La figura de Saúl Ubaldini en el proceso de recuperación de la democracia.
Por Carla Sangrilli
Saúl Ubaldini fue un dirigente sindical, del gremio de los cerveceros, que alcanzó notoriedad por su confrontación a la dictadura. Esto lo llevó a convertirse en el secretario general de una recreada y prohibida CGT, en diciembre de 1980, desafiando a las normas vigentes y al propio régimen militar.
Hoy, a 40 años del retorno a la democracia es importante destacar su figura. En primer lugar, porque, en cierta manera, ha sido invisibilizado por la sociedad y también por la historiografía. En ello, es probable que la mirada alfonsinista, de reforzar continuamente la imagen de Alfonsín, de hacerla fuerte frente a los militares, que, a pesar de haber dejado el poder, seguían siendo un factor desestabilizador para el gobierno y para la democracia, haya favorecido que otros actores importantes, resultaran invisibilizados. Quizá, también influyó la idea de Alfonsín, sostenida en sus escritos desde al menos los comienzos de los años ochenta, de que el sindicalismo no era un actor democrático, y que esto, haya perdurado durante toda la década. Lo mismo, las acciones de la CGT posteriores a diciembre de 1983 recordadas, por muchos, como continuos “palos en las ruedas” contra la política del gobierno. En esto último, deben repensarse esas acciones -los paros, por ejemplo- en el marco de defensa propia de las entidades obreras, la búsqueda de la sanción de leyes democráticas para el mundo laboral y la exigencia de la libre discusión de salarios. También, por las propias disputas y tensiones en el seno de la central obrera, dirimiendo liderazgos.
En segundo orden, hay que tener presente que Ubaldini y un sector importante del movimiento obrero, que había sido perseguido, diezmado, censurado por la dictadura se puso al frente de la confrontación y reclamó, desde fines de 1978, el retorno al Estado de derecho. Desde entonces, propuso una instancia de diálogo intersectorial que confluyera en la elección de un gobierno democrático, incluso antes que lo hicieran los partidos políticos.
A partir de 1980, y cada vez con mayor fuerza, la CGT prohibida y dirigida por Ubaldini, comenzó a exigir el respeto irrestricto a la voluntad popular a través de sus instituciones representativas. Reafirmó la idea de que no podían prevalecer estatutos sobre la Constitución Nacional y reclamó por los dirigentes que sufrieron cautiverio, los que figuraban en las listas de desaparecidos o que tenían su actividad política sindical prohibida, además de derogadas las garantías y los derechos constitucionales. Insistió en que el gobierno militar debía fijar plazos concretos para alcanzar la normalización democrática, con la imprescindible unión y participación de todos los actores. Para esto, buscó la adhesión de la mayor cantidad de gente para acompañar las protestas bajo un lema que se hizo bandera: “La Patria convoca al Pueblo”, con el cual exhortó a manifestarse no sólo a los trabajadores, sino a todos los argentinos, a todos los que necesitaran ser escuchados.
Las ideas centrales del período de 1980 a 1983 giraron en torno a esos ejes. El movimiento obrero tenía que concentrar sus esfuerzos en construir un nuevo país con mayor participación civil, para así poder concretar el retorno de la democracia. Debía ser protagonista y aglutinador de los diversos sectores sociales. Ya en democracia, se buscarían soluciones a los problemas políticos y económicos, entendiendo al Estado como comunidad política en la que la sociedad, y quien la compone, el pueblo, es soberano de su propia suerte.
En estos años, el papel de la Multipartidaria fue crucial, y Ubaldini le asignó un desafío mayor que el de llegar a las elecciones: el de construir la democracia, a partir de un gobierno de coalición, en el que estuvieran representados todos los sectores, como lo venía pregonando. Pensaba la democracia como un proceso que no se acababa con las elecciones, sino que había que construirla, sostenerla y defenderla frente a un posible retorno de los militares.
Esta idea era complementaria de otra: lograr la democracia económica. Esa era la manera en la que se podría edificar una verdadera democracia, en la que primara la justicia y la igualdad. Es decir, que no sólo había que poder elegir a los representantes políticos si no también, procurar que se incluyera a todos, a partir de políticas económicas que debían modificarse de acuerdo con el perfil adquirido por el país durante el gobierno militar.
Por último, es interesante repensar dos cuestiones. Por un lado, la idea de democracia sostenida por Ubaldini, qué conseguimos, qué nos falta. Por otro, la paternidad, o la maternidad por qué no, de la democracia. No en el sentido de poner en discusión la figura de Alfonsín como padre, sino, al menos, como el único padre. Eso no supone quitarle el mérito a su papel, pero sí, empezar a pensar que esa democracia, que se consiguió hace 40 años, tuvo varios padres y varias madres, que contribuyeron, a partir de su lucha contra la dictadura, como el caso de Ubaldini, a conseguirla y también a construirla.
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