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La Ciudad 28 de noviembre de 2016

La posibilidad de cambio dentro de la cárcel de Batán

El programa de rugby de la cárcel Batán impulsado por la ONG "Cambio de paso" comenzó en 2009 y es considerado como una herramienta para la reinclusión social de los presos a través del deporte, la educación y el trabajo.

por Melanie Lamazón

Sentado contra una pared, atento a que la hornalla caliente el agua dentro de la pava a la temperatura justa para tomar mates, Leonardo se siente tranquilo, en paz. Atrás quedaron los malos recuerdos de la infancia cuando su papá golpeaba a su mamá después de tomar alcohol, razón por la que decidió irse de su casa para siempre a los 13 años. Atrás quedaron también los días en los que se montaba el arma en la cintura y salía a delinquir para tener para comer, para comprarse la ropa que le gustaba, para “darse sus gustos”.

Leonardo entendió, después de ser condenado a prisión perpetua y estar detenido durante seis años -y tras haber pasado por 46 unidades en las que lo consideraban “el peor, la persona mala del grupo”-, que era momento de cambiar.

Se levantó un día en la Unidad 15 de la cárcel de Batán y tomó la decisión de formar parte del programa de rugby impulsado por la ONG “Cambio de paso”. “Para poder entrar tenés que estudiar, trabajar y entrenar”, le dijeron y, lejos de desalentarse, comenzó a orientar todas sus acciones a cumplir con su propósito: convertirse en un rugbier.

Aprendió a leer y escribir, terminó el colegio primario, trabaja en un lavadero industrial -dentro del penal- seis horas por día, hizo cursos de mecánica, de electricidad mecánica, de albañilería y talleres de colocación de Durlock y del gremio de construcción UOCRA. Pero lo más importante para él, es haber ganado valores. “Valores que nunca le habían enseñado, que no tenía y que, si nadie lo hubiese impulsado y acompañado, probablemente tampoco hubiera tenido de no ser por el grupo de entrenadores que 5 veces por semana le enseñan a jugar al rugby”, le aseguró a LA CAPITAL.

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La Unidad 15 de la Unidad Penitenciaria de Batán está ubicada en la ruta 88 km. 8,5. Un poco, no demasiado, alejada de la zona habitada puede verse la imponente infraestructura. Aunque la cárcel fue diseñada para 650 internos, actualmente alberga a 1.100 (y hace un par de años llegaron a sumar 1.800). La mayoría de los presos son de Mar del Plata y la zona.

Es un martes de mucho calor, y cerca de las dos de la tarde, unas 30 personas corren al patio con vestimenta deportiva. Entre ellos se hacen chistes y le advierten al más “viejo” del grupo que aunque se canse “lo van a hacer correr”. La imagen vista desde afuera era muy similar a un campamento escolar, donde se vive un ambiente de felicidad y adrenalina. Sin embargo, lejos de ser un grupo de adolescentes en una actividad extraescolar, se trata de los módulos b 1 y b 2 de jóvenes de entre 18 y 25 años que forman parte del programa de rugby de la cárcel de Batán, impulsado por la ONG “Cambio de paso”.

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Para poder ingresar al programa de rugby, los internos deben pasar por una etapa evaluatoria en la que se los encuesta, se analizan cuáles son sus intenciones y se les explican cuáles son las pautas mínimas para que puedan formar parte del programa. “Para poder jugar, tenés que estudiar y trabajar. Si querés estudiar pero no trabajar, estás afuera. Si querés trabajar pero no estudiar, también. Tenés que hacer las dos cosas y entrenar”, explica Miguel Ángel Cazaux, el coordinador general del programa, a los aspirantes a empezar este deporte.

Los 30 internos realizan ese martes la entrada en calor bajo las instrucciones del entrenador, Juan “El Toro” Aiello. “Ahora a correr”, grita Aiello y en menos de un minuto todos, absolutamente todos, están en movimiento bajo la atenta mirada de una de las pocas mujeres que trabaja en la Unidad, Corina Ortíz. 

Corina es la coordinadora del área de capacitación y oficios, es decir que es la encargada de acompañar a los internos y prepararlos para su futura inserción laboral una vez que consigan la libertad. Mientras los ve correr cuenta: “si bien es difícil ser mujer en una cárcel de hombres, mi experiencia es buenísima”.

Se nota en la forma en las que los mira, el tono de voz con el que responde sus consultas y la paciencia que les tiene, que se encariñó con ellos y sus historias de vida. “Yo trato de no saber qué es lo que hicieron para entrar acá, prefiero pensar que todos están pagando una condena y que tienen derecho a cumplir esa condena de una forma humanitaria“. 

Mientras pasan dando saltos, todavía en medio de su entrada en calor, los internos saludan a Corina y gritan comentarios sobre el próximo encuentro que tendrán.

“Una de las mayores dificultades para los presos es conseguir trabajo una vez que salen, es muy difícil. Por eso yo trato de hacerles entender que lo mejor es aprender un oficio y que sean ellos sus propios patrones, porque todavía existe ese estigma para los presos. De esta forma, ellos no van a depender de otra persona”, asegura Corina. Y agrega: “la gente no entiende que el hecho de que ellos estén acá, el hecho de perder la libertad, ya implica que están cumpliendo una condena. Pero salen y tienen una condena todavía peor, la condena social“.

Mientras sigue expresando su postura respecto a este “estigma” sobre los reclusos, la interrumpen. “Ey, Corina, yo quiero hacer el curso de playo”, le grita uno de los chicos sin dejar de correr con la técnica de “talones a la cola” que ordenó El Toro.

La frase queda resonando en la cabeza de la coordinadora y, a modo de flashback, le trae un recuerdo en el que uno de los presos hablaba sobre su futuro y el miedo a ser rechazado por la sociedad. “Si entrás a trabajar de playero hay que manejar plata y yo que estuve preso, si algún día llega a faltar plata siempre me van a señalar a mí aunque no haya hecho nada“, le dijo con un dejo de enojo. “En ese momento noté que, por más ganas que tuvieran de mejorar, ellos sentían que, por haber estado en Batán, jamás volverían a ser los mismos que antes de entrar para los demás”, reflexiona Corina.

Al lado de la mujer, sentado, se encuentra Gonzalo, quien no puede entrenar debido a un esguince pero “ni loco se pierde el entrenamiento”. Cuenta que juega en la posición de hooker y que si bien hace cinco años que está detenido, hace sólo uno que entró al programa de rugby. 

“A mí esto me transformó, pude terminar mis estudios primarios cosa que en los pabellones jamás podría haber hecho porque está mal visto estar metido en estas cosas y peor aún, salir si hay conflictos. Eso es de cagón”, cuenta. ¿Cómo es la vida en la cárcel?, le consulta LA CAPITAL. Gonzalo escucha la pregunta y respira profundo. De repente, baja la mirada. Y, con un poco de vergüenza, responde: ” Nadie se imagina lo que es la cárcel, es horrible, tenés dos opciones: o salís mejor o salís peor porque los pabellones son una escuela de delincuencia“.

Y mientra mira a sus compañeros sigue con la reflexión: “Me costó cuatro años poder llegar a esto y ahora no quiero volver más a lo otro. ¿Sabés lo que es que tu familia te vea haciendo un deporte? Ahora estoy terminando la secundaria, estoy haciendo el curso de playero para el día de mañana conseguir un laburo”.

Respecto a la salida laboral de los presos cuando recuperan la libertad, Gonzalo, al igual que Corina asegura que es “complicado”.  “Todo lo que ofrecen son laburos en negro”, dice. Y cuestiona: “A los pibes que están acá adentro hace un montón de años y no tienen a nadie que les dé una mano para formar su futuro afuera, ¿quién les banca el transporte? ¿A dónde se quedan? Nadie los ayuda“.

Gonzalo se calla porque, fuera de la conversación, terminó la entrada en calor y comenzó el entrenamiento. “El Toro” da la orden y todos se organizaban para practicar el scrum, cada uno en las posiciones que ya estaban previamente determinadas.

Los casi 30 internos que realizan la formación fija que tiene como función disputar la pelota entre los equipos y volver a ponerla en juego, forman parte de los cerca de 600 presos que pasaron por el programa de rugby. En un estudio sobre 10 mil internos desde el 2009 hasta la fecha, se pudo comprobar que el nivel de reincidencia de los que jugaban a este deporte era tan sólo del 2,95 por ciento. Resultado que sorprendió a las autoridades de la Unidad, dado que en general la reincidencia es de un 70 por ciento (es decir, 8 de cada 10 internos vuelven a ingresar al penal por haber cometido otro delito).

La idea es que esta gente se vaya y que no vuelva, sino la cárcel se convierte en un lugar donde va una persona que se equivoca, cumple una condena y se va peor de lo que llegó. No. La cárcel tiene que ser para resociabilizar a través del trabajo, la salud, el estudio, la capacitación. En este caso con el deporte y con reglas. Muchos de estos chicos no sabían lo que era levantarse a las 8 de la mañana, o ir a la escuela, o comer a horario, no sabían nada de lo que es una vida, por decirlo, normal”, agregó Cazaux. Y finalizó: “Queremos que ellos piensen ‘quiero ser algo más, quiero ser alguien diferente“.

 “El rugby te da valores, genera situaciones increíbles como que los internos de los pabellones más bravos vengan, se golpeen y terminen abrazados. Es casi incoherente” 

De fondo sonaban los quejidos de los grupos que disputaban el scrum cuando Eliseo se apartó del entrenamiento por unos minutos. Quiere contar su historia.  Tiene 25 años y está preso desde los 18, fue condenado a prisión perpetua. Es subcapitán del equipo de rugby y reconoció que desde que empezó a jugar, se siente mejor persona porque comenzó a estudiar y a capacitarse. Mientras piensa en los premios que el equipo ganó, asegura que cuando salga va a seguir yendo a Batán a ver al equipo jugar. “Me ofrecieron probarme en diferentes clubes”, contó con una sonrisa que demuestra el orgullo y el autoestima ganado por saberse bueno en un deporte. Pero la sonrisa se le va muy rápido cuando piensa en su mamá de 70 años y en las cosas que la mujer tuvo que “aguantar” cuando él salía a delinquir junto a su hermano. “No quiero que me vea más acá”, menciona anhelando el momento en el que las autoridades le digan que consiguió la libertad. Su ensimismamiento termina con el grito de “El Toro” que da la señal de que finalmente llegó la parte más ansiada por el plantel: el partido.

Se dividen en equipos de cantidades iguales y entre medio de tacles, pases, golpes y movimientos defensivos y ofensivos los presos de Batán se divierten y enojan cuando algo no les sale como desean.

Los profesores comentan en privado, alejados de los jugadores, lo último que hizo el interno Leonardo. Desde lejos parecen enojados, como si el hombre se hubiese peleado con otros presos. Al observar más de cerca los gestos, es notorio que están serios pero sus caras expresan un claro orgullo. “El viernes le vamos a entregar la silla de ruedas que hizo Leo al nene hemipléjico de Entre Ríos”, se escucha a una de las autoridades. Es que Leonardo impulsó la realización de sillas de ruedas dentro de la Unidad para donar a personas discapacitadas. A partir de su proyecto, llevan donadas 55 de estas a gente que las necesitaba y no pueden acceder a ellas debido a su alto costo.

 “Yo pensé que no servía para nada”, había dicho Leonardo en un principio, pero después de ver las caras que reflejaban felicidad de las personas que ayudó se dio cuenta que en verdad “puede hacer un montón de cosas para marcar una diferencia”.  

El partido terminó y todos los jugadores se reúnen junto al entrenador para charlar sobre los puntos débiles del equipo y felicitar a los rugbiers que más se lucieron. “El Toro” comenta en voz alta: “Esto no es un privilegio para ustedes, esto no es un hotel cinco estrellas, esto es un programa que desafía a las personas”. Los presos asienten con la cabeza, en busca del respeto del entrenador, al fin y al cabo es el que decidirá quienes serán titulares en los partidos que jugarán fuera del penal.

Y es que al igual que Los Pumas, los All Blacks, los Wallabies, los jugadores del equipo de rugby de la cárcel saben que tienen que esmerarse y entrenar para ganar el próximo partido. Y también saben que, gracias a ese grupo de personas que día a día orientan toda su energía en motivar un cambio en su vida, cuando recuperen la libertad volverán a mezclarse en la sociedad con otros valores que quizás antes no tenían. Esas casi 30 personas entraron a la cárcel de Batán siendo personas conflictivas, que cometieron delitos y con un bajo nivel educativo, partirán del lugar con otra formación, cultura de trabajo y con los valores únicos que brinda el deporte.



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