Al ritmo del clima, una historia de jóvenes que buscan su identidad a pesar de los mandatos
“El viento que arrasa”, de Paula Hernández, abrió la competencia Latinoamericana. La última película de la directora de “Los sonámbulos” y “Las siamesas”, se proyectó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Vínculos familiares en espejo y realidades que aparentan ser muy diferentes pero, en algún punto se parecen.
Almudena González, Paula Hernández y Joaquín Acebo.
Un padre predicador y una hija adolescente, nómades. Un padre mecánico y su hijo aislados en un monte mesopotámico. Unos llenos de palabras, otros llenos de silencios. Un calor sofocante que preanuncia una tormenta, el viento que va creciendo, como la tensión entre esos personajes: los que quieren mantener el status quo y los que se replantean su actualidad y su futuro, su realidad y sus deseos.
Con estos “cuatro personajes que son un regalo” y que funcionan, como duplas y también como tríos, Paula Hernández y su equipo de trabajo construyeron la bella “El viento que arrasa”, una adaptación de la novela de Selva Almada.
La película, que se estrenó en el Festival de Toronto y compitió en el de San Sebastián, inició las Competencia Latinoamericana del 38° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
La proyección de esta película que llegaría al circuito comercial argentino en marzo de 2024, fue acompañada por Hernández y parte del equipo: Almudena González (actriz sobre la que recae gran parte del peso de la película), el actor Joaquín Acebo, para quién “el chango” fue su primer personaje, el fotógrafo Iván Gierasinchuk y la directora de casting María Laura Berch. El casting se completa con Alfredo Castro y Sergi López.
“Hernán Musaluppi de Cimarrón tenía los derechos y me ofreció hacer el proyecto diciéndome que creía que había algo que me podía interesar porque es lo que venía trabajando, pero que además me iba a permitir ir a otros lugares. Y la novela está en la película, pero también hay otras cosas que quizás corresponden más a mi universo que al de la novela de Selva” definió la guionista y directora Paula Hernández, en charla con público y periodistas, al finalizar la función.
La primera decisión de Hernández tuvo que ver con el punto de vista: Leni, la hija del reverendo Pearson. La segunda, contar la historia en una sola línea temporal.
“Me parece que el lugar de Leni es un lugar de observación, pero que no es una observación pasiva, sino todo lo contrario, en ese silencio, en esa mirada es donde se produce el pensamiento, desde esa calma es donde se produce la tormenta y eso me parecía atractivo para contar. la película está sobre sus espaldas y es eso esa acumulación de esta hora y pico tiene que producir sentido” dijo Hernández.
“La decisión de poner el punto de vista en Leni es política también, una piba que está creciendo en un mundo patriarcal, porque son hombres y están en el campo y son los 90 y es un entorno religioso. Creo que la historia hubiera sido otra si la contaba un director” consideró González.
El casting, sobre todo para Leni y “el Chango”, el otro personaje “joven” de la historia, fue enorme, pero “encontramos a estas dos joyas” reconoció la directora.
Es que mientras el clima (ese calor húmedo y el viento que va aumentando, lenta pero firmemente) y los espacios, ese quinto personaje de un lugar no muy definido entre la frontera de Argentina, Brasil y Paraguay acompañan las emociones y realidades, dos jóvenes encontrarán el momento de transgredir las normas, rebelarse, intentar ser artífices de sus propios destinos. “No me gustan los paisajes que funcionan solo como un elemento decorativo, me gusta contarlos” definió Hernández.
La directora se aproximó, además, a un tema lejano para ella, la religión, que se aborda de una manera amplia, respetuosa, alejada de cliches y que tiene un peso dual: Para Leni es opresión, seguir a la sombra de su padre. Para José Emilio, El Chago, una salida, la oportunidad de darle un giro a su vida, la ¿salvación?
“La historia me implicó hacer un gran trabajo de sacarme los prejuicios. Leer, entrevistar a gente, estar con pastores, con fieles. Para mí había que correrse del lugar visible que puede tener un mundo evangélico y pensar qué pasa con estos personajes que realmente creen en lo que creen. Uno puede tener muchas diferencias, pero me interesaba contarlo desde ese lugar y no desde un lugar esquemático” describió.
Parte del equipo de trabajo de “El viento que arrasa”.
En ese sentido, la fotografía de la película es determinante. Junto a Ivan Gierasinchuk trabajaron en la observación de la pintura religiosa: cómo están dispuestos, cómo entra la luz, cómo están iluminados los personajes, cómo son las angulaciones, desde dónde están contados los momentos religiosos.
Paralelamente, las imágenes van generando un clima parecido al de las películas de terror, llevado a “ideas morales y esta idea del infierno y lo religioso” y también, balancea la amplitud y exuberancia, sensación de libertad de los paisajes, contrastada con la sensación de aislamiento de Leni y también de El Chango.
“Tanto Leni como el Chango, dos personajes que crecen bajo miradas tan pesadas, esos dos padres están opuestos, que en algún punto se acercan y están tratando de encontrar su propio lugar, su propia forma, su propia transgresión” definió Hernández.
Las relaciones funcionan como duplas, pero, a la vez como tríos. “Pensamos mucho estas duplas, ¿hay una pareja de padre e hija que no paran de hablar, que tienen una vida absolutamente nómada no hay casa, están yendo de un lugar al otro de forma permanente, en contacto con los demás, donde se jugó una ambigüedad en el propio vínculo en el que el padre hay algo que no ve del crecimiento de esa hija porque no quiere, porque no puede, porque no le conviene y esa situación genera lugares ambiguos, abusivos, no sexualmente, pero sí de alguna manera interviene permanentemente sobre la cabeza y la emocionalidad de su hija. Y los otros dos personajes, de ese taller, que son más de cuerpo y donde no hay palabra, donde donde la forma de relacionarse es absolutamente, distinta viven aislados, no hay comunicación con los demás. A partir de ahí los pensamos como triángulos amorosos. ¿Cómo funciona en la vida del Chango y del Gringo que alguien como el reverendo quiera entra? ¿Y cómo funciona la vida de Leni y el padre, en relación a el Chango que aparece y que por un lado molesta y le da celos y al mismo tiempo es una posibilidad de salir?. Esa idea de triangulación es una de las bases de las relaciones” compartió.
Para Joaquín Acebo, fue clave en su composición pensar la relación que tenían estos personajes en función de como son las dos familias. “Aparentan ser completamente distintas, sin embargo funcionan como espejos. Así pensé la película, como espejos por todos lados, tanto de los vínculos familiares de nuestros personajes, si bien el foco está en toda la transformación de Leni, me parece que van a tempo los dos. Hacen el clic cuando se conocen”.
En ese sentido Hernández concluyó que “el encuentro de esta historia, que es como una fábula, desencadena todo este proceso de transformación en el cual nos reconocemos en los vínculos de los otros, algo de los propios”.
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