Alberto Farías Gramegna
Por Alberto Farías Gramegna
“Los prejuicios, son creencias previas a la observación (…) Es más contagiosa la mediocridad que el talento (…) La rutina es el hábito de renunciar a pensar (…) El hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que el posee. (…) Así pues el hombre mediocre sólo tiene rutinas en el cerebro y prejuicios en el corazón.”- José Ingenieros (“El hombre mediocre”)
“Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer…” – John Kennedy Toole (“La conjura de los necios”)
Quizá las dos obras más conocidas de José Ingenieros sean “El hombre mediocre” y “La simulación en la lucha por la vida”. Al menos son las que recuerdo con más intensidad por sus enfoques asertivos y enfáticos. Y también empáticos en muchos aspectos de sus descripciones. Para Ingenieros, según leemos en el texto aludido se podían describir tres tipos de personalidades, en sentido lato del término (o mejor dicho de “actitudes” paradigmáticas, que en parte el autor maneja con un sesgo de tipología discreta) con arreglo a su visión y actitud ante el mundo y en relación a los valores éticos y morales: a) en la base de este tríptico tipológico estarían los sujetos ineptos e incapaces de adaptarse funcional y críticamente al mundo en el que viven, expresando una cierta marginalidad social b) luego están los “mediocres” (sic), dogmáticos que no aceptan evaluar ideas distintas a las que el poseen de manera acrítica.
Los fanáticos entrarían dentro de este grupo y c) y finalmente está la personalidad propia del crítico “idealista” (sic), presuntamente abierto a los desafíos y a las nuevas ideas; capaz de tener ideales propios e imaginar mundos mejores y diferentes. Como es de imaginar, en su época como en la actualidad, esta perspectiva rígida y mecanicista recibió críticas diversas tanto de sectores científicos como ideológicos.
¿Tipología o casuística?
En mi opinión la clasificación utilizada por Ingenieros tiene un valor cualitativo-descriptivo aplicable sólo al “caso”, (por ejemplo, si en una novela o un diagnóstico se alude a tal o cual sujeto en particular) y en cierta medida con sesgo “literario”, es decir no científico, pero nunca aplicable con rigor a un colectivo dado con carácter de generalidad estructural de la personalidad y el pensamiento. Pero veamos un poco más cada ejemplo.
En el primer “tipo”, ubicados en el nivel inferior de la pirámide, los ineptos socialmente se asimilan a las personas que por acción u omisión están al margen del sistema social, confrontándolo activamente como es el caso de las actitudes delictivas -en palabras del mismo Ingenieros- “viviendo por debajo de la moral o de la cultura dominante, y en muchos casos fuera de la legalidad”. Esto efectivamente se constata a nivel de determinados colectivos socioculturales.
En el tercer nivel de la pirámide (del segundo, nos ocuparemos más abajo) aparece un sujeto con atribuciones paradigmáticas que es presentado como ejemplo del cambio y el progreso social. “el idealista” (sic).
Leamos nuevamente al autor: “El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen.”
Otra vez, aquí pareciera que se describe a un personaje en particular, tal o cual sujeto real o novelado. En este aspecto nada que decir, pero el problema aparece cuando se pretende que “el idealista” representa un colectivo que comparte esos atributos de manera global.
Por ejemplo, se dice que una persona es “idealista” cuando valora primariamente sus ideales culturales, morales, éticos, religiosos, etc. por sobre otros intereses más inmediatos y/o pragmáticos, por ejemplo, los económicos. Sin embargo, en la vida cotidiana esto no siempre coincide con la realidad, ya que muchas personas encubren con supuestos principios ideales, intereses conscientes o no, muchos más terrenales y con frecuencia no exentos de neuroticismo. Los fanáticos intensos de ciertas ideologías se presentan como “idealistas” y es dudoso -por ironizar- que contribuyan a la “evolución social” (más bien a la involución), carentes de racionalidad en beneficio de lo emocional impulsivo. Aquí el factor creencial, cuando está imbuido de dogmatismo distorsiona las buenas intenciones de ciertos idealismos de las llamadas “almas bellas”.
Justamente aparece otra contradicción en el aserto de Ingenieros, cuando dice que el idealista es un sujeto “individualista” que “no se somete a dogmas morales ni sociales”…Más allá de un diagnóstico patognomónico (signos y síntomas clínicos) de este o aquel sujeto que pudiera esconder su individualismo narcisista debajo de un relato social, la realidad muestra que la mayoría de los discursos idealistas no solo son dogmáticos, sino que repiten creencias colectivas de las tribus que los incluyen. El idealista doctrinario, suele ser un sujeto de convicciones cerriles que sustentan una estructura rígida identitaria: sin la creencia axiológica que me identifica nada soy. Soy en tanto creo en el dogma ideal. En este punto no hay que confundir la importancia cultural y psicológica de los principios morales y éticos (ideales del comportamiento) con la actitud ingenua del “idealismo”, que como todo “ismo”, esconde una mirada religiosa (en sentido etimológico: “religare”, reunir a todos bajo una sola idea, por lo que los idealismos son una forma de totalitarismo ingenuo).
¿Media estadística o mediocridad cultural tipológica?
John Kennedy Toole en “La conjura de los necios” le hace decir al personaje Ignatius J. Reilly: “Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer.”
Aparecen aquí, sugeridas dos dimensiones siempre existentes, aunque al mismo tiempo las más de las veces desatendidas o ignoradas: las creencias y el contexto con sus límites objetivos en cada situación existencial. Hablamos pues del “hombre y sus circunstancias”.
Quizá el meollo de la cuestión a partir de lo que se cree o no, es la expresión “te dejan”, utilizada por el personaje de ficción, lo que hace pensar en alguna intencionalidad o delimitación arbitraria o producto de una ideología, lo que siempre como toda ideología implica un prejuicio sobre las cosas y los otros. Entonces la decisión de recorrer la vida de una manera u otra, por uno u otro camino -como quieren los necios con los que discrepa Ignatius- depende solamente de una decisión (y llamo la atención del lector sobre la palabra “solamente”) o de un contexto que estadísticamente resulta condicionante para la mayoría normativa de uno y otro lado de la media en la curva de Gauss.
Así, es cierto que si extraemos un individuo cualquiera de la serie que componen el universo poblacional con arreglo a la combinación de los perfiles actitudinales generales (estilos, racionalidad y creencias axiológicas) su perfil medio reflejará el cuartil en el que estaba ubicado. Supongamos que en un extremo de la curva se ubique paradigmáticamente el tipo que Ingenieros ubica en la inferioridad de la serie y en el extremo opuesto absoluto ubiquemos al paradigma del “hombre idealista”, entonces los sujetos ubicados desde cada uno de esos extremos hacia el centro de la media ideal serían cada vez menos inferiores en el primer caso y cada vez menos idealistas en el segundo caso. De tal suerte que en la Media de una curva simétrica ideal (estándar) se ubicaría el paradigma del “hombre mediocre”.
Ese cliché tipológico es caracterizado por Ingenieros con las siguientes características estables: “El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente.”
Y agrega: “En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. (…) Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo.”
Sin duda en nuestra vida cotidiana todos conocemos personas que se ajustan a esta descripción. Y muchos hemos temido alguna vez parecernos a ellos ante una crisis existencial que desafiaba nuestra decisión racional de rebelarnos contra la inercia de mantenernos en la “zona de confort”.
Caminante no hay camino…solo necios al andar
La necedad es una actitud que consiste, entre otras cosas, en la imposibilidad de ponerse en el lugar del otro. Por eso el necio, o para mejor decir la necedad-en-acto, no logra acceder a la comprensión respondiendo solo a la explicación dogmática que se apoya en la creencia y por tanto en el dogma. Creer es prescindir de conocer. Se conoce en el marco de la racionalidad cuando se comprende (motivación) y/o se explica (causalidad) del comportamiento de los hombres o la dinámica reactiva de los objetos. Creer es siempre prejuzgar el decir del otro. Y la necedad es una de las características de lo que, a los efectos de esta nota, llamaremos “mediocridad actitudinal” inherente a la Media estadística, actitud que Ingenieros atribuye esencialmente a su “hombre mediocre”.
Esta categoría como tal es descriptiva de una observación sincrónica del comportamiento y las actitudes de un sujeto dado. En otras palabras, la mediocridad no es expresión de una personalidad dada (aunque algún sesgo de personalidad puede potenciarla) ni de un bio o socio-tipo, sino de un contexto socioeducativo-cultural e ideológico contextual que se expresa cualicuantitativamente con mayor intensidad cuanto más cerca de la media estadística visualizada en la centralidad de la campana gaussiana. No hay un “hombre mediocre”, hay sujetos cuyas actitudes tienden a la mediocridad. ¿Acaso no es lo mismo? No. En un caso hablamos de una esencia y en el otro de un perfil de actitudes promedio, que pueden ser modificadas o relativizadas en función de los contextos, la educación y la información. A su vez aquellos eventuales cambios refuerzan dialécticamente un cambio en la lógica de razonamiento, en desmedro de la necedad. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Referencias bibliográficas:
-Ingenieros, J (2019) “El hombre mediocre”; Ed. Libros de la Araucaria, Buenos Aires
-Ingenieros, J (2017) La simulación en la lucha por la vida; Ed. Losada, Buenos Aires
-Kennedy Toole, J (2014) “La conjura de los necios”; Ed. Anagrama Océano, México
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