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Opinión 21 de agosto de 2022

El campo, la calle y el hotel Alvear

Panorama político nacional de los últimos siete días

Amplia movilización de la CGT.

Por Jorge Raventos
En los últimos diez días el momento político argentino tuvo al menos tres escenarios centrales: Escobar, el hotel Alvear y las calles. En Escobar se produjo la primera reunión formal entre el ministro de Economía Sergio Massa, transformado en figura protagónica del gobierno, y los líderes de la Mesa de Enlace agropecuaria. En el Alvear, en el cierre de las sesiones del Council of the Americas, las intervenciones de Massa, del jefe de gobierno porteño y principal precandidato presidencial de la oposición, Horacio Rodríguez Larreta y del embajador de Estados Unidos, Mark Stanley, coincidieron en la aspiración de una gran convergencia política (aludida como acuerdos de Estado, gobierno de coalición) que -pidió Stanley- “debería hacerse ya mismo, sin esperar a las elecciones de 2023”.

En la calle, entretanto, el sindicalismo peronista y las organizaciones de izquierda competían por la cartelera. La CGT, pese una disidencia interna alentada desde filas camporistas (y premiada con el ministerio de Trabajo bonaerense por el gobernador Axel Kicillof), desplegó una amplia movilización ideada para dar un cauce al malestar de las bases ante una inflación que corroe los salarios y para orientar ese sentimiento lejos del gobierno, haciendo blanco, en cambio, en “los empresarios que especulan”.

CGT: la paciencia estratégica

El gremialismo peronista no quiere soltar la mano del gobierno precisamente en el instante en que, merced a la transfusión de sangre que representa Massa, empieza a observarse el dinamismo que los sindicatos reclamaron en vano a Alberto Fernández.

Esa energía, es cierto, difícilmente se traduzca en los próximos meses en notables mejoras salariales: la dirigencia de la calle Azopardo tiene claro que en el marco de la lucha prioritaria contra la inflación y el déficit fiscal no hay demasiado margen para las mejoras que alivien la inquietud de las bases. Aunque no se resignan a dejar de reclamarlas a las empresas están dispuestos a sostener la gestión del gobierno porque entienden que éste sigue siendo una muralla para contener a los sectores que -por derecha y por izquierda- pugnan tanto por desmantelar el régimen organizativo del movimiento obrero como por estimular la balcanización sindical y por intervenir las obras sociales gremiales.

En la calle y en algunas ramas productivas los gremios peronistas sienten la presión de los movimientos disidentes liderados por el trotskismo, que empiezan a encontrar oídos receptivos en algunas corrientes que formaron (o forman todavía) parte del kirchnerismo y otras variantes filoprogresistas. El último miércoles se temían choques entre manifestantes de una y otra tendencia que, sin embargo, no se produjeron… No habría que descartar que se produzcan en algún tiempo, ya que la alta inflación no es, precisamente, un estímulo a la templanza y la buena conducta. Además, hay sectores que comienzan a alentar procedimientos de protesta salvaje (hubo pedreadas contra la Casa Rosada) o instan a organizar “puebladas” (para “defender a Cristina de la Justicia”).

Por ahora Massa consigue que la calle no sea un ámbito de protesta activa contra el “ajuste con rostro humano” que proyecta, pero observa cómo opera el juego de pinzas que aprovecha la vulnerabilidad de un peronismo que se debilitó primero cuando los K ejercían la hegemonía K y, últimamente, cuando ingresaron en su debacle. Massa cuenta con la cooperación de un sindicalismo que entiende doctrinariamente el concepto de organización y apuesta al orden, no al caos.

Mantener neutralizado el escenario de la calle es un logro de importancia, mientras el ministro atiende a las urgencias que plantea la penuria de las reservas y busca un entendimiento con los productores rurales que se traduzca en la liquidación de los granos atesorados en los silos bolsa.

La gimnasia de la negociación

Esa es la importancia de lo ocurrido en Escobar una semana atrás, la reunión con la Mesa de Enlace. Los participantes se dieron diez días para un nuevo encuentro similar, mientras técnicos de las organizaciones y del gobierno analizaban en detalle los puntos de la agenda de trabajo en la que ambas partes coincidieron.

Las primeras reuniones se produjeron de inmediato. El acuerdo con el campo es una prioridad estratégica para Massa. Hay temas sobre los que se puede concordar con mayor facilidad, aunque se empiece con diferencias. Desde la Mesa de Enlace se reclamaron cambios en las trabas que obstaculizan la exportación ganadera. “Se mantiene la veda de los siete cortes”, retrucó de entrada el secretario de Agricultura Juan José Bahillo (en la actualidad hay siete cortes populares que el Gobierno tiene prohibidos para exportar), para aclarar de inmediato que esa decisión “tampoco impide” que se pueda trabajar “en ampliar el cupo de exportación”. Una de cal y otra de arena.

Ya se trabaja en un mejoramiento sustancial del mecanismo del llamado “dólar soja”, una vía para mejorar el tipo de cambio que reciben los que decidan vender sus granos rápidamente. Ee n este espacio hemos considerado que las conversaciones “seguramente conducirán a una reducción sensible (quizás a una anulación temporaria) de las retenciones, aunque el secretario Bahillo aventuró que esa palanca no se puede tocar “en la actual situación fiscal”.
Hay que saber distinguir aquello que es el primer paso obligado de la negociación pero no necesariamente el último.

El propio Bahillo admitió que no se niega a pensar en la eliminación de las retenciones “en un esquema de mediano plazo con una nueva matriz impositiva que contemple el aliento a las inversiones y el desarrollo”. ¿Largo plazo? Hace nueve días Massa prometió volver a reunirse con las entidades en diez. Ese plazo se cumple el lunes 22. Y la situación de las reservas, que es un motor fundamental del diálogo, sigue apenas menos delicada que el viernes 12, cuando ocurrió la reunión de Escobar.

Massa, Larreta y “un embajador más”

La reunión del hotel Alvear, organizada a mitad de semana por el Council of the Americas, un influyente lobby con sede en New York a cuya cabeza se encuentra desde hace años la señora Susan Segal, debería verse como algo más que una ocasión protocolar.

Se produjo un encuentro conceptual público y significativo entre Horacio Roidríguez Larreta y Sergio Massa. Ninguno de ellos dijo nada que no hubiera afirmado antes, pero las circunstancias otorgan a esas posiciones una coloratura especial. En el seno del oficialismo las invocaciones a acuerdos con la oposición suelen ser pruebas de trapecio sin red. Y en el campo opositor, los recientes cañonazos disparados por Elisa Carrió tenían por blanco, justamente, las eventuales aproximaciones al peronismo encarnado en el “superministro”, a quien se ha llegado a identificar con Belcebú.

Antes de que Massa cerrara la reunión, el embajador Marc Stanley exhortó: “Hagan hoy la coalición y los acuerdos No aguarden a la elección de 2023”.

Esa recomendación sería rechazada un día más tarde, no, como podría haberse supuesto, por algún lenguaraz del ultra kirchnerismo, sino por la vocera del presidente. En cuerda sardónica, la funcionaria comentó: “Con Trump no les está yendo muy bien por allá. Empecemos por casa para hacer coaliciones. Hay que ver si preguntan por qué allá no hacen una alianza los demócratas con los republicanos”. De inmediato ingresó en una tonalidad más asertiva y advirtió, refiriéndose a Stanley: “Con mucho respeto, es un embajador más, no volvamos a las épocas en las que lo que decía o dejaba de decir el embajador de Estados Unidos nos importaba tanto como para terminar con la etapa cambiaria”.

¿Es de buen sentido adjudicar a las palabras del diplomático la condición de una intervención en la política nacional? No se trata aquí, podría decirse a título comparativo, de una denuncia fulminante como la que el Departamento de Estado asestó días atrás al vicepresidente paraguayo (lo caracterizó como “altamente corrupto”), gatillando el pedido de renuncia que formuló el presidente a su número dos. La frase de Stanley en el Alvear fue una manifestación de amistad: afirmó que Estados Unidos está interesado en el liderazgo regional de la Argentina, por eso se entusiasmó con la idea de acuerdos de Estado que garanticen 30 años de estabilidad.

La vocera presidencial, en rigor, intervino en un sentido contradictorio con Sergio Massa, ya que este refirmó la idea del trabajo en común y los acuerdos de Estado. “Sentarse con adversarios de cara al público, sin vergüenza alguna y sin renunciar a las propias convicciones es indispensable”, dijo. Y, lejos de mostrarse ofendido por los dichos de Stanley, le aclaró que hasta las elecciones de 2023 faltan muchos meses y hay tiempo de intentarlo. El superministro no tiene vocera.

Fue Hipólito Yrigoyen el que dijo: “Todo taller de forja es un mundo que se derrumba”. Una metáfora que podría haber sido imaginada por Schumpeter para ilustrar la destrucción creativa. Hay quienes atienden sólo a los estragos, pero es importante mirar el proceso en su conjunto. Los procesos no se despliegan con el efímero “tiempo real” de las noticias, sino con los ritmos (a veces lentos, a veces vertiginosos) de las relaciones de fuerza, los deslizamientos, a veces las declaraciones y los balances entre decisiones. Los procesos van tejiendo la realidad. Que, ya se sabe, es la única verdad.