frutos. Aunque a veces el camino se haga más largo o espinoso, no hay mejor receta posible.
Francisco era el último en irse del Edison. Cuando terminaba la práctica en la cancha, se iba solo al frontón y se quedaba horas pegándole a la pelotita.
Si hasta un vecino protestó porque la hija no podía dormir, porque cuando estaba en la casa, las paredes y el portón del garage sufrían las inclemencias de los pelotazos, una y otra vez.
Era indudable que había encontrado en el tenis su gran motivación. Claro que, conforme crecía y aumentaba su nivel de juego, también se incrementaban las exigencias. Había que hacer entrenamiento físico, lo cual comenzaba a restarle tiempo a todas las cosas que hace un chico a esa edad y que los deportistas de alto rendimiento no pueden hacer.
Estuviera en un cumpleaños, en la playa o la casa de un amigo, cuando llegaba la hora señalada, Francisco agarraba el bolsito y las raquetas y enfilaba para el club. “Jamás se quejó o protestó. Nunca lo hizo. Siempre estuvo decidido”, aclara Adela.
Y quienes lo conocen de verdad respaldan esa afirmación. De la misma manera que resaltan su bondad y humildad. “Es tan buen tenista como persona”, se escuchó seguido por estas horas.
San Isidro, el fútbol y una patada
Ahí estaba el tenista en formación, ganando casi todos los torneos que jugaba, pero sin pasar de categoría para seguir junto a sus amigos.
Hasta que se cruzó en su vida otra de sus pasiones, y se sumó al fútbol de San Isidro (aunque es un confeso hincha de Aldosivi). Además del tenis, entrenaba dos veces por semana con la pelota más grande, jugaba los domingos a la mañana por la Liga Marplatense y la tarde, los torneos del Edison.
Le iba bien con la camiseta número 9 del “celeste”. Hasta que un día le dieron una patada muy fuerte y llegó la sentencia. En la tranquilidad del hogar soltó: “Ya no voy a ir más a fútbol. Me van a lastimar y yo quiero seguir jugando al tenis”.
Evidentemente, tomó una buena decisión. El convencimiento lo tuvo en todo momento. Y no dejaba de sorprender a su familia. Como cuando tiempo después dijo: “Mami, llevame a inglés porque voy a ser tenista profesional”. Y entonces empezó a estudiar en Steps School of English. Tenía 8 o 9 años.
Más adelante, el sorprendido fue Agustín. “Papá, yo voy a jugar en Wimbledon” (se entenderá aún mejor, entonces, la montaña rusa de sensaciones que se vivieron este martes en la casa familiar en Punta Mogotes).
Eran tiempos de cargar los autos de los padres de dos o tres tenistas que ya no tenían rivales en el Edison, para viajar a los torneos de Grado 1, Grado 2 o Grado 3 por toda la provincia.
Poco después, junto a Ezequiel Santalla y Juan Pablo Grassi Mazzuchi, tomaron la decisión de mudarse a Kimberley, bajo la supervisión de Bettina Fulco. Cuando se terminó el tenis en la villa del “verdiblanco”, siguieron a Bettina a Teléfonos.
“Él decidía y nosotros acompañábamos. A lo sumo, lo aconsejábamos”, recuerda Adela.
En paralelo, también empezó a entrenar junto a Federico Cardinali, en la cancha privada de Larrea y Mitre. Y a prepararse físicamente con Claudia Castillo.
Hasta que la enorme distancia entre Punta Mogotes y Los Pinares se hizo insostenible para el día a día, y le puso fin a su etapa en Teléfonos.
Como ball-boy en la serie de Copa Davis entre Argentina e Italia, en el Patinódromo marplatense.
Y llegó el tiempo del Club Náutico, con el profesor Daniel Larreina al comando de sus continuos progresos. Era mucho más cómodo. Hasta podía irse en bicicleta desde su casa.
Ya había pasado el Sudamericano Sub 12 de Perú, su primner viaje afuera del país, con todos los miedos y precauciones. Cosechó un subcampeonato continental en equipo que compartió con Sebastián Báez y Bruno Caula.
Mudanza a Buenos Aires
En Mar del Plata casi no tenía con quién jugar. Y en un viaje a Buenos Aires, Nacho Asenzo le planteó la posibilidad de mudarse al Cenard.
Con el aval de la familia y todos sus sueños, Francisco partió hacia la capital. La gestión para conseguirle alojamiento en el Cenard fue de -las vueltas de la vida- Sebastián Gutiérrez, su actual entrenador.
Por esa época, entrenaba a diario con Alejandro “Toto” Cerúndolo y sus dos hijos, Francisco y Juan Manuel. Sin embargo, los progresos no eran demasiado evidentes.
Al año siguiente, y acaso entendiendo que no le prestaban la atención que merecía, tomó otra decisión importante. Viajó solo a Neuquén para buscar su primer punto de ATP. Y lo logró. Derrotó a Alejo Vilaró y Adela lo recuerda como si fuera hoy. “Celebramos como locos. Fue una gran alegría en ese momento. Estaba lejos de nosotros y empezaba a construir su camino”, afirma.
En segunda ronda perdió contra Facundo Argüello, a quien volvería a cruzarse nuevamente, en circunstancias totalmente diferentes.
Su tenis no avanzaba mucho, por ende tampoco los ingresos y el soporte económico de la familia a veces no era suficiente para “bancar” toda la estructura. Muchos viajes en solitario, resultados dispares y la llegada abrupta de la pandemia, que lo sorprendió en el exterior.
Alcanzó a regresar al país antes del cierre de fronteras, pero no antes del cierre del Cenard, con todas sus pertenencias adentro.
Volvió al amparo de su casa y su familia. Pero estaba hastiado y, encima, lesionado en una mano. Le costó recuperar. Entrenaba físico online (como todos), pero aún en aislamiento, a veces se las ingeniaba para entrenar a escondidas con Cardinali.
Con rumbo a Córdoba
En marzo de 2021, luego de un M15 en Villa María, volvió a cruzarse con Argüello, quien se estaba retirando como jugador para dedicarse a ser entrenador. Tras una prueba de 15 días, su lugar en el mundo pasó a ser Córdoba.
Vivió un año como huésped de la familia del tenista Benjamín Alarcón y su carrera comenzó el ritmo ascendente.
Bajo la tutela de Argüello le fue bien. Escaló del puesto 774° al 475° en seis meses, tras su gran estadía en Antalya Turquía y el título en el M25 de Villa Allende. Y al año siguiente despegó con los títulos en los Challengers de Corrientes y Buenos Aires. Pero terminó mal. Con 13 derrotas seguidas en primera ronda.
Cuando concluyó la relación con el entrenador cordobés, los interrogantes y retrocesos planteaban una nueva encrucijada para su vida y su carrera.
En Perú, su primer torneo fuera del país. Sudamericano Sub 12 junto a Bruno Caula y Sebastián Báez.
El ángel Gutiérrez
Quiso el destino, entonces, que volviera a encontrarse con Sebastián Gutiérrez. Sí, aquel que le había abierto las puertas en el Cenard y que se transformó en un sustento fundamental.
“Lo tranquiliza, lo apoya, le baja un cambio, lo cuida. Y también lo ayuda con su tenis. Con él, Francisco encontró su mejor versión”, dicen en su familia, aún conmovidos por todo lo que lindo que se ha dicho y escrito sobre él en estos días.
El resto es historia más reciente y conocida. Llegó a su primer gran objetivo de ser top-100 (su mejor puesto fue 87°), pero una inoportuna lesión lo dejó sin poder jugar Roland Garros y le hizo perder varios puestos en el ranking.
En el mundo del deporte profesional suele afirmarse -no sin razón-, que no es tan difícil llegar como mantenerse. En eso anda Comesaña. Con este capítulo de ensueño en Wimbledon, intentando hacer crecer su historia personal como tenista.
“Gracias por acompañarme en los peores y mejores momentos. Amo mi familia”, ha posteado más de una vez. Toda una sentencia que lo define a él y a su gente más cercana.
Junto a Horacio Zeballos (hijo).
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