Roger Chartier explica las formas de literatura colaborativa y el plagio en épocas de Cervantes y Shakespeare
El escritor francés Roger Charpier. Foto: Rolando Morales / La Tercera.
En el año de la conmemoración de los 400 años de la muerte de Shakespeare y Cervantes, el historiador francés Roger Chartier llegó a la Argentina para ofrecer una serie de charlas que analizan la versión del escritor inglés sobre un fragmento del “Quijote”, una operación que permite repensar las nociones de plagio y de propiedad literaria, “impensables en el siglo XVI porque en ese entonces la reapropiación de textos era legítima”.
Visitante crónico de Buenos Aires desde hace décadas, el autor de obras como “El mundo como representación”, “El orden de los libros”, “Historia de la lectura en el mundo occidental” y “Las revoluciones de la cultura escrita” llegó en esta ocasión como una de las figuras centrales de las Jornadas Encrucijadas del Saber Histórico, organizadas por la Unsam y la Biblioteca Nacional.
“Hoy el nombre de autor está estrechamente vinculado con la identidad de una persona, pero en los siglos XVI y XVII era apenas una mercancía, un argumento publicitario para vender obras. Es erróneo entender la idea de propiedad literaria anterior al siglo XVIII con los mismos criterios que aplicamos hoy.
Por eso, cuando analizamos el mundo de Shakespeare y Cervantes no debemos pensar en categorías como invención del autor, originalidad estética o propiedad literaria”, señala Chartier.
“El problema en ese entonces no era el plagio, el robo de un texto, sino del nombre. Lope de Vega, por ejemplo, se quejaba de que se publicaban con su firma novelas que él nunca había escrito. Lo mismo pasaba con Shakespeare: su gran capacidad de atraer lectores hizo que se utilizara su nombre o sus iniciales para firmar textos que nunca escribió”, explica.
– ¿Hay reciprocidad en la relación entre Shakespeare y Cervantes a través de sus obras?
– No, eso se dio de manera unilateral. Shakespeare tuvo acceso a la obra de Cervantes pero no al revés. El vínculo se produjo a través de John Fletcher, un dramaturgo que hablaba español y escribió junto a Shakespeare una obra perdida que se llama “Cardenio”, que retoma al personaje del mismo nombre que aparece en un fragmento del “Quijote”. Cervantes, en cambio, no tenía ninguna idea de lo que se escribía o representaba en Inglaterra porque esas obras no circulaban por fuera de las fronteras. La primera traducción de Shakespeare se da recién a fines del siglo XVIII.
– ¿Se preguntó por qué a Shakespeare lo subyugó un personaje menor del “Quijote” como es Cardenio y no el hidalgo que protagoniza esta novela de caballería?
– Para Shakespeare era más fácil hacer una obra de teatro a partir de un personaje secundario que uno tan complejo como el “Quijote”. Tanto él como Fletcher pensaron que la novela de los amores y desamores, que se encuentra entre los capítulos 23 y 47 del “Quijote”, era más adecuada para las expectativas del público. La elección de ese tramo de la novela de Cervantes responde a una demanda de la época: por ese entonces tenían mucho éxito las historia tragicómicas en la que los amores tenían que vencer múltiples obstáculos hasta alcanzar el final feliz. La obra de Cervantes se puede leer como un almacén de novelas, como un repertorio donde no solamente se cuentan las hazañas del héroe principal.
– Eso remite justamente a la noción de clásico: una obra con un sustrato imperecedero que es susceptible de ser resignificada a través de los siglos…
– La característica central de estas obras, como la de Cervantes y las de Shakespeare, es que encierran una pluralidad de potencialidades de lectura. En el caso de Cervantes es misterioso porque por un lado él pretendía hacer una parodia de los géneros literarios dominantes como la novela pastoril, la picaresca y la novela de caballería, pero al mismo tiempo en su obra hay alojados elementos que no fueron percibidos por sus contemporáneos pero con el tiempo que han permitido esta serie de reapropiaciones.
– ¿Podríamos pensar que esta operación bajo los criterios contemporáneos entraría en la figura del plagio?
– En primer lugar, en el contexto de los siglos XVI y XVII hay una práctica dominante de la escritura en colaboración. Shakespeare escribió las tres últimas obras de su vida en colaboración con este dramaturgo más joven que era Fletcher. Ahora hay incluso una tendencia a pensar que muchas otras obras suyas fueron escritas también en colaboración. Eso marca una primera gran diferencia con la figura del autor singular y soberano del texto que va a prevalecer a partir del siglo XVIII. En segundo lugar, en la época de Cervantes o Shakespeare no estaba vigente el concepto de propiedad literaria o intelectual.
Un texto pertenecía al editor, impresor o librero que ha adquirido el ejemplar. De esta manera, podemos inferir que el concepto de plagio no existía en absoluto. La ruptura fundamental se da en el siglo XVIII cuando se construye la idea del autor singular. Al mismo tiempo eso se reafirma cuando se define la noción de originalidad de la obra. El modelo pre-romántico y romántico cambia radicalmente las cosas a partir del momento en que habla de una obra que se vincula con la vida del autor. Eso marca el surgimiento de la idea de propiedad literaria por la cual un texto pertenece en primer lugar al autor, que lo puede vender o ceder como quiera. Así se inventa el concepto de literatura.
– ¿Las ideas acerca de la reapropiación literaria que condensa el cuento “Pierre Menard, autor del Quijote” de Borges se pueden retomar de alguna manera cuando uno lee el trabajo que hace Shakespeare con el texto de Cervantes?
– Absolutamente. “Pierre Menard” habla de una reapropiación con una estabilidad radical: un autor reproduce el texto de Cervantes con las mismas palabras y la misma forma. Lo interesante es cómo un mismo texto puede adquirir sentidos tan opuestos en relación con el lector. El trabajo de Borges es como una experiencia de laboratorio en cuanto a la mutación del sentido de los textos en relación con el momento de su lectura. En el caso del “Pierre Menard” hay un escritor que a fines del siglo XIX reinventa el “Quijote” igual que en la escritura que hace Cervantes en 1605. Borges trata de identificar cuáles son los factores que hacen que un texto estable en su género o en su literalidad puede adquirir sentidos tan diferentes.
En el caso de “Cardenio” se trata de una obra de la que no hay ningún rastro y por eso se presenta como la obra perdida de Shakespeare. Hoy en día muchos autores deciden retomar esa obra con el desafío de intentar identificar y al mismo tiempo de imaginar lo que pudo hacer Shaskespeare a partir del fragmento de Cervantes.