La Huevósfera: historia de una noche larga y espectacular
Editada por Club Hem, La huevósfera es una novela del escritor, docente y licenciado en Comunicación Social marplatense Franco Dall’Oste.
Por Nicolás Verni
“…esta es la historia de la Huevósfera, y dentro de ella es que se mueve el Grupo de la Manzana, adoradores de Kali y de Eris; de la mente y su paranoia; de las ramificaciones del saber y de las “huevadas”; hijos de los 90, de las tragedias cotidianas de las clases medias y la culpa de clase marcada en la frente”.
No es en el paraíso ni en el infierno; La Huevósfera, opera prima de Franco Dall’Oste, transcurre en una especie de limbo o lugar intermedio, en una ciudad decaída que hace tiempo dejó de ser relevante, punto de reunión de una juventud elocuente, globalizada, literata, cinéfila, existencialista y rockera, grandes pensadores que por carecer de épica fabrican aventuras en cada rincón que los admita.
No estamos en el Village de los beatniks y aún menos en el París de la generación perdida. Son pibes de La Plata, en esa etapa llamada los veintipico, que van zafando la vida con plata siempre justa, formando una colectividad hedonista y soñadora que podríamos llamar «los hijos de los hijos de la democracia»: pibes desclasados que no tienen en claro contra quién luchar ni cómo hacerlo.
En esta novela los personajes son como sombras, los nombres se suceden unos a otros, se acercan un momento a la luz y luego desaparecen. No hay réquiem para ellos, ni siquiera para los que han marcado con más intensidad a Juan, el protagonista y narrador de esta historia, porque esta novela no quiere detenerse: enseguida nos lleva a otro lugar, con otras personas. Esta pluralidad forma una especie de gran personaje hecho de muchos nombres, las cabezas alocadas de los miembros del Grupo de la Manzana, una logia o fight club que vive bajo un domo imaginario al que denominan «Huevósfera», amenazados y a veces bendecidos por la presencia de una materia intoxicante llamada «kaos».
Es importante destacar la velocidad de esta historia. La Huevósfera es una novela que corre. Fiel al fantasma de Kerouac —uno de los autores de los que Dall’Oste se inspira— y el mítico rollo en el que creó En el camino, esta novela parece escrita de una sentada y nos vemos obligados a leerla de esa manera, como si fuera un cuento. Esto es una virtud: las páginas se pasan solas, las imágenes se funden unas con otras y de a ratos parece que estamos viendo una película o más bien un documental. En ese sentido, la descripción es otra de las fortalezas narrativas de Dall’Oste: es ahorrativo sin ser escueto, nunca se pasa y nunca se queda corto, sabe pintar su aldea con la cantidad justa de palabras e imágenes.
Leyendo esta novela uno puede imaginar una mínima distancia entre ficción y realidad. Como narrador, Dall’Oste es tan irreverente como sus personajes: alterna anárquicamente entre la tercera y la primera persona, algo que en teoría debería ser confuso o al menos disonante y que sin embargo pasa totalmente desapercibido, lo que habla de un escritor que domina la técnica y que conoce bien su estilo. Esta mención impresiona aún más teniendo en cuenta la juventud del autor: La Huevósfera fue escrita cuando Franco Dall’Oste tenía veinticinco años.
La Huevósfera es una novela masculina: las mujeres son a veces súcubos, a veces ángeles, siempre anheladas, siempre distantes, idealizadas y a la vez caídas. Tanto Mardou como Pilar —mujeres principales en esta novela y unos de los pocos personajes que Dall’Oste se detiene a describir en profundidad—, dejan su marca entre otras cosas por ser inalcanzables o imposibles de mantener. En el Grupo de la Manzana las mujeres son razón de competencia, pero nunca de traición. No se trata de lealtad: la ausencia de conflicto se debe a que no existe la maldad en esta historia, como tampoco hay apología, nostalgia o crítica. Esta no es una novela iniciática, no se trata de un joven que entiende cómo funciona la vida y que tras duras penas acepta su lugar en el sistema. Eso la vuelve fresca: Dall’Oste no quiere vendernos nada, incluso da la sensación de que está hablando solo, convirtiendo a su protagonista en una especie de máquina de narrar que, con el mismo azar con el que hace todo lo demás, elige contar historias de la Huevósfera.
Estos son relatos de una generación inmóvil o que pronto lo será: los jóvenes del Grupo de la Manzana son seres perfectamente adaptados, que se balancean entre ideales que no persiguen y frustraciones que mitigan con camaradería e intoxicación. Dall’Oste es un infiltrado, un camarógrafo que sigue a estos pibes y elige terminar su historia de la misma forma en la que ellos deciden sobre cualquier aspecto de sus vidas: por impulso, porque sí, porque pinta, porque esta historia podría continuar por siempre y sabemos que eso es imposible.
La Huevósfera es la historia de una noche larga y espectacular, de un tiempo lejano que acaba de terminar, antes de que las pantallas nos quitaran la capacidad de sorprendernos. Generación bisagra, los últimos en conocer un mundo que no se regía por lo inmediato, La Huevósfera es un testimonio de quienes supimos ser, un lugar al que podemos retornar en las páginas de Dall’Oste, al menos por un rato, hasta que pinte otra cosa.