Los liderazgos que se necesitan para enfrentar un mundo alterado
El líder del pasado sabía qué decir, el actual debe saber también qué y cómo preguntar; el que trate de saberlo todo estará condenado al fracaso. Los valores compartidos y el logro de consensos tienen importancia fundamental.
Por Martín Balza
La situación internacional y su reacomodamiento geopolítico permite vislumbrar la coexistencia de nuevos y tradicionales riesgos y amenazas, entre otros: el desborde del terrorismo, el narcotráfico, la proliferación de sectas y mafias, las agresiones al medio ambiente, las migraciones masivas y descontroladas, la escasez de recursos naturales, las asimetrías estructurales, las apetencias territoriales y la depredación de los recursos del mar; ello da por tierra con la teoría de “ El fin de la historia” que ensayó Francis Fukuyama en 1992.
Antes de intentar definir el perfil de un líder, no puedo omitir expresar que hoy en día la vacancia de auténticos liderazgos, salvo contadas excepciones en distintos ámbitos, incide en que los sistemas políticos son criticados, los económicos colapsan, grandes y medianas empresas desaparecen, existe inquietud en la distribución de bienes y servicios, se consumen los recursos naturales sin ningún modelo sostenible y se está siempre ante la posibilidad de un colapso de proporciones.
Para Henry Kissinger “el liderazgo es aún más esencial durante las transiciones, cuando los valores y las instituciones pierden relevancia, y el plan esbozado para un futuro digno es objeto de disputa” (Liderazgo, pág.16).
En extrema síntesis, en cualquier escenario-político, militar, empresarial, etc.- liderar es la capacidad de decidir lo que debe hacerse, y luego lograr que los demás evidencien predisposición anímica para alcanzar el objetivo fijado y subliminalmente lograr una “obediencia anticipada”.
No es ni comandar ni mandar. Quien comanda lo hace respaldado por normas legales, por facultades reglamentarias y disciplinarias, no vacila en inspirar temor y siempre encontrará motivos para no responder por sus fracasos y adjudicarlos “a los otros”. Mandar, por el contrario, es ejercer una autoridad moral más que el poder, con la finalidad de imponer una decisión enmarcada en las leyes de la Nación, sin recurrir al respaldo de medios coercitivos.
Liderar, en cambio, no es otra cosa que el ejercicio de un mando superlativo, que impone su legitimidad por su profesionalidad, su ascendiente, su prestigio, su conducta ética y su credibilidad. Respeta, trata con consideración y siempre está dispuesto al diálogo.
La vieja sentencia de Abraham Lincoln mantiene plena vigencia: “Es necesario persuadir en vez de obligar. Ningún hombre es suficientemente bueno o sabio para gobernar a otro hombre sin el consentimiento de éste”. Es obvio que las palabras pueden, temporalmente, convencer, pero los ejemplos arrastran; y también que un líder puede verse ensalzado- o debilitado- por las características de sus asesores.
Desde el punto de vista militar, aún resuenan las palabras de Alejandro Magno a sus huestes antes de la batalla de Arbelas (331 a.C.): “Yo no os exhorto a obrar con valor sino en tanto que os dé el ejemplo”. En sus campañas, Alejandro logró reunir fracciones de ejércitos enemigos, y aún enemigos entre sí, y aglutinarlos, cohesionarlos y constituirlos en aliados.
Hoy el líder político debe moverse en la mundialización, donde todo se conoce en tiempo real, reina la incertidumbre, el cambio es constante y con frecuencia discontinuo, lo sólido se desvanece y la revolución tecnológica incide en las organizaciones. Pero mantienen plena vigencia principios inmutables que evidenciaron los grandes líderes de la humanidad, desde Moisés hasta Mandela: empatía, inteligencia básica, valores claros y firmes, altos niveles de energía personal, buena memoria y habilidad para que los seguidores se sientan bien consigo mismos. Actuaron con la dosis necesaria de resiliencia.
Algunos de ellos: Julio César, Juana de Arco, Antonio José de Sucre, Abraham Lincoln, Mahatma Gandhi, Jorge Eliécer Gaitán, John F. Kennedy, Martin Luther King, Anwar el Sadat e Isaac Rabín, fueron asesinados por intolerantes fanáticos políticos. Otros, como José de San Martín, Simón Bolívar, Bernardo O´Higgins y José G. Artigas, murieron en autoimpuestos exilios.
Luego de cumplir los objetivos para con sus pueblos, Lucio Quincio Cincinato, George Washington y nuestro Libertador abandonaron voluntariamente el poder. Eran conscientes de que el poder no es un dominio absoluto sino una tenencia en arriendo.
El verdadero líder actual debe valorar que la prevención es paradigma de acción, ser integrador, capaz de apreciar más allá de las diferencias, comprensibles y evidentes, entre los hombres, las organizaciones, los partidos políticos, las fuerzas militares y las distintas culturas. Debe ser a la vez principal y marginal, y evitar ser omnisciente.
El líder del pasado sabía qué decir, el actual debe saber también qué y cómo preguntar; el que trate de saberlo todo estará condenado al fracaso. Los valores compartidos tienen gran importancia, como así también conseguir el consenso sobre una causa común.
Para ello, recordemos que en todo ámbito debe respetarse el principio de respeto al prójimo, de que la espiritualidad no es solo una palabra reservada al clero. La ética kantiana impone “tratar a las personas como fines en sí mismas, y no como simples medios para los fines de los demás”. En el ámbito político, el principio ético dialógico impone “no tomar como correcta una norma si no lo deciden los afectados por ella, tras un diálogo celebrado en condiciones de simetría”.
Básicamente, los líderes del futuro serán reconocidos menos por lo que dicen y más por lo que hacen, menos por ser los que hablen y más por ser los que escuchan. A pesar de haber transcurrido más de dos milenios, tiene vigencia la sentencia de Platón: “La condición más importante de un líder es no querer serlo”.
Martín Balza es ex Jefe del Ejército y ex embajador en Colombia y Costa Rica.
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