Más allá del fuego, memorias de un bombero que nunca dejará de serlo
Los bomberos de Mar del Plata batallaron a lo largo de su existencia contra las llamas devoradoras de edificios históricos, tiendas, hoteles y hasta depósitos industriales. Uno de esos incendios perdura aún en la memoria colectiva como el más impactante. La historia contada desde adentro por un bombero muy singular.
Adolfo Chaves (centro) en una de sus tantas intervenciones entre llamas y humo.
por Fernando del Rio
Cuando pasen las generaciones de marplatenses y los recuerdos de los más grandes acontecimientos urbanos de la ciudad sean apenas una expresión mínima, diluida, habrá unos pocos que soportarán la inclemencia del olvido. Porque de eso se trata un hito, eso es lo que lo reafirma y lo destaca de los hechos ordinarios. Y el incendio a la tienda Los Gallegos, el último día de julio de 1978, es de ese tipo, de los que queda en la memoria colectiva, aún con sus brumosas imprecisiones, con sus relatos y sus anécdotas incomprobables. Por haber sido impactante en su momento y por haber alimentado su magnitud con los años para instalarse como el mayor siniestro de todos los tiempos en Mar del Plata.
Adolfo Chaves es bombero. A pesar de que lleva casi dos décadas retirado, lo sigue siendo. “Uno es bombero y no dejará de serlo nunca”, afirma con la seguridad y sabiduría que le otorgan sus 71 años.
Aquella tarde de fuego
Cerca de las cuatro de la tarde del 31 de julio de 1978, Chaves, que era oficial inspector y había sido poco antes el abanderado en la inauguración del Cuartel Monolito, caminaba por la avenida Independencia a la altura de la calle Vieytes. De pronto, una gran nube negra ascendió hasta cubrir el cielo allá a lo lejos.
“La gente empezó a decir que se quemaba Los Gallegos y ahí mismo me fui hasta el cuartel Central. Me puse la ropa y salí. Cuando llegué el jefe, Delfor René Mene, me designó para el frente de la calle Rivadavia”, recuerda Chaves, mientras las fotografías del archivo de LA CAPITAL lo retrotraen a aquel momento.
Al observar una antigua portada de LA CAPITAL, Chaves rememora su intervención en Los Gallegos.
“Claro, ¿ve? -apunta con el dedo en la imagen en blanco y negro- , el problema de Los Gallegos fue la propagación, porque cuando los tubos de iluminación cayeron sobre la parte de telas, el fuego se extendió muy rápido. En otras circunstancias, llegan los bomberos y lo sofocan”.
Cuando Chaves tomó la línea Rivadavia, el fuego ya estaba en la juguetería. “El edificio contiguo por Rivadavia tenía nueve pisos y ya había subido el fuego por el hueco del ascensor. A eso hay que sumarle que había mucho plástico y principalmente colchones. Tal vez la gente no se acuerda, pero cuando uno caminaba por Rivadavia, antes del incendio, se veían los colchones apilados por las ventanas”, dice.
Sin embargo, la prioridad pasó a ser rescatar a la gente que había quedado atrapada en la planta superior. “Yo no sé, pero tal vez la escalera mecánica estaba instalada de una manera algo extraña -conjetura-; lo cierto es que, al caerse, mucha gente quedó en el piso de arriba y no tenía manera de salir. Entonces, ingresamos y empezamos a sacarla. Albañiles con cortafierros y mazas empezaron a sacar las rejas de la calle La Rioja y sacamos a la gente por ahí. Cerca de 50 personas rescatamos y acá es donde yo pienso en algo. Y lo pensé todos estos años: con la historia en torno a Los Gallegos sucedió algo lógico pero injusto. Era tan grande la importancia de la firma que solo quedó el recuerdo de la pérdida de la tienda, de los daños materiales y se olvidó que salvamos a 50 personas de una muerte segura y que muchos de nosotros estuvimos a punto de dejar la vida allí”.
Un bombero siempre lo es
Cuando se dice que un bombero no deja de serlo nunca, porque la vocación no se pierde jamás, es una afirmación que puede corroborarse fácilmente en el ejemplo de Chaves. Corría mayo de 2016 y el cortocircuito en la carga de un vehículo eléctrico de la distribuidora Caromar inició el fuego. Lo increíble del caso es que Caromar se ubicaba en Falucho y Salta, a menos de 20 metros del Cuartel Central de Bomberos, aunque en la vereda opuesta.
Chaves no es un bombero más. Está casado con Olga Ríos, ella es comisario, empezó su carrera en Bomberos y la terminó en Bomberos, aunque también se especializó con un Master Internacional de Drogadependencias. Esa noche de mayo de 2016, porque uno no deja nunca de ser bombero, se presentaron ambos en el Cuartel Central.
El incendio era impresionante debido a los productos químicos que tenía el depósito. El jefe de entonces, Alberto Gabba, aceptó su ayuda, porque toda ayuda era necesaria, y les asignó el rol de atender los teléfonos. “Volvimos a sentir la adrenalina de dar el servicio, es una cuestión de familia”, dice.
El plural que utiliza Chaves y la idea de familia excede a su esposa. Su abuelo y sus padres fueron, en sus distintos roles, integrantes de la policía o de bomberos; sus suegros, también. Y sus hijos lo son. Andrea es licenciada en Relaciones Internacionales, egresada del FBI y subcomisario en Policía de CABA. María Fernanda es técnica superior en Seguridad Subcomisario Bomberos Batán. Y Juan Manuel Chaves es licenciado en Seguridad Ciudadana y subcomisario Bomberos Chapadmalal.
“Creo que se corta en esta generación, porque los nietos tienen otros intereses, son chicos aún, pero el mundo ha cambiado mucho. Siempre pienso en los riesgos y en lo cerca que estuve yo de no contarla”, augura.
“Se cayó todo”
Justamente en el incendio de Los Gallegos se dio una situación extrema que recuerda con precisión fotográfica: “Nosotros teníamos un arquitecto en el cuartel de apellido Ferri y el jefe lo convoca de inmediato. Ya para ese momento estábamos trabajando con mi grupo en el subsuelo, cuando entra el arquitecto y me dice ‘hay que salir, ¿no ves que es una banana esa columna?’. Yo le dije que sí que lo veía, pero que me parecía que era el segundo descanso. ‘¡Qué segundo descanso, salgan ya!’. Claro, el fuego se come el cemento y antes de llegar al hierro se dobla y desploma. Y tal cual, se vino a plomo. Tardamos unos minutos en salir y no nos habíamos reagrupado afuera cuando cayó todo”.
Otro de los momentos difíciles fue en una panadería de Juan B. Justo y Dorrego, donde cedió el techo “del vecino, que era por el único lado que podíamos entrar”. “La harina y el agua me habían formado un engrudo en las botas y eso, cuando iba por el techo, me hizo resbalar. Atravesé el fibrocemento y caí arriba de la fábrica de mosaicos. Yo estaba a tres metros. Me desperté en la clínica Colón”, rememora.
El incendio de Los Gallegos, el más grande de la historia local y el de mayor impacto en la memoria colectiva.
El incendio de Los Gallegos fue el más grande en el que Chaves tuvo que intervenir. “El de Torres y Liva también fue una locura. Me emocionó mucho el reconocimiento a los bomberos, entre los que estaban mis hijos, y lo que más me gustó fue que, a diferencia de Los Gallegos, ahí se valoró mucho la asistencia y el rescate de personas”, dice Chaves.
Su carrera como bombero lo llevó a ser jefe del cuartel de Necochea, del de Tandil y en Bahía Blanca terminó siendo un gran referente, porque, además, por esas cosas de la fuerza, lo nombraron jefe del Comando de Patrullas. “Me dediqué a controlar a los patrulleros. Si había un policía que le gustaba la bebida, lo ponía con un evangelista. Si uno era medio sinvergüenza con las mujeres, lo ponía de día… Bajamos todos los índices y me fue tan bien que terminé desfavorecido, me mandaron para Mar del Plata”, se ríe por la ocurrencia.
Su carrera la terminó con la decisión en el 97 de Arslanián de pasar a retiro a las máximas jerarquías, algo que lamentó. “Me dio pena -señala- porque acá en Mar del Plata vine a la Departamental y yo me quería retirar como bombero, pero no pudo ser”.
Hoy la tarjeta de presentación de Adolfo Chaves dice Instructor de Formación Profesional y Profesor de Artes de Teatro. Desde su época de residencia en Necochea, hace más de 40 años, cultiva el arte de la dramaturgia y busca en sus obras contar algo relacionado a su historia (“ninguno de mis personajes soy yo, pero en algunos de ellos siempre hay algo de mí”), porque la vida vivida ha sido intensa y las experiencias son transferibles en forma de palabras.