Tengo los ojos descascarados y me cuesta mantenerlos abiertos. El frío se pega a las paredes y ella me dice que no es necesario que prendamos la calefacción porque los vecinos le dijeron que la tarifa de gas había aumentado. Pero yo tengo frío y siento las mejillas esponjosas y heladas; aunque siempre fueron más bien rojizas.
La mirada de ella no es de pena sino más bien de aceptación. Creo que caminar podría ser una manera de no sentir este frío que como garrapatas inunda la piel y desborda en lamentos. Le digo que el problema es el viento y el frío que se filtra por las ventanas.
Es necesario colocarles burletes en cada una de las pocas aberturas de la casa. El pronóstico para esa noche y las siguientes es de mucho frío. Me pongo el tapado y me dejo el pijama abajo, es escocés, y bajo las escaleras. Pienso que voy a tener frío y vuelvo por una bufanda aunque las pantuflas no me las saco. Sigo bajando y prendo la luz del pasillo en cada vuelta de escalera.
Me encuentro con Gladis que me dice que hace mucho frío y que me abrigue pero no me dice nada de las pantuflas y el pijama; yo creo que no se nota que es un pijama. Las pantuflas se notan más pero no mira para abajo y por eso no me dice nada. Salgo a la calle y me ciño el tapado y me anudo la bufanda celeste de punto arroz sin flecos; no me gustan los flecos, me molesta tenerlos en la cara o en la boca así que la vez que me la tejí decidí no hacerle flecos, lo que me llevó a terminarla mucho más rápido.
En la calle hay poca gente, salvo en la parada del colectivo de la esquina que en línea recta se alinean en la espera. Hay viento pero no hace mucho frío. Algunos me miran pero otros no. Tengo que conseguir burletes para las ventanas y la puerta de entrada. Nueve de la noche y todos callados se vuelven a las casas. Ellos también van a necesitar burletes en las ventanas si sigue el mal tiempo.
Tengo que encontrar un lugar en donde poder comprarlos para no tener frío esta noche de abril. Por suerte las pantuflas tienen goma en la parte de abajo y no se me van a estropear; tampoco me voy a resbalar. Lindo el regalo de la tía; ella siempre sabe cuáles son nuestras necesidades más urgentes. A ella y a mí nos estaban haciendo falta unas pantuflas como estas.
Camino por la vereda bien pegada a la pared porque así no siento tanto el viento. Nadie sabe de mi urgencia por los burletes pero algunos saben que estoy en pijama. Ya hoy a la mañana sabíamos que teníamos que hacer algo con las ventanas y la puerta pero sólo decidimos tomar cartas en el asunto cuando cayó la noche.
Llegué al quiosco de Juan y entré. Estaba mirando la tele porque en minutos jugaba la selección. Sin prestarme atención me dijo que el mejor del mundo no jugaba y que era una pena porque él era clave para ganar. Le pregunté si tenía burletes y me dijo que sí pero no me miró cuando me dijo que sí. Estaba como decodificando las palabras de Messi que explicaba las razones de su ausencia en el equipo. ¿Me das de los buenos, Juan?
Porque la vez pasada me diste unos que se pudrieron. Estiró la mano y me acercó dos paquetes. Estos son los mejores. ¿Estás en pijama y pantuflas? Sí. Son 100 pesos, me dijo. Lo miré y le pregunté si yo le gustaba. Me dijo que sí que yo le gustaba y que el pijama me quedaba lindo y que las pantuflas eran cancheras. Me preguntó si me gustaba Messi y casi sin esperar la respuesta me dijo si quería quedarme a ver el partido con él. ¿Acá? Sí, acá. Como le dije que sí, me acercó una banqueta de plástico blanco que había sido arreglada con cinta transparente de esas que cuando te sentás hacen ruido.
Me ofrece unos salamines y un poco de queso. Sentada el saco me molestaba. Te lo podés sacar y entonces me lo saco y lo dejo sobre un cajón de cervezas Quilmes. Ahora el pijama se lucía mucho más y ni que hablar de las pantuflas que brillaban en medio de los salamines y los quesos. En el entretiempo me dio la mano y yo no la corrí y cuando empezó el segundo tiempo con dos goles de Argentina, acercó un poco más la banqueta de él a la mía; ahora estábamos muy juntos.
Y me pasó la mano por el hombro y me dijo que yo le parecía linda. El también me parecía lindo pero no se lo dije. Tendría que haberlo dicho pero no se lo dije. Cuando terminó el partido y Argentina ganó, le dije que me tenía que ir porque me estaban esperando. Que había salido un rato largo o al menos eso pensaba yo, que había pasado un tiempo. Le di un beso en la boca y me dijo que me agradecía la compañía y que le había encantado mirar el partido conmigo porque hoy estaba realmente linda; como nunca antes.
Yo me sentí algo incomoda porque no podía cerrar bien el saco y afuera estaría mucho más frío que un rato antes. Le dije que me iba y me dio un beso. Otro beso. Me dio dos besos. Salí a la calle y caminé bien pegada a la pared para no sentir el frío y el viento. Pasé por la parada de colectivo y la fila se había renovado; otras caras de otras gentes con otros destinos.
Llegué al edificio y subí las escaleras a tientas porque me pareció que no eran horas de andar gastando luz con lo cara que había venido el mes pasado y las expensas que decían en las reuniones de consorcio serían aún más altas si no cuidábamos los pequeños detalles cotidianos. Entré, me senté en la cama y me saqué las pantuflas. El saco me lo dejé porque adentro hacía frío. ¿Y los burletes? me gritó de la otra habitación. Apagué la luz y pensé en que después de todo Messi no es imprescindible y que el frío iba va a pasar.
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