CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Policiales 11 de febrero de 2023

Cedric Maake, el asesino serial que desafió al mejor detective del mundo

Era un plomero de Johannesburgo que a fines de 1996 cometió su primer robo. Durante el año siguiente, sin que nada pudiera anticiparlo, se transformó en un enigmático asesino serial. En verdad, fue un solo hombre capaz de alojar en su existencia a dos asesinos seriales: El Asesino del Martillo y El Asesino de Wemmer Pan.

Por Fernando del Rio

Versión leída del artículo

Después de escuchar que al fin le encomendaban resolver los crímenes de Wemmer Pan y de las tiendas de Johannesburgo, Piet Byleveld colgó el robusto tubo del teléfono sobre su escritorio, encendió el cuarto cigarrillo de la mañana y se tomó una aspirina mezclada con Coca Cola. Había esperado ese llamado desde hacía varias semanas, cuando el seco y frío invierno de 1997 ya azotaba a la capital sudafricana y los asesinatos se sucedían sin que alguien le encontrara una explicación. A pesar de que era una leyenda de la investigación criminal, tal vez uno de los mejores detectives del mundo con cientos de enigmas solucionados, Piet volvió a sentir ese cosquilleo de intriga y reto al dar la primera pitada. Necesitaba sacar adelante una situación que perturbaba a la población.

Lo primero que hizo con su equipo de la Brixton Murder and Robbery Squad fue repasar todos los episodios violentos denunciados en los últimos meses. Los que habían ocurrido en torno al lago Wemmer Pan, con asesinatos de hombres y violaciones de mujeres, y los anteriores, los de los sastres o dueños de tiendas víctimas de un loco armado con un martillo. Para organizar el trabajo a uno lo llamó El Asesino del Martillo y al otro El Asesino de Weemer Pan. Byleveld llevaba un 99 por ciento de aciertos en sus investigaciones y había sido capaz de apresar a varios asesinos seriales en una Sudáfrica que acababa de recuperar la democracia tras el período del Apartheid. Él y su grupo sabían cómo trabajar, por eso decidieron enfocarse primero en El Asesino de Wemmer Pan, ya que los crímenes alrededor de la laguna se seguían cometiendo.

Sobre la mesa de trabajo se acumulaban las dos pilas de documentos. De un lado estaban los ataques del Asesino del Martillo y del otro los de Wemmer Pan. Dos asesinos seriales nuevos y casi simultáneos. Una tragedia para Johannesburgo que aún no salía del estupor provocado dos años antes por Moses Sithole, el Asesino del ABC. Byleveld y su equipo visualizaron los métodos diferentes, los perfiles opuestos y los comportamientos particulares de los dos grandes casos que tenían para resolver. Lo que no advirtieron era que estaban ante una singularidad, ante un evento único: un mismo hombre podía ser dos asesinos seriales distintos. Porque lo siniestro de todo aquello era que El Asesino del Martillo y el Asesino de Wemmer Pan eran la misma persona. Eran Cedric Maake.

Piet Byleveld, una leyenda entre los detectives.

Piet Byleveld, una leyenda entre los detectives.

Un simple plomero

Para cuando Byleveld empezó la investigación, los ataques de El Asesino del Martillo habían cesado. La serie se había iniciado meses antes, el 28 de diciembre de 1996, día en que Antonio Alfonzo fue salvajemente golpeado. Alfonzo trabajaba en un café de High Street Rosseville, en el área de La Rochelle, cuando un hombre negro, no muy robusto, ingresó al local y sin mediar palabra lo golpeó con un martillo. El delincuente escapó con 400 rands, algo así como 90 dólares, y Alfonzo tuvo la fortuna de sobrevivir.

Ese delincuente anónimo llevaba un nombre y una historia de vida que todos desconocían. Era Cedric Maake tenía 32 años y había nacido en la provincia de Limpopo, donde tenía una esposa y cuatro hijos. En busca de trabajo se había mudado a Johannesburgo para lo cual se separó de su familia y aprendió el oficio de plomero. Luego llevó a su esposa Sophie a vivir con él en el número 57 de Forest Street, a solo unas pocas cuadras de Wemmer Pan. Una de las necesidades de Maake era tener la ropa adecuada por sus labores de fontanería, de modo que asistía a tiendas de reparación, sastrerías, en su mayoría atendidas por inmigrantes de la India.

Con Alfonzo, precisamente, se presentó como un plomero que deseaba hacer unos arreglos. Fue así como lo engañó, lo golpeó y huyó con el dinero que luego se gastaría para celebrar Año Nuevo.

Cedric Maake volvió a atacar el 6 de enero. Megan Kanji era un sastre de 78 años que tenía su tienda en la calle Madison Street. A las 10 de la mañana entró Cedric y le dijo que era plomero y que necesitaba comprar un pantalón de segunda mano para su trabajo. En medio de la negociación Maake le asestó varios golpes en la cabeza y en el rostro hasta dejarlo inconsciente. Ingresado en un hospital el anciano sastre hindú sobrevivió, pero no pudo recuperar del todo la normalidad de su vida a causa de las severas lesiones. Maake le robó cinco pantalones y escapó.

Área en donde actuaba y vivía Cedric Maake.

Los ataques siguieron todo el verano y la motivación que tenía Maake era simple: robar. Lo hizo en varias sastrerías después de solicitar presupuestos para hacer remiendos a su ropa de trabajo. Una vez, el 17 de febrero, Maake entró en una sastrería que era atendida por un hombre de 56 años. Preguntó por unas confecciones, aceptó el precio y aguardó a que el sastre se los hiciera. Pero una vez que recibió la ropa arreglada, le mostró un martillo y le dijo que tenía que repararlo porque tenía la cabeza rota. Claro, se le había dañado en el ataque anterior. Horas más tarde regresó a esa tienda y atacó al dueño a martillazos. El martillo ensangrentado quedó en el lugar y Maake huyó.

Los hechos similares se reiteraron al tiempo que en las comunidades indias e islámicas -porque algunas víctimas pertenecían a esta fe- empezaba a crecer el temor. Más allá de que ninguna de sus víctimas murió, en Maake se advertía una conducta asesina. Era golpear sin necesidad funcional para los robos. Además, era probable que él desconociera si algunos de los tenderos atacados habían muerto. Le daba igual. Recién el 23 de febrero cometió su primer asesinato.

Su primera víctima fatal fue Dhansuklal Patel, el 23 de febrero, quien murió en el hospital después de que Maake lo golpeara con un martillo y le robara la billetera dentro de su tienda. Su método de intentar matar para llevarse dinero e incluso prendas de vestir le funcionó varias ocasiones más, pero el extraño caso del Asesino del Martillo parecía ser más un atacante serial que un asesino serial, ya que excepto Patel ninguna de sus otras víctimas murió.

Después de estos ataques, decidió cambiar de área y se dirigió algo más cerca de La Rochelle, donde él residía. Se fue hacia la zona del Wemmer Pan, un lago en las afueras de Johannesburgo, un espacio recreativo para toda la comunidad, pero especialmente elegido por las parejas en horario nocturno.

Amoríos y muerte

Wemmer Pan es una de las lagunas de Johannesburgo y por ser de las de mayor tamaño reúne a un par de clubes de remo y es ideal para la recreación. Tiene grandes áreas verdes, bancos, senderos, vegetación y la gente suele ir pasarla bien. Además, por situarse algo alejada del centro mismo de la ciudad, es una de las mejores opciones para los enamorados. Muchas parejas en automóviles iban a ese parque en 1997 para tener sus encuentros sin imaginar que acecharía un monstruo, capaz de emular a Moses Sithole. El 27 de abril de ese año Maake atacó a una pareja mientras se derrochaban caricias y besos dentro de una camioneta Toyota y contemplaban la laguna. El hombre fue asesinado de un disparo y la mujer fue violada entre unos arbustos. Antes de irse, Maake la mató a golpes de roca en la cabeza.

Con la misma arma en mayo y en junio Maake disparó contra taxistas a los que pidió que lo llevaran hasta Wemmer Pan, ambos sobrevivieron. Y semanas después mató a otra pareja, al hombre dentro del auto y a la mujer, tras violarla, entre los arbustos.

Wemmer Pan en los años de los asesinatos.

Wemmer Pan en los años de los asesinatos, con Johannesburgo de fondo.

El 16 de junio en Soweto sorprendió corriendo a una mujer, la la llevó a unos arbustos, donde la violó y la mató. El 21 Maake vio caminar en las inmediaciones de Weemer Pan a un hombre junto a dos mujeres. Tras mostrarse amigable en una charla inicial, repentinamente disparó contra el hombre y lo mató. Las dos mujeres huyeron y Maake le robó algunas pertenencias al muerto. Sus inhibiciones ya habían desaparecido mucho antes y matar se había transformado en una reafirmación de su propia existencia. Así, el 11 de julio volvió a matar al interceptar en un auto a una pareja. Al hombre lo mató, y a la mujer la violó en un arbusto, pero intentó “conquistarla” y la invitó a subirse a un taxi. La mujer cerró rápidamente la puerta y el taxista obedeció sus gritos para huir.

Al día siguiente mató a un hombre de 35 años y a la mujer que lo acompañaba, de 26, la violó. Después la liberó, pero le pidió dos cosas: si quería salir con él y si quería ir al funeral del hombre que acababa de matar. La mujer fingió estar de acuerdo para escapar.

Finalmente, el 18 de julio de 1997 Maake cometió su mayor matanza: asesinó a cinco personas. Mató a un hombre, violó a su novia, luego mató a una pareja y por último cruzó a dos jóvenes japoneses, un varón de 19 años y una menor de 15. A él lo mató de un tiro y a ella también, tras violarla. Fue esa su víctima de menor edad.

La acumulación de crímenes en Wemmer Pan y el método reiterado configuró la idea de un asesino serial, por lo que fue el momento de convocar al mejor detective de todos, Piet Byleveld, para poder desanudar tan sangriento embrollo.

El desconcierto

Cedric Maake fue un asesino serial tan singular que despistó a los investigadores, haciéndoles creer que había más de un psicópata matando gente por los suburbios de Johannesburgo. Según la ciencia forense, un asesino serial tiene un método repetitivo para acechar a sus víctimas, una forma similar de matarlas, tiene un perfil de víctima definido y los patrones de comportamiento en la escena del crimen suelen distinguirse con facilidad.

Para cuando Byleveld empezó a investigar al Asesino de Wemmer Pan, Maake optó por volver a su primer método. Entre agosto y noviembre perpetró 13 ataques contra sastres y dueños de tiendas, mientras Byleveld pasaba noches en un auto, junto a una oficial de policía, simulando ser una pareja, como la carnada para un asesino que nunca llegaba.

Otros cinco sastres fueron asesinados por Maake y esa seguidilla de crímenes despertó la indignación final de las comunidades inmigrantes que al no encontrar respuesta en la policía fueron a los medios. Maake de esa manera supo que lo buscaban y comprendió que lo podían atrapar, de modo que decidió, una vez más, cambiar su método. Cómo no quería que lo asociaran con esos asesinatos, Maake robó y mató en dos casas, para luego asesinar a un sastre chino y a otro hombre de esa nacionalidad que caminaba con su mujer.

Cedric Maake, un hombre de fisonomía "común".

Cedric Maake, un hombre de fisonomía “común”.

Pero llegó el día en que Maake dejaría el primer cabo suelto, la primera pista que un detective como Byleveld podía distinguir en medio de la nada. A fines de noviembre, Maake mató a Gerhard Lavoo y le robó su bicicleta, para escapar en ella. Poco después fue y la vendió en una tienda de empeño.

El 12 de diciembre atacó a dos mujeres: mató a una y violó a la otra tras hacerse pasar por un policía que investigaba robos. Y una semana más tarde, en otro punto de Johannesburgo, mató al dueño de una tienda.

El desconcierto en la policía era total, se había activado nuevamente y como nunca el Asesino del Martillo y seguía vigente El Asesino de Wemmer Pan. Los sobrevivientes de cada caso describían a un hombre parecido, aunque era la descripción más común de un hombre en la ciudad: de raza negra, no muy alto y vigoroso. Ese dato no alcanzaba siquiera para sospechar de que se tratara de la misma persona.

En la escena de varios crímenes en Wemmer Pan la policía levantó muestras de ADN y resultó diferente a la de las víctimas y los sobrevivientes, elementos clave para ser comparado si alguna vez podían detener a alguien.

Byleveld había designado ya a una parte de su equipo para investigar los homicidios y ataques a los tenderos, lo que le permitió avanzar a la par en ambos casos.

La caída

Día de la captura de Cedric Maake.

Día de la captura de Cedric Maake.

El 21 de diciembre Byleveld estaba en su oficina cuando un policía lo llamó para decirle que había visto a un hombre sospechoso coincidente en las distintas descripciones que los sobrevivientes de Wemmer Pan. Este hombre merodeaba un hotel donde se alojaba quien parecía ser su novia, una joven llamada Angelina. Cuando Byleveld preguntó algunos detalles más al policía, éste le contó cómo solía vestirse el sospechoso. Era ropa gris, de trabajo, similar a la que las víctimas de la laguna habían descripto. Byleveld ordenó vigilar a la joven Angelina.

El 23 de diciembre de 1997, cerca de las 11, Angelina tomó un taxi hasta las proximidades de la estación de trenes y entonces se fue a juntar con ese hombre. Era Cedric Maake. La policía lo detuvo y al requisarlo solo le encontró una bala en bolsillo. Inmediatamente sin dar demasiadas explicaciones y lo condujo hasta el departamento central, donde Byleveld lo entrevistó.

“Me encontré con una persona agradable, que generaba confianza”, diría tiempo después del detective que durante esa charla inicial le hizo algunas consultas, pero no obtuvo mayores respuestas. Sin embargo, le pidió permiso para tomarle una muestra de saliva y sangre, solicitud a la que Maake no se negó.

Los peritos del laboratorio de ADN trabajaron a contrarreloj el mismo día de Navidad porque, sin demasiadas otras pruebas, en 48 horas Maake debía ser liberado. El informe preliminar que entregaron a Byleveld decía que posiblemente el ADN de Maake era el mismo del asesino. Mientras tanto en la celda, tal vez imaginando esa certeza y lo que se le avecinaba, Maake empezó a gritar sin parar e incluso a tirarle sus propias heces a los policías. Byleveld, que había dejado la estación, regresó a la madrugada e intentó calmarlo de diversas maneras, pero no lo consiguió hasta que pensó en ofrecerle una visita de su madre. Entonces Maake agradeció el gesto y el detective se ganó su confianza.

Prisión de Kenitra.

Prisión de Kenitra.

Al día siguiente, Byleveld enfrentó a Maake con los análisis genéticos comparativos ya confirmados por el capitán Luhein Frazenburg y se los mostró. Maake sonrió antes de admitir él era El Asesino de Wemmer Pan. A partir de ese momento se mostró extremadamente colaborativo e incluso llevó a la Byleveld hasta la casa de su madre, en cuyo garage Maake había guardado muchas pertenencias de las víctimas. En el viaje de vuelta Maake se ofreció a mostrarle dónde había ocultado el arma, una pistola 9 milímetros. Los policías fueron y la recuperaron.

Maake condujo a los investigadores a los distintos lugares donde había cometido sus aberrantes ataques, pero nada dijo respecto a los asesinatos de los sastres. Ni un solo indicio dio de que él fuera El Asesino del Martillo. Sin embargo, en los días siguientes Byleveld se puso a analizar la prueba recogida en la casa de la madre de Maake y descubrió una factura. Era la de una tienda de empeño y correspondía a la venta de la bicicleta robada a Lavoo. La factura estaba a nombre de “Patrick Mokwena”, un hombre que había leído en algún otro lado.

El 12 de enero de 1998 el equipo de Byleveld empezó a repasar todo el expediente de Wemmer Pan y no encontró ese nombre, entonces se dirigieron hacia la otra pila, a la documentación recogida en la pesquisa por el Asesino del Martillo. Y un policía encontró lo que a Byleveld le sonaba familiar: un tal “Patrick Mokwena” había reservado una camisa en una sastrería y el sastre lo había anotado en una boleta. Segundos después el sastre fue atacado a martillazos. La conexión entre ambos casos estaba confirmada.

El juicio contra Maake se extendió por más de un año y enfrentó 133 cargos. El 16 de marzo del 2000 fue hallado culpable de 27 asesinatos, 26 tentativas de asesinato, 41 robos graves y 14 hechos de violación. Lo sentenciaron a 1.885 años de prisión. Y tres meses más por la bala hallada en su bolsillo.

 

Ver capítulo 1

Abdelali Amer, el asesino de la roca que mataba vagabundos en Rabat