El brutal crimen del rapero en una tarde calurosa de diciembre
El 27 de diciembre del año pasado un brutal homicidio pasaba casi inadvertido. Eme Erre o Maximiliano Ramallo, un joven rapero de 21 años, había recibido más de 15 puñaladas dentro de su departamento de Gascón al 1500. En cuatro días los investigadores pudieron resolverlo. La historia detrás de una brutalidad.
Por Fernando del Rio
La bolsa de nailon siempre estaba por ahí, cerca de encendedores, papel de armar y borradores con anotaciones de pedidos y deudas de sus clientes. La cultura canábica era parte central de la vida de Maximiliano Ramallo (21) a tal punto que, contrariando las leyes y arriesgando libertad, la había transformado en su principal modo de generar dinero. Claro que cuando uno tiene algo que otros necesitan demasiado la deslealtad y la traición pueden asomar de un momento a otro por debajo del disfraz amistoso del impostor. Y Ramallo no fue capaz de anticipar eso.
Hizo un calor pegajoso el 27 de diciembre del año pasado, incluso aún lo hacía cuando los policías encontraron el cuerpo de Ramallo destruido a puñaladas en el interior de su departamento de Gascón al 1500. Calcularon, a primera vista, más de diez puñaladas pero la autopsia elevó el número final a quince, distribuidas entre la cabeza, la espalda, una pierna pero sobre todo el cuello. La escena del crimen parecía propia de esas películas de ciencia ficción, en las que un alienígena queda sólo con su víctima y no hay fuerza que pueda detenerlo: sangre por todos lados, desorden, marcas de arrastre. En esa situación era imposible saber si faltaba o si sobraban cosas. Lo único seguro para los investigadores es que el arma empleada para semejante ataque se la había llevado el asesino.
Una botella rota de cerveza se autodenunciaba como protagonista de los instantes previos y la puerta sin forzar de aquel departamento de planta baja “D” descartaba inmediatamente a un desconocido. Aún no lo sabían, pero la bolsa de nailon, la que Ramallo solía guardar en el compartimento para verduras en la heladera, no estaba más. De todos modos, los forenses y peritos de Policía Científica no se convencían de que lo que había desatado el asesinato había sido un simple robo. Demasiada saña.
Ramallo tenía 21 años, no tenía antecedentes penales y se daba a llamar Eme Erre en su otra gran pasión: el hip hop. Junto a su amigo “Draku” había formado el dúo Críos del Asfalto, una expresión rítmica musical que iba por los caminos de la rebeldía urbana y su desafío a la ley. “Somos críos del asfalto/en la calle hace rato/en la cara de la gorra/ hago business cierro trato”, dicen los versos de “Business”. Había algo que retenía a la adolescencia y no la dejaba escapar, dejarla allá atrás. La vida adulta se mantenía agazapada, algo tan común por estos tiempos. Todo parecía un juego, las canciones, la vida relajada, los videos, la droga. Incluso la broma de la pistola 9 milímetros que al gatillarla no lanzaba balas si no una llama de encendedor, tan necesaria en aquellas reuniones.
Ramallo llega a su departamento, apenas 1 hora antes de ser asesinado.
El asesinato de Ramallo fue el último del año 2015, el que cerró una serie de 74 hechos, algunos de ellos lo bastante conmocionantes para disponer una estrategia de blindaje policial sin precedentes en Mar del Plata. El de Ramallo llegó sobre el final de un año difícil y en medio de las dos celebraciones populares, un factor más para buscar un esclarecimiento inmediato.
El caso, que será ventilado en un juicio por jurados el año próximo, cuenta con algunos ingredientes que agudizan la tragedia, como por ejemplo que quienes encontraron el cuerpo fueron los propios padres de Ramallo.
Fue angustiante.
La madre de Ramallo y su marido, padrastro de Ramallo, vivían a poca distancia de allí. Un medio hermano de Ramallo mucho más cerca: en el mismo edificio de Gascón 1554, en el 3 piso. El padrastro y la madre habían salido a realizar un trámite y como no pudieron conseguir algo que buscaban se dirigieron a lo de Ramallo. Un rato antes lo habían visto.
La primera que entró al departamento fue la madre y vio un gran desorden y mucha sangre. A los gritos pidió ayuda a su marido, quien ingresó al departamento y no logró dar con Maximiliano Ramallo. La perra de Ramallo, única observadora de lo sucedido, vagaba desconcertada de un lado al otro. Algunos testigos de la situación llamaron a la policía mientras el padrastro se dirigía a la habitación. Entonces vio el cuerpo, entre la cama y la pared. Tenía tantas lesiones y había tanta sangre que sabía que podía imaginar que aquella desesperación era ya en vano. Poco después llegó la policía y, con la ayuda de un médico, constató la muerte de Ramallo.
No se sabe aún el porqué, pero sí el cómo: munido con una cuchilla el asesino atacó a Ramallo en el comedor, en la cocina, en el pasillo hasta terminar con él en la habitación.
La novia de la víctima, su madre, el padrastro, su hermano que fue el tercero en mirar todo ese desastre, y algunos de sus amigos, los que llegaron al edificio para saber si lo que se comentaba era cierto, recibieron las primeras preguntas. La sospecha del círculo cercano era a cada minuto más firme, mucho más cuando un relevamiento confirmó que Ramallo había abierto las puertas de su casa con absoluta confianza.
Ramallo era joven e inquieto. Aunque estaba involucrado en el consumo y comercialización a baja escala de marihuana no tenía enemigos manifiestos. Los patrones homicidas analizados por los peritos no obedecían a los de un crimen por venganza sino más bien a un acto de furia. Quince puñaladas y la casa desordenada por la pelea, no por un robo o el afán del o los asesinos en hallar algo oculto.
Los peritos, antes de dejar el departamento y autorizar el movimiento del cadáver, levantaron muestras de sangre. La esperanza, como siempre en estos casos, se enfocaba en algún sangrado del atacante producto de la batalla.
También se atesoraron de una poca cantidad de marihuana, la botella de cerveza Brahma -rota- y papeles entre los que se destacaban unos con la anotación, a mano alzada de Ramallo, “Gordama 100” y “Gordama 50”.
A media cuadra de la casa, en la esquina de Sarmiento y Gascón, surgió otra prueba decisiva: un casco de motocicleta. Testigos aseguraban haber visto salir del edificio a un joven con el casco colocado y que luego arrojó a la vereda. Más que nunca, las cámaras de seguridad de la zona pasaron a ser de un valor crucial.
Las imágenes
Ya con el cuerpo en la morgue a la espera de que los forenses confirmaran la brutalidad del homicidio, aquel domingo 27 de diciembre se fue atravesado por la intriga del casco.
El fiscal Fernando Castro y su auxiliar María Leonor Ferrara debieron intervenir casi sobre el cierre de su turno semanal y ordenaron una revisión completa de las cámaras de seguridad de la zona. Fue esa herramienta, cada vez más instalada como complemento fundamental de un investigador, donde se encontró la llave del caso.
El video captado por la cámara de un comercio de la calle Gascón entre Alsina y Sarmiento -a metros del ingreso del edificio donde se produjo el crimen- muestra a las 18.29 a Ramallo vestido de bermudas oscuro, remera azul y ojotas.
Es la última imagen con vida de Ramallo, que parece mirar para el interior de un lavadero de ropa sin preocupación. Minutos antes, esa cámara lo había capturado saludándose con su hermano.
A las 18.55, también esa cámara registró a un joven con sandalias, bermudas y musculosa con una botella de cerveza Brahma en la mano, que avanza hacia el edificio de Maximiliano Ramallo.
Los investigadores vieron la vida pasar en la siguiente media hora. Vecinos, peatones con muecas de turistas, automovilistas, un perro. Nada extraño hasta que a las 19.24 apareció en cuadro un individuo cruzando Gascón por mitad de cuadra -a la altura del edificio de Ramallo- con un casco colocado.
Bertone corre con campera y la bolsa con marihauna en su mano. Ya no lleva el casco, que arrojó y se puede ver en el ángulo superior izquierdo de la imagen.
Otra cámara, la de Gascón y Sarmiento, captó algo que dio explicación al incidente del casco tirado en la vereda: a las 19.24 y 53 segundos el joven corre ya con la cabeza descubierta. Con sandalias, bermudas y una campera abrigada, demasiado para el calor que hacía en ese momento. Se lo ve en el momento en que acaba de subir a la vereda, tras cruzar Sarmiento. Del otro lado de la calle, también en la vereda… el casco.
El reconocimiento
Con la selección de las imágenes de seguridad se logró reconstruir una secuencia clara y determinante. Primero Ramallo despide a su hermano, luego se lo ve de camino a su departamento. Esa cámara muestra también, minutos más tarde, al misterioso joven con una botella de cerveza en la mano y vestido de musculosa. Por último, pasada media hora, aparece el mismo individuo, cruzando Gascón con casco colocado y ya sin la botella, vestido con una campera, en la mano izquierda una bolsa de nailon y corriendo a toda velocidad mientras se aleja del edificio de Ramallo. Luego otra cámara, lo muestra sin el casco, que se observa tirado a lo lejos.
El 30 de diciembre fueron convocados la novia de Ramallo, además de dos de sus mejores amigos, para intentar la identificación de la persona del video. La respuesta de todos fue concluyente: “Es el Gordama”. La manera inconfundible de caminar y el singularmente cobrizo color de piel convirtieron en un individuo lo que antes era solo una reunión de pixeles y brillos apresurados de monitor.
La novia de Ramallo dijo que también lo conocía como “Bin Laden”, en cambio el otro amigo fue más allá. Durante la sorprendente declaración aseguró que ese hombre del video era “Gordama” pero que se llamaba Hernán, que vivía en un edificio de la calle Las Heras y que era parte del grupo de amigos de Ramallo. Su seguridad era total al identificarlo “por su manera de caminar y correr cual es muy particular ya que como es gordito lo hace siempre de manera torpe y tosca”. Antes de darle a los investigadores la dirección de Facebook de “Gordama” al amigo se le exhibió el casco secuestrado por la policía en la calle: era de “Draku”.
Quien declaró luego fue el propio “Draku” y lo hizo en el mismo tono que los otros dos jóvenes, con el agregado de la circunstancia del casco. Tiempo atrás el casco había quedado en la casa de Ramallo como un “souvenir” porque ya no servía más.
Con todos esos elementos el juez De Marco autorizó la detención de Hernán Bertone, alias “Gordama o Bin Laden”, y el allanamiento del departamento en el que vivía junto a sus padres, en Las Heras al 2500. El padre era el portero del edificio en el que irrumpieron los policías el 31 de diciembre para cumplir lo que se habían propuesto: esclarecer el homicidio antes de cambiar de año.
Las pruebas
Bertone nunca declaró. No quiso dar su versión de los hechos, ni siquiera para confundir a los investigadores. Sin embargo, además de los numerosos indicios, fue su cuerpo el que lo colocó dentro de la escena del crimen.
Durante su detención la policía secuestró las indudables sandalias de los videos y el resto de la ropa con restos de manchas de sangre pese a haber sido lavadas. Pero acaso lo más relevante fue que Bertone se tenía una herida cortante en el dedo pulgar izquierdo, además de rasguños en el antebrazo derecho.
Bertone nunca declaró. No quiso dar su versión de los hechos, ni siquiera para confundir a los investigadores. Sin embargo, además de los numerosos indicios, fue su cuerpo el que lo colocó dentro de la escena del crimen.
Los peritos habían levantado innumerables muestras de sangre del departamento de Ramallo y tras los análisis químicos se lograron diferenciar dos perfiles genéticos. Uno pertenecía, naturalmente, a la víctima mientras que el otro estaba sobre el marco del pasillo, la puerta del placard, la heladera y algunos lugares del dormitorio.
El 4 de julio pasado, un análisis comparativo de las muestras de ADN arrojó un resultado contundente: de las 17 muestras remitidas, de 11 se obtuvo “un perfil genético ocho trillones seiscientos mil billones de veces más probable que el perfil genético analizado en las evidencias mencionadas que haya sido depositado por el imputado Bertone Hernán David que por un individuo al azar de la población de referencia”.
Con ello el caso estaba resuelto y todo, o en verdad, casi todo, se pudo reconstruir.
Aquel domingo
La tarde soleada que se iba, tal vez, propuso un escenario ideal para la cerveza fría y la charla con quien parecía su amigo y a quien conocía por el apodo de Gordoma. Era Bertone, un muchacho sin trabajo, que vivía con sus padres a dos cuadras y que, aunque no era parte de sus más íntimas relaciones, lo veía muy seguido. Había confianza.
Ramallo hizo una compra poco antes, probablemente fiambre. Después regresó a su departamento donde recibió a Gordama, quien se acercó con una cerveza Brahma y alguna otra intención. Eran casi las 8 de la tarde cuando el mundo se detuvo por unos segundos en un misterio, en un agujero negro del que emergió Bertone con una brutalidad desconocida. No se sabe aún el porqué, pero sí el cómo: munido con una cuchilla atacó a Ramallo en el comedor, en la cocina, en el pasillo hasta terminar con él en la habitación. El cuerpo destrozado y agonizante de Ramallo quedó tendido junto a la cama, mientras Bertone inició la huida.
Su ropa toda ensangrentada lo delataría fácilmente, por lo que tomó el camperón y, desafiando al calor, se lo puso. También se colocó el casco que “Draku” alguna vez había dejado sin interés. Y lo último que agarró, claro, fue la bolsa de nailon con marihuana.
Así salió a la calle, cruzó Gascón en lucha con su culpa y su conciencia lo debió haber perseguido en esos segundos iniciales, tanto que lo convenció que lo del casco era un canto a la confesión. Un tipo corriendo con un casco puesto daba lugar a cualquier sospecha. Entonces se lo sacó en la esquina de Sarmiento y lo tiró. Siguió hasta su edificio pero no entró por la puerta principal, sino que lo hizo por la cochera. Se subió a su motocicleta y huyó. Nadie lo perseguía en ese momento y en los tres días siguientes debió pensar alguna vez en el crimen perfecto.
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