Nos habíamos amado tanto (acerca del síndrome de la desilusión grupal)
Foto ilustrativa
Por Alberto Farias Gramegna
“Las ilusiones se nos recomiendan porque ahorran sentimientos de displacer y, en lugar de estos, nos permiten gozar de satisfacciones. Entonces, tenemos que aceptar sin queja que alguna vez choquen con un fragmento de la realidad y se hagan pedazos” – Sigmund Freud
“Creíamos que íbamos a cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros. (…) El futuro ya pasó y nosotros ni nos dimos cuenta”– Del filme “C’eravamo tanto amati”
No hay poder capaz de unir mas fuertemente a un grupo que la ilusión. La psicología científica señaló hace mucho tiempo la importancia de un “Ideal” como entidad convocante que homogeneiza al conjunto detrás de la vivencia gregaria de ser parte de un todo omnipotente: el líder y su función, el liderazgo, son tributarios y depositarios de esa idea maravillosa.
Ese ideal es mucho más intenso, mágico y maravilloso, además de refractario a cualquier reflexión crítica, durante el periodo fundacional (que los sociólogos llaman “instituyente”) de un grupo (agrupación, entidad, partido, sociedad, club, etc.) Y esta actividad acrítica de autoconvencimiento y verdad incuestionada será más fuerte aún si se establece un “enemigo” externo (el “otro diferente”) contra el que hay que luchar para defenderse. Pero vale aquí una primera pregunta: ¿defenderse de qué?… Y la respuesta surge verosímil: defenderse para evitar que los otros distintos cuestionen mi certeza y hagan trastabillar mi ilusión.
Buscando un líder
Es esta una etapa en la que los grupos, grandes o pequeños, buscando seguridad y pertenencia pueden producir o ser seducidos por los liderazgos de estilos autoritarios y/o demagógicos, y que en más o en menos para la psicología social entran dentro del calificativo de “paternalistas”, porque funcionan reforzando la idea de padres protectores e hijos protegidos: el líder es fuerte decidido, todo lo sabe, es poco afecto a discutir ideas, porque hay una solo manera de hacer las cosas. Protege y da seguridad a cambio de que no se cuestione su autoridad. Estos liderazgos cuando se dan en el ámbito del poder político institucional tienden a cronificarse y suelen derivar en autocracias.
El grupo delega así su facultad crítica y es complaciente con la autocrítica a cambio de tranquilidad y seguridad. La fuerte ilusión que los reúne refuerza los mecanismos de acatamiento, fascinación, ingenuidad y negación.
Por su parte el líder de este tipo de grupos suele manipularlos con un doble discurso: llama a participar mientras decide autonómicamente. El mensaje de fondo es “participen de mi idea”, que es algo muy distinto de la dinámica que se establece en el protagonismo grupal.
Con el paso del tiempo y por distintas razones que no pueden ser desarrolladas en este espacio (poder, pragmatismo, engaño, cambio de convicciones, promesas no cumplidas, etc.) el liderazgo se desgasta y el líder comienza a alejarse del Ideal. Si esto ocurre la ilusión entra en crisis y con ella su portador, el líder, que iniciará una relación conflictiva con el grupo.
El cambio de las circunstancias externas o la modificación de la imagen del enemigo que deja de serlo puede favorecer esta crisis y tal vez el cuestionamiento del antigüo ideal, lo que produce, en estas condiciones una gran desazón y desvalimiento. Y esto se produce porque el grupo depositaba una parte importante de su identidad en ese Ideal que resumía todo lo que el integrante del conjunto era. El fanatismo de los adoradores de ídolos o las sectas son ejemplos extremos de la enajenación de la identidad personal.
Nos habíamos amado tanto…
Cuando un Ideal de grupo no se transforma críticamente, por maduración de las ideas, con el protagonismo real del conjunto (como es propio de los agrupamientos con liderazgos democráticos o “racionales”, es decir donde prima la razón jurídica por sobre la mística) se derrumba bruscamente en dramática desilusión. Esta “des-ilusión” por la caída del Ideal tiende a dispersar y deprimir a los integrantes del grupo, apareciendo la vivencia de miedo y confusión. El sentimiento de des-ilusión -que puede llegar hasta el pánico- es también refractario a la crítica, como lo era la ilusión en el Ideal.
Lo que fue bueno se trastoca bruscamente en malo y peligroso. La desilusión en una primera etapa viene acompañada de escepticismo, parálisis, necedad, depresión, desvalorización de las propias virtudes, egoísmo, y solo después aparece la bronca hacia el afuera.
El grupo desilusionado con la consiguiente duda hacia el valor o la vigencia del Ideal tiende a perder los principios éticos y sus miembros comienzan una huida hacia el refugio del individualismo y el aislamiento, en el intento, no siempre consciente, de defenderse de la indefensión en que los dejo el derrumbe del liderazgo paternalista.
Así en el grupo como en la sociedad
Si esta dinámica grupal la trasladamos a lo macrosocial y pensamos que pasa en una sociedad con una profunda crisis de credibilidad en sus lideres -muchos de ellos formados en una tradición autoritaria- y en sus instituciones básicas, encontramos un cuadro que el recordado periodista Pasquini Duran describió hace muchos años diciendo que “(…) cuando la sociedad abandona las normas que la constituyen en comunidad, tiende a reorganizarse en tribus reunidas alrededor de las herencias culturales y los grupos de pertenencia. En esas tribus vuelven a reproducirse los racismos, las intolerancias, las guerras absurdas, las violencias estériles revanchistas o vengativas.
No importa si las tribus se definen por la etnia, la religión o la pertenencia al country, en todas ellas el primer paso habrá sido el desprecio por el orden político, al que conciben como burocracia autoritaria y corrupta”.
Remontar un camino diferente, desandando el escepticismo y la desconfianza en un proyecto común, requiere un reaprendizaje paulatino en el seno de un determinado grupo humano que en el proceso de desilusión se ha retraído dudando de sus ideales heredados. Este posible reaprendizaje complejo y paulatino tenderá por fuerza a sostenerse en lo que podríamos llamar paradojalmente una “ilusión racional”, es decir no repitiendo las características emocionales del antiguo Ideal, sino buscando consolidar relaciones institucionales que alienten el protagonismo social en el marco democrático regulado no por los líderes sino por la Ley.
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