Entretextos: “Muchachos…”, ¿seguimos siendo muchachos?
Martín Algorta nació en Capital Federal en 1990. Se recibió de Ingeniero Naval en 2014 en el ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires). Desde el 2020 es religioso jesuita. En la actualidad, vive en Córdoba, donde estudia Filosofía en la UCC (Universidad Católica de Córdoba). En 2022 participó de los talleres de poesía de Leandro Calle y de ficción de Daniel Guebel en la misma ciudad.
Por Martín Algorta
Terminamos el 2022 cantando juntos como un solo país, queriéndonos entre los argentinos con un amor extraordinario. A menos de un año de ganar el mundial volvimos a vivir en un país agrietado, dividido en tres. ¿Cuál de las dos es la Argentina verdadera?
“Muchaachos, ahora nos volvimo’ a ilusionaar…”. Tengo que volver a finales de diciembre de 2022 para escuchar nuevamente a ese pibe que a las siete y media de la mañana, mientras agarraba las tiras de la mochila para cruzar las vías del tren, repetía el cantito como mantra. Repetición totalmente acompasada con mi ritmo interior, y por eso la sonrisa mutua al encontrarse nuestras miradas. La misma reacción sucedió unos días más tarde con esa pareja de médicos que estaban abrazados sobre un banco de plaza en el barrio General Paz de Córdoba. Esa vez el que venía cantando era yo. Te cuento una más, ya había pasado navidad y ahora estaba en Buenos Aires, arriba del 59 y hasta me animé a hacerle el redoblante con el respaldo del asiento de adelante al cantito que sonaba en el fondo.
Festejábamos la tercera, pero sobre todo nos ponía felices poder abrazarnos con los que en el transcurrir del año nos resultaría imposible tener esa comunión de almas total. Si encontrábamos a alguien con otra camiseta lo buscábamos especialmente. Buscamos también a la vecina que nos mira mal desde que el perro de casa se metió por su reja y le destrozó las flores; y a ese amigo que desde hace como veinte años que de política no podemos hablar, o mejor, levantamos la voz hasta decirnos cosas que más tarde nos terminamos arrepintiendo.
La alegría era mirarnos como argentinos y querernos. Nos queríamos mucho. Estábamos más enamorados que novios recientes. Ojo, también nos conocíamos y sabíamos que probablemente íbamos a volver a vivir la grieta cuando todo esto se pase. Aunque en el fondo -en ese lugar donde se alojan los afectos, los sentimientos más profundos, las creencias más sólidas y de donde brotan las decisiones más importantes teníamos por cierto que ésta era la realidad. Que éramos un solo país y que de verdad podíamos vivir como uno. Lo otro, ese país agrietado, era una realidad menor.
“Fue un gran fingir demencia pero también motivarnos a pensar en un futuro esperanzador y lleno de oportunidades”, me escribe Valentín desde Posadas cuando le pido que me acompañe en esta reminiscencia mundialista. Sus modismos de veinteañero me alertan ante la posibilidad de haber vivido una gran ficción colectiva, y me llevan a buscar una observación más amplia del tema, y por ejemplo, escuchar a quienes como Héctor le bajen los decibeles al asunto: “que salieran campeones me agradó, pero no más que eso”, para luego asegurarme que el fútbol de verdad, el de antes, hoy solo se puede ver en la B Nacional los sábados.
Con mayor o menor afecto, la cuestión es que transcurrimos menos de un año y los números políticos nos revelan un país de tercios. La vecina no deja pasar dos días que me pega el grito para que barra las hojas de la vereda cuando paso al frente de su puerta, y si me cruzo a cualquier persona cerca de las vías a las siete y media de la mañana, ni se me ocurre mirarlo, corro para que no me afanen otra vez. Claro ese “alma-futbol” que nos hacía ser un solo corazón “no sale a trabajar, ni cobra planes, ni hace piquetes” como asegura Tere, que a su vez, cuando se va a dormir en medio de los vientos del oeste que azotan Trenque Lauquen y se acuerda de la tercer estrella, no puede evitar cerrar los ojos con un inmenso orgullo por su país.
Esa tercer estrella, la que está estampada en la primer camiseta que se compró Cami, y que significa la primera que vemos los sub-35 como ella, sabemos fue más que eso. Fue la mirada de Ezequiel con su hermano, que en un abrazo por algo tan insubstancial como una victoria deportiva, quedó condensado todo su cariño en un hito más para la vitrina de la memoria. Memoria que quedó grabada en la pantorrilla de Carlos, que desde la madrugada de Tokio, mientras acá nos subsumíamos en un solo grito de campeonato, en videollamada con su hermana se prometían hacerse el mismo tatuaje del Messi riquelmeano haciendo el Topo Gigio.
Es que este país de tercios también es el país unido. Me niego a decir que uno es más real que el otro. Ese día en donde el electro-emociograma recorrió con intensidad todos los valores sentimentales posibles sigue siendo válido. Si bien muchos apelamos a la suerte cósmica, y mantuvimos las costumbres que nos harían ganar, también ese fue el mundial que “terminó con las cábalas”. Me quedo con la audacia de Emiliano que el 18 a la mañana decidió ponerse zapatillas deportivas: “estaba seguro que íbamos a ganar y que después iba a tener que caminar desde Palermo hasta el Obelisco”. Emi: sin poner en riesgo el campeonato, como temiste en un momento, terminaste caminando, saltando y metiéndole al redoblante todo ese recorrido.
Después de tanto preguntar, me llevo esa imagen. Muchachos: sí, seguimos siendo muchachos. Pongámonos algo cómodo que lo que nos va a tocar caminar va a ser largo. Pero ni una derrota, ni que nos tiren para atrás de afuera o de adentro, ni que nos digan que como no somos Europa no podemos… nada de eso me va a sacar la ilusión de ser un solo país. Muchachos: yo elijo creer.
Biografía
Martín Algorta nació en Capital Federal en 1990. Se recibió de Ingeniero Naval en 2014 en el ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires). Desde el 2020 es religioso jesuita. En la actualidad, vive en Córdoba, donde estudia Filosofía en la UCC (Universidad Católica de Córdoba). En 2022 participó de los talleres de poesía de Leandro Calle y de ficción de Daniel Guebel en la misma ciudad. Durante este año, participa de la Diplomatura en Escritura Creativa de la Untref (Universidad de Tres de Febrero) dirigida por María Negroni.