Alternativas del cambio de escenario
Por Jorge Raventos
El proceso electoral en marcha está operando como un acelerador de la reconfiguración del sistema político. Ese cambio ya estaba en marcha, impulsado por la evidente decadencia económica, el empobrecimiento social y la creciente parálisis institucional (leyes que no se producen o que, producidas, no se cumplen; juicios que no se concluyen y a menudo ni siquiera se inician; conflictos de poderes, etc.), pero a partir del resultado de las elecciones primarias de agosto, que produjeron un inesperado cambio de color en el mapa del país, el proceso ha adquirido un ritmo vertiginoso.
La Corte Suprema, por decisión unánime, puso fin al intríngulis que mantenía paralizada la sala I de la Cámara Federal de Casación, que debe definir causas trascendentes como la llamada Hotesur. En esa sala, la jueza Ana María Figueroa se resistía a la jubilación que la ley hace obligatoria para los magistrados que cumplen 75 años (ella los festejó a principios de agosto). La Corte decidió cesarla en sus funciones y ahora, con un reemplazante, la Sala podrá abocarse a sus temas pendientes.
Los Supremos actuaron expeditivamente, postergando diferencias que ocasionalmente los enfrentan ante un episodio que afectaba a la institución. La Corte ofrece un ejemplo a la política, se muestra capaz de actuar con autoridad y de contener sus propias internas.
Heridas y bajas, misiles y bayonetas
A las fuerzas políticas esa contención le resulta más complicada. Juntos por el Cambio, que dos o tres meses atrás parecía el gran favorito en la carrera por la presidencia, hoy lame apenadamente las heridas que dejó su mala performance en las primarias y también la ausencia de una jefatura política admitida por todos sus socios. La anterior –la que encarnó Mauricio Macri- fue obviada en parte por las deficiencias que se imputan a su gobierno y, principalmente, porque el cambio de época ya dictaba el fin de los liderazgos anteriores. Del otro laso de la grieta, la señora de Kirchner ya proyectaba la imagen de su propio crepúsculo.
Juntos por el Cambio tuvo su primaria, pero de ella no surgió una jefatura, sino apenas una candidata. Patricia Bullrich tiene que hacer grandes esfuerzos y no logra aun alinear a su tropa. Mauricio Macri no la ayuda demasiado: antes de partir para competir al bridge en Marruecos dejó un respaldo apenas leve para ella y no se desprendió por ello de su debilidad por Javier Milei, en quien admira su temeridad para enfrentar a “la casta política”, un personaje colectivo con el que Macri convivió por necesidad y sin gusto y a cuya sociedad él adjudica el fracaso de su gobierno.
Macri regresó de sus partidas, se encontró con Bullrich y volvió a viajar. La candidata no reaccionó con alegría, sino con otro sentimiento que alguien se encargará de nombrar. “En Juntos por el Cambio siempre hemos estado presos de qué iba a hacer Macri –se explayó el último domingo ante un periodista-. No tenemos que estar más presos. Macri hará lo que él considere que tiene que hacer. Tenemos que liberar a todo Juntos por el Cambio. Que Macri se acomode como él crea que se tiene que acomodar”. Lugartenientes de su candidatura son incluso más explícitos y ponen de manifiesto su decepción por la conducta del expresidente.
Algunas consecuencias de esos tironeos: la candidata parece ahora alejada de colaboradores que Macri le había acercado en el momento de la interna contra Rodríguez Larreta . Y hasta en el recién llegado Carlos Melconián, la muleta económica de la candidata, empiezan a notarse ecos de la melodía panliberal que silba Macri; el último miércoles, entrevistado por Marcelo Bonelli, el economista expuso una adición de las fuerzas de Juntos y las de Milei como componentes indistintos de un todo antikirchnerista. Pero si Bullrich lo acercó a Melconian fue para discutir con Milei, no para que el economista proclamara sus semejanzas (comparación que facilita probablemente el tránsito de votantes de Bullrich a la boleta del libertario, en los números una chance más próxima a la victoria).
En cualquier caso, las chances de que Melconián pueda discutir cara a cara con Milei, como imaginaron los estrategas de Bullrich, son casi inexistentes. El caudillo de La Libertad Avanza rehúsa cruzarse con quien no sea candidato a la presidencia: se propone asestarles clases sobre la escuela económica austríaca a Massa y, sobre todo, a Bullrich, aprovechando la débil formación de ésta (no sólo en la escuela austríaca). De modo que, aunque Melconian empezó a cambiar su habitual lenguaje tribunero por otro de tinte tabernario (a juzgar por la larga charla radial que concedió a Alejandro Fantino) para competir presencialmente con Milei, si hay combates, sólo ocurrirán a distancia, con misiles, no con bayonetas.
Una lucha existencial
Todavía falta más de un mes para la primera vuelta y en el medio ocurrirán elecciones provinciales ( hoy en Santa Fé, las dos semanas siguientes en Chaco y en Mendoza); en ellas que confía conseguir dosis energéticas que mejoren su situación. Al día de hoy, no obstante, ella aparece en las encuestas tercera y distanciada tanto de Milei como (menos, claro está) de Massa. Si ese tercer puesto se confirmara, no cabe descartar que la coalición que parecía destinada a conquistar la presidencia termine disgregándose en distintas direcciones. En ese sentido, Juntos por el Cambio afronta un desafío existencial.
El radicalismo, que cuenta hoy con tres gobernadores (Corrientes, Jujuy, Mendoza) y ha venido fortaleciendo su estructura, podría terminar el proceso electoral sumando entre uno y tres mandatarios y buscando un destino con autonomía del macrismo (tal vez en alianza con las palomas del Pro). El macrismo y los halcones del Pro podrían estrechar sus relaciones de parenetezco con los libertarios, como imagina Macri y en algún momento proyectó la misma Patricia Bullrich, hoy irónicamente asediada por Milei.
El temperamento de Milei
Con el viento en las velas por el momento, Javier Milei comprende que para adquirir la confiabilidad que requiere la chance de ser presidente debe dar respuestas sólidas a quienes interpretan que, más allá de sus indudables éxitos como comunicador y difusor de ideas liberales, “no tiene equipos y no puede gobernar”.
La fuerza expansiva de muchas de sus propuestas sugiere estallidos incontenibles. Y es sobre esas inquietudes que Milei deberá rendir examen, en principio durante la campaña.
Un medio de prestigio mundial como la revista The Economist, de explícita postura liberal, le dedicó esta semana un artículo a las ideas y la conducta del expositor libertario.” Sus políticas están mal pensadas –apunta el semanario-. Lejos de lograr un consenso, tendría dificultades para gobernar. Y algunos argentinos temen que, si se siente frustrado, podría volverse autoritario. Su propuesta de eliminar la moneda nacional por el dólar es superficialmente atractiva. (…)Argentina está al borde del default, lo que la dolarización haría aún más doloroso, ya que no habría prestamista de último recurso si el banco central de Argentina desapareciera con el peso. El próximo presidente seguramente tendrá que acudir al FMI, y éste es el tipo de tarea diplomática delicada para la que Milei claramente carece del temperamento adecuado. Su asesora más cercana parece ser su hermana. Dice cosas incendiarias sobre sus oponentes. Sugirió que se debería decapitar a un ex asistente presidencial…”
Las declaraciones aventuradas de Milei provocan efectos duraderos. Esta semana, la Iglesia respondió con energía a viejas y nuevas frases suyas en las que destrata duramente al Papa Francisco y también a sus ataques contra el concepto de justicia social, que –le recordaron- forma parte de la doctrina católica.
Pero después de la semana que siguió a las primarias, durante la cual recorrió incansablemente estudios de televisión y radio cobrando los dividendos de su inesperada victoria, el libertario empezó a moverse con cautela y astucia. . Su campaña pareció preocupada por recortar defectos y evitar errores aunque el precio fuera dejar parcialmente el escenario en manos de sus contrincantes y soportar en silencio una ofensiva mediática que evocño arrebatos e incidentes de hace varios años y hasta puso en discusión su equilibrio emocional.
Ahora vuelve a los medios en tono profesoral; es poco probable que ahora reitere aquellos ataques a Francisco, pero aunque procura tener a raya su temperamento y dejar las expansiones para las marchas por los suburbios, Milei tiene una personalidad imprevisible..
En otro terreno, ha empezado a exhibir vínculos que aportan a la idea de que no es ajeno a las preocipaciones sobre de gobernabilidad que suscita su eventual gobierno. Mientras técnicos que le entregan su asesoramiento le proponían hace algunas semanas embestir contra las negociaciones paritarias y acoplarse a una incierta tendencia a la “uberización” del trabajo, Milei dialoga con altos dirigentes de la CGT y les hace saber que entre las reformas que prioriza no está incluida una reforma laboral (aunque sí se interesa por aplicar experiencias como el sistema de seguro de desocupación que funciona desde hace años en el gremio de la construcción). También ha liberado su plataforma del polémico tema de la libre portación de armas y hasta está envolviendosu hit, la dolarización, tras un manto de neblina que incluye distintas hipótesis de trabajo y una aplicación pospuesta por meses y hasta años.
De Massa al revisionismo cultural
Por su parte, Massa navega sobre un retraído océano peronista que parece necesitar una nueva renovación, como la de los años ochenta, para superar la hoy crepuscular etapa de hegemonía kirchnerista y encarnar el espíritu de cambio que emana del pasaije.
En el campo electoral, Massa necesita que los jefes de territorio se jueguen a fondo para recuperar en octubre el terreno perdido en las primarias. También necesita, en su propia gestión como ministro, poner en valor su ejecutividad y compensar plausiblemente los efectos deletéreos de la inflación, que fue catapultada por la devaluación posterior a las PASO.
De alcanzar el balotaje, Massa se dispone a desplegar una propuesta centrada en la unión nacional, buscando integrar el voto radical, el del Pro moderado y el que siguió a Juan Schiaretti, para superar la vieja grieta que encarnaron Cristina Kirchner y Macri.
La reconfiguración del sistema que ya estaba en marcha ha avanzado a saldos sorprendentes a partir del resultado de las elecciones primarias. El ciclo de hegemonía kirchnerista concluye, más allá de que el kirchnerismo pueda sobrevivir como facción política, eventualmente atrincherada en territorio bonaerense.
Sin dejar de lado las divergencias de acentuación, las tres candidaturas que compiten en octubre expresan distintos grados de reconciliación con el mercado. Con Massa el peronismo reivindica un capitalismo abierto y productivista que no abjura de la intervención del Estado, pero asume la necesidad de que éste controle y ajuste sus gastos y vuelque con eficacia sus recursos a sus funciones clásicas, al estímulo de la actividad económica, la creación de empleo y la promoción social. Tanto Milei como Patricia Bullrich proyectan un capitalismo con porciones mínimas o ínfimas de acción estatal. La sociedad reclama una moneda estable, el fin de la economía inflacionaria.
Este reordenamiento viene acompañado por un revisionismo cultural que pone en discusión ciertos consensos de las últimas décadas que tomaron como eje una visión facciosa de los derechos humanos y el imperio de lo que la progresía considera políticamente correcto (incluyendo la llamada deología “de género” y el caprichoso “lenguaje inclusivo”), acompañados por una capitulación frente a las amenazas a la seguridad y una desvalorización ideologista de las fuerzas armadas.
Botón de muestra de esa contracorriente cultural que le da contexto a esta etapa, los estudios de opinión pública indican que las Fuerzas Armadas son hoy la institución más reconocida por la sociedad. Entretanto, en salones de la Legislatura porteña, la candidata de Milei a reemplazar a Cristina Kirchner, Victoria Villarruel, pudo concretar un acto de homenaje a las víctimas del terrorismo de los años de plomo, un episodio significativo del revisionismo cultural.
Totum revolutum. Estamos ante un inminente cambio de escenario.