La delgada línea roja
Milei y Massa durante el debate.
Por Jorge Raventos
Ayer, víspera de la segunda vuelta electoral que decide el próximo presidente del país, la instancia judicial que conduce el comicio -la Cámara Nacional Electoral- citó a los apoderados de las dos fuerzas que compiten -La Libertad Avanza y Unión por la Patria- para ratificar que el dispositivo en marcha garantiza, como es habitual, la limpieza de la elección. La Justicia quiso enfatizar ese hecho a raíz de que desde las filas libertarias se ha invocado estrepitosamente que “ha habido un fraude colosal” en la primera vuelta y se acusó a la Gendarmería de cambiar el contenido de las urnas. Afirmaron simultáneamente su desconfianza sobre la elección que se concretará hoy.
El viernes 17, sin embargo, una de las personas apoderadas de ese partido, Santiago Viola, ante una citación de la Cámara se presentó y declaró allí que no tenía nada para probar esos dichos. Alegó, además, que aquella declaración “no era una denuncia”. La otra apoderada que la Justicia convocó -Karina Milei- no concurrió pero en un escrito confirmó lo dicho por Viola.
“Ellos aclararon que no era una denuncia -dijo el secretario de la Cámara, Sebastián Schimmel-. Son versiones absolutamente infundadas, que ni siquiera en las redes acompañan con fundamentos, pero que generan este clima que intenta ser de desconfianza. No existe ninguna denuncia, ningún hecho que justifique preocupación”.
En rigor, el procedimiento electoral argentino está rodeado de garantías. Si hiciera falta una prueba sobre su transparencia, bastaría decir que en los 40 años de vida de la democracia post-Proceso, las oposiciones a gobiernos de turno triunfaron sobre los oficialismos varias veces, tanto en pugnas presidenciales como en legislativas.
En un país que quiere superar años de grieta y evitar que se agraven los conflictos, hablar de fraude es atravesar, también aquí, una delgada línea roja: parece irresponsable…o preparatorio de excusas o de maniobras contra el resultado de las urnas como las que ya experimentaron otros países del continente.
Por sí o por no
Cuando restan horas apenas para que se conozca el veredicto de las urnas, ¿vale la pena seguir analizando lo que ocurrió un domingo antes, en el debate de candidatos que vio medio país? Probablemente sí. El resultado del comicio completará o corregirá las impresiones que dejó aquel duelo, pero no estará desvinculado de lo que mostró.
Cuesta encontrar un observador medianamente objetivo que no admita que el domingo 12 Sergio Massa se impuso claramente a Javier Milei. La prensa internacional coincidió unánimemente en ese veredicto. Hasta columnistas de medios francamente opuestos a Massa constataron el hecho: “Massa se mostró más aplomado y profesional, frente a un Milei más desordenado y silvestre”, resumió Jorge Liotti, en La Nación.
Apurado el trago del reconocimiento de la realidad, los más reticentes puntualizaron, como era previsible, objeciones y hasta se preguntaron si la superioridad evidenciada por el candidato de UP no terminaría siéndole contraproducente. Incluso consiguieron un ejemplo: evocaron en este sentido el debate español de hace tres décadas en el que Felipe González vapuleó al conservador José María Aznar, pero perdió la elección.
En las propias filas de La Libertad Avanza, aunque siempre aclararon que “Javier cumplió sus objetivos”, fueron económicos en materia de elogios. En rigor, al día siguiente del debate el paso de sus voceros y del propio candidato por los medios y los spots publicitarios del sector estuvieron dedicados a “interpretar” las dificultades exhibidas por Milei, al intento de mejorar a posteriori lo que evidentemente valoraban como un magro resultado durante el tiempo del debate o a corregir y desmentir declaraciones del libertario que la práctica ha demostrado contraproducentes .
Milei y la tos ajena
El candidato, por ejemplo, sugirió que una maniobra de los organizadores habían manipulado la ubicación del público para facilitar que un grupo de “tosedores” massistas lo hostigara con sus carraspeos y convulsiones cada vez que le tocaba el turno de hablar, algo que le habría impedido concentrarse. Su gente (y sus periodistas adictos) acusaron a Massa de construir preguntas basadas en “información de inteligencia”; aludían, en realidad, a datos y videos que están disponibles en internet para quien quiera buscarlos; allí se encuentran rastros de su historia personal, artística y política y testimonios visuales de algunas de las numerosas extravagancias y vehemencias propositivas de Milei.
Su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, habitual correctora y normalizadora del discurso del candidato presidencial, hizo varias presentaciones públicas destinadas a controlar daños y a mejorar la imagen que el libertario había dejado en el debate. Villarruel, una comunicadora eficaz, pareció un poco decepcionada por la performance de Milei en esa instancia y empezaron a trascender versiones de que ella está pensando en una futura carrera política no necesariamente pegada a la del líder libertario.
Villarruel ha ganado la confianza de Mauricio Macri: es una interlocutora menos problemática que Milei, más decidida y elocuente que Patricia Bullrich y cuenta con el respaldo de algunos grupos de militares nostálgicos en situación de retiro.
Faltó trabajo
Volviendo al debate, estaba cantado que el punto vulnerable para Massa era la discusión sobre la inflación, un tema de principal interés del electorado en el que el candidato-ministro no puede presentar resultados, sino argumentos contrafácticos. Que Milei no encontrara la forma de golpear ese nervio sensible dependió menos de la reconocida astucia de Massa que de la negligencia y arrogancia con que el libertario encaró el desafío. Mientras Massa dedicó tiempo a recorrer y conocer el espacio donde se desarrollaría el debate, Milei mandó a su hermana a hacerlo; seguramente Massa y sus equipos revisaron con cuidado todos los discursos y opiniones de Milei de los últimos años. Milei, proclamado bilardista en fútbol, no imitó la obsesión de su DT favorito, que estudiaba a sus rivales meticulosamente y se quedaba de madrugada a observar videos, estudiar jugadas e imaginar tácticas. Si hubiera estado mínimamente informado no habría cometido el gol en contra de citar elogiosamente a Rudy Giuliani, el ex alcalde que corrigió decisivamente la inseguridad de Nueva York: Massa es amigo personal de él y Giuliani prologó un librito sobre la seguridad ensalzando la experiencia de Tigre, con Massa como intendente, sobre ese tema. Massa sólo tuvo que empujar la pelota a la red.
Otra asignatura pendiente
Pero tal vez lo más desastroso para Milei en aquel debate (incluso más que su insistencia en glorificar a Margaret Thatcher, responsable directa del criminal hundimiento del Crucero General Belgrano durante la guerra de Malvinas) fue la comprobación de su incapacidad para administrar el tiempo. En el primer bloque, abrumado por las preguntas “por sí o por no” de su contrincante, Milei dilapidó casi totalmente los 6 minutos que tenía a su disposición sin dar una sola respuesta precisa y sin contraatacar, empeñado en disquisiciones teóricas poco pertinentes o eficaces en un debate de esa naturaleza.
Es obvio que alguien que pretende ser presidente debe prepararse e informarse adecuadamente, debe ubicarse en tiempo y lugar -en circunstancias- y debe saber administrar. No sólo el tiempo: mientras los libertarios repiquetean insistentemente la idea de que puede haber un fraude, la Cámara Nacional Electoral tuvo que avisarle esta semana al partido La Libertad Avanza que no había entregado el número suficiente de boletas electorales para la elección del domingo. ¿A quién culparán si faltan en el cuarto oscuro?
Este episodio dio origen, parece, a un nuevo round de tironeos entre las fuerzas libertarias y el macrismo: el expresidente le había prometido a Milei que le facilitaría sus equipos (y su ayuda financiera) para la logística del comicio; esto incluye la provisión de fiscales y de boletas. Milei no llega por sí solo a cubrir la fiscalización de todas las mesas (se necesitan unas 100.000 personas; no tantas, en rigor, para un candidato que aspira a la presidencia en un balotaje) y eso lo vuelve muy dependiente de Macri. Se quejó de que este no estaba cumpliendo y el expresidente tuvo que hacer un alto en su campaña electoral en Boca para presentarse ante el candidato en su refugio del Hotel Libertador, cerca de Retiro. Allí parlamentaron.
Milei tiene sentimientos encontrados a raíz de su dependencia del macrismo. La influencia de Macri se notó fuertemente en el debate. El macrismo pasteurizó a Milei para evitar algún desborde temperamental del candidato, pero los mileístas de la primera hora se preguntan: ¿cuánto vale en votos un Milei sin motosierra, sin dolarización y aliado a los restos de un partido de lo que Milei definió como casta?
Los temores del mileísmo de la primera hora se confirmaron en el debate. Presionado por el mandato macrista y sin duda contrariando sus pulsiones íntimas, Milei hizo un esfuerzo denodado por mantener la calma. “El mérito de Milei fue no haberse exaltado irreversiblemente, como era el objetivo de su rival”, observó con lucidez Jorge Liotti en La Nación. Es muy probable que el estrés resultante de esa contención se haya reflejado en el episodio de las toses. Cualquier sonido perturbaba su exigida capacidad de concentración. En los momentos en que pudo liberarse del mandato, volvió el Milei de las PASO. Tal vez más desprovisto de la “presidencialidad” que le reclama el macrismo, pero más auténtico. Más entrañable para sus votantes propios y probablemente más sano para el alma del candidato, que a horas del comicio, ante los empresarios del Cicyp, tuvo que diluir hasta la insipidez las consignas que venía de declarar innegociables: la dolarización y el cierre del Banco Central.
Milei pudo contenerse en el debate, pero nunca quiso (o pudo) desplegar la consigna que quería Macri: “cambio o continuidad”. Si se quiere, fue Massa el que se acercó más a la definición del cambio de ciclo cuando le dijo al libertario: “No es Macri o Cristina, Javier. Es vos o yo”. Estaba jubilando una época junto a las dos personificaciones de la grieta.
¿Cuánto influirán hoy en el voto de los ciudadanos estas evoluciones e involuciones verbales el domingo?¿Se puede interpretar algún mensaje social en el repudio que Milei tuvo que apechugar anteanoche en el Teatro Colón? Las encuestas no han conseguido desencriptar la voluntad de quienes llegan al comicio declarándose indecisos (que quizás ocultan una decisión ya tomada). Entre cinco y siete de cada cien entran aún en ese casillero.
En definitiva, cuando se abran las urnas y se cuenten las papeletas, sólo valdrán las que hayan tomado partido.
Por sí o por no.
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