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Opinión 3 de marzo de 2024

La astucia de Milei y las condiciones del diálogo

 

Por Jorge Raventos

“Miren lo que hago, no lo que digo”, advirtió dos décadas atrás Néstor Kirchner a los mayores empresarios de España, alarmados por algunos rasgos de su discurso político. El consejo del presidente de entonces, en rigor, tiene validez más allá de aquella circunstancia. Los hechos son más elocuentes que las palabras. Conviene tener esto en cuenta para juzgar el comportamiento de Javier Milei.

Milei en el nido

Finalmente el Presidente acudió el viernes a inaugurar el año legislativo. Había dudas después de que en Corrientes definió al Congreso como “nido de ratas” tras haber etiquetado a un crecido número de diputados como “traidores”. Las expresiones públicas son, si quiere, formas de “hacer”, pero, está visto, no necesariamente las de mayor peso.

El hecho, en principio, es que Milei fue al “nido”. Eso sí, decidió hacerlo en un horario desusado (no antes del mediodía, como era costumbre, sino por la noche). El vocero presidencial , fiel al estilo hiperbólico de su jefe, definió el cambio como “un hecho sin precedentes”, destacando la hora en lugar de la concurrencia en sí. En rigor, Milei ha demostrado que lo entusiasma mostrarse diferente pero también dio pruebas de que no lo arredra copiar. En el tema del horario evidentemente buscó emular apariencias del discurso “State of the Union”, que los presidentes de Estados Unidos pronuncian ante el pleno de ambas cámaras del Congreso de ese país. Lo hacen por la noche (no a las 21, como ocurrió en Buenos Aires, sino a las 20, hora de Washington). En rigor, ese discurso tradicionalmente se ofrecía allá por la mañana hasta que el presidente demócrata Lyndon Johnson, a mediados de la década del ’60 del siglo pasado, introdujo la innovación del horario nocturno, que Milei decidió adoptar (no adoptó, en cambio, la práctica estadounidense de que, inmediatamente después del discurso presidencial haya un espacio en los medios para voceros de la oposición. La televisación oficial fue claramente facciosa, como señaló críticamente Miguel Pichetto)

¿Leva de “traidores”?

Lo novedoso del discurso no residió, sin embargo, en la hora en que fue despachado, sino en el hecho de que el Presidente empleó la ocasión para proponer un pacto a los gobernadores y, en general, a lo que él ha llamado la casta política: “Toda la política está convocada a acompañarnos –afirmó-. No nos importa quienes sean, de donde vengan, ni qué de ideas hayan defendido”. Una verdadera leva de “traidores”, si bien se mira.

La gran incógnita previa al viernes 1 de marzo era cuál podría ser el tono que el Presidente impondría a su discurso después de una semana en la que se había recalentado la relación con los gobernadores, a partir del recorte practicado por el poder central a los fondos de coparticipación de Chubut en una reacción áspera contra el gobernador Ignacio Nacho Torres. Milei había suspendido el envío de la coparticipación a Chubut y el gobernador reaccionó enérgicamente, recurrió a la Justicia y hasta amenazó con “cerrar el grifo” de la energía que produce su provincia. La protesta del chubutense fue avalada rápidamente por sus colegas patagónicos, y de inmediato sostenida por virtualmente la totalidad de las restantes jurisdicciones, independientemente del signo político de sus gobernadores. El Presidente respondió con intransigencia y una invectiva: “degenerados fiscales”.

La tensión entre el poder central y las provincias rozaba una intensidad muy preocupante. El gobernador de Chubut logró en la Justicia una satisfacción porque el juez federal actuante ordenó al poder central poner fin a la medida presupuestaria adoptada para que las partes puedan resolver negociadamente sus diferencias en materia de recursos.

El Presidente suele ufanarse en sus discursos (o en sus veladas twiteras) de “no frenar nunca”; volvió a hacerlo el último viernes (“cuando nos encontramos con un obstáculo, no vamos a dar marcha atrás, vamos a seguir acelerando”), pero lo cierto es que llegó a la Asamblea Legislativa ofreciendo otras señales. Contradictorias, si se quiere: mantuvo el tono belicoso en su agitada vida en las redes y alentó a su vocero oficial y a la ministra de Seguridad a hostigar al gobernador de Chubut, pero ordenó a sus funcionarios que giraran a Chubut el monto del subsidio al transporte que hasta allí se le estaba negando. Los gobernadores patagónicos (superando su propia suspicacia) interpretaron este gesto como un signo de conciliación e invitaron al Presidente a sumarse a una reunión de gobernadores y legisladores de la región y a resolver las diferencias con las provincias con predisposición al diálogo y la negociación. Mirado retrospectivamente, el episodio tiene un perfil revelador de lo que ocurriría el viernes.

Banderas blancas y metralla verbal

Pero antes del viernes no había muchos observadores que apostaran a que izar banderas blancas fuera a garantizar un proceso político más pacífico. El gobernador rionegrino Alberto Weretilneck subrayó, por ejemplo, que “la debilidad parlamentaria del oficialismo no se condice con una actitud imperativa; el Poder Ejecutivo necesita leyes del Congreso y, sin mayoría propia, eso implica negociar”. Y apuntó que si la Casa Rosada mantenía el tono ofensivo de las primeras semanas, sería fácilmente predecible que las Cámaras rechacen el decreto de necesidad y urgencia número 70.

Milei asimiló el hecho de que el choque con Torres le había producido heridas políticas, comprendió que tenía ante sí el riesgo de una rebelión de las provincias y el reflejo que esa circunstancia podría tener en un Congreso que desde el 1 de marzo, ya en sesiones ordinarias, podría avanzar en iniciativas propias contradictorias con las metas del Poder Ejecutivo.

Weretilneck había aludido a la representación legislativa que respalda al Presidente: una escuálida fuerza propia a la que se suma una guarnición de aliados provenientes del Pro, desperdigada detrás de los liderazgos en pugna de Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Cualquiera puede detectar la inconsistencia de esa fuerza para sostener el ambicioso y revulsivo programa de Milei.

Plan de operaciones

Así, el Presidente diseñó su plan con gran reserva (sólo manejó el tema con su entorno más estrecho, su hermana Karina y Santiago Caputo, y sumó poco antes de poner el plan en ejecución a un puñado de personas más, entre ellas el ministro de Interior, Guillermo Francos): sin dejar de interpelar duramente a “la casta” (pero obviando los términos pendencieros que esgrime en las redes), Milei trazaría un cuadro siniestro de la herencia recibida, capitalizaría la inquina social que auscultan las encuestas contra determinados personajes, y buscaría un clinch con los gobernadores en una jugada destinada a disgregarlos y, eventualmente, capaz de reflotar la ley ómnibus y de salvar la vida del aparentemente condenado DNU 70.

Se trató de una jugada astutamente concebida. Los gobernadores habían reclamado reunirse con el Presidente para encontrar una agenda común. Milei hacía suya de hecho esa propuesta, le cambiaba el objetivo (la firma de un “nuevo contrato social”:) le ponía un título (Pacto de Mayo) y fijaba la sede de la reunión: Córdoba, comprometiendo, en primera instancia a quien sería anfitrión, el gobernador Martín Llaryora.

Pero Milei no se limitó a eso: también escribió el texto del acuerdo: un listado de diez puntos, en general plausibles, pero centrados principalmente en prioridades libertarias. “Un pacto fundacional e innegociable”, tituló Claudio Jacquelin en La Nación. No hubo aclaración sobre cómo concibe Milei ese “nuevo contrato” en relación con la Constitución Nacional.

El diablo está en los detalles

Los invitados (un listado que incluye a expresidentes y a líderes de “los principales partidos políticos”, pero cuyo centro neurálgico son los gobernadores) difícilmente podrían rechazar a priori la propuesta del encuentro sin quedar en una situación incómoda: Milei toma distancia de “la confrontación”, que asegura, “no es el camino que queremos ni el que elegimos; hay otro camino posible, un camino distinto, un camino de paz y no de confrontación; un camino de acuerdo y no de conflicto”.

Sucede, sin embargo, que la invitación tiene condiciones. Milei quiere llegar al diálogo de Córdoba con todo precocinado. “He instrumentado (sic) al Jefe de Gabinete, al Ministro de Economía y al Ministro del Interior –leyó el Presidente ante la Asamblea Legislativa- a que, como primer paso antes de firmar el Pacto de Mayo, convoque a los gobernadores de todas las provincias argentinas a la Casa Rosada para firmar un preacuerdo y sancionar tanto la ley bases como un paquete de alivio fiscal para las provincias”. ¿Se refería Milei a operaciones como esta que él sugiere cuando, minutos antes, censuraba el uso de recursos “como moneda de cambio para comprar apoyos políticos”? Había remarcado en ese punto: “No vinimos a prestarnos al toma y daca de siempre”. Lo cierto es que “la oferta que nosotros ponemos sobre la mesa” tiene toda la apariencia de un pacto pampa: “ley de bases” contra alivio fiscal. Tómalo o déjalo.

Ese paso sería, por otra parte, una condición para la reunión de mayo: “ Sancionadas ambas leyes, como muestra de buena voluntad, podremos empezar a trabajar en un documento común basada en estos 10 principios esbozado previamente, para así el 25 de mayo de este año reunidos en la Docta, podamos dar inicio a una nueva época de gloria para nuestro país. Esta es la oferta que nosotros ponemos sobre la mesa. Quiero ser claro acerca de la naturaleza de esta convocatoria: nuestras convicciones son inalterables”.

¿Diálogo o monólogo?

A la luz de los condicionamientos expuestos por el Presidente, la aceptación de los gobernadores se fue haciendo más matizada. En relación con la aprobación de la Ley Ómnibus, por ejemplo, el cordobés Llaroya avisó: “Hay artículos que no se acompañaron y hay que tratar de encontrar alternativas”. Y fue más allá: “ Cuando uno abre una etapa de diálogo, tiene que abrir la agenda y aceptar modificaciones, si no no es diálogo, es imposición de ideas. Hay que extender la convocatoria, hay que sentar a los sectores productivos”.

El gobernador santafesino, Maximiliano Pullaro, opinó cortito y sin gambetas: “Es tiempo de escucharnos con respeto, sin imposiciones”. Miguel Pichetto, uno de los líderes de la fuerza legislativa no oficialista amigable con el gobierno, apostó también a que haya un acuerdo en serio con los gobernadores y condicionó a ese acuerdo el acompañamiento del Congreso: . “. Rescato el tramo final, porque me parece importante la convocatoria a un acuerdo con las provincias y trazar un camino de orden fiscal y responsabilidad y salida de la crisis argentina. Si hay una base de acuerdos con los gobernadores, el Congreso va a acompañar”.

Milei, que solo dos semanas atrás consideraba un éxito el haber retirado el proyecto de ley ómnibus de las cámaras, ahora parece empeñado en hacerla sancionar. Lo consiga o no, es probable que el ruido y la eventual seducción que generen las negociaciones le permitirán ganar tiempo, generar algunas dudas sobre la actitud a adoptar sobre el DNU 70, mientras evoluciona la situación económica, que no siempre obedece a sus órdenes o pronósticos.

Algo ocultas entre las carillas que le demandaron al presidente 70 minutos de lectura, figuran algunas frases sintomáticas de sus preocupaciones: “Aún quedan algunos meses de alta inflación(…) A los argentinos les pido solo una cosa, paciencia y confianza(…) por más oscura que sea la noche, siempre sale el sol por la mañana”.