Ludmer, la académica que creía que el best seller tenía que entrar en la Universidad
Irreverente, consideraba que la crítica literaria era una manera de ejercer el activismo cultural. Leyó este momento de transición al mundo digital y defendió la libertad de pensamiento en tiempos violentos: creó la Universidad de las Catacumbas.
La ensayista, crítica y escritora Josefina Ludmer (1939-2016), que concebía a la crítica como una forma de activismo cultural y que, con sus clases y textos, construyó herramientas para pensar la literatura latinoamericana, falleció recientemente en la Ciudad de Buenos Aires, a los 77 años.
Ludmer se definía como integrante “de la última generación formada en el libro”, y aseveraba que era “producto de la Universidad argentina, de su historia y sus cambios”, tal como declaró al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 2010.
La “China”, como le decían sus amigos -había adquirido ese apodo por su hermano más grande a quien le decían “El Chino”- había nacido en 1939 en San Francisco, Córdoba. Su madre, Beile Nemirovsky, era farmacéutica; su padre, Natalio Ludmer, era médico y director de una biblioteca popular, y fue quien le hizo dos regalos que la marcaron: el “Martín Fierro” y su primera Olivetti.
Ludmer es autora de “Cien años de soledad. Una interpretación” (su primer libro publicado en 1972 y reeditado en 1974 por Editorial Tiempo Contemporáneo, que tuvo una tercera edición en 1985 a cargo del Centro Editor de América Latina); de “Onetti, los procesos de construcción del relato” (Sudamericana, 1977); de “El género gauchesco, un tratado sobre la patria” (1988); y de “Aquí América Latina. Una especulación” (Eterna Cadencia, 2010), en el que decía que en estos tiempos leer implicaba ver.
En 1964 se convirtió en profesora en Letras en la Universidad Nacional de Rosario, ciudad que dejó después del golpe de Estado de Onganía en 1966 para instalarse en Buenos Aires. De esa ciudad santafecina trajo las enseñanzas de profesores como David Viñas, Tulio Halperín Donghi, Adolfo Prieto, Noé Jitrik y Ramón Alcalde, con quien se casó y tuvo un hijo.
Ya en Buenos Aires se desempeñó, junto con Jitrik, como Jefa de Trabajos Prácticos en la cátedra de Literatura Latinoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y en 1973 formó parte de la experiencia conocida como la “Universidad Montonera”, dando dos clases durante dos semestres.
Después del golpe de Estado de 1976, la casa de Ludmer pasó a ser la sede de sus clases de teoría literaria, integrando la llamada Universidad de las Catacumbas, una estructura paralela a la que ofrecía la institución universitaria por esos días atravesados por la dictadura cívico militar.
Fue por esos años que comenzó a viajar como invitada a dar clases a los Estados Unidos, pero recién con el regreso de la democracia en 1984 volvió a la UBA para desempeñarse como profesora e investigadora principal del Conicet. Ludmer ya había comenzado su doctorado en la Universidad de Princeton y había recibido la beca Guggenheim en la categoría Teoría Literaria.
A fines del año pasado, Paidós publicó su libro “Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria”, editadas y prologadas por Annick Louis, en el que se pueden leer las clases de Ludmer durante la década del ochenta, con la vuelta de la democracia.
En 1991 decidió viajar a dar clases a la Universidad de Yale, donde fue reconocida como profesora emérita permaneció por 15 años. Había llegado a esa universidad privada de los Estados Unidos para estar cerca de su hijo, que había viajado a estudiar cine.
Su nuevo regreso a la Argentina fue en 2005, cuando comenzó a dar seminarios de posgrado en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, institución que la premió en 2010 con el Honoris Causa.
Instalada en la Argentina, en 2014 durante una entrevista a la TV Pública, Ludmer reflexionaba sobre las actuales condiciones de lectura, sobre los cambios en la cultura, y señalaba que hoy casi no se lee literatura.
Entre las invitaciones a dar charlas, clases y seminarios en el exterior, fue en la que brindó en Chile en diciembre de 2012 en la que dijo que concebía a “la crítica como una forma de activismo cultural”.
“El betseller es literatura y debe estudiarse en la universidad”, señaló ante las preguntas de los estudiantes, y aseguró que había sido una testigo privilegiada del dos pasajes: el de la crítica literaria al activismo cultural y el de la cultura del libro y la biblioteca a la cultura digital.
Para ella, la literatura no iba a morir sino que se reformulaba, cambiaba, y su obsesión era esa: ver cómo lo hacía, qué formas iba adquiriendo esa práctica. Por eso señalaba que el lenguaje hoy se hace cada vez más visual.
“Yo me siento de la última generación formada en el libro. Siento que necesito dar testimonio de eso. Porque eso va a desaparecer. Las bibliotecas se están transformando en museos”, aseguraba a la revista Anfibia en 2015.
Ese año habló en la Universidad de San Martín sobre “Gauchos, indios y negros. Alianzas y voces en las culturas latinoamericanas”, en el marco de un seminario dedicado a la lectura política de tres géneros clave en la historia narrativa de América Latina: las literaturas gauchesca, indigenista y antiesclavista.
Este año recibió el Premio Konex de Platino en Teoría Lingüistica y Literaria, y en una entrevista concedida en enero al diario La Nación había declarado que estaba trabajando en una autobiografía con escenas de su vida.
Parte de su obra fue reeditada por el sello Eterna Cadencia, que publicó “El cuerpo del delito”, en el que la crítica plantea un recorrido por la literatura argentina en donde el delito es un instrumento que sirve para delimitar cómo se ha definido, en distintos momentos de nuestra historia, la identidad nacional.
El mismo sello publicó “Aquí América latina. Una especulación” en 2010, y reeditó “El género gauchesco”, publicado originalmente en 1988, una obra en la que Ludmer analiza ese género como el pacto que inaugura un modo de leer la relación entre literatura, cuerpos y política en la Argentina.
Leonora Djament, directora de esa editorial, aseguró que la mejor forma de recordar a Ludmer “es con irreverencia, como ella misma leyó la literatura y el mundo”, y dijo que ella enseñaba “a tirar abajo nuestra biblioteca y volver a armarla siempre de manera precaria. Siempre de manera política, no importa qué se esté leyendo o mirando. Siempre reconectando todo con todo de maneras inesperadas y muchas veces irritantes”.
Por sus clases pasaron miles de estudiantes, entre ellos Alan Pauls, Jorge Panesi, Matilde Sánchez y Hernán Vanoli. En esas clases, con la universidad o su propia casa como escenarios, Ludmer desplegó herramientas para repensar las formas de lectura de nuestro país y de Latinoamerica.
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