“Un sinnúmero de principios” actualiza el debate sobre el rol del arte en la sociedad
Todos los domingos a las 21 en el América Libre. Una historia de dos actores que intentan llevar adelante un proyecto teatral.
Gómez y González, en una escena de la obra que se ve en el América Libre.
Temas como el teatro y el rol que ocupa el arte en las sociedades capitalistas forman parte de la obra “Un sinnúmero de principios”, que todos los domingos a las 21 sube a escena en El Sótano, el teatro que abrió el centro cultural América Libre (XX de Septiembre y San Martín).
Con las actuaciones de Guido Gómez y Leandro González, ambos dirigidos por Gerónimo Soler y con Siomara Skellington como asistente de dirección, la obra relata la historia de dos actores independientes, que intentan llevar adelante una obra de teatro en un sótano semiderruido, mientras extraños sonidos y luces amenazan el ensayo una y otra vez. En un entorno en penumbras, con velas encendidas porque uno de los actores olvidó pagar la factura de luz, ambos artistas muestran diferentes posturas en torno al arte y al hecho que los convoca: el teatro.
Así, mientras uno defiende hasta el agotamiento y el dolor el proyecto teatral, el otro no deja de pensar en la idea de abandonar la sala, agarrar su bicileta y su mochila de repartidor de delivery y huir para siempre.
Herramientas como la intertextualidad, las voces de Juan Domingo Perón y Evita (hablan de política pero sus parlamentos pueden entenderse para lo teatral), el uso de máscaras y la presencia de un viejo televisor que transmite un clásico de Disney son parte del espectáculo, que mantiene momentos de humor y enigma y que muestra en escena a un equipo de jóvenes artistas, representantes de la nueva generación de teatristas locales.
Una escena de la obra.
Para Gómez, la obra “pone en juego lo que le sucede al trabajador del teatro, desde su concepción como actor, su formación y a la vez su adoctrinamiento”.
“El trabajador es un artista y como artista deja en cada proceso una parte de sí -sigue Gómez-. Eso va por oposición a la mega producción del capital y el teatro, la obra pone en juicio y en debate ¿qué es ser un trabajador? y por ende también dispone a cuestionar el rol político como trabajador del ámbito social y ni hablar del teatrista en sí”.
Para González, “Un sinnúmero de principios” expone “la tensión entre lo productivo y lo improductivo”, entre “lo esencial y lo prescindible”. “Reivindicamos lo improductivo del arte, ¿por qué todo tiene que tener una utilidad? En la obra surgen varios interrogantes ¿qué es el trabajo? ¿cuál es el valor de ese trabajo?, lo profesional y lo amateur”, dijo el intérprete.
Y recordó las circunstancias en las que, como en esta ficción, desarrollan su pasión los artistas independientes. “Muchas veces trabajamos ocho horas en otras ocupaciones, ensayamos cuatro con el mismo o mayor compromiso con el cual se realiza cualquier actividad. La necesidad de crear sentido en una producción reivindica todo ese trabajo artesanal. Y eso teje un entramado que abre puertas a construir un sentido crítico a ese sistema que es hostil con el artista, con el consumo del arte y el valor que este tiene para la sociedad”, agregó.
Esta creación colectiva es hija directa de la pandemia de Covid 19 y del encierro. Fueron momentos en que parecía que el teatro como tal se desvanecía y mutaba a otra cosa. “Lo primero que nos unió fue querer hacer teatro con amigues en un momento de crisis e incertidumbre. No sabíamos si íbamos a volver a hacer teatro o no de la misma forma, supuestamente todo iba a ser distinto. La pandemia nos cortó varios proyectos. Y el comienzo de este proceso fue volver a nuclearnos, volver al cuerpo, a nuestro espacio: el teatro”, recordó González.
Primero aparecieron las improvisaciones, luego las imágenes y “el imaginario poético” de cada uno de los participantes. “Luego le dimos forma en un texto y la puesta en escena terminó de construirse poniendo a dialogar eso que fuimos en el momento de exploración y lo que nos sucedía al concluir el proceso de síntesis”, recordó González.
Al igual que en la historia de estos dos actores, en la que parece ponerse en crisis las figuras incuestionables del autor y del director -representada por un moribundo que yace en una sala contigua al escenario-, el equipo de trabajo decidió crear desde una impronta horizontal.
“Nos juntamos los tres a improvisar y a ver qué ocurría, sin nada previo más que nuestro encuentro. La posición que confirmamos es esta estructura horizontal, dónde la actuación y la dirección componen algo desde ese ente que producen las partes”, aportó Soler, en el rol de director.
“Acá hay un intento de otro tipo de creación y no estoy hablando de que sea algo novedoso sino diferente, es otro mundo y vale la pena defenderlo y venir a verlo. Una forma de trabajo donde los roles dialogan en pos de una creación común y las verdades se construyen en conjunto”, agregó.
Con una lenguaje rupturista, la obra plantea los eternos dilemas a los que se enfrentan aquellas personas atravesadas por la necesidad de hacer arte en un contexto que solo pone el foco en lo productivo. “Como lo concebimos nosotres, el arte es excluído por el sistema. Aquello que puede convivir con él, entra a ser un producto”, criticó Skellington.
Y González remató: “Dentro de la opresión del sistema, estar haciendo esta obra nos convierte primero en privilegiades y después en rebeldes”.
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