Liliana Heker: “El secreto de la vida es cambiar lo que aún es posible”
Liliana Heker, una de las escritoras que nacieron a la vida literaria al influjo de la mítica revista literaria "El grillo de papel", acaba de presentar "Cuentos reunidos" una serie de relatos que pasea al lector por la Liliana Heker de los 17 años y llega hasta algunos días antes de entregar el manuscrito a la editorial. Textos inéditos también acompañan la edición.
“Cuentos reunidos” es un libro que da cuenta del paso del tiempo y sus efectos en la mirada de Liliana Heker: un conjunto que reúne desde sus primeros textos, con apenas 17 años, hasta relatos emblemáticos y citas obligadas de la literatura argentina y seis textos inéditos, el último terminado una semana antes de esta edición.
Heker tiene 73 años y “ganas de seguir atrapando el instante revelador, ese en que una situación aparentemente trivial se vuelve significativa”.
En los textos aquí reunidos por Alfaguara (no completos porque Heker dice no tener el menor interés en completarse) hay una suerte de mapa de sí misma, una topografía de sus obsesiones que va del fracaso al paso de los años, delineada por la memoria, herramienta ineludible de su literatura.
“¿Querés acomodarte?”, pregunta al comenzar la entrevista. “Porque soy larguera y me vas a tener que editar”, dice en su departamento de la calle Perú, barrio de San Telmo, segundo piso a la calle, donde tiene una mesa de asado a modo de escritorio, libros, gatos, la máquina de escribir que le regaló su padre.
Heker es autora, además de los libros de relatos reunidos en este volumen, de las novelas “Zona de clivaje” y “El fin de la historia” y los textos críticos de “Las hermanas de Shakespeare”. Entre los textos inéditos de este nuevo volumen destacan “La zarzamora”, “El verdadero sabor de los caquis”, “Mujer con gato” y “Horchata de chufa”.
-¿Qué significado tienen estos cuentos reunidos para usted?
-Acá están todos los cuentos que escribí hasta ahora, a todos los siento totalmente válidos y míos pero hay miradas distintas sobre el paso del tiempo que dan un testimonio más fiel de la persona que soy. No es una autobiografía, pero seguramente debe ser un mapa de mí misma. Lo maravilloso que tienen los cuentos, un género que amo, es poder evocar situaciones y personajes que a veces tienen muy poco que ver con una. La realidad, sueños o historias que se escuchan proporcionan temas y el recorte que una hace o la manera de ver también está contándola a una.
-¿Sus obsesiones se han mantenido con los años?
-En mis primeros cuentos el conflicto es el fracaso. Lo veo claramente en “Georgina Requene o la elegida”. Yo era muy joven, usaba grandes palabras, como todos a principios de los ’60, y me planteaba qué pasa si con todas esas grandes palabras me quedo en el camino. A partir de “La crueldad de la vida” empezó a preocuparme la muerte, el paso del tiempo y hasta qué punto uno puede revertirlo. Noté la percepción de la muerte colándose incluso en anécdotas muy divertidas, como la llegada del cometa Halley. En su momento el fracaso era miedo a no llegar a ser aquello que yo soñaba o decía que quería ser. Reaparece con cierta ironía en “Con medallas, con goulash, con un atenuado clamor de alas”, cuando Irene mira con burla la instancia terrible del suicidio. Y vuelve resignificado en “Giro en el aire”, el último cuento que escribí, cuando la protagonista enfrenta la impotencia de no poder seguir haciendo lo que antes podía. Ese cuento, que surge de la sensación de vacío, no hubiese podido hacerlo ni a los 20, ni a los 30 ni a los 40.
-¿Cuán consciente es de esa mirada cuando escribe?
-La perspectiva, voluntaria o involuntariamente, la está tomando uno: cuando escribí “La sinfonía pastoral” tenía 32 años y ya me ocupaba la transformación del paso del tiempo. Uno siempre lo percibe, pero de otra forma. Quiero decir que en algún momento uno se para en el camino y empieza a darse cuenta de que el tiempo pasó. Cumplir 30 años fue muy fuerte para mí porque al acercarme a esa edad noté que ya no era la menor -siempre lo había sido, en casa, en el colegio, en el trabajo, en mi generación- y dejé de ser el personaje que había construido hasta ese momento. Pensé tanto en el cambio de década que me curé para todo el resto.
No me dan miedo lo novedoso o imprevisto. Realmente creo que la vida es una aventura y estoy curiosa ante las cosas que pasan. Una es bastante nueva para sí misma con el paso de los años porque siempre tiene una edad que hasta el momento no conoció.
-¿Le teme a la muerte?
-Yo no le tengo miedo a la muerte, simplemente la niego bastante, si no no podría vivir. Vivo como si fuera eterna, pero al mismo tiempo soy lo suficientemente lúcida como para saber que quiera o no el plazo se me está acortando. Voy a cumplir 74 años.
-Algunos inéditos parecieran reflexiones internas más que cuentos.
-El cuento corto oscila entre la narración y la reflexión. Los inéditos son bastante diferentes y tienen que ver con vivencias o reflexiones fuertes. “Postergaciones” cuenta algo que nos pasa a todos: en algún momento creemos hacer un descubrimiento que nos cambió la vida para siempre pero al tiempo seguimos viviendo como éramos. Eso es la literatura, mostrar la posible trascendencia de algo en apariencia intrascendente.
-¿Qué rol juega lo latente y ambiguo en su literatura?
-Me fascina lo que no está decidido del todo, lo que todavía puedo modificar. Si algo no está cerrado, hay posibilidades. Supongo que de esa manera vivo y por eso aparece en mis cuentos. Tal vez el error de alguna gente ante el paso del tiempo es añorar lo ya vivido. El secreto de la vida es cambiar lo que aún es posible: yo no voy a ser la que fui a los 20 años, pero quiero ser la que nunca pude ser hasta ahora, y eso es un tema bastante dominante en lo que escribo.
-Los bares en los cuentos aparecen como una extensión de su escritorio, el territorio de lo real.
-Puedo decir que momentos fundamentales de mi vida tienen que ver con los bares o cafés que hoy son notables. Iba mucho a Las Violetas de chica y cuando escribía en la revista “El grillo de papel”, invitada por Abelardo Castillo, iba al Café de los Angelitos, fue como mi entrada a la literatura. Cuando la prohibieron, con el Escarabajo de oro y otras revistas de izquierda, nos reuníamos en el Tortoni. Ibamos a La Academia, Los 36 billares, ahora a La poesía. El ruido del café para mí es amigable, me acompaña.
-Algunos textos siguen una especie de deriva psiconalítica.
-Nunca me psicoanalicé, pero muchos psicoanalistas tomaron cuentos míos como motivo de análisis -“La llave”, “Cuando todo brille”, “Vida de familia”-, supongo que algo deben encontrar. De chica tuve que arreglármelas para manejar mi locura, tal vez de ahí salen muchos de mis temas y mi necesidad de escribir. Tenía muchas fantasías, era insomne, continuamente me imaginaba historias y situaciones temibles, como qué pasaría si me dejaban sola con mi hermana, se volvía loca y quería matarme. Tengo mucha memoria y puedo recordar muy bien esos temores y construcciones, fue algo que me permitió afrontar la realidad, que si no era muy aburrida.
-¿Qué es la ficción para usted?
-La escritura de ficción es realmente una aventura, una cree que sabe lo que está escribiendo pero en cada historia se cuelan otras. Es ambigua por excelencia y en esas capas de significación es donde el lector va armando esa historia que él entiende y ahí es donde una no se puede meter, en la libertad del lector. Por otra parte, creo que la creación literaria es un acto absolutamente solitario, individual.