Un viaje al sur y una idea fija
Milei y Richardson en Tierra del Fuego.
Por Jorge Raventos
El último jueves, Javier Milei emprendió un fatigoso vuelo con destino a Ushuaia. Viajaba – escribió Maia Jastreblansky en La Nación- “para reverenciar a la general Laura Richardson”, jefa del poderoso Comando Sur de Estados Unidos, la fuerza que ese país destina a proporcionar planificación de contingencia, operaciones, y cooperación de seguridad para operaciones en Centroamérica, Sudamérica y el Caribe.
Que un presidente atraviese 2500 kilómetros para saludar a un mando militar extranjero puede parecer un exceso de cortesía diplomática (particularmente si se considera que la general Richarson algunas horas más tarde estaría presente en Buenos Aires, donde podría haber presentado su saludo en la Casa Rosada y, en todo caso, estaba previsto que el viernes coincidiera con el Presidente en un acto en Aeroparque). Sin embargo, el gesto de Milei (que incluyó su presentación y la de su ministro de Defensa, Luis Petri, en ropa de fajina castrense) no fue una exageración protocolar, sino una sobreactuación deliberada. El Presidente quiso subrayar de esa manera lo que definiría como “una nueva doctrina de política exterior”, en cuyos detalles no se extendió más allá de algunas líneas: “es precisamente reforzar nuestra alianza estratégica con los Estados Unidos y con todos los países del mundo que defienden la causa de la libertad (…) En un mundo de escala global –dijo-, defender la soberanía se juega en que todos aquellos que compartimos los valores de occidente trabajemos juntos, asistiéndonos y apoyándonos (…) para que el árbol de la libertad extienda sus raíces a todos los rincones del planeta para que ningún ciudadano del mundo sea sometido nunca más a los arbitrios de dictadores, autocracias, fanáticos religiosos o del comunismo”. Quien pretenda más detalles que los recabe en Cancillería (dicho sea de paso, su titular, Diana Mondino, no estuvo presente en el anuncio de la nueva política exterior). Milei quiso destacar lo que para él es el asunto central: “nuestra alianza con Estados Unidos en estos primeros meses de gestión es una declaración de la Argentina para el mundo”. El mensaje sin dudas llegó. Y la general Richadson lo interpretó: “Lo escuchamos expresar fuerte y claro –le dijo en público, en el Aeroparque- su deseo de alinearse con los Estados Unidos”.
En Milei no se encontrarán elaboraciones refinadas y eventualmente mensajes sugestivos de una concepción sobre el papel de Argentina en la región y en el mundo Él proporciona, con el encuadre de su propia definición ideológica y con señales enérgicas, la línea elemental de sus preferencias, no sólo sobre lo que valora, sino sobre lo que condena. Sus recientes ataques verbales a presidentes de la región (el colombiano Petro, el mexicano López Obrador) forman parte de esa hiperbólica expresión de su posicionamiento, concentrada y simplificada, sea por elección o por defecto.
Una idea fija
Así como tiende a resumir en pocos elementos su visión del mundo, en el plano interno Milei parece tener una idea fija que monopoliza sus obsesiones: erradicar a cualquier costo el déficit fiscal, que es, para él, el motor de la inflación.“ Estamos en medio de una forma bastante bestial de bajar la inflación –describió elogiosamente en estos días el economista Rafael Di Tella, académico en Harvard, hijo de Guido, el excanciller de Carlos Menem- Milei se concentró en romper la dominancia fiscal (…) es un presidente que hace la parte impopular y no contempla dar marcha atrás. Parece ser un político de convicciones, no de consensos, como diría su admirada Margaret Thatcher”.
Allí está respondida la pregunta sobre cuál es el programa de este gobierno libertario: está sintetizado en el punto del déficit fiscal. Milei parece suponer que de esa cuestión depende la solución de los problemas o, si se quiere, que es intrascendente ocuparse de estos sin atender con prioridad absoluta la cuestión del déficit, misión a la que aplica con energía a menudo desbordada todos los instrumentos que la tradición presidencialista argentina permite (también, a veces, algunos que no están permitidos).
La ideología que cultiva el Presidente es funcional con la meta que se ha impuesto: si él define al Estado como “crimen organizado”, ¿qué prurito le impediría recortarlo hasta extenuarlo y extinguirlo? Observados desde la perspectiva filosófica libertaria, los escándalos y los reales o sospechados desvíos de fondos públicos que la propaganda oficial y paraoficial gotea sistemáticamente componen una redundancia, apenas exponen detalles del verdadero mal, constituido por el Estado mismo más que por los que eventualmente lo vampirizan. Es más delincuente el Estado que quienes lo roban, podrían sostener los libertarios, parafraseando una famosa boutade (““Robar un banco es un delito, pero es más delito crearlo”), si no fuera que el autor de esa ocurrencia fue el dramaturgo Bertolt Brecht. Un marxista.
Si bien se mira, la mala gestión que suele señalarse a la administración Milei tiene como fondo esa mixtura de concepción ideológica antiestatal y obsesión excluyente por el recorte del gasto fiscal. Así, por caso, la epidemia de dengue puede convertirse en algo de lo que el gobierno se desentienda (responsabilidad de “las jurisdicciones”) así como la prolongada carencia de los productos necesarios para defenderse individualmente de la plaga es algo de lo que deberían ocuparse cada persona o “el mercado”. Hay una lógica allí. Lo que, en todo caso, resulta incoherente es la subsistencia de un ministro de Salud (incluso de un ministro “exquisito”, según los términos del vocero presidencial). O, si se quiere, la conservación de ministerios, en general.
Presidencialismo y convergencias
Montado sobre su energético hiperpresidencialismo, Milei avanza a través de un derrotero en el que, pese a los reveses (aún no ha conseguido aprobar una sola ley de las que le interesan y su superdecreto de necesidad y urgencia, aunque vigente, está paralizado en los tribunales en capítulos de enorme interés para el gobierno), mantiene a raya a sus adversarios y va aplacando las reticencias de sus objetores menos agresivos. En medio de una primera y caudalosa ola de despidos en el sector público, la CGT critica de palabra pero calcula cautelosamente la fecha y la modalidad de alguna protesta. Ha hecho saber, además, que está dispuesta a admitir sin corcoveos una reforma laboral “negociada”, dentro o fuera de la nueva “ley ómnibus” (“ómnibis”), diezmada en el número de artículos y accesiblemente conversada con los gobernadores.
Paso a paso, con interregnos de estrépito, Guillermo Francos va acordando con las provincias los puntos que abren el camino para que en mayo se firme el famoso Pacto que Milei propuso el primer día de marzo. Los gobernadores son el otro plato de la balanza del poder político.
Por cierto, nada está cerrado hasta que todo esté cerrado y a veces el gobierno (el vértice) desordena piezas que ya parecían ordenadas.
Por ejemplo, antes del fin de semana largo Milei eliminó por decreto de necesidad y urgencia las partidas de Anses para las cajas previsionales de trece provincias que no transfirieron sus sistemas a la Nación. Entre ellas hay provincias de distinto signo político, varias gobernadas por líderes amigables con el poder nacional; los titulares de nueve de ellas llegaron el jueves a la Casa Rosada con una nueva queja en el bolsillo. Y se fueron a sus capitales sin satisfacción a varias inquietudes.
En rigor, desde el principio de su gestión Milei había cortado los pagos a aquellas cajas previsionales. Lo que ocurrió el último martes de marzo fue que el presidente formalizó lo que hasta allí era una situación de hecho. Los los gobernadores solo podían interpretar la decisión como un perfeccionamiento del castigo que invitaba a las réplicas duras o a las respuestas judiciales. El financiamiento para las trece cajas provinciales es una obligación que figura en la Ley de Presupuesto que se ha prorrogado para este año.
Viendo que su trabajo de reunión amenazaba con disgregarse, Guillermo Francos intentó justificar con “un cambio de denominación” lo que todos interpretaban como recorte de partidas. Ya hay bastante contenido fiscal para discutir entre el poder central y las provincias. Según cifras del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), en los primeros tres meses de este año, las transferencias automáticas a las provincias por coparticipación, leyes complementarias y compensaciones, cayeron un 19 por ciento (en ese porcentaje no está incluido el recorte a las cajas).
Guillermo Francos tiene todavía que convencer a gobernadores menos amables que los que vió el jueces. Dura tarea.
El ministro del Interior, Guillermo Francos.
Vaticinios y agorerías
El gobierno central insiste en reponer el impuesto a las ganancias a la cuarta categoría (que se coparticipa) para buscar la buena voluntad de las provincias. Sobre el punto no hay consenso: son muchas las que rechazan esa idea; alguna otra, como Córdoba, sugiere establecer en cambio un impuesto a los más altos ingresos; otras proponen coparticipar el impuesto al cheque o el impuesto PAIS, dos opciones que Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, resisten.
Pese a que los tironeos no cesan y los ataques de Milei a todos los que resisten sus iniciativas (desde gobernadores a legisladores y periodistas), aunque algo atenuados, persisten, ahora parce más probable que dos semanas atrás que la pulseada entre los poderes federales y el poder central concluya finalmente en un acuerdo.
Eso, de todos modos, no resuelve el centro de las preocupaciones de Milei. Debe conseguir que el ajuste “bestial” ejecutado hasta ahora (y los pasos que vienen, con incrementos notables de las tarifas de servicios públicos) se traduzca en una reducción sostenida del déficit y en una baja de la inflación (Milei y Caputo adelantan que será de un dígito desde mayo y que se aproximará a ese objetivo en abril), Confían en eso para levantar el cepo y producir una unificación cambiaria que, a su vez, según el guión oficial, abriría la puerta a las inversiones y el crecimiento. Prometen algunos de esos milagros para el segundo semestre. Si se concretaran, los precarios acuerdos que se están urdiendo podrían profundizarse. En cambio, si los vaticinios no se aproximan a la realidad, la esperanza sería probablemente desplazada por la decepción. Y la paciencia social que hoy sorprende a tantos observadores podría variar dramáticamente.
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