Juicio a las Juntas: el caso de Rosa Ana Frigerio que abrió la puerta a la condena de Massera
Emilio Eduardo Massera, el almirante despiadado, recibió en 1985 su condena a perpetuidad en el Juicio a las Junta. Lo retrata con total suceso la película Argentina, 1985. A Massera se le atribuyeron solo 3 asesinatos, dos de ellos ocurridos en Mar del Plata. La brutal historia en torno al crimen de Rosa Ana Frigerio desde el cual se pudo llegar a la pena máxima.
Rosa Ana Frigerio.
Por Fernando del Rio
De niña Rosa Ana Frigerio decía que quería ser periodista. Ya con la arrasadora y primitiva fuerza de la adolescencia recordó aquel deseo, pero supo que su compromiso con el movimiento peronista le deparaba otros destinos. Algunos compañeros de militancia le mencionaron el encanto de la agronomía. Le hablaron de la relevancia que tenía conocer a fondo esa temática en tiempos en que la utopía de una revolución podía pasar a ser realidad desde el trabajo de la tierra. La alentaron y ella se convenció.
Rosa Ana Frigerio empezó a viajar con frecuencia a la Facultad de Ciencias Agrarias del INTA Balcarce y cuando apenas tenía 17 años, en una tarde en que regresaba a Mar del Plata por la ruta 226, sufrió un accidente. La columna fue la zona más afectada, con fisuras en dos vértebras que provocaron su internación en la clínica 25 de Mayo una vez trasladada a la ciudad por dos estudiantes de veterinaria.
Las vértebras se habían lesionado lo suficiente para que el tratamiento inicial apenas alcanzara a paliar el daño. Los médicos le avisaron a su padre Roberto y a su madre Antonieta que más adelante iba ser necesaria una operación. Rosa Ana al diagnóstico lo tomó con resignación, pero con el gran anhelo de recuperarse para continuar con los estudios y con la militancia. Era agosto de 1974 y ante la turbulencia de una democracia debilitada por la muerte de Juan Domingo Perón los jóvenes buscaban encontrarse en un lugar ideológico. Rosa Ana se había volcado desde pequeña a labores solidarias en los barrios por su cercanía a una monja del Instituto Del Carmen al que asistía y ya de adolescente hacia la Juventud Peronista a través de cuyos preceptos vivía con pasión los sucesos históricos del país. Miraba de reojo la reciente asunción de María Estela Martínez del mismo modo que lo hacían sus compañeros militantes y se aferraba a la ilusión propia de la edad: cambiar la aldea, cambiar al mundo.
Solo dos días después del accidente Rosa Ana, aún internada, celebró su cumpleaños 18 como pudo, visitada por su familia. Con su hermano Roberto, que estaba de viaje, hablaba siempre de política, de los tiempos difíciles, aunque seguramente jamás imaginaron qué tan profundo y oscuro era el pozo que ya se estaba abriendo y al que caería Argentina. Recién meses después y poco a poco lo fueron sabiendo -más que imaginando-, cuando el deterioro institucional del gobierno de “Isabelita” en 1975, el vacío político y la autorización del Operativo Independencia -preludio democrático de la Represión- alentaron el plan de las Fuerzas Armadas de apropiarse del poder.
Un año y medio después de su accidente, con el golpe de marzo de 1976 y los primeros episodios de militantes desaparecidos, Rosa Ana, que continuaba sus estudios en Balcarce y había intensificado su militancia, tuvo lógicos temores. Sin embargo, aquella operación que le debía a su columna llegó un mes después del derrocamiento de María Estela Martínez y la hizo ingresar nuevamente en la clínica 25 de Mayo. Al menos no iba a andar por unos días en la calle exponiéndose a la represión. Desde el 26 de abril Rosa Ana se sometió a operaciones y tratamientos que la mantuvieron en estado crítico por una infección y lo que se estimaba como una internación de unos días acabó siendo de tres meses. Ignoraba que en ese momento ella estaba en el centro de un plan para acabar con militantes Montoneros en Mar del Plata.
Rosa Ana con su pequeña prima en brazos, Ana Rosa.
Una tarde de junio de ese 1976 golpearon a la puerta de la casa de los Frigerio. “Rosa Ana no está, está en el sanatorio. Si la quieren ver vayan a verla allá”, les respondió con un sincero tono informativo el padre a los tipos de la Marina que por error de inteligencia la creían allí. Como no la encontraron (era un indudable operativo para secuestrarla), pidieron pasar al fondo y empezaron a buscar armas, bombas y otras cosas que suponían allí ocultas. Incluso usaron una pala que el propio Roberto Frigerio les dio para que “busquen lo que quieran”. No encontraron nada.
Para los militares impunes una clínica no resultaba un impedimento a su accionar. De hecho, alguna vez ingresaron a la habitación de Rosa Ana hombres que no eran sus familiares ni el equipo médico. Probablemente, ante la imposibilidad de hacer otra cosa más violenta, observaban y obtenían información. Rosa Ana tenía el escudo protector de su frágil estado de salud y el relativo resguardo que le daba estar en un sanatorio.
Este panorama las fuerzas represivas lo comunicaron a mandos superiores en un informe fechado el 21 de agosto de 1976: “Informar sobre el desbaratamiento de la OPM MONTONEROS en Mar del Plata y detención de principales responsables”. Además de explicar que desde 1974 se habían detectado actividades de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) bajo un sistema de “compartimento celular” el reporte aseguraba que una de las principales responsables era “Roxana”, el nombre de “guerra” de Rosa Ana Frigerio. En verdad, Roxana era el uso fonético de Rosa Ana, ni siquiera era un apodo para encubrir identidad. También en ese texto identificado como 8499-IFI-N° 26 “ESyC”/76 se narraba el frustrado intento de secuestro en la visita a la casa, pero adelantaban su perseverancia: “tomándose conocimiento que ROXANA se encontraba internada en la Clínica 25 de Mayo debido a un grave accidente sufrido a fines de 1975; se prepara su detención para cuando sea dada de alta ya que mantendría importante nivel dentro de JUP, pudiendo ser, además, responsable de informaciones ante MONTONEROS…”.
Rosa Ana había dejado la clínica y, enyesada con un corsé que iba desde el cuello a los muslos, continuaba la convalecencia en su casa de Olavarría al 4500.
Rosa Ana ya había sido dada de alta para el momento de ese memorando, pero la Sección Informaciones de la Prefectura Naval Argentina, Subprefectura Mar del Plata, tenía sus desfasajes o tan solo ganaba tiempo. A comienzos de agosto Rosa Ana había dejado la clínica y, enyesada con un corsé que iba desde el cuello a los muslos, continuaba la convalecencia en su casa de Olavarría al 4500 donde una enfermera concurría tres veces por semana para asistirla.
En al menos dos ocasiones, antes de aquel informe del 21 de agosto de 1976, algunos hombres de la Marina habían llegado a la vivienda y se habían encerrado en la habitación de Rosa Ana exigiendo nombres de militantes y otras revelaciones.
“Nosotros repartíamos panfletos, queríamos ganar el centro de estudiantes de la facultad de Ciencias Agrarias porque había muchos alumnos que no éramos hijos de gente de campo, de productores, y queríamos conseguir cosas, igualdad, entonces esa era nuestra militancia. Rosa Ana tenía mucho compromiso barrial, era bonita, de una sonrisa encantadora y llegaba mucho a la gente”, recuerda hoy Carlos Mujica, un compañero y gran amigo de Rosa Ana, quien, además, sería el último de sus conocidos en verla con vida.
El secuestro
Rosa Ana Frigerio era un objetivo para los represores. Había un plan en torno a ella en tres fases: reconocimiento y localización, secuestro y asesinato. La primera etapa ya la habían superado y la segunda la ejecutaron el 25 de agosto de 1976, el día anterior a que Rosa Ana cumpliera 20 años y solo cuatro días después de aquel memorando. Los dos hombres que simulaban tener conocimientos de enfermería y que acababan de descender de una ambulancia frente a la casa de calle Olavarría sabían que el corsé de yeso le impedía a Rosa Ana moverse por su cuenta. Por eso tuvieron la cautela de entrar a la habitación con una camilla. Ese 25 de agosto fue el día en que Roberto y Antonieta Contessi vieron por última vez a su hija. Antes de irse los secuestradores se reconocieron como integrantes de la Marina, y admitieron, ante una pregunta del padre de Rosa Ana, que la iban a llevar a la Base Naval. Por si quedaba alguna duda, la ambulancia tenía identificación militar.
En lass dependencias de la Base Naval que aún están en pie estuvo detenida Rosa Ana Frigerio.
Desconcertado, sin saber a quién recurrir, pero al corriente de los temores que ya se esparcían por la sociedad, Roberto Frigerio (padre) cobró coraje y se animó a encarar un camino fragoso, inundado de mentiras y excusas, en busca de su hija. Se presentó en la Base Naval un par de días después, en la primera semana de septiembre, y fue atendido por el Jefe de Operaciones, Roberto Luis Pertusio, quien terminaría siendo el represor que más veces lo recibiría allí. Las respuestas siempre eran las mismas: que Rosa Ana no estaba, que no la podían ver, que cuando la trasladaran le avisarían, que tenían su contacto, que sabían dónde vivía.
La certeza de que Rosa Ana estaba detenida en la Base Naval no atenuó la angustia de la familia, que sufría por su encierro y también por su condición de salud. Los padres habían acercado a fin de año el certificado del médico de Rosa Ana para que supieran los captores sobre el problema de columna, sobre la infección y para que así pudieran asistirla, en la creencia (o esperanza) de que aquello detención era transitoria. Días después un médico había evaluado si ya era tiempo de sacarle el corsé. Carlos Mujica, otro detenido y amigo de Rosa Ana, recordaría tiempo después que en diciembre la vio sin el yeso, que charlaron y que ella le entregó una “naranja pelada”.
“Rosa Ana tenía mucho compromiso barrial, era bonita, de una sonrisa encantadora y llegaba mucho a la gente”
En ese mismo mes de diciembre la familia Frigerio sumaría un nuevo derrumbe. Roberto José, el otro hijo del matrimonio Frigerio-Contessi, también iba a correr el mismo destino que su hermana. El 1° de diciembre un grupo de personas llegó a su casa de República del Líbano 1357 y se identificó perteneciente a la “Superintendencia de Seguridad Federal”. No era una repartición cualquiera de las fuerzas represivas, mucho menos en el primer año de la Dictadura. Se trataba del área policial en cuyo comedor había explotado una bomba el 1° de julio anterior y habían muerto 23 personas. Anunciarse como parte de esa dependencia era como una condena, como la anticipación de la venganza. A Roberto José Frigerio, por entonces de 23 años estudiante de ingeniería y su esposa estaba embarazada ocho meses, le argumentaron su detención: “Te llevamos porque vos sabes que tu hermana está detenida, te vamos a llevar para averiguar cosas, después de tres o cuatro días vas a volver”, la frase la reconstruiría años después su padre Roberto, un infatigable luchador por Justicia para sus hijos durante el Juicio por la Verdad.
La perversión
Con sus dos hijos desaparecidos, el matrimonio Frigerio-Contessi incrementó en el verano de 1977 aún más sus exigencias y Antonieta interpuso un hábeas corpus ante la jueza federal subrogante Ana María Teodori. Unos días más tarde, el 25 de febrero la comandancia de la Base Naval Mar del Plata redactó una respuesta en la que confirmaría la detención de Rosa Ana. “Tengo el agrado de dirigirme a Vd., a efecto de informarle que con referencia al oficio de fecha 3 del corriente, librado en la causa No. 767 caratulada ‘Contessi de FRIGERIO, Antonieta s/Interpone recurso de habeas corpus a favor de FRIGERIO Rosa Ana’, esta última se encuentra detenida a disposición del Poder Ejecutivo Nacional por encontrarse incursa en actividades subversivas”. Esa comunicación llegó al juzgado el 1° de marzo y a los padres de Rosa Ana les decían que era “positivo que está ahí en la Base Naval”. “Yo no puedo hacer nada lo único que puedo hacer es hablar por teléfono y preguntar cómo está”, les respondió Teodori.
Respuesta de Lombardo confirmando la detención ilegal de Rosa Ana.
El 30 de marzo llegó a la familia Frigerio una carta de la Armada Argentina en la que se leía el siguiente texto: “Por orden del Señor Comandante de la Fuerza de Submarinos Capitán de Navío Dn. Juan Jose Lombardo, cito a ud. a los fines que se le informarán, para el día 31 de marzo del corriente año, a partir de las 09.00 horas, en la Base Naval Mar del Plata”. Roberto la leyó y le dijo a su esposa: “Tranquila, ahora nos van a dar una buena noticia”.
Al día siguiente el matrimonio se presentó en la Base Naval donde fueron atendidos por Lombardo y Pertusio. Los llevaron a una oficina y el que habló fue Lombardo:
—Ustedes saben que Rosa Ana está detenida aquí o estaba…
El cambio sobre la marcha del tiempo verbal, en un perverso énfasis de falsa equivocación, le nubló la vista a Roberto e hizo tragar saliva a Antonieta. Lombardo siguió como si nada:
—Bueno, un enfrentamiento— y la palabra “enfrentamiento” removió las entrañas de Roberto.
Lombardo no se detuvo:
—Las fuerzas de seguridad fueron recibidas a balazos desde una casa vieja y ahí cayó abatida su hija. Abatida por sus propios compañeros.
Lombardo les contó una historia prefabricada y perversa, en la que no solo se justificaba el asesinato de Rosa Ana, sino que se la humillaba con conductas como la delación, el colaboracionismo y el arrepentimiento. “Ella pasó a ayudarnos y nos dio la dirección del lugar en donde se escondían otros subversivos. Ahí hubo un enfrentamiento y ella fue abatida por sus propios compañeros”, dijo y le entregó un papel sin firma en el que se distinguía el número 1133.
—Esa es la tumba donde están los restos de su hija. En el cementerio Parque—les informó antes de despedirlos en medio de las puteadas.
“Cementerio Parque, Tumba 1133 – Sección entierros temporarios Sector ‘B’” decía aquel papel.
—¡Asesinos, son unos asesinos! —gritó Roberto Frigerio.
—Llévenlos a su casa —ordenó Lombardo sin volver a mirarlos y Pertusio los acompañó hasta un vehículo donde esperaban dos marinos de bajo rango.
Lombardo se retiró porque otra familia lo esperaba: eran los padres de Fernando Yudy.
Los Frigerio se retiraron conmocionados de la Base Naval. En el viaje hasta la casa no cesaron los insultos y antes de hacerlos bajar del furgón, el acompañante, que decía ser médico, hizo callar al padre de Rosa Ana con una amenaza:
—A la tarde voy a volver a ver cómo se encuentra.
El simulacro
Tres semanas antes, el 8 de marzo, Rosa Ana fue llevada a una casa del barrio Santa Celina junto a Fernando Yudy, otro joven que había sido secuestrado en Mar del Plata. Eran cerca de las 2 de la madrugada cuando los vecinos escucharon algunas detonaciones que provenían de esa vivienda deshabitada de calle 71 y 110, a cuatro cuadras de la avenida Mario Bravo.
Casa de Santa Celina donde se escenificó un enfrentamiento que nunca ocurrió.
La información oficial que se difundió por todos los medios fue la de un enfrentamiento entre fuerzas militares y cuatro “extremistas”, los cuales terminaron abatidos. Tres hombres y una mujer. La puesta en escena tuvo algunos fallos e inconsistencias que la impunidad del momento permitió pero que años más tarde revelarían la maniobra sistemática de los enfrentamientos fraguados, inventados.
Los militares de la Base Naval que ejecutaron a Rosa Ana y a Yudy llegaron al lugar y lo primero que hicieron fue escribir en las paredes de la casa algunas consignas subversivas. En la sala principal estaba el nombre de “Montoneros” y a un lado de la puerta, una frase en apoyo a la Masacre de Trelew. Todas esas inscripciones habían sido grabadas con el anaranjado trazo de un ladrillo. También habían colocado una bandera en la cocina con el escudo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Como si no existiera una represión afuera, ¿los ingenuos Montoneros habían identificado la casa para ser fácilmente cazados? Esas notorias y distinguibles leyendas contradecían el argumento esgrimido más tarde por la Marina al decir que Rosa Ana y Fernando Yudy les habían “señalado” en su rol de “delatores” el lugar.
No había existido allí, en esa casa semi abandonada de Santa Celina, un tiroteo entre dos bandos. Era una burda puesta en escena. Quien años después fuera jefe de la policía, Miguel Celedonio Presa, era oficial de servicio de la comisaría quinta y fue convocado al lugar, donde confirmó dos fallecimientos: una mujer y un hombre. Rosa Ana y Fernando Yudy resultaron ser los asesinados. Rosa Ana presentaba al menos una herida de arma de fuego. Dentro de la casa, tal como también lo declararía el jefe de Presa, José Ebrain, había entre los escombros “restos humanos, no pudiéndose identificar si una o más personas”.
No había existido allí, en esa casa semi abandonada de Santa Celina, un tiroteo entre dos bandos. Era una burda puesta en escena.
Lo que sí pudo saberse con absoluto grado de certeza es que Rosa Ana, aún con su condición física deteriorada por el cautiverio, probablemente por las torturas, y por su patología prexistente, fue conducida hasta Santa Celina, una zona apartada de Mar del Plata para fusilarla. Eso sucedió solo 11 días después de que el propio Lombardo comunicara a la Justicia que la tenían detenida a disposición del Poder Ejecutivo.
El cuerpo de Rosa Ana y el de Fernando Yudy fueron trasladados hasta al cementerio Parque, donde los trabajadores les dieron sepultura como NN. Al igual que sucedía con “los chicos” -así les llamaban a los cadáveres de los jóvenes que traían las fuerzas militares o policiales-, Rosa Ana y Yudy no tenían signos de habérseles practicado la operación de autopsia, en una característica burda y demostrativa de la ilegalidad.
El gran responsable
Durante cinco años, la familia Frigerio intentó que le permitieran exhumar los restos ocultos en la tumba 1133 de enterramientos provisorios del cementerio Parque. No tenían la seguridad de que aquel dato fuera cierto, pero era el único dato. Recién en agosto de 1982, abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), con el patrocinio de la Comisión Madres, Abuelas y Familiares de Detenidos Desaparecidos de Mar del Plata iniciaron una demanda denominada “Roberto Frigerio y otros”, a los efectos de preservar documentación de las tumbas NN del cementerio y el pedido de exhumación. Al año siguiente, el juez Pedro Hooft autorizó la exhumación de la sepultura 1133, dando así paso al inicio del esclarecimiento de algunas cuestiones. En total se recuperaron cerca de 300 cadáveres NN del cementerio Parque y el 12 de agosto de 1983, en una conferencia de prensa en el Colegio de Abogados de esta ciudad, se informó que 22 de ellos tenían identidad, pero solo 2 fueron reconocidos por sus familiares: uno era el de Rosa Ana Frigerio.
Sentencia interactiva del Juicio a las Juntas. Leer aquí
Cuando en 1985 se desarrolló el Juicio a las Juntas y el fiscal Julio Cesar Strassera se enfocó en la acusación contra Emilio Eduardo Massera destacó su rol como jefe de la Armada. Entonces debía encontrar una conexión directa con algunos de los casos para atribuirle responsabilidad y fue así que se detuvo en el N°123 y 124. Eran los correspondientes a Rosa Ana Frigerio y Fernando Yudy. Los habeas corpus, las respuestas de Lombardo como Jefe de la Base Naval Mar del Plata y su línea de mando, la citación para informar de la muerte, el falso enfrentamiento, el número de tumba, la exhumación del cadáver y la identificación de Rosa Ana Frigerio conformaron un cuerpo probatorio extraordinario contra Massera. Por consecuencia directa, el de Yudy también.
“Ustedes disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es ahí allí en donde se conocerá el veredicto final”, dijo Massera ante el Tribunal.
Massera, a quien se lo reconocía como el más despiadado de los jefes de la Junta Militar, recibió prisión perpetua por los asesinatos de Frigerio y Yudy ocurridos bajo el control de la Base Naval Mar del Plata y también por el de José María Salgado, por su cautiverio en la ESMA. La sentencia leída por el juez León Arslanian solo reservó condenas a perpetuidad para Jorge Rafael Videla y Massera. Tiempo después llegaría el indulto, la inconstitucionalidad y los nuevos juicios contra Massera. En 2013, toda la cúpula de mando de la Base Naval Mar del Plata, con Lombardo y Pertusio a la cabeza, fueron condenados a prisión perpetua por varios crímenes ocurridos entre los que estaban los de Rosa Ana y Fernando Yudy.
Los padres de Rosa Ana Frigerio lucharon hasta sus últimos días por conocer el destino de Roberto, pero nada supieron. Tampoco lo supo su esposa y su pequeña hija, quienes tiempo después del secuestro se radicaron en el sur de la provincia y se alejaron de la familia.
Hoy el nombre de Rosa Ana Frigerio se destaca en la plaqueta del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Agrarias de Balcarce, donde un aula así se llama en su recuerdo.
En el cementerio de Pilar, en cambio, una tumba con identidad falsa grabada en una piedra esconde los restos de Massera. Su morada final, secreta, disimulada, falaz, recuerda que el olvido es un beneficio al cual no pueden optar los genocidas.
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