Festival Rachmaninov, Concierto 2: comentario de Eduardo Balestena
Las impresiones de la actuación de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Srba Dinic, con Nélson Gerner como solista invitado, el sábado 23 de septiembre, en el Teatro Coliseo.
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
Director: Srba Dinic
Solista: Nelson Goerner
Teatro Coliseo, 23 de septiembre
Por Eduardo Balestena
Como parte del ciclo de conciertos del Festival Rachmaninov, programado por el Teatro Colón de Buenos Aires y llevado a cabo fuera de esa sede, en la sala del Teatro Coliseo, tuvo lugar la presentación del pianista Nelson Goerner con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por el maestro Srba Dinic.
El marco para esta serie de recitales dado por el sesquicentenario del nacimiento del gran compositor y el ochenta aniversario de su muerte, no podría ser más apropiado para poner ante el público, en un lapso breve, gran parte de la producción de Sergei Rachmaninov (1873, 1943), quien, sometido al exilio y en la atmósfera de vanguardias ajenas a él, ante las que se sentía un extraño, optó por seguir su inspiración, originada en aquello de mayor hondura y significado para él. Produjo así, primero en su amada Ivanovka y más tarde en medio de extenuantes giras de conciertos y etapas de su exilio, una obra tan vasta como variada, profunda y poderosa con obras tan diferentes entre sí como su primera sinfonía y las Vísperas para coro a capella (por citar sólo dos de ellas).
Las circunstancias de gestación de su Concierto nro. 2, en mi menor, opus 18 son demasiado conocidas para referirnos a ellas. Baste señalar que, más allá de momentos de una construcción convencional, logra una bella amalgama entre modulaciones, voces instrumentales como las del cello, la flauta o el clarinete, con los temas del piano, como el segundo del primer movimiento (que volverá a ser expuesto en diferentes reelaboraciones).
En el inicio, es la orquesta la que introduce, luego del sombrío comienzo en el piano, la exposición de un primer tema marcadamente ruso, acompañado de intensos arpegios en el piano. Ya desde el comienzo se muestra con un equilibrio entre el virtuosismo y la frase delicada y de gran musicalidad, que es la impronta que singulariza a la obra.
Luego del episodio donde, en el marco de la elaboración del segundo tema, que luego, ante su aparición, se superpone con el primero (que se presenta aumentado) en que se llega a un tutti y un Maestoso alla marcia en que el piano y la orquesta van cruzados en lo que parece ser un pasaje de polirritmia, el piano concluye el pasaje con una elaboración del tema. Ello marca el comienzo de una reexposición, donde el solo de corno conduce a un momento dulce y relajado. Fue precisamente ese solo el que presentó el problema de un error y una entrada a destiempo.
El Adagio, con sus contrastes entre el ritmo binario y el ternario, que le confiere una atmósfera de indeterminación, es una de las partes más hermosas del concierto.
Las variadas inflexiones de la obra, que va de pasajes de virtuosismo a otros de delicada musicalidad, permitieron a Nelson Goerner mostrar su dominio sobre todos los aspectos de la obra.
El Etude tablaux nro. 5 opus 39 que interpretó como bis, con requerimientos técnicos y estéticos muy diferentes al del concierto, donde cada inflexión sucede a otra que es cambiante, reafirmó dicha apreciación: Rachmaninov es un autor que Nelson Goerner asume como algo interior e inherente a él como intérprete, algo que le es caro y significativo.
La Sinfonía nro. 2 en mi menor, opus 27 fue interpretada en la segunda parte.
Abordada recientemente por la Orquesta de la Universidad de Lanús en el ciclo de Grandes Conciertos de la UBA, afirmaba entones que: “Es una obra mayor del repertorio, tanto en la complejidad de su trama musical, como en la belleza de sus extensas líneas melódicas y en la propia extensión. A poco que la apreciemos habremos de percibir que, por ejemplo la cuerda va de pasajes de un piannisimo dulce y expresivo a rápidos trozos que demandan toda la longitud del arco durante extensos períodos. En lo expresivo, el permanente cambio de dinámicas demanda un fraseo muy sutil ya que el color orquestal lleva la melodía de una sección a otra –toda la obra es un inmenso diálogo- que debe seguir la frase en el mismo volumen y sensibilidad en la inflexión. Pasajes como los arranques en el Allegro del segundo movimiento o el Allegro vivace del cuarto son intensos, rápidos y requieren una precisión tan grande como las inflexiones de las frases lentas”.
Elementos en sí sencillos aparecen extendidos, fragmentados, invertidos o superpuestos en un tejido de belleza melódica y tímbrica. Además del color que aportan las maderas, la textura se compone de la trama que llevan a cabo las cuerdas: por momentos la línea melódica de los violines se divide en los que llevan la melodía y los que aportan una diferente hecha de una modificación melódica –uno de los lugares es en el desarrollo del extenso primer movimiento –que dura unos 18 minutos-. También sucede en otros lugares con modalidades distintas, una es la cita del motivo inicial por parte de los segundos mientras los primeros llevan otra melodía.
Los solos imponen ya la resolución de un pasaje ya un episodio nuevo. Un ejemplo es el solo de corno inglés que, entonando el tema inicial, conduce a un amplio desarrollo y, más tarde, nuevamente marca el comienzo de una reelaboración más lenta y danzante que pareciera estar en un ritmo ternario.
Baste ello como ejemplo para mencionar sus particularidades: exigencias de fraseo, belleza tímbrica y musicalidad.
El extenso solo de clarinete del Adagio es uno de los momentos más bellos de una sinfonía que hace precisamente eso: expresar belleza sonora, sin casi puntos de tensión.
Se trata de una obra precisa –en lugares como el fugato del segundo movimiento, por ejemplo- y de flexibilidad de tempos y cambios dinámicos requiere que el maestro Dinic, con una orquesta reducida, condujo de una manera acorde a tales exigencias, con una marcación precisa y atención a los matices que lució, pese a la sequedad de la sala, que absorbió algo de tales matices y produjo un sonido que, por ejemplo en la cuerda, no permitió las gradaciones de color que muchos pasajes requerían.
Destacaron especialmente Michelle Wong (corno inglés); Mariano Rey (clarinete), Claudio Barile (flauta), Néstor Garrote (oboe).