Gatos que se pelean y no se reproducen
Panorama político nacional de los últimos siete días.
Martín Guzmán, ex ministro de Economía.
Un obvio “Operativo Clamor” se montaba ayer en Ensenada para que Cristina Kirchner aparezca como eventual candidata del Frente de Todos en 2023 o, si ella prefiere otro destino, como indiscutida gran electora (a pesar de su mal paso de 2019, cuando impulsó la candidatura de Alberto Fernández) o, si los hechos lo anticipan, como obligada reemplazante de Alberto Fernández por su ubicación en la línea sucesoria constitucional.
La excusa del encuentro era recordar la desaparición del general Juan Domingo Perón, un líder al que la vicepresidenta nunca (salvo en ciertos períodos preelectorales) le prestó demasiada atención o afecto. Ayer instrumentó la evocación de Perón para golpear una vez más a Fernández y para, de paso, aludir elogiosamente a sí misma. Puso también una puntada para ablandar su figura, por si los acontecimientos se precipitan: recordó que ella está a favor de un acuerdo de todas las fuerzas políticas, una línea de razonamiento que ya había abierto al encontrarse con Carlos Melconián.
La renuncia de Martín Guzmán al ministerio de Economía en medio de la tarde de ayer no es el producto del discurso de la vice, sino más bien el resultado de las asignaturas pendientes del gobierno. Guzmán ha sido una muleta de Fernández para alcanzar el acuerdo con el FMI.
Un día antes, el viernes 1, ante una conducción gremial renuente y con presencia menguada de gobernadores y alcaldes del conurbano, Alberto Fernández también conmemoró en la sede cegetista de la calle Azopardo, la muerte de Perón.
Fernández no encabezó el acto en su rol de Presidente de la Nación, sino como titular del Partido Justicialista. La restricción no fue de carácter institucional (ninguna norma veda que el jefe del Poder Ejecutivo rinda oficialmente honores a un antecesor en el cargo). Sucede que los dueños de casa trataron de evitar una pelotera, concientes de que el papel de Fernández como jefe de la Casa Rosada es duramente cuestionado en laas filas de su movimiento. Y no exclusivamente por los fans de la señora de Kirchner. Guzmán, que el viernes acompañó al presidente a la CGT, ya a esa altura estaba escribiendo su dimisión.
La renuncia de Martín Guzmán al ministerio de Economía en medio de la tarde de ayer no es el producto del discurso de la vice, sino más bien el resultado de las asignaturas pendientes del gobierno.
En cualquier caso, en la CGT el titular del PJ se cambió el traje cuando estuvo tras el micrófono y desarrolló varias rutinas de carácter presidencial. Respondió tácitamente a su vice (que le reclama que “use la lapicera”) asegurando que Perón no usaba la lapicera, sino la persuasión. En rigor, difícilmente el fundador del peronismo legitimara una discusión sobre instrumentos: él no vacilaba en emplear el que fuera necesario. Era un realista. La señora le contestó desde Ensenada: “Perón agarró la lapicera y no la soltó”.
Fernández también chuceó a su vice (y electora) defendiendo la economía popular, que ella había lapidado como una práctica “planera”. Él se diferenció: “Cuando digo primero los últimos, digo primero la gente, la producción, apoyar al que invierte y no especula, al que da trabajo, al que está en situación de pobreza, reconocer que hay una economía naciente, no conocida hasta el tiempo de hoy, que es la economía popular, y que tenemos que darle vida porque si no la vamos a dejar al margen”, Quiso agregar una dosis de contexto histórico: “Esta no es una discusión de planes sociales, es una realidad. Es un mundo que, así como vivió la revolución industrial que trajo muchas crisis, la revolución digital está trayendo nuevas crisis y nosotros tenemos que atenderlas. Y el modo de atenderlas no es desamparando a los que esa revolución está dejando al margen. Y abrazarlos es reconocerlos como actores de la sociedad que son”.
Los dirigentes de los movimientos sociales seguramente hubieran preferido que, junto a esas palabras, Fernández anunciara la creación de un ministerio de Economía Popular. Pero seguramente sospechan -como otros decepcionados- que el titular del PJ y de la Presidencia, un peronista tardío (“Soy más hijo de la cultura hippie que de las veinte verdades peronistas”, confesó dos años atrás), no llegó aún a aquella frase del General que establecía: “Mejor que decir es hacer”.
La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner disertó en la ciudad bonaerense de Ensenada.
En rigor, la materia “Hacer” del gobierno no cosecha las mejores calificaciones. La crisis del combustible lo tomó desprevenido. Su administración, presionada por el anterior jefe de la bancada oficialista en Diputados y por las provincias petroleras, no reaccionó adecuadamente para habilitar a tiempo un aumento importante (y razonable) en la llamada tasa de corte de los combustibles, de modo que los bíocombustibles contribuyan a incrementar la oferta de los fósiles, hoy insuficiente. Morosamente se aceptó a mediados de junio elevar de 5 a 7,5 por ciento el corte obligatorio de la Ley de Biocombustibles para las pequeñas y medianas empresas. Adicionalmente se autorizó un corte obligatorio transitorio y excepcional de 5 puntos porcentuales para todas las empresas proveedoras, es decir pymes y exportadoras. Tarde pero seguro.
La penuria del gasoil
La penuria de gasoil que enerva a los camioneros en todo el territorio del país y complica el abastecimiento, el intercambio y la producción opera estos días como un indicador privilegiado de la crisis que avanza en la Argentina. Invocando esa carencia de combustible, la Mesa de Enlace agropecuaria convoca a un paro del sector para mediados de julio y trata así de recuperar el terreno que perdió ante los productores autoconvocados por su pasividad en la Marcha del Campo de fines de abril.
Camioneros y ruralistas no son, ciertamente, los únicos dispuestos a exhibir su hastío frente a una sensación generalizada de estancamiento y desesperanza que el gobierno apenas intenta modificar remitiéndose a alguna s cifras económicas positivas que, incluso siendo una realidad, no alcanzan a compensar los datos centrales del desorden: una inflación que no decae, una significativa anemia de reservas en el Banco Central y, sobre todo, un deterioro del sistema de poder y del sistema político cuya expresión más patética es la disipación de la autoridad presidencial.
Sin duda las tensiones internas del oficialismo han contribuido significativamente a este crepúsculo. El Frente de Todos es una casa dividida que sólo mantiene su apariencia de unidad merced al quimérico incentivo de una victoria electoral en octubre de 2023. Pero ya hasta ese estímulo va perdiendo su magnetismo ante la constatación de que la imagen del Presidente ha evolucionado vertiginosamente hacia los números negativos por lo que la hipótesis de una elección organizada tras su figura y con la actual gestión como modelo sólo puede prometer una derrota. En otros tiempos, Perón bromeaba sobre las disputas internas de su movimiento: “Los peronistas somos como los gatos. Cuando nos oyen gritar creen que nos estamos peleando, pero en realidad nos estamos reproduciendo”. Hoy sólo se oyen los maullidos airados o quejumbrosos, pero la población gatuna está disminuyendo o hibernando.
Los cronistas acreditados transmiten una atmósfera de depresión en la Casa Rosada: funcionarios del riñón presidencial que dan por cerrada la ilusión reeleccionista de Alberto Fernández y confiesan que lo máximo a lo que éste puede aspirar es a llegar sin graves inconvenientes a la fecha de transmisión del mando y el propio Presidente que deja filtrar la información de que está trabajando en un futuro libro de memorias. Muchos de los aliados con los que Fernández contaba para edificar un poder propio toman distancia y se preparan para otras combinaciones, más prometedoras. Los gobernadores, que, según Fernández, serían socios principales de su gobierno, no dan la impresión de haber recibido ese trato y ya se conjuran en una liga para hacer sentir su influencia en una reestructuración de gobierno que reclaman y dan por descontada. Hasta la CGT y los movimientos sociales amigos de Fernández se muestran desilusionados. Ellos no son, ciertamente, cristinistas pero admiten que la vicepresidenta ejerce efectivamente el mando en un sector del oficialismo y lamentan que el Presidente haya dilapidado las posibilidades de hacer lo propio con la ventaja que su posición institucional le otorga.
El “agotamiento de la fase moderada”
El camporismo -ala jacobina de la corriente que lidera la señora de Kirchner- trabaja sobre los decepcionados. Andrés El Cuervo Larroque, miembro del estado mayor camporista y ministro de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, lo planteó así esta misma semana: “Yo creo que la fase moderada está agotada. Tenemos que recalibrar, no podemos seguir atrapados en ese laberinto(…)Creo que tenemos que salir de la autoflagelación, de martillarnos los dedos todos los días. Hay que ofrecerle a la militancia y la sociedad una esperanza y la única dirigente que genera eso es Cristina”.
Pero, aunque la vice efectivamente manda en su sector, ya en 2019 comprendió que no podía aspirar a la Casa Rosada (por eso optó por Fernández). Si el desgaste obligara al Presidente a dedicarse exclusivamente a escribir sus memorias, no parece demasiado viable (políticamente hablando) que la vice se haga cargo de la administración.
El colapso del sistema de gobierno empezó a manifestarse en las primarias del año último, cuando el oficialismo salió segundo, perdió 4 millones de votos en relación al comicio de 2019 y sólo obtuvo la victoria en 6 de los 24 distritos. Ya entonces (septiembre de 2021) registró esta columna que “se empezó a fantasear la eventualidad de una crisis terminal que empuje fuera del escenario a Alberto Fernández”. Y se señalaba que “la sospecha viene acompañada de comparaciones con situaciones políticas complicadas atravesadas en las cuatro décadas de la actual etapa democrática: así surge la analogía con la crisis del año 2001. Es cierto que nuevamente la gobernabilidad está comprometida: la figura presidencial ya venía perdiendo autoridad antes de las PASO y esa elección operó como un plebiscito que lo golpeó ferozmente (no solo a él, sino a todo el sistema de poder que lo llevó a la Casa Rosada)”.
Como se ha reiterado en este espacio “de lo que se trata es de reformular un sistema de poder que ha llegado a un límite peligroso y que ha dejado de garantizar la gobernabilidad del país. Un sistema de poder en el que el propio cristinismo ha dejado de creer. Hacerlo requiere un contenido, un rumbo y una base ampliada de poder. La Argentina está hundiéndose paulatinamente, esclava de sucesivas miradas de corto plazo.”
En cambio de una “base ampliada”, lo que se dió fue un estrechamiento paulatino; aquel golpe feroz de las PASO se extendió y en estos meses y se incrementó con “fuego amigo”, mientras los problemas se acumulaban.
Más allá de la brecha cambiaria
Esta semana volvió a crecer la brecha cambiaria. Economía y el Banco Central establecieron normas para restringir el acceso al dólar (con el objetivo de reservarlo prioritariamente para destinos productivos, energéticos y de salud). “Siempre que se toma una medida de este tipo hay una reacción de mercado -diagnosticó el ministro Martín Guzmán-. Esa reacción fue esperada. En tres días se acumularon más de 900 millones de dólares en reservas.” Guzmán ya se estaba yendo.
En los meses venideros crecerán seguramente los problemas: el segundo semestre es un período de baja del ingreso de dólares por exportaciones y hacia fines del semestre hay un encadenamiento billonario de vencimientos de deuda en pesos. Los mercados dudan de la capacidad del Estado para cumplir con esa deuda. Esas dudas ponen en marcha procesos, como se observó en diciembre del año pasado. En aquel momento señalábamos aquí algo que vuelve a ser pertinente: “los registros y rumores sobre retiros de depósitos, que siempre empiezan siendo exagerados, pueden convertirse en deslizamientos que anticipan avalanchas si el sistema político y los grandes jugadores no construyen rápidamente una plataforma común de gobernabilidad”.
Detrás de los diferentes aspectos de la crisis argentina (inflación, inseguridad, indefensión, problemas de crecimiento, decaimiento educativo) hay una cuestión política básica: la ausencia de consensos de Estado que le ofrezcan a las autoridades electas los acuerdos y las bases de sustentación necesarias para las grandes reformas que la Argentina requiere si busca impulsar su formidable potencial, acuerdos capaces de dar continuidad a las líneas fundamentales más allá de los cambios de gobierno.
Es probable que, como en otras oportunidades, la reorganización del sistema político y esos acuerdos básicos no se produzcan para anticiparse y evitar que la crisis llegue a un estallido, sino como consecuencia de este. El gobierno de Alberto Fernández es un damnificado por esa lógica. Guzmán ha sido la primera víctima.
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