Al rescate del premio Nobel de Literatura 2009: Herta Müller (1953)
Quemada para siempre por los fuegos del mal
Por Dante Rafael Galdona
Vivió todo el horror de la dictadura de Ceaucescu, en Rumania, y no salió indemne pero su escape y resiliencia fueron a través de un oportuno interés literario. Hoy en día vive pendiente de los problemas de su patria. No se le escapa ninguna dictadura, contra todas ellas alza su voz.
La ceniza en el viento
Es una señora frágil como ceniza de papel flotando en el viento, extremadamente delgada, pequeña como si la vida la hubiera ido desgastando hasta dejar de ella sólo su imagen de tristeza absoluta, definitiva, irreversible. Ella misma afirma, en uno de sus libros, que se puede saber de dónde proviene un ser humano con sólo verle su cara. En la cara de Herta Müller aparecen las marcas de su lugar de origen, pero más se ven las marcas de un tiempo histórico.
La dictadura del régimen de Ceaucescu, en Rumania.
La historia parece haber marcado su cuerpo, tímido; sus ojos, horrorizados para siempre; su piel, ajada por el cansancio y el dolor constante de las viejas heridas del fuego inclemente y perverso de un régimen político demencial.
Como esa ceniza, Herta Müller es lo que queda después del fuego, el rescoldo fatigado que poco a poco abandona la hoguera, se aleja, se apaga, se consume.
Pero la palabra dictadura remite al infierno y al sólo oírla Herta Müller se vuelve a encender, se vuelve brasa, se torna llama. Llama de vida contra llama que destruye. La vida de Herta Müller es la lucha de fuegos opuestos, de todos los fuegos que, está probado, son el fuego.
Es irrespetuoso intentar contradecir a una víctima desde el cómodo lugar de la distancia. Su dolor y su experiencia, pero también su inteligencia, la elevan al lugar donde habitan la certezas. Entonces, cada afirmación de Herta Müller está investida por una autoridad que es previa al caso puntual que aborda, que se sustenta más en su experiencia que en su acierto lógico.
Herta Müller tiene la certeza de que el régimen de Ceaucescu fue sádico y perverso, y hay acuerdo unánime, incluso se pueden agregar todos los adjetivos negativos posibles sin temor a errar. Pero Herta Müller tiene también la certeza de que otros sistemas políticos, por propiedad transitiva, poseen las mismas características que el que le tocó sufrir y vivir. La palabra comunismo irrumpe.
La palabra comunismo, igual que la palabra capitalismo, significa cosas muy distintas, incluso opuestas, pero Herta Müller insiste en criticar a su colega García Márquez por su adhesión al régimen cubano, ignorando que aunque se le diga dictadura comunista, lo cierto es que es algo muy distinto a aquello que arrasó con el pueblo rumano, algo muy distinto al estalinismo, lo más cercano al marxismo que la historia de la humanidad pudo estar. Pero Herta Müller es implacable, comunismo es dictadura, dictadura es horror.
Quedará para otro momento la pregunta acerca de qué se entiende por dictadura, y si dictadura se resume a no alternancia en el poder. También cabría preguntarse acerca de esa extraña sociedad entre capitalismo y democracia, y si entendemos por democracia sólo la posibilidad de sufragio.
Ambas respuestas se anticipan como improbables. Sufragio no es sinónimo de democracia, aunque parezca, al igual que comunismo no es sinónimo de dictadura, aunque parezca.
Para Herta Müller comunismo es sinónimo de Ceaucescu, con todo el horror que lleva en su cuerpo, así lo siente, tiene la certeza de su propio sufrimiento, que es un sufrimiento colectivo y pretende, a través de sus textos, tornarlo universal.
El inicio del fuego
La llama se encendió en 1953, en Nitchidorf, en la región de Timisoara, donde se asientan alemanes suabos, en Rumania. La llama creció en esa región de habla alemana pero en contacto con el idioma rumano, aunque no lo aprendió hasta la adolescencia, cuando tuvo que hacerlo para poder estudiar en la ciudad de Timisoara.
Es descendiente de personas destrozadas por las dictaduras. Su padre fue un oficial nazi que sirvió en la segunda guerra mundial, una experiencia que lo sumió en una adicción al alcohol irrecuperable. Su abuelo fue expropiado por el comunismo. Su madre, al igual que gran parte de los suabos de su región, fue confinada a un campo de concentración en la Unión Soviética.
Las dictaduras parecen ensañadas con los Müller, algo que explica en cierto modo la posición de Herta al respecto.
Luego de la escuela secundaria pasó a estudiar filología germánica y rumana. Su primer trabajo fue como traductora técnica en una fábrica, donde al poco tiempo demostró su entereza moral. La policía secreta del régimen le exigió colaboración.
Colaboración era, se entiende, delatar a sus compañeros de trabajo, ofrecer información a las autoridades del gobierno acerca de las actividades e ideologías de los trabajadores. Herta Müller se negó y fue despedida. Los años que siguieron se ganó la vida dando clases particulares, y su cotidianeidad transcurrió bajo una estricta vigilancia de la policía secreta a la que había desafiado, hasta que logró emigrar a Alemania occidental, donde, según dice, tampoco la Securitate dejó de perseguirla.
Los años en la monotonía de su empleo en la fábrica le habían despertado su estirpe de escritora. Confiesa haber llegado tarde a la literatura, dice que desde chica no le interesaba en lo más mínimo, que su sueño era ser peluquera.
Su llama cobró fuerza y esa luz se vio en todo el mundo cuando en 2009 la academia sueca le otorgó el Nobel de Literatura. Vive en Berlín, y jamás dejó de denunciar con fuerza los atropellos del gobierno rumano. Se mantiene en contra de todo autoritarismo.
El fuego del fuego
Absolutamente toda su literatura aborda su obsesión particular, la opresión dictatorial y el desastre que suponen los regímenes autoritarios en las esferas del individuo.
Se trata de una literatura en gran parte autorreferencial, que por momentos toma giros temporales y de estructura original, pero siempre centrados en su experiencias particulares ficcionadas.
Salvo en “Todo lo que tengo lo llevo conmigo”, donde aborda la historia del poeta Oskar Pastior, en todas sus obras, Herta Müller es, en modo personaje, el centro de sus historias. Su vida se puede reconstruir a través de “En tierras bajas”, donde Herta Müller es una niña en un pueblo rumano bajo la dictadura de Ceaucescu; se puede seguir el camino en “El hombre es un gran faisán en el mundo”, donde Herta Müller es una familia que soborna a las autoridades rumanas para conseguir su pasaporte a Alemania.
“La piel del zorro” y “La bestia del corazón” son más vueltas de tuerca literarias a la dictadura de Ceaucescu.
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