Paula Bombara: “El arte, como la ciencia, siempre fortalece los movimientos democráticos”
En su paso por Mar del Plata para abrir las Jornadas “La literatura y la escuela”, la reconocida escritora, bioquímica y comunicadora científica habló con LA CAPITAL sobre el papel crucial de la lectura en la formación de los jóvenes y en la construcción de una sociedad democrática.
Paula Bombara ha sido recientemente reconocida con el Premio Konex 2024 en la categoría literatura juvenil.
Por Rocío Ibarlucía
Hablar sobre desaparición de personas, torturas, exilios, fosas comunes, apropiación de bebés, búsquedas de madres y abuelas es -claro está- una tarea ardua, pero resulta mucho más difícil narrar el horror de la última dictadura militar a niños y adolescentes. Quien lo ha hecho con gran destreza poética, enorme sensibilidad y una sencillez que al mismo tiempo invita al debate es Paula Bombara, como ya lo ha demostrado con la novela juvenil “El mar y la serpiente” publicada en el 2005 y más recientemente con “La sombra del jacarandá”, editada por Norma en 2023, con la que obtuvo el Gran Premio Alija (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina).
Escritora, bioquímica, comunicadora científica y militante de derechos humanos, Bombara (Bahía Blanca, 1972) ha desarrollado una obra comprometida con los derechos humanos y la necesidad de hacer memoria. A la vez, trabaja en Abuelas de Plaza de Mayo hace años, en parte por su historia personal, ya que su padre, Daniel Bombara, fue torturado y desaparecido en 1975.
Especializada en literatura para jóvenes e infancias, la autora de novelas como “La chica pájaro”, “Lo que guarda un caracol” y “La desobediente” reconoce en charla con LA CAPITAL que su obra se inscribe en un linaje de mujeres a las que admira: “María Elena Walsh, Graciela Montes, Elsa Bornemann, Laura Devetach, Silvia Schujer. De ellas surgimos una camada de autores que retomamos esos desafíos y seguimos adelante y a la luz nuestro seguramente surgirá otra camada que va a redoblar también la apuesta”.
Además, destaca particularmente a Liliana Bodoc y María Teresa Andruetto como sus “faros en la obra literaria”. Emocionada por su participación en la apertura de las Jornadas “La literatura y la escuela”, organizadas por la ONG Jitanjáfora y realizadas en Mar del Plata el 6 y 7 de junio, manifestó la alegría que le genera hablar antes de la presentación del último libro de Liliana Bodoc, “La literatura en tiempos de oprobio“: “Que estas piezas tan maravillosas del pensamiento de Liliana empiecen a encontrar un lugar editorial y salgan a la luz es una alegría”.
La autora también vino a la ciudad a presentar “Entender y Participar”, una colección relanzada por la editorial Siglo XXI, originalmente creada por Graciela Montes y Graciela Cabal en 1986 para reflexionar con los más chicos sobre problemáticas sociales aún vigentes, como la democracia, la justicia, los derechos humanos y de los niños, entre muchos otros temas. La versión actualizada, reelaborada por Montes y Bombara, apunta a generar debates sobre la vida política y a formar a los más pequeños en la ciudadanía democrática.
En charla con LA CAPITAL, Bombara repasa desde su primer libro hasta sus más recientes incursiones en temas de derechos humanos y destaca más que nunca el poder transformador de la palabra en los tiempos que corren.
“Como escritora, creo que más que nunca tenemos que seguir defendiendo el valor de la palabra”, dijo Paula Bombara a LA CAPITAL.
-¿Qué es lo que te llevó, en un comienzo, a escribir para jóvenes?
-Fueron una serie de causalidades, diría mi amiga escritora Sandra Comino. A mí siempre me encantó escribir, la escritura fue mi primera pasión, después elegí una carrera científica porque también me apasiona la investigación. Más tarde, pensando cómo volver a conectar con el mundo de la escritura, fui por el lado académico y empecé otra carrera, Filosofía, y mientras cursaba en la facultad me enteré de una charla que daba Graciela Montes, una escritora con quien yo me referenciaba, como con María Elena Walsh, Laura Devetach, esas mujeres que cuando yo era chica eran enormes. Entonces, me acerqué a ella, fue muy amorosa, me escuchó y me recomendó un taller literario que lo dictaba una profesora especializada en literatura para chicos y jóvenes. Y no me fui más. La verdad que es una comunidad en la que me encanta incidir en la formación como lectores, me gusta también desde el punto de vista de la investigación, de la formación, de la escucha que tenemos que dar de nuestra parte los adultos para poder estar atentos a qué les interesa y qué no. Me encantan los adolescentes sobre todo, aunque hace un tiempo estoy incursionando en lo infantil. A mí la escritura que me sale es ese borde, esos momentos de la vida, no importa los años que tengas, que sentís que te acercás a un abismo. Me sale situarme ahí.
-¿Y por qué? ¿Qué creés que es lo que puede hacer la literatura en la vida de los jóvenes?
-Creo que el arte en sí mismo no tiene una utilidad definida. El arte toca a cada vida diferente y provoca diferentes reacciones. Una obra de arte, sea de la naturaleza que sea, una canción, una escultura, un edificio, un libro o un poema, puede tocarte una fibra que te puede hacer tomar una decisión muy compleja a la que no hubieses llegado sin haber estado en contacto con ese sismo que te provoca el arte, porque no es la obra en sí, es lo que la obra genera en vos.
Por eso me resulta tan interesante el proceso de la lectura colectiva, porque vemos ahí cómo empiezan a aparecer los diferentes modos de entender lo que un autor compuso pensando en otra cosa y cómo esa obra en sí empieza a transformarse en caleidoscópica a la luz de las diferentes miradas. Me cautiva siempre ante el arte, ante la ciencia, ese proceso de resignificación que se da en los lectores, en los espectadores, o sea, cómo incide el arte en cada una de las vidas.
-“La sombra del jacarandá” empieza con una escena de lectura colectiva en la escuela nocturna, que genera un impacto transformador en uno de los personajes, un adulto al que le quedan resonando frases de un texto sobre los entierros clandestinos durante la dictadura. ¿Qué puede generar el hecho de compartir la palabra con otros?
-A las dos semanas de haber publicado la novela “El mar y la serpiente”, en 2005, fui a un colegio a charlar con los chicos. Y desde esa primera visita, que fue en un séptimo grado de una escuela del Estado de Ciudad de Buenos Aires hasta las miles que he hecho, siempre me cautiva la situación de lectura colectiva. La organización después de la lectura de quién va a preguntar; el desorden que se provoca después cuando empezamos a charlar; esa situación de que en lugar de rodear un fogón, rodeás un libro, una obra, una palabra; la búsqueda de una respuesta que todo un grupo capaz está esperando y yo doy otra; entonces lo que se produce en ellos, cuando escuchan lo que yo pienso o cuando yo pregunto quién va a responder, todo eso que sucede tan social, tan del orden de lo amoroso también frente a una obra a mí me cautiva.
“La ciencia como la poesía son esas dos miradas que están proponiendo preguntas permanentemente”.
-Pensando en esto que decís de la potencia que tiene la lectura a nivel social, ¿qué es lo que se juega en el acto de leer -tanto colectivamente como en soledad- que contribuye a que vivamos más democráticamente?
-Para mí, al poner en juego tu voz, tu palabra, al decidir qué decir, estás ejerciendo tu derecho a ser parte de una sociedad en la que tu voz es una más entre todas las voces. Además, la lectura habilita el espacio del decir y te da herramientas, porque capaz encontrás en una lectura, en una letra de canción, en una imagen de un cuadro, en un ensayo, herramientas discursivas que te permiten seguir avanzando en ese pensamiento que se te había trabado. Tenés una sensación, no sabés cómo expresarla y de golpe leés algo de otro que por la manera en que armó una frase te impacta justo en lo que necesitabas para poder decir. Capaz, como me han dicho algunas mujeres alrededor de la lectura de “La chica pájaro”, que en lugar de decir a otros lo que te está pasando, decidís prestar ese libro. Entonces ahí se empieza a armar una comunidad y creo que todo eso hace a la democracia, todo eso fortalece los lazos sociales entre las personas.
Estamos en un momento en el que se generan muchos contenidos muy cortos y la lectura de un libro, la lectura incluso de texto poéticos que son cortos pero demandan como una lectura detenida, lo que proponen es una demora, lo que proponen es que te quedes ahí, con ese personaje, que te encariñes, que te identifiques, que lo rechaces pero que te genere una sensación. A mí me parece que eso hace falta para fortalecer la democracia, sino empezamos a ser individuos que a tientas van tratando de satisfacer sus necesidades pero se pierde la satisfacción de construir algo más grande que vos, algo que te sobrepasa, que te haga sentir que sos parte de algo más grande. Es como cuando a los chiquitos los hacés partícipes de la organización de un festejo. Eso es algo muy lejos de lo que puede ser una vida bajo un gobierno totalitario, autoritario, censurador. Por eso me parece que el arte siempre fortalece los movimientos democráticos, la ciencia también.
-¿En qué sentido?
-Porque en la ciencia todo se hace en equipo. La ciencia como la poesía son esas dos miradas que están proponiendo preguntas permanentemente. En la proposición de una pregunta, siempre está la disposición a buscar la respuesta y ese proceso, más que la respuesta en sí misma, es el proceso de búsqueda la que fomenta, creo yo, el pensamiento democrático, porque uno nunca busca solo, siempre buscás aún cuando estés solo en ese momento, en tu memoria siempre estás acudiendo a palabras de otros y de otras. En la búsqueda nunca estás solo.
“La sombra del jacarandá” propone dos historias paralelas: dos adolescentes averiguan qué pasó con sus abuelos desaparecidos, mientras otra adolescente convence a su padre de dar su testimonio a la justicia como testigo de entierros clandestinos durante la dictadura militar.
-Muchos de tus textos literarios hablan sobre derechos humanos y dictadura (“El mar y la serpiente”, “La sombra del jacarandá”, “Historias de abuelas”), un tema que suele ser difícil de abordar, tal vez porque a veces se prefiere no hablar de ciertos temas con niños y jóvenes para “protegerlos”. ¿A qué creés que se debe?
-Lo que decís respecto de los pruritos del mundo adulto tiene que ver con el adultocentrismo a la hora de enfrentar la pregunta de la infancia. Las mejores preguntas van a provenir de los chicos. Por ejemplo, con “El mar y la serpiente” yo visito desde quinto grado, o sea, lectores de 10 años hasta universidades y en las universidades me hacen preguntas muy parecidas a las que me hacen chicos de 10 años y esto sorprende a los adultos.
Lo que pienso es que es fundamental estimular y poner en contacto las infancias con el arte y con la ciencia todo lo que uno pueda porque en la infancia, a medida que vas conociendo, van apareciendo esas preguntas que parten de una mirada desprejuiciada del mundo y en esas preguntas se encuentra también el adulto.
El adulto tiene que estar preparado para contestar “no sé”, “si yo te contesto, se pone en juego mi propia sensibilidad y me pongo a llorar”. Me he encontrado con profes que me cuentan que se pusieron a llorar con mis textos porque se acordaron de su historia, pero en los primeros años no encontraba tantas maestras, tantos maestros dispuestos a contestar no sé a los alumnos. Ahí surge también esa idea de no trabajar ciertos temas en el aula porque te ponen en juego. Pasa mucho con “La chica pájaro” y con “Lo que guarda un caracol” que son textos donde la violencia está súper presente en la lectura, por lo que prefieren evitarse la incomodidad y que no existan esas preguntas. Pasa también con “La tía y la guerra” que está escrito para provocar preguntas, porque habilita a que los chicos cuenten también sus historias respecto a lo que sienten por las islas Malvinas y todo lo que sucedió alrededor de la guerra.
-Abre debates.
-Abre debates y volvemos a esto de por qué fortalece la democracia: porque hace del debate un ejercicio intelectual, que no tiene la carga despectiva que se le pone muchas veces al debate político. En realidad, lo que estás haciendo es entrenándote en debatir, sea lo que sea, porque la vida política es la vida de mi sociedad, entonces la vida política es la vida de todos los días en realidad.
“Creo yo que es un sistema de gobierno que apunta a construir ciudadanías consumidoras, no ciudadanías que se hagan preguntas”.
-Esto es algo que está siendo cuestionado desde los discursos oficiales, que consideran que se está ejerciendo “adoctrinamiento político” cuando se plantean determinados temas como este en las aulas. ¿Cuál es tu lectura?
-Entienden de manera sesgada el significado de las palabras tanto adoctrinamiento como política, entonces llevan a que sea interpretado para generar miedo en la persona que recibe. Cuando enseñás la teoría de conjuntos, también estás enseñando una doctrina y doctrina significa un continuado de ideas que refieren a un tema en particular. Entonces, está cargando de otro sentido, de un significado peyorativo, algo que en principio no está mal si estás haciendo pensar. También se confunde política con algo partidario. Lo que están queriendo es mezclar el significado de origen de esos conceptos. Por eso se dice que el arte es revolucionario, porque el arte está por encima de esas cuestiones, el arte está para generar preguntas de la naturaleza que el lector le asigne. Una escuela que le parece que está bueno que todos sus estudiantes reflexionen sobre los derechos humanos, sobre los derechos de cada uno de nosotros en la vida en sociedad no es una escuela que pueda decirse que está adoctrinando en el sentido que ellos lo plantean; es una escuela que está pensando en formar ciudadanos para la vida democrática.
-¿Cómo estás viviendo el crecimiento de discursos negacionistas como hija de un padre desaparecido, como militante de Abuelas, como científica y como escritora?
-Con suma preocupación, por supuesto. Como científica, porque están atentando y desfinanciando un montón de programas que tienen que ver con el cuidado del medioambiente, el desarrollo de tecnologías nuevas, la formación de una generación de jóvenes que quieren investigar en ciencias en Argentina, o sea, están intentando destruir el sistema científico que en los años 60 estaba entre los cinco mejores del mundo. Sistemáticamente, los gobiernos totalitarios-autoritarios con economías liberales han intentado ir minando el campo científico porque justamente es un sistema que produce preguntas que conduce a que los ciudadanos tengan argumentos para defender sus ideas y eso a ningún gobierno totalitario le gusta. Creo yo que es un sistema de gobierno que apunta a construir ciudadanías consumidoras, no ciudadanías que se hagan preguntas.
Como escritora, creo que más que nunca tenemos que seguir defendiendo el valor de la palabra. Son momentos en donde tenemos que detenernos a reflexionar, pensar desde dónde podemos aportar, también tenemos que cuidarnos por supuesto.
Como militante de derechos humanos, tenemos que seguir con nuestras búsquedas, ver cómo hacer para tener medios, para que esas búsquedas que son complejas puedan llevarse a cabo y seguir buscando justicia. La Justicia ahora nos está haciendo muy esquiva, pero los juicios de lesa humanidad se siguen realizando. También son elecciones democráticas, entonces reflexionar sobre qué es lo que lleva a un pueblo a elegir esto es parte de mi tarea como escritora, como investigadora y como parte de organismos de derechos humanos. Y sobre todo en mi caso, nunca perder de vista las infancias porque hoy uno de cada dos nenes que nacen, nacen en la pobreza. Entonces, me pregunto cómo puedo yo hacer para que los adultos empecemos a mirar más hacia las infancias y menos nuestros propios ombligos.
-Una forma de seguir defendiendo el valor de la palabra en este contexto es a través del trabajo que están haciendo con la colección “Entender y Participar”, dedicada a la formación de la ciudadanía en la infancia. ¿Qué te motivó a participar del relanzamiento de esta colección?
-Es una colección que estaba fuera de todo catálogo, fuera de circulación, una colección sumamente valiosa en el momento que salió en editorial El quirquincho, de la mano de Graciela Montes y Graciela Cabal, sus creadoras, que querían acercar a las infancias que no conocían la democracia todas estas preguntas para que aprendieran sobre la vida en democracia. Fueron como 20 títulos que trataban sobre todos los temas que tenían que ver con lo que sucedía en una democracia: la Justicia, el federalismo, los derechos humanos, los derechos de los niños, la economía, el Congreso, la Casa Rosada, o sea, la colección de las Gracielas fue vastísima e incluso han sido invitados a participar de aquella colección otros autores sumamente prestigiosos. Cuando Siglo XXI convocó Laura Leibiker para que desarrollara una colección de no ficción para chicos, poner de vuelta a circular esta colección era la mejor idea del mundo creo yo y que Graciela Montes se prestara con tanto entusiasmo a ser parte de este relanzamiento es para mí, que soy tan admiradora de su obra, un sueño.