7 y 40 AM la piba sube al bondi, y con cierta cólera sexy sin preámbulos, a la vista atónita de la tribuna pasajera, empieza a amasar la cabeza rapada del chofer, que más bien es un monigote que maneja. Adelante, la delegación de jubilados tempraneros cuchichea, y hacen de la escena un destripe que entretiene lo suficiente. Atrás le siguen un par de mamelucos pintados, que van a la obra, y más que una pispeada cansada no le dan al asunto.
Para esto, la muchacha ajustada, desafiando el frío de la mañana, se saca su suéter rojo acomodándolo, junto a sus pechos, en el respaldo del conductor apoteósico. Agarrada de las barandas, buscando equilibrio va la tropa humana a perderse por las arterias de la ciudad que quema. Este fue el día que por los módicos $7 fueron incluidos pasaje y striptease. La formación cruza la costanera lentamente, y desde afuera nadie sabe lo que pasa.
El grupito de no sé qué colegio comenta y desde abajo roba foto para Facebook. Algún que otro púber se cruza en el cuadro, ellos también quieren un poco de protagonismo. Adelante de mí, hay una pareja que al asunto lo toma con mucha gracia, igual que yo. Pero enfrente, encastrado en un mono asiento, veo a un tipo vestido de blanco, morral cruzado con la mirada dura hipnotizada.
Como una bestia agazapada, contempla el denodado espectáculo que parece excitarlo. Sus ojos están perdidos en la negrura de la lascivia. Nadie advierte su presencia, pero yo sí. Siempre he tenido un radar para las bestias. Viajando a bordo del 511 que revienta, como nuestra sociedad, ahí está el demonio dispuesto a todo crimen, bien peinado. Esa es su tarea diaria.
La mayoría de la gente se horroriza por bagatelas, y no sabe, o no quiere ver que las bestias están al lado, nos rozan, saludándonos cordiales. Qué terrible es saber que los asesinos andan sueltos y bien cerquita. Yo me pregunto; ¿no vamos a hacer nada al respecto? Se cuida a la mujer a toda hora, en la presencia y en la ausencia, con las vísceras, con la palabra, con el silencio.
El cachetazo y la caricia, muchas veces, son inmateriales también y pesan más. Romper con los prejuicios que hacen de ésta una santa y de aquella otra una puta es un buen síntoma humano. Así, muy a modo caracol, empezamos a dimensionar los conceptos del encanto, y del respeto, de la dignidad y de la vida, para tener la certeza, o la sospecha quizás, que los tiempos de la hoguera han quedado atrás ciertamente.
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