Tragedia, leyendas, arte y glamour: los secretos de la “Torre Alfar”
Se proyectó como hotel-casino, pero pronto funcionó como propiedad horizontal. El accidente aéreo que marcó su inauguración, los distinguidos pasajeros de las primeras décadas, las desventuras económicas, los tesoros que conserva y el aura misteriosa que la acompaña.
La Torre Alfar es admirada por los amantes de la arquitectura.
Por Juan Miguel Alvarez
Viernes 29 de diciembre de 1950. Postergada la inauguración del Hotel Alfar por decisión del directorio, dos de sus ingenieros constructores, Bruno de Mendiguren y Juan Salinas, decidieron regresar en avión desde Mar del Plata a Capital Federal para pasar el Año Nuevo en familia. El primero, ferviente nacionalista vasco que escapó de la España franquista, tenía un hijo de apenas cuatro meses de edad: José Ignacio, actual secretario de Industria y Desarrollo Productivo del Ministerio de Economía.
El Douglas DC-3 operado por Aerolíneas Argentinas partió a las 22.08 desde el aeropuerto de Camet. Cuatro minutos después se estrelló en el kilómetro 373 de la Ruta 2, entre Cobo y Vivoratá, y causó el fallecimiento de los cinco miembros de la tripulación y once de los doce pasajeros, entre ellos, de Mendiguren y Salinas. Sobrevivió de forma milagrosa una niña de 8 años. Durante el peritaje se halló en la cabina de comando una pistola Colt calibre 45 con todo el cargador gastado.
“Fue el accidente aéreo de mayor gravedad que se produjo en la zona” hasta entonces, según LA CAPITAL. Y el primero de Aerolíneas Argentinas, que se fundó 22 días antes por un decreto de Juan Domingo Perón mediante la unión de cuatro empresas de aviación. La tragedia marcó el inicio de la Torre Alfar, que tiene una historia singular.
Majestuosa construcción
Fue proyectada como hotel-casino con el guiño político del gobierno peronista, en una época de prosperidad económica en el país y expansión del turismo en la ciudad. Edificada en 1948, la inauguración se concretó cinco días después que cayó el avión, el 3 de enero de 1951.
La obra la financió la Compañía Hotelera del Sur SRL, cuyo socio mayoritario era Narciso Machinadiarena. El empresario había sido editor de la revista semanal política “Qué!” junto a Rogelio Frigerio -figura clave en el posterior gobierno de Arturo Frondizi-, con quien también compartió emprendimientos inmobiliarios en el Alfar. Ellos y otros amigos de militancia, intelectuales y personalidades influyentes como Juan Duarte, el hermano de Evita, levantaron a lo largo y ancho del barrio decenas de chalets. Fue un ambicioso plan de urbanización para un sector muy alejado al centro de la ciudad.
El monumental desarrollo arquitectónico moderno dirigido por Carlos Navratil y emplazado en un lote triangular en la calle 16, entre 1 y 3, asomó erguido sobre las edificaciones bajas de la zona, abrazado por una generosa vegetación, lindero al paso de la ruta que conecta Mar del Plata con Miramar, con vista al mar y el Faro y un cómodo acceso a hermosas playas.
Sobresalió con su estructura de seis pisos y el revestimiento de piedra Mar del Plata, racionalmente combinado con el uso de otros materiales como aluminio y madera.
La obra contó con “120 departamentos lujosa y artísticamente decorados, con baños privados, un amplio comedor, sala de estar y lectura, comedor infantil, salón de juegos, restaurante a la carta, instalación moderna de aire acondicionado y calefacción y servicios especiales de noursery y peluquería para damas y caballeros”, destacaron los periódicos de la época. Incluso, se anunció un servicio regular de colectivos para el traslado de pasajeros hasta el centro.
El casino que no fue
Lo cierto es que causó tal impacto que rebautizó al barrio: su denominación era Faro Punta Mogotes y desde entonces pasó a llamarse Alfar.
La inauguración contó con un espectáculo del artista internacional Jean Sablon, “el embajador de la canción francesa”, con las orquestas de los reconocidos Oscar Alemán y Guy Montana, quienes se presentaron regularmente durante el verano.
El hotel-casino ya era una combinación exitosa en varias ciudades del mundo. El propio Hotel Provincial contaba con salas de entretenimiento. Sin embargo, la habilitación del salón de juegos del Alfar chocó con una fuerte oposición política y de la Asociación de Propietarios de Hoteles.
“Perón había prometido la concesión, pero luego se echó para atrás. Los inversores se enojaron mucho y tenían miedo de que el edificio sea expropiado con fines sindicales”, asegura Edmond Abraham Vainstein, uno de los propietarios actuales.
“Era un lugar para los millonarios, quienes tenían allí total privacidad. Muchos estancieros dejaban los autos en la puerta y disfrutaban la estadía con sus amantes: por las tardes caminaban por la playa y en las noches organizaban cenas de gala. Pero sin casino, se terminó el negocio y la diversión”, desliza Eduardo Ferro, quien fue doce años administrador del edificio.
Distinción y deterioro
El proyecto cambió sobre la marcha. A un año de su lanzamiento, la Torre Alfar pasó a funcionar bajo el sistema de propiedad horizontal, regido por un consorcio copropietario. Como se mantuvieron algunos servicios, se convirtió en uno de los primeros apart-hotel de Argentina.
Por décadas mantuvo un perfil de alta categoría. “Entre los ’50 y los ’80 fue muy glamoroso, pero a su vez hubo una lenta y continua decadencia. En la primera etapa vinieron los mejores escritores del país: Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Samuel Eichelbaum. El compositor de tango Cátulo Castillo fue propietario. En los ’70 pasó mucha gente de la televisión y el teatro como Soledad Silveyra (fue dueña de un departamento), Graciela Alfano, Alberto Migré y el propio Víctor Bó, quien vacacionó desde pequeño. Incluso concentró la Selección Argentina con ‘el Loco’ Gatti y Passarella“, detalla Vainstein.
“Compraron muchas personas de la comunidad judía. Y luego otras familias adineradas. Pero cuando fallecieron los dueños, se iniciaron una serie de sucesiones complicadas. No se pagaban las expensas y el mantenimiento del edificio era caro“, comenta Ferro. “Hubo juicios laborales, embargos, pujas de poder entre propietarios que anhelaban comprar muchos departamentos para quedarse con el edificio. Las temporadas cortas no permitían compensar los costosos gastos. No había dinero para inversión y se notó en el deterioro edilicio”, acota Vainstein.
Viaje en barco al pasado
De todas maneras, 75 años después de su construcción, es admirado por los amantes de la arquitectura y conserva reliquias del pasado. “Todavía están los muebles originales que llegaron en barcos procedentes de Europa con el inventario correspondiente”, describe Mariela Díaz, agente inmobiliaria que trabaja varias unidades del edificio. Hay una “joya” poco conocida del reconocido artista Juan Carlos Castagnino, un mural de Luis Falcini, cristales de 2 cm de espesor y otros tantos objetos de gran valor simbólico y monetario. Hace unos años, debió venderse un piano Steinway & Song para afrontar gastos.
“El sexto piso, donde funciona el salón de estar, es maravilloso. Para un lado está el mar y en el otro se observa su reflejo mediante el espejo. También se ve el Faro. Todo el edificio emula a un barco”, agrega Vainstein.
Episodios misteriosos
En su interior se siente una energía especial. Para quienes lo habitan, la cuestión va más allá. “Pasaron fenómenos paranormales, algo vivenciado por varias generaciones de propietarios. El espíritu de una niña, apariciones extrañas, ruidos en lugares vacíos… En el famoso sexto piso, de noche no queda nadie. Son muchos los testimonios que lo confirman. Yo fui testigo de uno. Una noche estábamos charlando en la planta baja con el administrador y dos propietarios, diciendo justamente que descreíamos de todo esto. Allí hay una central telefónica que no funciona hace años, separada de la pared, con los cables cortados, sin electricidad. Y mientras nos reíamos de las anécdotas que se contaban empezó a sonar la chicharra. Nos quedamos helados y empezamos a entender que hay que respetar a los espíritus. Ya está naturalizado en el edificio y no tenemos miedo porque nunca sucedió algo malo”, asegura Vainstein.
En la sombra del ayer
La Torre Alfar posee hoy 86 departamentos de uno, dos y tres ambientes (las antiguas suites).
La mayoría fueron reformados, con kitchen (cocina) y divisiones para mayor comodidad de los huéspedes. Aunque otros mantuvieron gran parte de su fisonomía original.
Son pocos los que viven los doce meses del año. La mayoría de los dueños se instalan para sus vacaciones o alquilan, por día, durante el verano.
Algunos sectores del edificio están inhabilitados, en penumbras, con olor a humedad. El restaurante permanece cerrado. Rastros del imponente pasado, pruebas de la complicada actualidad y anhelos de lo que podría ser.
Pese a que el estado de conservación no es el ideal, seduce por su arquitectura, cultura, historia y arte. Es un patrimonio que merece ser protegido y admirado.
Una obra de Castagnino en descomposición
El artista marplatense, Juan Carlos Castagnino, de los más reconocidos del país, dejó su impronta en la Torre Alfar. Realizó especialmente para su inauguración un mural muy peculiar que tuvo como destino el primer piso del entonces hotel, donde todavía hoy permanece deteriorado y “oculto” para el público general.
Posiblemente, la donación de Castagnino la gestionó Blanca Stábile, periodista y crítica de arte. La esposa de Narciso Machinandiarena, propietario original del edificio, llegó a ser titular de la Dirección Nacional de Seguridad y Protección Social de la Mujer y embajadora argentina ante la ONU.
El mural denominado “La historia” fue concebido en forma de “L”, ya que se realizó en dos paredes ubicadas a 90 grados. Su dimensión es de unos cincuenta metros cuadrados y el contenido permite trasportarse a la Mar del Plata del pasado, debido a que recrea lugares emblemáticos (la Rambla de madera, el Torreón del Monje, etc.) y actividades de la vida cotidiana.
Sin embargo, aquella joya fue alterada y dañada. En 1987, se decidió su restauración y, para ello, se llamó a un equipo de pintores. “Hay trazos grotescos, completamente distintos a lo que era el estilo de Castagnino”, asegura Diana Laurencich, que a fines de los ’90 trabajó en el Centro de Cultura Torre Alfar.
“Hicieron otra interpretación sobre el mural de Castagnino. Una obra sobre otra, no una restauración”, opina Vainstein, quien agrega: “Nunca tuvo el mantenimiento adecuado y sufrió por la pérdida de agua en un lugar en el que hay descarga de cañerías y también por el hollín de la cocina”. Un verdadero sacrilegio.
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