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Policiales 9 de marzo de 2016

Aquella Maldita Policía

Las prácticas de la Bonaerense en 1996 quedaron reflejadas en las declaraciones de los asesinos de Cristian Campos.

Durante el juicio de octubre de 1997 se ventiló algo que subyacía en la lengua de toda una sociedad que todavía no estaba acostumbrada a llamar a las cosas por su nombre. Años de dictadura en los ’70, hiperinflación en los ?80 y banalidad disuasiva en los ’90 mantenían en cero la conciencia social. Apenas si comenzaban por esos años a surgir verdades dolorosas y el caso del Chavo Campos contribuyó para eso. Es cierto que el desnuque final para la Maldita Policía de Pedro Klodczyk se la daría meses después el asesinato de José Luis Cabezas, pero el primer golpe se lo dio el Chavo Campos.
Aquella policía de la que hablaba con orgullo (o complicidad) el gobernador Duhalde como la mejor del mundo era la Bonaerense. La Bona. Los cuatro imputados tuvieron que hablar en el juicio y cuando lo hicieron describieron con exactitud lo que era la institución.
Se puede resumir, en base a las aseveraciones de Jurado, Ciano, Rodríguez y Guiguet, que la Policía Bonaerense de los ?90 estaba conformada por hombres (y en menor medida mujeres) que no tenían la más mínima idea del trabajo que realizaban. Para empezar la descripción por lo más leve. Los policías bonaerenses no conocían el código de Procedimiento porque “lo único que vemos del libro es la tapa. Nunca lo leímos”.
Para proceder bien, los policías deben prepararse, capacitarse, aunque esto no sucedía con aquella policía. “En la práctica de tiro, durante la formación, hice uno solo con la Itaka y le pegué al techo. Con la ametralladora, de todas las balas, una sola dio en el blanco”, admitió uno de los imputados. Tampoco sabían qué hacer mano a mano con un individuo peligroso: “No me enseñaron defensa personal. Si ocurre algo tengo que actuar como cualquier persona”, confesó otro.
Pero si no tenían claro el Código de Procedimiento qué podría esperarse del Penal, con las graves consecuencias que eso acarreaba ya que no lograban distinguir los distintos delitos. “Sé que son delitos el robo, la violación y las actitudes sospechosas” dijo uno de ellos con acento sobre la última categoría. Las actitudes sospechosas eran las que daban lugar a la policía a actuar arbitrariamente ante cualquiera situación, en especial las que tuviera como protagonista a un “morocho”.
Y sin conocer las reglas del procedimiento ni las leyes penales, con escasa capacitación, los policías de la Maldita Policía no necesitaban nada más para ser un desastre. ¿O sí? Sí, una Institución corrupta, discriminatoria y represiva. “Apretamos a los delincuentes, a veces con golpes o cachetazos. Necesitamos presentar estadística y ellos nos dan así los datos”, por ejemplo. “Los apremios ilegales -dijo en el juicio sin sonrojarse uno de los imputados- son comunes y lo saben todos los jefes”.
Todo ese método tenía un sentido de ser: “El beneficio de apretar es para esclarecer los hechos y luego llegan ascensos. Hay que pasárselos al comisario, a un superior”.
Esa misma policía era la que causaba los delitos en lugar de evitarlos. “Jamás delatamos a un compañero que comete un ilícito porque le tenemos miedo a las represalias”, “es común que llevemos armas de nuestra propiedad. Las tenemos, a veces, para usarlas de ?perro?, es decir ponerlas en manos de alguien” y “las comisarías hacen arreglos con los detenidos” son frases que permiten reconstruir cómo era aquella Maldita Policía.
Algunas de esas prácticas no se desterraron definitivamente en la Policía Bonaerense.