Entretextos: “Voz de ataque” de Carolina Bugnone
La escritora, docente, música y psicoanalista nacida en Entre Ríos pero radicada en Mar del Plata comparte un cuento premiado en el certamen "Entre orillas".
Por Carolina Bugnone (*)
Está inmovilizado, la frente mojada. Necesita tomar agua, pero eso significaría sentarse, salir de la cama, buscar el vaso. El aire caliente se amasa entre las cuatro paredes, el chorro cálido va derecho al centro del cuerpo, las aspas blancas vuelan lentas. Da vuelta la cabeza, no está en una cama, está en el piso. De a poco vuelve a sentir cada hueso. Intenta mover un brazo, el dolor intenso lo muerde, desiste. Algo lo desgarró, puede sentir, ahora sí, la carne rota en uno de los brazos. Si hay más partes rotas, todavía no lo sabe. El ventilador hace un ruido monocorde, se está por romper como todo a su alrededor. Trácata trácata, lento y parejo, aviva un calor incendiario en cada vuelta. La habitación seca por la siesta hace que el blanco sucio de las aspas se destaque. Gira la cabeza hacia el otro lado, el cuello no parece lastimado. Logra ver desde los ojos irritados la punta de los pies. Duelen como recién masticados, se ven como recién masticados. Recuerda: un perro los masticó. Uno salvaje, o criado a palos.
Uno que se le abalanzó cuando oyó la orden como un tigre en caza. Uno de esos que trabajan de atacar, destruir, romper, y no saben hacer otra cosa. Le masticó los pies, le sacó un pedazo de brazo, un pedazo de pierna, mordió y desgarró hasta que se cansó. No está demasiado lejos, duerme en la puerta de la casa, ni siquiera llegó a cerrarla. Y la voz de mando, la voz histérica y aguda que dio la orden, desapareció detrás del animal.
Con cuidado, con miedo a una ruptura final, se sienta con las piernas extendidas y se apoya en el antebrazo sano contra la sangre en el piso, todavía líquida. Se pasa la lengua por los labios. A cincuenta cuadras descansa en paz el culpable de su mala racha. Lo mató a quemarropa, como se mata a los traidores. Al que se vuelve enemigo, ni justicia ni nada, como decía su madre que decía el General. Aunque fuera de la familia. Se arrastra sentado hasta acercarse a la mesa. El perro se comió parte de la ropa, no recuerda cómo es que se esfumaron las zapatillas, seguramente se las quitó a mordiscones en medio de la pelea. Es lo último que habrá perdido a causa del finado, se jura, omitiendo que antes o después irá preso. No te vas a llevar nada más de lo mío, hijo de puta, dice en voz alta, mientras pone los dedos en cruz con la mano sana sobre la boca reseca. Como cuando eran chicos. En ese entonces, jurar era todo un acto en sí, el pronunciamiento de una verdad. El finado también, en eso no eran distintos. En esas épocas, si el finado le juraba que ese fin de semana iría y robaría limones de la casa del viejo de la esquina, lo haría sin dudas. Podía descansar en la palabra ajena si antes había mediado un juramento a dedos cruzados. De renunciamientos estaba hecha esa relación. Renunciamientos y juramentos con dedos cruzados.
Trácata trácata, perfora el ruido sin aire fresco, el sol que entra por la persiana abierta es una bomba de luz. El perro se agita dormido, bufa como si peleara, pero esta vez en el sueño perdido de los perros durmientes. Se sobresalta, el ruido del animal lo pone en alerta, vuelve al piso. Ahora más importante que llegar al agua es cerrar la puerta de la habitación, mantener alejado al monstruo.
Repta hacia la puerta, la arrima despacio, la empuja con fuerza, asegura el cierre. El asesino no accederá el tiempo que él aguante encerrado. Nunca le gustó el encierro, ni de chico ni de grande, igual que ahora a los sobrinos y al propio. Los chicos son todo calle, vereda, trepar, correr. Siempre fueron vivaces, vagos, siempre parecieron mayores por los planteos, pero más que nada por las acciones. Salvo su hijo. El negrito nació falto. Lento. Deforme. Los ojos demasiado grandes, la mandíbula demasiado abierta, la baba colgando, las manos enormes para ese cuerpo desgarbado y disminuido. Los otros dos, los hijos del finado, el nene y la nena, iguales al padre, dos aves de rapiña en miniatura. El negrito los sigue, siempre atrás, cada vez que los otros dos lo dejan jugar o hasta que se divierten a costas de él y se terminan peleando. Le hacen hacer cosas que el negrito no entiende.
También juran con los dedos en cruz. Incluso vio al negrito hacer maniobras con los dedos descoordinados sobre la cara. El ladrido del asesino lo sobresalta otra vez, pero la puerta sigue cerrada.
Vuelve a mirarse los pies en el descanso del camino hacia el vaso de agua. Van a tardar en curarse, y más cuando lo agarre la policía, ya sabe cómo es. Igual que el brazo roto, no le va a servir más. El pecho se levanta con cada bocanada de aire. Está muy cerca del vaso, se apoya sobre la silla con el brazo sano, pero el peso la hace resbalar y terminan los dos en el piso. Detrás de la puerta oye un murmullo inconfundible, las vocecitas. ¿Estará soñando?, ¿o muerto?
La nena y el nene del finado le hablan al Tuerto. No era un perro cualquiera, era el Tuerto. Y no está soñando. El negrito también habla. Levanta la cabeza y alcanza a ver cómo abren la puerta. Y el negrito, paradito como un títere mal hecho, sigue las instrucciones de los primos y le da al Tuerto, que está de nuevo enloquecido y con las fauces rojas, la voz de ataque.
La autora
Carolina Bugnone (1974, Concepción del Uruguay, Entre Ríos) es poeta, narradora, docente, música y psicoanalista.
Sus libros son: “Humo” (Premio Osvaldo Soriano en Cuentos – 2011), “Hasta las seis hay tiempo” (El 8vo loco), “Cuando te despiertes, las chicharras” (Goles Rosas), “Los perros de mi vecina” (Goles Rosas), “Las primas de Villaguay” (Peces de Ciudad), “Se nota que sos nuevita” (Malisia), “Una niña ideograma” (Halley).
Recibió el Premio “Tu lugar en la Argentina”, 2021, editorial Qeja, en categoría poesía y el Premio “Entre Orillas”, 2022, Municipalidad de Paraná, en categoría cuento.
Además, co-guionó la audioserie “Chechu te ayuda” (PODIMO, 2020). Escribió “Cómo se mide el tiempo”, crónica de la causa ABO III disponible en Revista Ajo digital.
Desde 2017, participa del jurado de obras publicadas por Secretaría de Cultura de Tierra del Fuego. Co-coordina el ciclo de lecturas Punto de Fuga en Mar del Plata. Condujo una columna de Arte y Literatura en FM De la Azotea, formó parte del colectivo literario Psicofango. Es editora en CEPES ediciones. Coordina talleres de escritura creativa con adolescentes desde 2015, una clínica de poesía y encuentros intensivos presenciales de lectura y escritura junto a Micaela Concolino.
El cuento “Voz de ataque” fue uno de los premiados en el certamen “Entre orillas”.
(*) Redes: @carolinabugnone en Instagram y Carolina Bugnone en Facebook
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