Cuando los canillitas marplatenses fueron obligados a ponerse zapatos para vender diarios en la rambla
Infancias de la "belle epoque".
por Gustavo Visciarelli
En 1919, un niño apodado “El jorobado mascota” vendía diarios en la Rambla Bristol. Algunas damas y caballeros lo llevaban a la ruleta para “atraerse la suerte. Una pasadita de mano por la joroba es un pleno”. Sabemos esto gracias al escritor Manuel María Oliver, que hace 103 años publicó un artículo sobre los canillitas marplatenses en la revista Caras y Caretas.
“Los canillitas marplatenses son todos criollos, robustos, tostados por la intemperie, y, salvo raras excepciones, leen de corrido, hacen cuentas y firman con soltura”, aseguró Oliver. Y al diferenciarlos de los porteños, indicó: “su lenguaje, si bien rudo y recio, no se ha mezclado con el léxico corruptor, característico de las urbes”.
“Cuando agota su mercancía por las noches el canillita parte a su hogar, allá en el rancho perdido en el límite de las chacras”. Y al terminar el verano “se embarcan en lanchas de pesca, cosechan en los sembrados de papas o se pasan manejando la honda en la cruel caza del gorrión”.
Luego, una reflexión impactante: “Se está formando en la república la primera generación de niños nacida a orillas del océano, la primera netamente argentina y ella crece y surge en Mar del Plata. Es fuerte, ágil, hermosa y sintetiza una promesa étnica espléndida….”
Seguidamente esboza un reproche al revelar que “no hay en Mar del Plata una escuela de artes y oficios ni un taller donde pueda aprender la más sencilla manualidad, allí donde en cada manzana se amontonaron millones en arquitecturas deslumbrantes”.
Luego censura una flamante reglamentación que obliga a los canillitas a usar zapatos en la Rambla Bristol. En verdad, a Oliver no parece molestarle que los niños anden sin zapatos, sino que los obliguen a usarlos. “Así, descalzo, tiene su característica: es el pilluelo de París, de Buenos Aires, de todas las capitales del mundo. Pero en la rambla debe presentarse calzado para no ofender ni herir la uniformidad de las gentes sensibles y a la moda”.
Si bien reprocha que “ningún magnate fue capaz de regalarles siquiera un par de alpargatas” para cumplir el reglamento, Oliver remata su artículo con un elogio de la carencia. Y augura que al terminar el verano, podrán sacarse los botines que les impuso el “reglamento ramblero”, para “correr bajo los pinos que rodean el rancho en que naciste!”.
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La foto que ilustra este artículo fue tomada por Manuel Iriarte en el Paseo General Paz, junto a la Rambla Bristol. Es un aporte de Ignacio Iriarte a Fotos de Familia.
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