Elena Garro y Bioy Casares, un amor entre México y Mar del Plata
Mar del Plata fue uno de los escenarios importantes en la vida cosmopolita del escritor Adolfo Bioy Casares. Algunas de sus obras están ambientadas en esta ciudad y el amor con que tuvo con Elena Garro llegó, de algún modo, hasta nuestras costas.
Por Gustavo Visciarelli
“En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz…”, le escribía Adolfo Bioy Casares a Elena Garro el 21 de abril de 1969. El romance computaba veinte años de clandestinidad, un encendido cruce epistolar y apenas tres encuentros en distintas ciudades del mundo. Se sabe que en el final de la relación influyeron la revuelta de Tlatelolco y unos gatos de angora.
El otoño marplatense no era extraño para el escritor ni para su esposa Silvina Ocampo. En 1997, Bioy -que ya llevaba cuatro años de viudez- le confió al escritor Tomás Barla: “Nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. Nos quedábamos hasta mayo. Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia. Fue casi una cosa milagrosa, entre los dos; la escribimos con muchísimo placer, en muy poco tiempo. Y me arrepiento siempre de no haber insistido para hacer otros libros con ella”.
La obra referida es “Los que aman, odian”, novela policial editada en 1949. El número se repite tres veces: en el 1949 de la calle Quintana está la casa mencionada: Villa Silvina, hoy perteneciente al Mar del Plata Day School. En 1949 Bioy inició su relación con la escritora mexicana Elena Garro, esposa del poeta Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990. Y en 1949, Jovita Iglesias -una joven orensana- llegaba al país y se empleaba como ama de llaves de Adolfo y Silvina.
El fugitivo que no fue
En su carta de abril del 69 escrita en Mar del Plata, Bioy dice: “En los diarios de por acá hay muy pocas noticias de México. Las que puedo darte de mí son demasiado triviales. La vidita de siempre… Menos mal que este año trabajé. Escribí una novela, El compromiso de vivir, que estoy corrigiendo; una Memoria sobre la pampa y los gauchos; un cuento, “El jardín de los sueños”, y ahora un segundo cuento [ilegible]: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas.
¿Recuerdas que en el Théatre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían? Me gustaría compartir hoy esa convicción. En todo caso no me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo”. Si la última frase encerraba una velada promesa, quedó incumplida. El escritor nunca se separó de Silvina Ocampo, quien toleró sus infidelidades y hasta adoptó como propia una hija extramatrimonial de su marido.
Elena -divorciada de Paz desde 1959- no era feliz como aventuraba Bioy. Tras las sangrientas revueltas de Tlatelolco en 1968 quedó enfrentada con la intelectualidad mexicana y decidió irse a Europa junto a su hija. Fue entonces cuando recurrió a su amado Bioy para que se hiciera cargo de sus no menos amados gatos de angora, que eran ocho.
De jardines y cuentos
La escritora Victoria Ocampo, hermana de Silvina, también prolongaba sus estadías en Mar del Plata hasta entrado el otoño. Buscando una fecha que lo acredite dimos con el 8 de mayo de 1953 cuando la policía allanó Villa Victoria -Matheu 1851- “en busca de armas” y detuvo a la directora de revista Sur.
El 15 de abril de ese año dos bombas habían estallado con saldo trágico durante un acto de la CGT en Plaza de Mayo. Bajo la hipótesis de un complot terrorista contra el gobierno de Juan Domingo Perón, se desencadenó una pesquisa que derivó en decenas de detenciones. Una de ellas fue la de Victoria Ocampo, que a los 63 años purgó 26 días en la cárcel de Mujeres del Buen Pastor.
Aquella historia duerme en el olvido. No así el misticismo de esas casas vecinas donde Victoria y Silvina tuvieron sus villas veraniegas y albergaron a la elite cultural de su tiempo. “No sólo Borges, sino también Carlos Mastronardi, Manuel Peyrou… muchos escritores pasaron por ahí y compartieron mi amor por Mar del Plata”, le dijo Bioy Casares a LA CAPITAL en 1993, cuando anunció “con mucho dolor” la necesidad de vender la casa que habían comprado con Silvina en 1942.
De sus dichos surge que las villas no fueron meros hospedajes de notables. “Íbamos a la playa, almorzábamos en mi casa a las cuatro de la tarde -una hora española para almorzar- y después escribíamos”.
Bioy reveló, también, que aquellas estancias potenciaban sus procesos creativos: “Estábamos más cerca uno de otro que en Buenos Aires, donde cada uno tenía sus obligaciones. En Mar del Plata estábamos viviendo juntos y entonces no es extraño que planeáramos libros y colaboráramos en ellos”.
El relato no confronta, sino todo lo contrario, con la creencia de que Jorge Luis Borges se inspiró en el parque de Villa Victoria para escribir en 1941 “El jardín de los senderos que se bifurcan”, cuento que dedicó a Victoria Ocampo.
Bioy Casares, por su parte, no dejó enigmas: Mar del Plata está en su obra con escenarios reconocibles y personajes que se desenvuelven en una recurrente atmósfera otoñal.
Milagros irrecuperables
“A la tarde tomamos el té en una confitería de Santiago del Estero y San Martín, que voltearon años después”.
La legendaria Jockey Club de Mar del Plata es uno de los múltiples escenarios de “Los Milagros no se recuperan”, cuento fantástico publicado en 1967.
“Cada vez que alguien; para entrar o salir empujaba las grandes puertas de cristal, parecía que se desplazaba hacia el centro del salón un témpano de hielo”.
Los recuerdos con que Bioy construyó la escena deben ser anteriores a 1962, cuando la Jockey -que funcionaba en esa esquina desde 1914- fue cerrada para su posterior derribo. Vino luego su “etapa moderna” que expiró en 1976.
El protagonista del cuento -Luis Greve- figura en otro relato fantástico que Bioy escribió en 1937, cuando tenía 23 años. En la antigua versión, Greve está muerto y aparece en Estación Constitución ante un amigo que se apresta a viajar en tren a Mar del Plata. En el cuento del 67 está tan vivo que se permite una “escapada” de fin de semana junto a la bella y desinhibida Carmen Silveyra.
Turistas furtivos
Luis y Carmen bajan del tren “…en una noche fría y tenebrosa. En una larga fila, a la intemperie, la gente esperaba los taxímetros”. Quebrantando las normas de convivencia, corren “…por la inescrutable oscuridad, hasta el medio de la avenida Luro…” e interceptan un taxi.
Carmen sugiere alojarse en el Hotel Provincial. “Estas loca….”. Hay que buscar un hotelito medio escondido” responde Greve, que “por su condición” no debe dejarse ver. Ella tiene motivos de menor fuste para esconderse. Antes de viajar hizo un llamado telefónico y se declaró “enferma” para excusarse de participar en una colecta de beneficencia. En el acto se ha enterado que la presidenta de la entidad –”…la vieja más respetable y estricta de Buenos Aires”- también guarda cama.
Los amantes se hospedan en un hotel innominado que tiene la cocina clausurada por reformas y la calefacción rota.
“Al otro día brillaba un sol pálido y bajamos a la playa. Echados en lonas, al reparo de una casilla, logramos el calor suficiente para que nuestra mañana fuera agradable”…, relata Greve. Carmen dice: “…fuera de temporada cualquier balneario es poético”.
Por la tarde concurren a la Jockey Club y se topan con “una matrona voluminosa”. Es la presidenta de la Sociedad de Beneficencia, que mira a Carmen y se lleva el dedo índice a los labios en un elocuente pedido de silencio. También ella está aquí furtivamente junto a “un viejito de nariz colorada y bigote húmedo”, síntomas de un resfrío típicamente marplatense.
Abril en Mogotes
“El mar está lejos, más allá de bañados cubiertos de maleza, que uno cruza por caminitos terraplenados”. En el cuento “La Obra”, Bioy reconstruye el antiguo paisaje de Punta Mogotes, su balneario preferido. No lo menciona explícitamente, es cierto, pero las referencias son inequívocas.
Una embozada referencia nos dice que el protagonista del cuento es el propio Bioy, que viaja a esta ciudad a escribir una novela. “… conviene Mar del Plata porque es pan comido; no andaré alelado, buscando puntos de interés, ni me distraeré de la novela”, argumenta.
El otoño marplatense vuelve a aparecer: “…estábamos en abril, cuando las últimas tandas de veraneantes han vuelto a sus reductos y cuando son más hermosas las tardes. ¿No es abril el mes de los ingleses, de los que saben?”.
En este caso el escritor no se refugia en Villa Silvina, donde la trama hubiera resultado imposible, sino que alquila -¿verdad o ficción?- una vivienda a un joven matrimonio que explota estaciones de servicio “desde la costa hasta el Tandil”, “que gasta menos de lo que gana” y que “todos los años levanta un chalet”. Al conocerlos, se asombra de su “delicadeza notable” porque pensaba encontrar “…prósperos nuevos ricos de una ciudad un tanto materializada. ¡Cruz diablo!”
El escritor echa una mirada profunda e inmediata sobre la dueña del chalet. Y con el correr de la trama hace lo propio -pero paulatinamente- sobre la empleada doméstica, a quien apoda despectivamente “la Mataca”. No obstante, luego irá descubriendo en ella una sumatoria de atractivos.
Paisajes conocidos
Las referencias marplatenses abundan en el cuento: un artículo sobre la Costa Galana que el protagonista lee en un diario viejo, las casas “con tablones que tapiaban sus puertas y ventanas”, las carpas de un balneario dispuestas “en herradura”, la mención del puerto y el Faro, una casilla montada sobre la arena y la puntual descripción del solitario paisaje costero son algunas de ellas.
Pero resta el tema de fondo. El cuento está inspirado en un personaje marplatense: el bañero Enrique Pucci, cuya historia en la ciudad se remonta a la década del 10. Bioy lo conoció en Mogotes y reparó en su tarea: colocar carpas y sombrillas en la arena, a despecho de la naturaleza que borraba su obra sistemáticamente. El escritor encontró en ello una alegoría del ser humano -y puntualmente del escritor- que procura trascender a través sus creaciones.
Al pie del cuento, Bioy le dejó a Enrique Pucci una dedicatoria que, por su fama de seductor compulsivo, generó erróneas (¿o lógicas?) interpretaciones: (A E.P, tan amistosa como secretamente). Años después admitiría risueñamente: “Mucha gente creyó que era una amiga”.
Las cartas de Bioy
En 1997 -un año antes de morir por su compulsión al cigarrillo, rodeada por gatos de raza en un departamento de Cuernavaca- Elena Garro vendió su archivo a la Universidad de Princeton. Así apareció la correspondencia que durante veinte años le enviara Bioy Casares: dos postales, 13 telegramas y 91 cartas. De las respuestas de Elena nada se supo. Del destino de los ocho gatos, tampoco.
Jovita Iglesias, aquella ama de llaves orensana, trabajó con Silvina y Adolfo hasta que murieron. En 2002 publicó junto a René Arias el libro “Los Bioy”, donde acredita que Elena Garro mandó desde México ocho gatos en dos jaulas para que se los cuidaran. Pepe, esposo de Jovita y chofer del matrimonio, fue a buscarlos a Ezeiza y los llevó al piso de Posadas 1650 -Recoleta- que Silvina había heredado de sus padres.
“Estos gatos aquí no entran…”, dijo Silvina. Y los felinos -que según Jovita “maullaban como locos”- fueron a parar a un albergue gatuno de la calle Gaona. La cuota era onerosa “… y un buen día Silvina se plantó y dijo que ya no pagaría por esos gatos, que los soltaran, que hicieran lo que quisieran con ellos. Bioy le había dicho a Elena que los había llevado al campo, que allí estaban muy bien, para que se quedara tranquila. Pero ella, cuando lo supo, se volvió loca. De los gatos nunca más se supo nada”.
Hasta ese desenlace, Bioy mantenía intactas sus ansias de encontrarse con Elena, a quien no veía desde 1956, cuando se citaron en Nueva York.
“En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz… En junio o julio o agosto acaso me vaya a Europa. Cómo cambiaría ese desganado viaje si en París, en Roma, en Londres… dónde tú quieras, nos encontráramos”. El fragmento pertenece a la carta 91, la última que, al parecer, le envió Bioy a Elena Garro.