Marcelo Caruso: “Es imposible saber la realidad de la vida de Jesús”
Editado recientemente por Alfaguara, "Los años perdidos" de Marcelo Caruso relata en modo ficcional la vida desconocida de Jesús de Nazareth. El autor habla con LA CAPITAL acerca de cómo fue escribir este libro, cuáles fueron los problemas y satisfacciones que encontró en el camino y por qué eligió escribir una novela en la que el personaje es el hombre más importante de la historia de la humanidad.
Marcelo Caruso ganó el Premio Clarín de Novela con "Negro el dolor del mundo" en 2019. Foto de Alejandra López.
Por Dante Galdona
Jesús, el carpintero, hijo mayor de José, aunque más el hijo de Dios, no encuentra respuestas a su lugar en el mundo. Su madre insiste en su linaje celestial, sus hermanos parecen no considerarlo uno más en su familia. Cierta mañana, mientras trabajaban en la carpintería, José clava, en el corazón del hombre que aún desconocía su destino, la astilla que lo lleva a iniciar un camino solitario centrado en lo espiritual y el autodescubrimiento.
“Decídete a ser quien debes ser, vete”, le dice. Así que lleno de dudas y contradicciones humanas, comienza su camino al desierto, una empresa que encuentra infinitas desviaciones hasta llegar a la certeza que cambió el mundo. Cuando no hay registros de la vida de Jesús en “Los años perdidos”, bien vale esta novela de Marcelo Caruso para emocionar a cristianos, ateos y creyentes de cualquier religión.
-¿Cómo elegiste el período para contar la novela? ¿Hubo un trabajo muy fuerte de investigación?
-No sé si pueda decir que hice una elección deliberada. Creo que los temas se te imponen. Quizá debido a una serie de intereses y predilecciones muy personales, a lecturas bastante variadas, el período histórico no me resultaba tan alejado ni extraño. La idea de asumir tu papel en el mundo, de que un ser humano deba hacer algo con lo que se espera de él y lo que él mismo desea, en Jesús podía darse, a mi modo de ver, como el caso más extremo y emblemático. Pero no deja de ser una cuestión que atraviesa a todo ser humano.
-¿La elección del foco narrativo tan cercano al personaje y además en primera persona supuso una concentración extra en el oficio como escritor?
-Creo que no. Este personaje apareció con su propia voz, su lenguaje, su cadencia. Eso posibilitó la historia. Es algo enigmático cómo surgen las ficciones. En ocasiones solo hay que dejarse llevar.
“A mí se me impuso el hombre, más que el hijo de Dios, alguien que, como todo ser humano, está lleno de dudas y temores y debe procesar constantemente lo que le presenta la experiencia de vivir”.
-Ficcionar a un personaje como Jesús es una apuesta grande ya que hay un imaginario fuertemente establecido sobre él. ¿Tuviste en cuenta cómo el lector iba a recibirlo?
-Hay una imagen universalmente aceptada de Jesús como divino desde antes de su encarnación, es decir, de la misma sustancia que Dios y que el espíritu santo. Sin embargo, no siempre fue así; imponer esta última concepción le llevó siglos de discusión y debate a la iglesia, con polémicas atestadas de excomuniones y exilios entre los defensores de las diferentes posturas. La naturaleza de Jesús, en los primeros años del cristianismo, era concebida por muchos como humana, divinizada por el Espíritu en el bautismo de Juan, o bien luego de su muerte en la cruz. A mí se me impuso el hombre, más que el hijo de Dios, alguien que, como todo ser humano, está lleno de dudas y temores y debe procesar constantemente lo que le presenta la experiencia de vivir. Entiendo que lo divino es esencialmente un misterio, se lo intuye, se lo puede sentir, pero no puede explicarse desde la razón. Apenas, quizá, desde símbolos. Por eso en el libro todas las experiencias son de naturaleza más bien ambigua. Es muy difícil pensar en “el lector” como una categoría. Creo que más bien hay lectores y todo texto, a la larga, encuentra a los suyos. Quizá tuve en cuenta al lector que soy yo mismo, y traté de satisfacer como pude mis gustos y exigencias.
-Una voz de mujer le dice a Jesús en medio de un sopor: “Los dioses te nombran con agrado”. ¿Qué decisión hay en la elección del plural?
-Creo que hay una idea que vertebra toda la narración: el viaje de Jesús por las tierras de Israel es esencialmente espiritual, más que geográfico, y fue desarrollándose desde un inicio, diría mítico, hasta un arribo a la realidad histórica. Esa mujer que habla de dioses es hija de un patriarca mesopotámico nómade, como Abraham, y politeísta, el tipo de seres que ya no existía en época de Jesús. A su vez, el personaje con las dos voces en la misma garganta evoca a Babel, y varios episodios más dan cuenta de ese mundo mágico del mito, para desembocar en la realidad histórica del imperio romano con su tremenda brutalidad.
-En la escena del ciego, relatás: “Todo lo que cruzaba por sus ojos se transformaba en palabras, como si la visión las señalara, pero solo el lenguaje les diera realidad”. Además de bellísima, esta frase pareciera ser una declaración de principios como escritor. ¿Cuál es la conexión entre la palabra de la religión y la de la literatura?
-“En el principio era el Verbo”. Así comienza el evangelio de Juan. Y así comienza, creo, el evangelio de cualquier escritor. La realidad es lenguaje; la patria es, esencialmente, nuestra lengua; somos, en muchos sentidos, lo que decimos que somos, lo que nos dicen que somos, y también, como consecuencia de esto, lo que no. Habría que definir desde dónde se piensan términos como “religión” o “literatura”. Hay en la biblia páginas de la mejor literatura. Para muchos, no hay ninguna diferencia entre la palabra de la religión y la de la literatura: todo es ficción. Para otros, se trata de revelación, y entienden a las dos como el único contacto posible entre lo terrenal y lo divino, con acento en la redención o en la belleza.
Foto de Alejandra López.
-En la escena del hombre de las dos voces, cito: “El hombre podía refutarse interminablemente como los sofistas griegos y al mismo tiempo adjudicarse la verdad como los sacerdotes de Israel”. ¿Una crítica al judaísmo, a la religión en general o a la contradicción humana? ¿O nada de eso?
-No creo que haya crítica o, en cualquier caso, no en esos sentidos. Es la idea de caos interno que da el personaje lo que, espero, genere piedad en el lector, así como lo hace en Jesús. Como dije antes, en ese derrotero de lo mítico a lo histórico, el hombre se me hizo la encarnación del mito de Babel y la confusión de las lenguas.
-Es recurrente la referencia a “las leches”. ¿Está ahí el hombre, el pecador, el que no quería ser dios? ¿Asumió tu Jesús el destino de Dios sin protesto?
-El Jesús que aparece en el libro es un ser adánico, anterior al pecado. En tal sentido, su palabra, su lenguaje está despojado de sentidos malvados. Menciona su semen, sus leches, con la ingenuidad con que lo hace un niño. Da detalles de una relación sexual con el mismo grado de pureza y por eso, esas escenas, creo, no son chocantes.
-¿Pensaste en la opinión de la comunidad cristiana mientras escribías la historia? ¿Tuviste alguna devolución de lectores religiosos? ¿Y no creyentes?
-Pensé que sería inevitable algún desacuerdo con algunos lectores. Pensé que un posible error sería leer esta novela con la misma idea de búsqueda de certezas con que se lee el evangelio. Aquí hay ficción. De todos modos, calculo que habrá casi tantas opiniones como lecturas. Pero pensé también que, en lo esencial, el joven Jesús de la novela no difiere mucho para mí del que leemos en la biblia. Es un hombre profundamente piadoso, no juzga, busca la comprensión de las vidas y circunstancias de sus semejantes, y también de la suya. Desarrolla una especie de pre ministerio a través de la idea del perdón. Y acepta finalmente su destino luego de una enigmática revelación. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, algunas personas creyentes no dejan de olfatear todo el tiempo un tufillo herético. Sin embargo, un buen amigo muy creyente (el cristiano católico más profundamente creyente que conozco) llegó a emocionarse y a lagrimear con algunos pasajes del libro. Y ante la advertencia mía de que no soy creyente, de que podría encontrar ofensas a su fe, me respondió con la hermosa idea de que Jesús les habla a los seres humanos de maneras extrañas, incluso a través de personas no creyentes. Y por último, unos cuantos no creyentes me tildaron de espíritu mortalmente religioso.
-¿Cuán cercana a la realidad creés que es la historia de la iglesia católica sobre Jesús? ¿Creés que hay aspectos que han decidido ocultarse, más allá de los evangelios considerados apócrifos?
-Es imposible saber “la realidad” de la vida de Jesús. Él no escribió, y los que supuestamente lo conocieron tampoco. Desde el punto de vista histórico, los evangelios fueron elaborándose sobre la base de una tradición oral, que adquirió características particulares de acuerdo con las comunidades donde se desarrollaba. No era lo mismo la sociedad judía, donde regía la ley mosaica, que la helenizada sociedad de Asia Menor o Alejandría o Roma. La figura de Jesús fue construyéndose para satisfacer las necesidades de cada una, de ahí la profusión de evangelios tan contradictorios, que cohabitaron sin demasiados conflictos hasta que el cristianismo se transformó en religión del imperio romano. Al orden político debió corresponderle el orden religioso. Hubo mucho que pensar en el cristianismo de los primeros siglos. ¿Había que judaizarse completamente (circuncisión incluida) para ser cristiano? ¿Era permitido para un cristiano comer carne inmolada a los ídolos? ¿Habría salvación con sólo creer, como afirmaba Pablo? ¿Cuál era la naturaleza de Jesús? ¿Hombre normal, divino post mortem, divino desde su concepción, o antes de esta inclusive? Y, ¿qué decir de la idea de pecado original, de la llegada del reino, del juicio y de la resurrección? A todo esto, podemos agregar algunos problemas surgidos con las diversas traducciones, para tener un brevísimo panorama de la enorme complejidad que implicó la formación de lo que llamamos cristianismo e iglesia cristiana.
-Según tu criterio, ¿para quiénes creés que es imprescindible tu libro? Lectores creyentes, ateos, personas espirituales en general, de otras religiones…
-No creo que ningún libro sea imprescindible para nadie. Imprescindibles son el pan nuestro de cada día, el techo, el abrigo. Después de satisfecho eso, los caminos para darse respuestas a tantos interrogantes parecen ser infinitos. En la novela, uno de los autoproclamados mesías afirma que el único cielo de este mundo es la justicia y que solo la justicia trae perdón. Sí espero, muy modestamente, conmover a algún lector, que la historia lo lleve a reflexionar en lo excitante y complejo que significa habitar este mundo.
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