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Cultura 28 de abril de 2023

Kohan en la Feria: “El arte de estar en otra cosa, que es la base de la lectura, se vuelve ciertamente difícil”

En su discurso de apertura, el escritor disparó contra la figura del "lector encubierto", entre otra apreciaciones.

Kohan durante la apertura de la Feria.

 

Por Julieta Grosso

El escritor Martín Kohan abrió la Feria del Libro en la noche del jueves último con un discurso que alternó la cadencia poética con las referencias literarias y remates irónicos en el que disparó contra la figura del “lector encubierto”, al que definió como “aquel que se pronuncia categóricamente sobre algo que en verdad no leyó” y donde además caracterizó al fenómeno de la dispersión masiva: hoy “casi nada puede hacerse largamente y de corrido, ni conversar, ni mirar una película, ni ver un partido de fútbol, ni escuchar algún concierto”, alertó.

Casi a las 20, el autor de “Ciencias morales” arrancó con lo que había anticipado durante los días previos a su presentación: una extensa intervención de 22 carillas en la que evitó los golpes de efecto y las frases de impacto pero que derivó en depuradas reflexiones sobre la vida de los libros a la que describió como una práctica hecha “de olvidos y rescates, de vueltas atrás y de relecturas, de murmullos laterales, de búsquedas a destiempo y hallazgos de lo que no se buscaba” y los alcances de la Feria como evento decisivo para construir lectores y rituales de lectura.

“¿Qué relación se establece entre el acontecimiento del año y el resto del año? Porque entiendo que lo deseable es que funcione ante todo como foco de irradiación, con una cierta onda expansiva”, planteó Kohan, dando paso a una cascada de interrogantes que sustituyeron el registro juguetón de la introducción, con el que, pese a la sala multihabitada de oyentes, logró instituir por momentos el clima envolvente de la escucha en soledad.

“¿Se encapsula todo este entusiasmo libresco en ese tiempo de excepción de las tres semanas de Feria? ¿Se cumple por así decir con la cuota anual de pasión (pasión en cuotas) para despedirse, al cabo del período establecido, hasta el año que viene, hasta el acontecimiento del año del año que viene?”, interpeló a una audiencia entregada a su clivaje rítmico.

En la instancia siguiente, y fiel a una fascinación obsesiva por hallar las palabras certeras, se dispuso a caracterizar la mística de la Feria del Libro, a la que definió como “un fenómeno notable de concentración e intensificación, en un tiempo de vértigo y en un lugar transformado, de elementos que, con más discreción, incluso a veces asordinados, se encuentran en distintas partes a lo largo del año entero”.

El narrador aludía a ese insumo que en la vida ordinaria no asume las condiciones de excepcionalidad que adquiere en estos días: el eje sigue siendo el libro, pero desde las librerías no provoca la ruidosa convergencia de lectores o interesados que sí genera la Feria.

“El gran mérito de la Feria del Libro no radica en la sustitución o en la excepción (al contrario, de ser así, fracasaría), sino en su eventual poder de realce y amplificación. La apuesta es que el realce habilite a ver lo realzado cuando ya no está realzado, a escuchar lo amplificado cuando ya no está amplificado. Si el acontecimiento del año durase todo el año, ya no sería un acontecimiento (y no habría forma de soportarlo: ¿doce meses de acontecimiento? No hay cuerpo que aguante)”, reflexionó.

De inmediato, el texto ingresó en aguas autobiográficas y Kohan recordó una edición de la Feria en su vieja sede del Centro Municipal de Exposiciones donde pudo escuchar a Jorge Luis Borges hablar sobre su admirado Macedonio Fernández.

Y confesó también que atesoraba autógrafos de autores que admiraba. Como una muestra de sus amplias filiaciones literarias citó a Ricardo Piglia y César Aira. La mención contigua de estos nombres dio pie a un comentario hilarante sobre el concepto de grieta, que casualmente estuvo presente en el de otro disertante de la noche, el titular de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro.

“He citado a Piglia, sí, y he dicho genial, y de inmediato he citado a Aira, sí, y he dicho genial de nuevo; no es que no me gusten las grietas, pueden llegar a fascinarme, pero cuando no son entre explotadores y explotados a mi criterio pierden un poco la gracia”, aseguró, desatando una carcajada viral.

Kohan no rozó en ningún momento el tono crispado del discurso que en la pasada edición dio el escritor Guillermo Saccomanno -y en el que cargó contra todos los eslabones de la industria editorial-, y aunque estuvo más complaciente con el ecosistema librero, aprovechó su intervención para cargar contra una suerte de actor activo de la escena social, que, según aclaró, no es novedoso (“existe de larga data”, aclaró) pero que ahora aparece por fin masivamente legitimado: el no-lector encubierto, “aquel que se pronuncia categóricamente sobre algo que en verdad no leyó”.

“Lo que parece haberse modificado es que ya no precisa encubrirse. La lectura, elogiadísima en abstracto, se desestima en lo concreto”, tensó el texto el autor de “Dos veces junio” y “Confesión”. Y a continuación, identificó el campo de acción más afectado por esta práctica: “No es la literatura la que, según creo, se perjudica en mayor medida, sino más bien la discusión política, que hoy transcurre casi enteramente sobre la base de desconocer o distorsionar (o desconocer para poder distorsionar) lo que en verdad el otro dijo, o triturarlo hasta la frase suelta y quedarse meramente con eso”, destacó.

Luego, parafraseando a Walter Benjamin, aseguró que “vivimos tiempos de vociferación” y señaló las condiciones de leer entre interferencias sonoras. “La Feria en medio del ruido de la ciudad, las voces en medio del ruido de la Feria. ¿O no es ésa acaso la manera en que discurre el decir literario en el espacio más bien ajeno de la sociedad, de la realidad general?”, aseguró.

“Las voces del decir literario no están en primer plano, no son las que preponderan. Lo que prevalece mayormente es la frase suelta de impacto, la frase drástica que sirve de título (de una nota o una entrevista que ya no hará falta leer), la frase asertiva tuiteable, la que ahora mismo me esmero por evitar”, continuó.

Más adelante se refirió a la manera en que la literatura fue tradicionalmente una práctica acechada por las interrupciones. “El mundo siempre ha sido lo que esencialmente es: una especie de conspiración general, y apenas solapada, destinada a no dejarnos leer -sostuvo-. El mundo como tal ya estaba configurado así: como una máquina de interrumpir”.

En ese punto, enhebró otra de sus objeciones más contundentes a los tiempos actuales, en el que no solo la lectura es una práctica amenazada por la dispersión. “Probablemente nunca ha sido tan difícil como ahora conformar esa zona liberada (liberada para uno mismo) y ese tiempo liberado que el ejercicio de la lectura requiere; nunca ha sido tan difícil como ahora desconectarse (porque estamos, en sentido estricto, conectados siempre) para poder ponerse a leer”, indicó.

“El arte de estar en otra cosa, que es la base del arte de la lectura, se vuelve ciertamente difícil, se vuelve casi imposible, cuando todo en realidad es otra cosa, cuando no parece existir esa cosa que nos permitiría estar en otra. Ya casi nada puede hacerse largamente y de corrido: ni conversar, ni mirar una película, ni ver un partido de fútbol, ni escuchar algún concierto, ni no hacer nada”. Y remató: “Cuando todo el mundo se vuelve un aparte, se complica el mundo aparte”.