Crónicas marplatenses: Buscas
Juan, como tantos otros exploradores, husmea entre la basura, bajo la mirada de otros, con la ignorancia de algunos otros más. Una crónica que pone sobre la mesa la desigualdad, mientras Juan sigue pedaleando.
Por Ana Luz Arrieta
Sus manos rompen la bolsa. Papeles húmedos, yerba, un vaho profuso que le jadea en la cara, cáscaras de huevos, pote de yogurt, pañales, envases de crema enjuague, pasta dental, cartones, otro pañal, toallas húmedas. La deja a un lado.
Vacío todo vacío. Se levanta, apoya sus dos manos para abrir la tapa del contenedor. Sostiene con la derecha y el plástico negro retiene la mitad de su cuerpo, sus piernas casi en el aire. Mira para abajo detenido en cúmulos de bolsas negras. El vaho se expande más.
Una bolsa con un nudo inconsistente. La toma con su mano izquierda, suelta con su derecha la tapa y otra vez apoyado en sus piernas vuelve a la pose inicial. Cigarrillos. Botellas de vino. Envoltorios de papeles gruesos. Se acerca uno de ellos a la nariz. Es chocolate. Chocolate blanco. Pasa su lengua. Lo tira y sigue. Diversas fotos de dos personas. Cajas de pastillas. Queda la última. La abre y se la traga. Más colillas de cigarros. La deja a un lado.
Le queda poco tiempo antes que pase el camión a retirar el contenedor. Necesita las dos manos para sacar esa bolsa grande que vio. Empuja la tapa y queda abierta. Su medio cuerpo queda colgando y con sus dos manos la agarra. Tira en el suelo con debilidad. Entre diarios envueltos encuentra una bandeja de plástico transparente. Medio sándwich. Tomate. Mayonesa. Lechuga. Poca carne. Pan duro. Lo saborea. Mitad de una bebida sin gas. Tira la tapa y hace fondo. Pasa el dorso de la mano derecha sobre la boca limpiándose. Queda en cuclillas mirando a su alrededor.
En el encuentro de las calles Belgrano y Sarandí se lo ve. Ojotas, pantalón de jean, remera larga gris y por encima una remera manga corta. Suciedad en cada uña. Cada diente. Cada poro. A su alrededor bolsas que confinan otros modos de vida. Otra suciedad. No es material. Es otra.
***
El texto anterior corresponde al año 2022 tras ver en Buenos Aires esa escena que me asaltaba y a veces me asalta en la cotidianidad. En Mar del Plata, a quien la sigo recorriendo con la extrañeza de la mirada de pueblo, que no termina de comprender la naturalidad de actos iguales a los narrados, y un poco me gusta refugiarme en esos lentes que le pertenecen al pueblo, porque todavía no quiero naturalizar nada, ni el mar ni la pobreza, aunque a veces termine haciéndolo como lo que voy a contar ahora:
Juan pedaleaba por el barrio donde vivo en Mar del Plata. Revisaba la basura que había sacado hace no menos de quince minutos, y la imagen de Buenos Aires la tenía frente mío. Lo que revisaba era mi basura, lo que deseché, los restos de las cuatro comidas, y quise que no sucediera nada de lo que se estaba por anticipar. Entonces lo llamé, casi gritando, con los ojos de pueblo, le alcancé una bolsa de ropa, en un punto queriendo silenciar y tapar la imagen que me estaba atosigando, le dije que en esta casa donde vivo hay muchas cosas que no se usan, que no nos pertenecen, eran de otros inquilinos y no esperando respuesta le traje lo que pude. Él la agradeció, cargó en su bicicleta que tenía atado un carro y como si fuera un rompecabezas, empezó a ordenar. Mientras me comentó que trabaja haciendo marroquinería, me mostró su mochila hecha en la fábrica, me contó que la barra de hierro que se estaba llevando le sirve de entrada a la casa, también confesó que no tiene hijos pero sí que está en pareja con una mujer de 54 años, veinte años mayor que él. Se sonrió al decirlo, y mientras siguió acomodando.
Al terminar el rompecabezas, intercambiamos los números de celulares y nos despedimos. Yo cierro la puerta y a él todavía le faltan 40 minutos más para llegar a su casa. Yo abro la heladera y él seguirá tirando de la bicicleta. Yo escribo esto en un intento de que la imagen se vaya y no me persiga, porque como Juan hay tantos otros, esa imagen de exploradores, buscan, husmean, con la mirada de algunos vecinos, con el reojo de otros, con la ignorancia de algunos otros más. Me siento a escribir este intento de crónica, me carcomen las palabras: culpa, caridad, capitalismo, gobierno, clase obrera, desigualdad, la frase “La basura de un hombre es el tesoro de otro” y mientras Juan sigue pedaleando.
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