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Interés general 30 de octubre de 2022

La polarización y el cambio

 
Por Jorge Raventos
No se habían terminado de contar los votos que aprobaron en la Cámara de Diputados el proyecto de Ley de Presupuesto cuando en ese mismo ámbito se reactivaba la presión destinada a eliminar las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO).

El proyecto respectivo no fue presentado por el kirchnerismo, sino por el diputado rionegrino Luis Di Giácomo, del bloque Provincias Unidas y hombre de la fuerza que en su provincia orienta el ex gobernador Alberto Weretilneck. Sin embargo, para que no quedaran dudas sobre la fuente inspiradora, el ministro de Interior, el camporista Wado De Pedro, alentó clamorosamente la idea, asumiendo la vocería de gobernadores e intendentes. “La mayoría de los gobernadores e intendentes del Frente de Todos no quieren que haya PASO” el año próximo. Fue una pintoresca demostración del pluralismo que reina en la Casa Rosada: el jefe formal de De Pedro, Alberto Fernández, insiste en que las PASO deben mantenerse.

El juego de las PASO

Las tensiones provienen, en verdad, de que el kirchnerismo y la presidencia tienen objetivos contrapuestos. Fernández -que, pese a su debilidad, retiene la lapicera del Ejecutivo-, sosteniendo las PASO, pretende al menos ostentar hasta dentro de algunos meses la condición de precandidato presidencial para sostener con respiración artificial su decaído mandato, el kirchnerismo quiere apurar una concentración del poder interno en manos de la vice. Como señalamos semanas atrás en este espacio, “sin PASO, la organización de las listas (y la negociación de las candidaturas principales) se verticaliza y territorializa, se incrementa la influencia de las jefaturas provinciales y municipales”, pero “si esa influencia no se ejerce con ponderación, el riesgo es el debilitamiento representativo, la dispersión y la pérdida de votos en la elección general”.

La eliminación de las primarias refleja, implícitamente, el escepticismo con el que buena parte del oficialismo evalúa sus posibilidades en la contienda nacional y una tendencia defensiva a refugiarse en situaciones locales. En el caso K, el santuario anhelado es la provincia de Buenos Aires.

La resistencia a la eliminación de las PASO no es exclusiva en el oficialismo del Presidente y su círculo: también defienden su vigencia sectores como los movimientos sociales y la CGT. Sería un error, sin embargo, considerarlos seguidores de Alberto Fernández en virtud de esa coincidencia. A esta altura de los acontecimientos solo tienen en común la resistencia a la hegemonía K.

Agotamiento y cambio

Con el barullo que impera en el oficialismo y los conflictos internos que cruzan a la coalición opositora, parece natural que irrumpan nuevos actores, dispuestos a discutir la polarización entre aquellos.

El fortalecimiento del fenómeno libertario -que refleja también un clima de época- se hace notar en las encuestas, donde la figura de Javier Milei se entrevera ya con los precandidatos más establecidos. Paralelamente, vuelve a emerger la tentación de una fuerza que vaya más allá de la grieta, con base principal en el peronismo. El cordobés Juan Schiaretti proclamó en Buenos Aires (invitado por la facultad de Ciencias Económicas que es, si se mira atentamente, un sitio institucional controlado por el radicalismo), que “hay un 60 por ciento (se ve en cualquier encuesta) que quiere que aparezca algo nuevo, que no sea ni el Frente de Todos ni Cambiemos. Hay que animarse a hacer algo nuevo”. Subrayó que “nosotros no tenemos nada que ver con el kirchnerismo, ni vamos a discutir nada en una PASO con ellos” y en cuanto a Juntos por el Cambio, destacó que “basta ver que allí dentro de los candidatos a presidente no hay ninguno del radicalismo”.

Schiaretti mantiene abiertos los canales con radicales como Gerardo Morales, presidente de la UCR, Facundo Manes y Martín Lousteau. El ex gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey acaba de confirmar que “estamos trabajando con el gobernador Schiaretti y dirigentes de distintas provincias, mucho más de lo que en la apariencia se ve, para construir un espacio para saltar la grieta, porque estamos frente a una etapa agotada de la Argentina”.

Por cierto, desde dentro y fuera del oficialismo y la oposición se observan movimientos que buscan salir de esa “etapa agotada”. Y aunque no todos converjan en una fuerza común, expresan en conjunto la tendencia al cambio. Podría intuirse que Sergio Massa encarna esa búsqueda en el seno del sistema de gobierno.

Después del presupuesto

El presupuesto de Sergio Massa atravesó exitosamente la prueba de la Cámara de Diputados. Cuando era presidente del cuerpo legislativo, Massa sufrió un revés al no obtener la aprobación para el presupuesto 2022 que había diseñado Martín Guzmán. Esta vez, desde el cargo que Guzmán abandonó al comienzo de julio y que él asumió un mes más tarde, Massa movió las fichas de modo de evitar un rechazo del presupuesto del año próximo, que habría desmantelado sus presentaciones ante el FMI y ante influyentes sectores de Washington estadounidense, ámbitos que aprecian su capacidad de construcción política.

Massa puede exhibir ahora una ley que atravesó la Cámara Baja con 180 votos positivos, que incluyeron muchos respaldos de la oposición (Juntos por el Cambio votó dividido: el radicalismo apoyó, la Coalición Cívica de Elisa Carrió rechazó y el Pro se abstuvo: en total, la reticencia quedó limitada a 71 diputados). El paso por el Senado será confirmatorio.

Massa sumó a su listado de logros el acuerdo alcanzado esta semana para refinanciar la deuda con el Club de París y el anuncio, originado en una alta fuente del gobierno de Joe Biden, de que Estados Unidos está a punto de firmar un nuevo acuerdo de intercambio de información financiera con Argentina que permitirá seguir la huella precisa en aquel país de bienes de argentinos que eludieron obligaciones impositivas. Se calcula en unos 100.000 millones de dólares esos bienes. La información con la que podrá contar Argentina permitirá capturar divisas fugadas.

Las negras también juegan

Los críticos del ministro devalúan estos éxitos y, además de indignarse con los opositores que le facilitaron la aprobación del presupuesto, remarcan que el paso de ese proyecto por la Cámara de Diputados estuvo lejos de mostrar una marcha arrolladora: puntualizan que Massa tuvo que hacer concesiones y dejó caer, por ejemplo, el artículo 95 del proyecto que prorrogaba hasta el 31 de diciembre del año próximo la facultad del Poder Ejecutivo de fijar retenciones a la producción agropecuaria con un tope en la alícuota del 33 por ciento del valor imponible.

Señalan además que “perdió” ante la resistencia opositora en el punto que establecía que todos los jueces y funcionarios de la Justicia deben tributar el impuesto a las ganancias.

En rigor, Massa no es un fanático de las retenciones (de hecho, a través del llamado “dólar soja” contribuyó a neutralizarlas, así haya sido con plazo fijo y para un solo producto), de modo que la presión sobre el artículo 95 fue un golpear a puertas entornadas: en cuanto al intento de gravar a jueces y funcionarios judiciales, no está demasiado claro que ese punto -disparador de un encendido debate que movilizó la capacidad de lobbying de la corporación judicial- fuera una cuestión de interés particular para el Ministerio de Economía, aunque le sirviera tácticamente como eventual moneda de cambio en el toma y daca legislativo. La mayoría de los observadores -inclusive los finos analistas de Tribunales-, adjudican la iniciativa al kirchnerismo. Más específicamente, a su jefa.

En busca de otros puntos flojos del ministro, sus críticos anotan la aparente pérdida del respaldo de la señora de Kirchner y de su hijo. En el primer caso, citan como ejemplo el tuit de la vicepresidenta en el que impugna como “inaceptable el aumento de 13,8% que otorgó el Gobierno a las empresas de medicina prepaga”. En cuanto a su hijo Máximo, destacan que no se sumó para conseguir quórum en la sesión donde se aprobaría el presupuesto, un detalle verídico pero, si se quiere, poco significativo, ya que su presencia no era determinante, los diputados de La Cámpora, su agrupación, estaban sentados en sus bancas y todos -incluido Máximo Kirchner-, votaron afirmativamente.

Por otra parte, si bien se mira, la presumible reticencia del camporismo y de la propia señora de Kirchner al derrotero que ha encarado Massa agregaría mérito al logro del ministro. O, si se quiere, probaría que él está encarando un rumbo que, por distintos motivos y con diferentes grados de simpatía, la mayoría de los actores políticos (desde opositores externos hasta rivales internos) considera ineludible y al que deben resignarse.

Mordisquito y la Wagneriana

Que en una atmósfera política intoxicada por la llamada grieta Massa esté, en los hechos, operando con éxito la convergencia de intereses contradictorios luce como un milagro.

Paralelamente van gestándose en el subsuelo social las condiciones de nuevos consensos. Es la búsqueda de un objetivo más allá del desgastado modelo de paternalismo estatal y sustitución de importaciones, que es un carromato desvencijado en tiempo de jets, drones y satélites.

Algunas críticas a ese tránsito difícil recuerdan un viejo cuento que Enrique Santos Discépolo escribió siete décadas atrás para su serie radial Mordisquito. Allí describía el acto de un equilibrista que “se subía a una escalera parada de punta y al llegar allá arriba ponía un banquito, sobre el banquito un tarro de yerba, después del tarro un asiento de bicicleta, ¡también haciendo equilibrio el asiento! Y allí se sentaba él, y mientras la escalera daba vueltas sobre sí misma este bárbaro hacía juegos malabares con tres botellas en las manos, con los dos pies tocaba el arpa”. Discépolo enfocaba entonces a un tipo que, a su lado, se quejaba: Sí, bueno, ¡pero el arpa no la toca bien! “¿Y qué quería? -se mosqueaba entonces el escritor- ¿Un concierto de la Wagneriana?”

A dos meses de asumir un ministerio que era “un hierro caliente”, es posible apreciar que Massa ha introducido un clima de mayor sensatez y búsqueda de diálogos entre los actores económicos.

Pero si a esta altura sería desmedido pedirle “un concierto de la Wagneriana”, con cada día que pasa, sin desmerecer las soluciones ocasionales que el ministerio de Economía ha ido suscitando, crecen las exigencias de pasos más ambiciosos. Los parches ya no alcanzan, hay que cambiar la cubierta.

Es una impaciencia de los hechos, más que una intolerancia de los actores.