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Opinión 2 de julio de 2023

La agitada vida de las coaliciones

Por Jorge Raventos

 

Una semana después del terremoto del cierre de listas, las dos coaliciones mayores se esfuerzan por ordenar, encarrilar o interpretar constructivamente el fragor de sus luchas intestinas.
El oficialismo ha conseguido contener a quienes fueron más perjudicados por ese proceso y exhibir disciplinadamente una unidad operativa que provoca la envidia de la vereda de enfrente. Siempre se puede apelar al verso de Borges y argumentar que lo que los une no es el amor sino el espanto, pero a los efectos de afrontar el extenso proceso electoral, simular orden es preferible a sincerar los sentimientos. Al fin y al cabo, la política siempre es una manifestación escénica.

La reunión de gabinete (asistencia perfecta) que esta semana convocó Alberto Fernández fue una performance de esas características que quiso ilustrar que el cierre de las listas era un conflicto superado. El encuentro de Sergio Massa con Daniel Scioli, con el ministro y candidato recibiendo solemnemente al embajador en Brasil en la puerta del Palacio de Hacienda, un gesto de reconocimiento para dar vuelta la página.

De todos modos, en medio de tanta dulzura la señora de Kirchner se dio algunos gustos: reveló, por ejemplo, que, mientras Scioli era precandidato “algunos me sugerían que le hablara a Daniel pero – enfatizó– ni con una 45 en la cabeza me hacían hablarle a nadie para subirlo o bajarlo; yo respeto las decisiones de cada persona. Es la responsabilidad de cada militante y dirigente”.

La frase tiene su miga: aunque sólo menciona a Scioli, al decir lo de “hablarle a nadie para subirlo o bajarlo” probablemente se estaba refiriendo a que tampoco quiso presionar a Axel Kicillof para que fuera candidato a presidente (“subirlo”), como le pedía, entre otros, su hijo Máximo.

De bajarlo a Scioli se encargó Alberto Fernández. La gestión la describió ácidamente la señora de Kirchner: “la cuestión se zanjó luego de darle (a Fernández) dos puestos de diputados, uno a la que competía con Axel (Kicillof) y otra para el ahora Canciller (Santiago Cafiero)”.

La designación de Agustín Rossi como candidato a vice de Massa, más que una selección de Fernández fue una movida de Máximo Kirchner, un intento de contener a sectores de la izquierda K a los que, como señalábamos una semana atrás- “ les resulta extremadamente trabajoso digerir la candidatura de Massa, a quien razonablemente identifican con el motor de los acuerdos con el FMI. Rossi, de origen en el Frente Grande de Chacho Alvarez y kirchnerista de la primera hora, puede ayudar a que apuren el trago y voten disciplinadamente”.

Algunos de esos sectores, de todos modos, ya adelantan que no lo harán. Por ejemplo, el grupo que comanda el ex vicepresidente Amado Boudou (otra selección de la escudería CFK) que suma así su rechazo al que anticipó Claudio Lozano, referente de uno de los partidos que integran Unión por la Patria (UP), para quien “este cambio violenta todas las convicciones de la gran mayoría de los que acompañábamos la esperanza de Unión por la Patria (…) Unión por la Patria desapareció. No vamos a seguir en estos términos”.

Juan Grabois, que había anticipado en su momento que no militaría por la candidatura de Massa, consiguió colarse en la interna de Unión por la Patria, pues se le facilitaron los avales que se le habían retaceado a Scioli y se le permite completar la boleta con los candidatos a cargos no ejecutivos de la boleta principal (la de Massa). Grabois contribuye de ese modo a mantener dentro del caudal general de UP (al menos en las PASO)a un porcentaje de votantes disconformes. Habrá que ver si quiere y puede repetir esa gestión en la elección general o si una fracción significativa de ese electorado se desvía hacia la izquierda trotskista o expresa su disgusto por la vía de la abstención o el voto en blanco.

La vicepresidenta, cuyo poder menguante la forzó en 2019 a abstenerse de una candidatura propia pero le permitía aún elegir un candidato de reemplazo (y así impuso vía tweet el nombre de Alberto Fernandez), cuatro años más tarde ya no está en condiciones repetir esa operación y debe replegar al candidato que había señalado. Aunque ella sigue siendo un punto de referencia, así sea para desobederla, el kirchnerismo se ha encogido significativamente como fuerza nacional y busca concentrarse en su bastión del conurbano bonaerense, desde donde imagina resistir el reflujo de su hegemonía y articular los remanentes de su poder pasado que sobrevivan en el Congreso o en algunas provincias.

La señora de Kirchner se prepara para esa resistencia. Haciendo de la necesidad virtud, aprovecha el veto de los gobernadores y el peronismo profundo para dejar en claro ante sus propios seguidores que el candidato que ella quería no era Massa sino De Pedro, y se dispone a adoptar una posición de apoyo crítico en el caso –para ella sumamente improbable- de que la fórmula de UP alcanzara el triunfo en el ballotage de noviembre.

Por ahora, el esfuerzo oficialista es la unidad y el objetivo, no verse desplazado de la segunda vuelta. El candidato, entretanto, desde su crucial papel de ministro de Economía tiene que impulsar un proceso de baja de la inflación y una recuperación de reservas, en primera instancia con una buena negociación con el FMI, para llegar sin sacudones graves a la elección.

El mal paso de Juez

El domingo 24. en tanto, se dirimió la elección cordobesa, prólogo de una ofensiva de Juan Schiaretti en el plano nacional. Por fallas técnicas, el escrutinio cordobés sólo llegó a contabilizar esa jornada el 95 por ciento de los votos emitidos. A esa altura, en la puja por la gobernación Martín Llaryora superaba a Luis Juez por un 3 por ciento de los sufragios (unos 60.000 votos). En cambio, en la elección de legisladores, Juntos por el Cambio superaba hasta allí a Hacemos por Córdoba por 5946 votos. En el primer caso, la diferencia resultaba irremontable para Juez. En el caso de las legislativas, Hacemos podía alentar esperanzas.

Esos resultados, que debían corroborarse en el escrutinio definitivo, mostraban que en la provincia se produjo un corte significativo de boleta en perjuicio de Juez, quien se declaró “desilusionado”. Más que eso, el candidato de Juntos por el Cambio adoptó una respuesta agresiva, negándose a reconocer la victoria de su contrincante atrincherado en una prosa virulenta con la que calificó de “bandidos” a los peronistas de Schiaretti y Llaryora y los acusó de haber repartido “colchones, frazadas, subsidios, plata. A los discapacitados, un bono de 160 mil pesos y droga, droga, droga”. Además destrató a la justicia electoral de la provincia.

Esos comentarios virulentos y no documentados del candidato a gobernador no fueron bien acogidos por sus aliados, especialmente por el radicalismo, cuyo dirigente estrella, Rodrigo De Loredo debe librar en julio la batalla electoral por Córdoba Capital.
La primaria más peleada

A esta altura, con un oficialismo que librará una PASO de fantasía entre Massa y Grabois y un Javier Milei que no tiene contrincantes en La Libertad Avanza, la única primaria verdaderamente competitiva es la de Juntos por el Cambio. Allí se manifiesta no únicamente una batalla de egos –que por cierto está presente- sino divergencias que por ahora se pintan como diferencias sobre “el cómo” del cambio que promete la razón social, pero que en rigor van más allá de eso.

Sobre el cómo que lo diferencia de Patricia Bullrich habló Larreta esta semana y dijo que ella se enfoca en la demonización del adversario, el lenguaje agresivo, “antinomias, peleas, el que no piensa como yo es el enemigo, hay que matarlo, que el gobierno que venga tiene que empezar de cero…Ese modelo fracasó. Es lo que intentó Mauricio Macri. Yo propongo otra cosa. Propongo construir una nueva mayoría, para poder hacer cambios que se mantengan en el tiempo”.

En su réplica, Bullrich paradójicamente confirmó el juicio de su contrincante: lo definió, entre otros requiebros como “ventajero y oportunista”.

Textual de Bullrich: “Me parece de una enorme bajeza moral, oportunismo y falta de ética que Larreta, que se jacta de haber trabajado 20 años con Macri, haga cualquier cosa con tal de conseguir un voto. Hay límites en una campaña, es un ventajero total, no puede decir algo así de quien fue su jefe político durante tanto tiempo. Me parece muy deleznable”.

Larreta está procurando mostrar que la primaria de Juntos por el Cambio, además de su puja con la Bullrich, incluye como bonus-track evadir a la coalición de la sombra de Macri, que renunció a ser candidato pero participa activamente en el bando de los halcones y busca ser el gran influencer de la derecha.

La tensión interna en el seno de la coalición opositora se reproduce en algunos distritos, como Santa Fé. La candidata de Pâtricia Bullrich en esa provincia, la senadora Carolina Losada, hizo declaraciones que, en rigor, ponen en discusión la unidad en la diversidad que las primarias procuran ordenar. La regla del juego reside en competir, aceptar el veredicto de las urnas y que el que pierda apoye al triunfador. Losada anticipó al diario La Nación que ella no acompañará a su principal rival, Maximiliano Pullaro en caso de que éste gane, ni aceptará su acompañamiento si la que triunfa es ella. “Yo no voy a estar con una persona con la que tenga diferencias éticas y morales”, disparó. Y extendió las diferencias al referente nacional de Pullaro, Martín Lousteau: “Estamos hablando del creador de la 125 y el ministro de Economía de Cristina Fernández de Kirchner (…) ¿Voy a estar con la persona que le quiso meter la mano en el bolsillo a la gente del campo? De ninguna manera”.
Todavía faltan seis semanas hasta las PASO. Hay tiempo para que lo que hoy Larreta viste de “cómo” termine convirtiéndose en “qué”.