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Arte y Espectáculos 8 de noviembre de 2023

Graciela Borges: “En general en el cine se ha perdido la emoción”

La gran actriz argentina participó del ciclo Charlas con Maestros del Festival de Cine de Mar del Plata. Deleitó a los presentes con anécdotas y dio a conocer cuáles son sus máximas de vida.

Graciela Borges y el presidente del Festival de Cine, Fernando Juan Lima.

 

 

“¿Interesa esto?”, pregunta a quienes están sentados y dispuestos a escucharla. Un largo “sí” responde el público en la sala. Dueña de una gran sencillez, la actriz Graciela Borges participó este miércoles de una Charla con maestros, actividad del Festival Internacional de Cine destinada a referentes de la pantalla grande. Con la coordinación del presidente del Festival, Fernando Juan Lima, el encuentro que se realizó en Chauvín estuvo atravesado por el humor.


 “El problema siempre está en la mirada, como uno mira es como uno es, si uno sabe mirar desde un sitio de no negación siempre se rescata todo”


Es que, además de ser una de los rostros más bellos y más retratados del cine argentino, Graciela es un tesoro de anécdotas que puntúa con especial gracia. Las historias con Juan Manuel Fangio y Juan Manuel Bordeu, quien su pareja, por Europa, la relación con su madre o cómo el público le recuerda el final de las películas en las que trabajó fueron algunos de los momentos más altos de la charla.

“Estábamos en La Serra (un restaurante europeo), el Chueco Fangio en el medio, yo a su derecha y Juan Manuel Bordeu a la izquierda. Veo por la puerta de La Serra entrar a Dalí y a Coco Chanel. Y Dalí, lo juro por mi nieta, dice ‘Oh, el gran Chueco’. Yo vi que Fangio no tenía idea de quien era, entonces vi que Bordeu se acercaba y le decía algo, mientras Dalí se nos acercaba diciendo ‘Hombre, qué placer estar aquí, por fin te conozco’. El Chueco Fangio lo miró a Dalí y le dijo ‘Acá me dice Bordeu que vos pintás’”, recordó entre estallidos de risa una Graciela tan cálida como amorosa.

 


Antes de arribar a la sala donde charló con el público.

Antes de arribar a la sala donde charló con el público.


 

Asimismo, la intérprete contó aspectos de su biografía –“empecé a trabajar a los 14 años, algo que no recomendaría”- y recordó a directores con los que compartió set, como Jorge Polaco –“hay que tener cuidado con la censura, a Polaco lo deshicieron con Kindergarden”-, Leonardo Favio –“Favio es lo más, su cámara ilumina, embellece a los personajes oscuros”- y Raúl De La Torre. Y siempre se las ingenió para desarmar la mirada hollywoodense que, aún en la actualidad, pesa sobre la actuación de las llamadas grandes divas del cine.

“Si vos me preguntás si gocé mucho (en el cine), no, hay que decir la verdad, en algunos momentos, en algunos instantes, en pequeños momentos de algunas películas que me han gustado mucho he sido muy feliz. Por ejemplo, he sido muy feliz con una película que filmó (Marcos) Carnevale, Viudas, una película preciosa en la que trabajó Martín Bossi. Nos moríamos de risa. Valeria Bertuchelli tiene un don fantástico, imita a actrices que no nos gustan mucho, ‘te voy a hacer a fulana’ me decía y te morías de risa”, detalló.

A pesar de esos momentos “de comunión”, tal como los llamó, entre colegas y técnicos –“siempre me siento a comer con los técnicos”, dijo- entendió que el cine “es muy cansador”. Y siguió: “Hay que tener mucho fervor y mucha paciencia. La gente cree esa historia de Hollywood, cree que estamos entre almohadones comiendo chupetines y ‘Señora Borges, haga tal escena’. No, yo trabajé con tuberculosis cuando tenía 16 años”.

 


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“Yo trabajé con tuberculosis cuando tenía 16 años”, contó.


 

En esa línea de contar el desgaste que supone su trabajo –el lado B-, comparó la manera de trabajar en el cine analógico, en tiempos en que se rodaba sobre fílmico y se ensayaban las escenas, y el presente, con el cine digital. “Hice una película, de las dos últimas, en la que me pasaron a buscar para ir a una estancia a las doce y media del mediodía y terminaba la filmación exactamente cuando salía el sol, seis menos cuarto de la madrugada. Era octubre o noviembre y hacía un frío terrible. Después de que me maquillaran estuve seis horas haciendo la misma escena”.

El director repetía la escena una y otra vez. Graciela recordó las palabras del realizador: “’Pongo una cámara y una lente y repito y después armo una coreografía’. Pero eso es espantoso para un actor, tenía un personaje que gritaba y lloraba, habíamos ensayado, hubo un momento dado en que sentí que me dolía la cabeza, la mitad, del lado del ojo izquierdo. Llamé a mi médico y me dijo que me fuera a un hospital porque podía tener un ACV. Eso ocurre en el cine”.

Amante de Mar del Plata, ciudad en la que pasa largas temporadas, observa el mar –“pienso en muchas cosas”- y agradece, Graciela se definió distraída, torpe, austera y noctámbula –“aborrezco las mañanas”-. Y observó, además, un detalle no menor en el cine que se hace en la actualidad. “Siento que a veces en el último tiempo, en general en el cine se ha perdido la emoción, antes había más emoción, no golpes bajos que son horribles, pero emoción, hay películas geniales que no tienen ninguna emoción, siempre tiene que haber una parte en la que a uno le toquen el pecho, el corazón, el plexo asolar y uno diga ‘Ay, acá, esto es para mi’”.

De su adolescencia, cuando comenzó a filmar, reconoció haber recibido cuidados. Recordó a maquilladores y peinadores entrañables y dijo tener especial amor a los trabajadores de los rubros técnicos del cine –“conmigo han sido maravillosos”-. Y entre anécdota y anécdota, dejó ver cuáles son sus líneas de vida, una suerte de máximas. “El problema siempre está en la mirada, como uno mira es como uno es, si uno sabe mirar desde un sitio de no negación siempre se rescata todo. En el fondo somos todos maestros. Hay que repensar y pensar en el otro. Es difícil no juzgar pero deberíamos no juzgar. Tenemos que tratar de ser amorosos en todo lo que hagamos”. Y concluyó, muy pero muy sabia: “Está buena la vida”.



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