Un tal Sánchez, héroe olvidado del incendio en el Club Mar del Plata
En la historia marplatense, quedó registrado el incendio que el 10 de febrero de 1961 arrasó una joya patrimonial: el edificio del Club Mar del Plata. Mucho menos recordada es la hazaña de un humilde albañil que aquel día rescató a tres mujeres.
Momento en que se producía el derrumbe de un sector del edificio ante la peligrosa proximidad de una multitud de curiosos.
por Gustavo Visciarelli
Olvidadas en el archivo de este diario duermen las fotos y la historia de Agustín Saturnino Sánchez, un albañil que el 10 de febrero de 1961 arriesgó su vida para salvar a tres mujeres cercadas por las llamas en la azotea del Club Mar del Plata.
Las coincidencias quieren que eso haya ocurrido un viernes, como hoy. El cielo estaba encapotado y a las 11.30 comenzaba sin grandes pompas la celebración del 87º aniversario de la ciudad. El intendente Teodoro Bronzini no estuvo presente, de modo que el secretario de gobierno, Raúl Lombardo, presidió la austera ceremonia en plaza Colón, al pie del monumento a Patricio Peralta Ramos. A cien metros, en Buenos Aires y Bolívar, entraba en su etapa final la construcción del edificio Palacio Edén, “el primer rascacielos de Mar del Plata” con 88 metros de altura. Aquello de “La Biarritz Argentina” había perimido y pronto sería reemplazado por “La Ciudad Feliz”, candoroso slogan del periodista Enrique de Thomas (Wing).
Frondizi, Olmedo, Stray
El país vivía un esporádico verano democrático, con cielo siempre encapotado. El presidente era Arturo Frondizi, quien ubicó dos veces a Mar del Plata en primera línea de la agenda nacional. La primera fue en febrero de 1960, cuando llegó junto a su par estadounidense, Dwight Eisenhower; y la segunda en enero de 1962 -dos meses antes de su derrocamiento-, cuando inauguró el cable coaxial entre Buenos Aires y Mar del Plata. Ello favoreció a otro orgullo marplatense: la televisión, que había llegado en diciembre de 1960, cuando Canal 8 inició sus transmisiones de tres horas diarias. Solo Córdoba ostentaba ese avance en el interior del país.
En el verano del 61, otro slogan marplatense -“La Capital del Espectáculo”- se hallaba en estado embrionario con un acotado circuito de salas. Algunas propuestas fueron Pedrito Rico (teatro Colón); Alberto Olmedo con el Capitán Piluso (teatro Provincial) y Adolfo Stray (teatro Sacoa) junto a la vedette Ámbar La Fox, quien cumplió 26 años justamente aquel 10 de febrero. La platea costaba $60, un barrendero de la Municipalidad cobraba $5.100 y un televisor en casa Radar podía comprarse por $25.900.
“Ninotchka”
Mucho más económicas ($18) eran las entradas de “Ninotchka”, una comedia interpretada por La Farsa, compañía que aquel día perdió su escenografía y la totalidad del vestuario en el Salón Dorado, bella sala teatral que funcionaba en el cuarto piso del Club Mar del Plata. Allí comenzó el incendio a las 11.30.
Agustín Saturnino Sánchez, de 48 años, se hallaba trabajando en el tercer piso cuando escuchó que una persona gritaba “¡fuego!”. Poco después, el albañil estaba en la azotea, sofocado por el calor y el humo, intentando tranquilizar a tres mujeres que habían quedado cercadas. Una multitud rodeaba ya el edificio en llamas y desde una autobomba desplegaban una escalera mecánica para rescatarlos. Todos -Sánchez, las tres mujeres, la multitud- vieron el desesperante desenlace de esa maniobra: a la escalera le faltaban cuatro metros para alcanzar la azotea.
“Protoplasma de la elite”
El edificio, que reinaba desde 1910 en el predio delimitado por Luro, Boulevard Marítimo y Entre Ríos, fue la sede del Club Mar del Plata, entidad conformada por “el protoplasma de la elite porteña”, según publicó LA CAPITAL, a manera de elogio, poco después del incendio.
El arquitecto e historiador Roberto Cova supo reseñar de esta manera los objetivos del club: “comprar y vender bienes raíces, fomentar el desarrollo de Mar del Plata, instalar canchas de golf y de tenis y promover toda iniciativa beneficiosa para la comunidad”.
La sede que le encomendaron al arquitecto Carlos Agote, formado en París, resultó una joya arquitectónica que en sus seis plantas -incluyendo un amplio subsuelo- satisfacía a los socios con variadas propuestas sociales, recreativas, culturales y lúdicas (léase ruleta). La suntuosidad de su ornamentación y mobiliario no excluía elementos de avanzada, como, por ejemplo, motores eléctricos para accionar las pesadas persianas de sus ventanales.
Sospechas ciudadanas
El edificio, cuya actividad fue declinando en esplendor, cambió de manos en 1948 cuando el presidente Juan Domingo Perón la expropió para incorporarla a la Lotería de Beneficencia y Casino con el nombre de Anexo 1.
Al momento de producirse el incendio, había dos sectores de acceso público: el Salón Dorado, que mantenía su función original de teatro, y el Instituto de Artes Visuales y Conservatorio Provincial. El resto era funcional a Lotería, con sus talleres y tornería en el subsuelo y una serie de dependencias que concentraban el alma documental y administrativa de los casinos del país.
Los antiguos vecinos marplatenses están convencidos de que el incendio fue intencional, pero no puede obviarse de que las llamas se iniciaron a plena luz, cuando en el edificio había 70 empleados. Uno de ellos, el electricista Valentín Vera, relató aquel día a LA CAPITAL que “vio un fogonazo” que se desprendía de una red de cables. El recalentamiento del motor de una persiana en contacto con nidos de palomas podría haber sido la causa original del fuego.
La combustibilidad del lujo
El lujo que aún conservaba el edificio en sus cortinados, tapices, mobiliario y carpintería alimentó la libre expansión del fuego, favorecida por un deficiente sistema de extinción. De hecho, Agustín Sánchez, al escuchar voces de alarma, corrió hacia el ascensor pero fue repelido por una columna de humo. Entonces, bajó los tres pisos por la escalera, avisó a las telefonistas y junto a dos compañeros –“Héctor Gutiérrez y Constantino”– subió con extinguidores al cuarto piso en un vano intento por sofocar las llamas.
“En eso volví a escuchar voces desde arriba”, relató Sánchez, refiriéndose a la azotea. Eran voces de mujeres “que pedían socorro con palabras tranquilas”.
Un héroe sin electricidad
Pocos días después, LA CAPITAL premió a Sánchez con $ 10 mil por su heroica acción.
Aquel hombre nacido el 4 de junio de 1912 vivía con su esposa -“Dora V. de Sánchez”, reza la crónica-, una experta tiradora que había ganado un certamen regional. No tenían hijos y desde hacía tres años levantaban su casa en Lamadrid al 4400, donde pudieron colocar la luz y las cañerías de agua gracias a la recompensa.
Sánchez trabajaba para Loterías y Casinos desde hacía 11 años y se había destacado en el plano gremial, llegando a conformar el consejo directivo de la Unión de Personal Civil de la Nación, hasta que decidió renunciar para dedicarse de lleno a la construcción de lo que llamaba “su ranchito”.
Agustín Saturnino Sánchez y su esposa, Dora, en una entrevista con LA CAPITAL a pocos días del incendio.
Las tres mujeres que estaban en la azotea eran empleadas del Anexo I y fueron identificadas en las crónicas como Edelmira Pérez de Gorosito (34), Enriqueta Waldi Soler y Matilde Azzi de Enríquez (60), quien luego le diría a un cronista de LA CAPITAL: “Era tal la desesperación que me hubiera arrojado al vacío”.
Relato de una odisea
Sánchez narró que, al llegar a la azotea, le pidió a las tres mujeres “que se agarraran fuertemente de las manos. Lo hicieron. La señora de Azzi parecía la más tranquila. Me hablaba de su hijo. Pero una de ellas empezó a gritar ‘¡me ahogo!’ y en ese momento comprobamos que la única puerta se había cerrado”.
“Me asomé desde la azotea y vi mucha gente y una autobomba que desplegaba su escalera mecánica, pero vivimos un momento terrible cuando vimos que le faltaban cuatro metros para llegar a la azotea”, relató el albañil.
Cegado por el humo y con un pañuelo en la boca, Sánchez empezó a “tantear” lo que encontraba a su paso hasta dar con los alambres de un transmisor. Cortó varios tramos con la desesperada idea de atar a las mujeres y bajarlas, pero en ese momento “tropecé con algo que me hizo caer. Era una escalera. Le grité a las mujeres que estábamos salvados”.
Sánchez la ató a una columna mientras un bombero, que en las crónicas aparece identificado como Pinaredo, amarraba el otro extremo a la punta de la escalera mecánica.
Un paso al vacío
“Con las tres mujeres -relató Sánchez-, hice el mismo procedimiento. Las até con alambre a la altura de la cintura y las tomé por el pelo hasta que se ubicaron en la escalera de madera. Dejé para el final a la de mayor peso, por temor a que se rompiera”. Auxiliadas luego por el bombero, las tres fueron rescatadas ilesas.
Dramático rescate de una de las mujeres que había quedado aprisionada en la terraza. Puede verse la escalera de madera adosada precariamente a la mecánica.
Ya eran casi las 12.30 y faltaba poco para que el edificio empezara a derrumbarse. “El humo y el calor me asfixiaban. La brea había empezado a derretirse. Subí a la cornisa y bajé, pero cuando llegué a la mecánica me di cuenta de que la escalera de madera podía servir para salvar a otra persona. Entonces, volví a buscarla”.
Su esposa, Dora, estaba en su casa, ajena a lo que acontecía hasta que una vecina vino a avisarle. Corrió a la calle, tomó un taxi y abriéndose paso en la multitud, mientras el edificio ardía, empezó a preguntar: “¿Pudieron salir todos?”.
Pronto lo vio a Agustín que, agobiado por los aplausos y los abrazos, simplemente bromeaba: “Si no me sueltan, vuelvo a subir”.
Apuntes de una jornada caótica
– La precariedad del equipamiento de los bomberos quedó demostrada en aquella jornada caótica. Falta de agua, escasa presión y mangueras pinchadas quedaron registradas en las crónicas periodísticas. Desde las dos radios locales -LU6 y LU9- se hicieron permanentes llamados a la ciudadanía para que evitaran el consumo de agua.
– A poco de iniciarse el incendio, grandes columnas de fuego y de humo comenzaron a salir por los grandes ventanales y una multitud se congregó en torno al edificio, dificultando las tareas de los bomberos.
– A las 13.55 se produjo el derrumbe del sector del edificio ubicado sobre la calle Entre Ríos. Pese a la peligrosa cercanía de la multitud, no hubo que lamentar víctimas. Cerca de las 21 se produjo otro derrumbe en el mismo sector. La acera y la calzada quedaron cubiertos por una montaña de escombros de un metro y medio de altura.
– Los bomberos locales fueron apoyados por dotaciones que llegaron de Tandil, Necochea y Miramar. A la tarea se sumaron efectivos de fuerzas de seguridad, pero el fuego fue imparable.
– Sobre la calle Entre Ríos, frente al edificio en llamas, se hallaba la estación de servicio Shell. Los bomberos cubrieron los surtidores con lonas y colchones y realizaron permanentes tareas de enfriamiento.
– La caída de líneas de electricidad produjo un corte de luz en un amplio sector. Una de las consecuencias fue la salida de servicio de los trolebuses.
– En el suntuoso edificio estaban distribuidos el Salón de la Columnas, el Salón Inglés, el Salón Dorado, el Salón Blanco y el Jardín de Invierno. Contaba además con pileta de natación, baños fríos y calientes de agua dulce y de mar.
– El Anexo 1 conservaba piezas originales como alfombras de Esmirnia, tapices de Aubusson, porcelana de Limoges, platina de Christofle y cristalería de Baccarat.
– Del incendio se salvó una costosa vajilla de cobre y otra de cristalería de Baccarat que dos días antes habían sido trasladadas a otra dependencia.
Soñando a través de las nuevas tecnologías
Así se vería el edificio del Club Mar del Plata en el contexto urbano actual. Sergio Calvé, autor de este modelado digital en 3D, explicó que forma parte de un proyecto que apunta a recrear las construcciones desaparecidas en la década de 1930, desde el Club Mar del Plata hasta el Torreón.
La ausencia de planos lo obligó a tomar como único material de consulta las fotografías de época, con soporte especial en el proyecto Fotos de Familia de LA CAPITAL. “Para calcular las medidas aproximadas, se tomaron como referencia la altura promedio de las personas y hasta detalles más minuciosos, como el talle de los zapatos o el largo y ancho de los automóviles”.
“Por eso -añadió- el proyecto no tiene pretensiones arquitectónicas, sino artísticas y didácticas, para permitir, gracias a la tecnología, revivir esos lugares con el mayor realismo posible”.
Las fotografías actuales fueron tomadas con dron por Eduardo Furundarena, lo cual nos permite observar cómo se vería el edificio en la ciudad actual. Todo ello torció dos destinos: que el incendio no hubiera ocurrido y que el edificio no hubiera sido víctima de la desidia patrimonial que caracteriza a la ciudad desde hace décadas.
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