El milagro de convencer a Paola
Cuatro años atrás una sóla persona “bancaba” en este país a Lionel Scaloni: Claudio Tapia. Pero el santafesino de Pujato, con sus formas, fue ganando adeptos de uno en uno. Convenció primero a los más importantes, a los jugadores. Después, de a poco, a los periodistas que querían -queríamos- un DT con un currículum probado. Y el futbolero se encolumnó masivamente atrás de la Selección a partir de la Copa América del Maracaná.
Voy a caer en la tentación de la primera persona. Vito Amalfitano, mi jefe durante muchos años en esta sección, me enseñò que para hablar de los partidos tenía que ir a la cancha. Las de Qatar me quedaron un poco lejos.
Los análisis se los dejo entonces para los que estuvieron. Leerán en las próximas horas muchos muy pertinentes; también los de esta especie que pulula y domina la escena en los Mundiales: la de periodistas-hinchas. Hay de todo en la viña del Señor.
Yo contaré una pequeña historia. Doméstica. Messi y la Scaloneta nos habían encolumnado a todos hasta la mañana previa a la final. Bueno, a casi todos.
A Paola, mi compañera de toda la vida, el fútbol le pasó siempre por un costado. No la tocó. Qué sé yo, cosas de crianza…. Mi viejo -del que inevitablemente me acordé durante todo el domingo- me metió el fútbol en la sangre.
No fue así en su casa. Los años de convivencia con un futbolero, ni con los hijos de un futbolero, no pudieron con esa relación de distancia. De indiferencia. Que, ojo, muchas veces es saludable.
La cuestión es que Paola estaba decidida a salir poco antes del mediodía a la casa de una amiga y dejarnos la casa liberada a mí y a los chicos.
A la mañana, sin embargo, le dije algo que creo la tocó. “Esto va a ser histórico. Andá a saber cuándo vivimos algo igual. Por años nos vamos a acordar de este día y de lo que estábamos haciendo. Vos, los chicos, yo… Tenemos que ver el partido juntos, ¿te lo vas a perder?”, argumenté. Milagrosamente, la convencí.
Preparó algunos churrascos para el entretiempo y se quedó. Se sentó en el sillón del living al lado de Emiliano y ahí permaneció. De a ratos, mientras esa locura de partido caminaba hacia su epílogo, yo, sentado un poco más adelante, miraba para atrás y veía cómo se iba comiendo las uñas.
“No puede ser, ¿cómo pueden ver algo así?, ¿no se puede ganar tranquilo?”, preguntaba cerca del final con las palpitaciones a mil.
A la hora de los penales, ella ya era una hincha más. Festejaba cada atajada de Dibu, cada penal convertido. Y cuando, después del gol de Montiel, Emiliano, Manuel y yo nos tiramos al piso a abrazarnos, a reír y a llorar sé que nos abrazó a todos con su inmensa sonrisa. Y que también siempre se va a acordar de este día.
Grande Scaloni, grande Messi, grande Dibu, grande todos… Hicieron un milagro. Convencieron a todos. Hasta a Paola.
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