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Opinión 9 de noviembre de 2023

La dictadura, una regresión incomprensible

 

Por Nino Ramella

En psicoanálisis se habla de regresión cuando una persona se refugia en alguna etapa del pasado que le ha resultado satisfactoria, para no sufrir el presente. No sé si puede hablarse de lógica cuando se abordan estos temas, pero parece tenerla. Huir del sufrimiento resulta sensato.

Contrario sensu… las sociedades, las civilizaciones… parecen recorrer ese camino pero en sentido inverso. Los hechos aberrantes de la historia que creemos superados reverdecen con igual o mayor intensidad, sumiendo al conjunto social en vivencias de dolor indescriptibles que creíamos superadas.

Hace dos mil años los pueblos se mataban entre vecinos por causas religiosas.  Hoy también. Y hasta se degüellan o se bombardean niños.

No yendo tan lejos nuestro país vivió las mayores atrocidades producto de la violencia ejercida desde el Estado durante la dictadura militar. Que el análisis de este tema haya vuelto a sembrar dudas cuando las creíamos ya definitivamente sepultadas, evidencia la fragilidad de convicciones que descontábamos que compartíamos todos.

Lo más curioso es que ese “revisionismo” alcanza a quienes vivieron aquella época. Dejaremos de lado a las generaciones que se sucedieron después de esos años, para quienes los relatos… si es que los han tenido… no alcanzan la carnadura de las vivencias.

La violencia se había tornado cotidiana. Las personas perdieron toda protección legal y eran susceptibles de sufrir atropellos por cualquier individuo que vistiera un uniforme… y también sin uniforme si era parte del Proceso.

No me lo contaron

En la Universidad la patota parapolicial con armas sobre las mesas revisaban carpetas y libros tirándolos al piso para que en un acto humillante las recojan los estudiantes. No me lo contaron. Yo viví eso. Y en comparación con otras tropelías eso es una pavada.

Viví el desgarro lacerante de mis padres -y para mí imposible de olvidar- ante el secuestro y tortura de un familiar. Padecimos en esta sociedad la inverosímil faena de quienes como si fueran a cumplir un horario de trabajo se disponían cada día a torturar gente sin importar género o edad. Siempre pensé que luego seguramente volverían a sus casas a ayudar a hacer los deberes a sus hijos.

Una comunidad estuvo a merced de brutos… por ignorantes y violentos… al tiempo que escuchaba decir a los que asistían a misa diaria que lo de las desapariciones era un invento. Acaso por ser los militares usurpadores del poder, la Justicia y las leyes no eran precisamente respetables para encarar cualquier hecho violento.

Mi oficio de periodista fue el proporcionalmente más diezmado. Desafiar la mordaza implicaba un riesgo de vida o enfrentar el exilio si se tenía la suerte de escapar.

La fuga de cerebros fue constante desde el momento en que los docentes y los libros fueron considerados una amenaza para la sociedad occidental y cristiana… y para defenderla robar bebés o matar jóvenes no era un impedimento que pudiera frenar el ímpetu “salvador”.

De todas esas tragedias hemos sido testigos todos los que tenemos encima algunos años. Si no fuera banalizar el mal algún día habría que escribir las torpezas que de aquellas mentes brotaban producto de una ignorancia sin parangón, como secuestrar el libro “La Cuba electrolítica” por su sesgo comunista. El peligro es que se consideren estas anécdotas como  espontáneas y distraigan el hecho de lo que  en realidad fue un premeditado nivel de planificación y control.

Valen estas líneas para preguntarnos cómo es que hemos llegado a poner sobre la mesa la discusión de un tema que la democracia creía haber resuelto con los juicios a los represores, donde todos contaron con la debida defensa en juicio que ellos negaron a sus víctimas.

Tener estas regresiones pero no al momento de placer del pasado sino por el contrario al de mayor dolor puede ser un desafío para la sociología y un rotundo mentís al principio kantiano del progreso indefinido de la sociedad.