Valor por Precio
El Grosellar | FOTO ARCHIVO
Por Nico Antoniucci
Siempre hablamos del valor que otorga un entorno bien arbolado a la calidad de vida de los habitantes que alcanzan estos entornos verdes, barrios como Los Troncos, Parque Luro, La Florida y El Grosellar, por citar los mejor arbolados. Pero de lo que no se habla nunca es del precio. Sí, un barrio con sus calles adecuadamente arboladas no solo se puede mensurar por el valor las propiedades que otorga el bosque urbano a sus habitantes si no de cómo revalúa las propiedades en términos inmobiliarios.
Antes de profundizar en algo tan banal pero que nos importa tanto como el vil metal no está de más repasar los valores antes mencionados. Una calle arbolada protege el pavimento de los rayos del sol y de la permanente dilatación y contracción del material y de las consiguientes fracturas, mejorando la durabilidad de los pavimentos. También tiene la facultad de morigerar las temperaturas extremas, funcionando como un verdadero radiador que usa sus hojas para enfriar el aire en verano o reparar los vientos en invierno ayudando a que no baje la sensación térmica. El ahorro económico en materia energética es inconmensurable. También son absorbentes de contaminación acústica y de contaminación del aire, funcionando como filtros de polvo y hollín. Son verdaderos contenedores de vida para la fauna aviar que se ve desplazada por el crecimiento del hormigón y son absorbentes de agua de lluvia, la cual devuelven hasta el 90% a la atmósfera a través de la traspiración foliar. Y ni hablar que un entorno arbolado hace más felices a las personas, y la felicidad no se negocia.
Pero valor y precio no es lo mismo. Podemos ver que los mejores barrios de Mar del Plata, cuyos inmuebles gozan del mejor valor inmobiliario siempre se encuentran en entornos bien arbolados. Hasta es el latiguillo de los martilleros a la hora de ofrecer a la venta las propiedades a la venta. No escuché jamás a ningún vendedor pregonar “propiedad situada en paramo desierto”, o “en entorno verde mutilado”; siempre, cuando la realidad ayuda, se transmite el valor del “entorno bien arbolado o excelente entorno arbolado”. Y pensemos que hace solo 140 años atrás esto no era así. El territorio marplatense era un páramo desolado, despojado de cualquier proyección de los cuatro vientos. El arbusto más alto era una chilca de dos metros apenas, o una cola de zorro soplada por el lado del sur. Los Luro, Peralta Ramos y demás fundadores de la ciudad y los primeros intentes fueros los que entendieron que la arboleda moderaba la atmósfera de los pueblos y para darle a Mardel valor urbano era urgente comenzar a plantar los primeros plátanos, tilos y arces que aún hoy están en pie y engalanan nuestras calles. Aquellas donde la barbarie del frentista no los abatió por cuestiones de la ignorancia personal y/o de índole estrictamente egoísta. Y no solo es culpa del frentista, también responsabilizo a un estado municipal cuyos gobiernos aún creen que la Gestión Ambiental es sacarse una foto con un joven ejemplar cuyas posibilidades de sobre vida son de apenas unos días después de la foto y la acción en redes sociales.
Por estas razones se estima que los compradores están dispuestos a pagar entre un 20 y un 25% más del valor de un inmueble si este se encuentra en un entorno bien arbolado. Cuyas copas sean bien altas y no eclipsen la luz del alumbrado público y se abracen entre las de la vereda de enfrente y generen túneles verdes, que nos protegen del sol del medio día y dejen pasar el sol bajo de la primera mañana y del tardecer. Arboleda de follaje caduco que deja pasar el sol en invierno y que encuentra como enemigo a algunas personas que no quieren barrer la vereda en el otoño y se ensañan con ellos, espaldas de un estado que no controla. El único tributo que debemos pagar por el enorme servicio ecológico que nos otorgan todo el año. Creo que bien vale la pena barrer la vereda, señores, limpiar nuestro techos y canaletas, como hace el resto del mundo civilizado.
Cada vez que un frentista mutila un árbol no solo está afectando el valor de la propiedad sino directamente su precio. Es importante reconocer esta diferencia porque a veces con nuestro interlocutor se nos acaban los argumentos éticos y ahora podemos recurrir a un recurso mucho más entendible para ellos: la plata.
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